Milicias sandinistas, Managua, Nicaragua, 1983. Galería Flickr de Marcelo Montecino.
Más tarde, los críticos de la política norteamericana en Nicaragua la llamaron “una prueba de laboratorio” de intervención exitosa norteamericana en el Tercer Mundo.
Un analista del Pentágono coincidió: “Entrará directamente en los libros de texto” (W. Blum)
El 19 de julio de 1979, las columnas guerrilleras del FSLN entraron en Managua. Era el triunfo de la revolución sandinista.
Aprovechando que hoy se cumplen 37 años del triunfo de aquella revolución popular, os ofrecemos un nuevo capítulo del libro de William Blum sobre las intervenciones de la CIA y del ejército de EE.UU. en el mundo.
En este caso el autor nos brinda un capítulo en el que detalla cómo la CIA saboteó, desestabilizó, boicoteó y atacó a la revolución sandinista desde el primer momento.
EE.UU. había sostenido durante años a la sanguinaria dictadura de Somoza.
Derrotada ésta por los revolucionarios sandinistas, la CIA centró todos sus esfuerzos por hacer fracasar la vía nicaragüense al Socialismo.
Este episodio del libro de Blum constituye una excelente perspectiva para comprender porqué fracasó la revolución sandinista. Sin duda hubo más factores, por supuesto.
Cualquier perspectiva siempre es incompleta y contiene partes que pueden ser cuestionadas desde perspectivas diferentes.
Pero no cabe duda que la narración de los hechos ofrecida por Blum aporta una detallada visión -muy documentada- que permite ayudarnos a entender las razones del fracaso final de esa vía sandinista al Socialismo.
Referencia documental. William Blum: "Nicaragua, 1978-1990. Desestabilización en cámara lenta", en Asesinando la esperanza. Intervenciones de la CIA y del Ejército de los Estados Unidos desde la Segunda Guerra Mundial, cap. 49, pp. 349 a 367. Editorial Oriente, Santiago de Cuba (Cuba), 2005 (original en inglés: William Blum, Killing Hope: U.S. Military and CIA Interventions Since World War II, Common Courage Press, 2004).
Fuente de digitalización y correcciones (cítese y manténgase el hipervínculo): blog del viejo topo
Imágenes, pies de foto y negrita: son un añadido nuestro.
Otros capítulos del libro: para acceder a otros capítulos publicados en el blog, véase al final el índice y pulsar en los hipervínculos que estén activos.
Sugerencia: en este mismo blog os invitamos a ver la entrada "Mujeres, fusiles y resistencias (5). La mujer en la revolución sandinista de Nicaragua", una miscelánea fotográfica comentada, centrada en el rol de combatiente desempeñado por la mujer nicaragüense durante la revolución.
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Regresando del Frente. Managua, 1982. Galería Flickr de Marcelo Montecino.
El presidente Reagan insistió en que el pueblo nicaragüense estaba más oprimido que los negros en Sudáfrica.
Miembros de la Comisión Kissinger sobre Centroamérica señalaron que Nicaragua bajo los sandinistas era tan mala o peor que la Alemania nazi.
Reagan estuvo de acuerdo, comparó la lucha de los contras con la de los británicos contra Alemania durante la Segunda Guerra Mundial. “Centroamérica ejerce ahora la misma influencia sobre la política exterior norteamericana que la acción de la luna llena sobre los hombres lobos”, destacó Wayne Smith, antiguo jefe de la Sección de Intereses de EE.UU. en La Habana(fragmento del capítulo presentado)
NICARAGUA 1978-1990. Desestabilización en cámara lenta.
William Blum
Tengo las evidencias más concluyentes de que se han entregado a los revolucionarios en Nicaragua [...] grandes cantidades de armas y municiones en diversas ocasiones [...]
Estoy seguro de que no es el deseo de Estados Unidos intervenir en los asuntos internos de Nicaragua o de ninguna otra república centroamericana.
No obstante, debe decirse que tenemos un interés muy definido y especial en el mantenimiento del orden y el buen Gobierno en Nicaragua en el momento actual [...]
Estados Unidos no puede, por tanto, dejar de ver con profunda preocupación cualquier seria amenaza a la estabilidad y al Gobierno constitucional en Nicaragua que tienda hacia la anarquía y ponga en peligro los intereses norteamericanos, en especial si tal estado de cosas [...] es provocado por influencia exterior o por alguna potencia extranjera. (1)
De esta forma se dirigió al Congreso el presidente Calvin Coolidge en 1927. Los revolucionarios que le causaban alarma eran los seguidores del Partido Liberal (entre los cuales estaba Augusto César Sandino), que se habían levantado en armas contra el Gobierno del Partido Conservador, a quien acusaban de ocupar ilegalmente el poder.
La potencia extranjera a la que se acusaba de armar a los liberales era México, país que la administración Coolidge veia “impregnado de ideas bolcheviques”. Los intereses norteamericanos que se pensaba podrian estar en peligro eran las acostumbradas inversiones que en aquellos días se ostentaban más abiertamente.
Así se llegó al desembarco de los marines en Nicaragua por duodécima vez en tres cuartos de siglo (ver Anexo II).
En la década de 1980, era el Gobierno Sandinista revolucionario el que alarmaba a la administración de Ronald Reagan (quien describió a Coolidge como su paradigma político); la potencia extranjera condenada por armar a los sandinistas era la URSS, por supuesto impregnada por ideas bolcheviques; los contrarrevolucionarios llamados “contras” eran los marines de Washington, y en cuanto a los “intereses” norteamericanos, a la “lógica” del imperialismo económico se había añadido un deseo de hegemonía política que ya bordeaba lo patológico.
Cuando las fuerzas militares norteamericanas abandonaron Nicaragua por última vez en 1933, dejaron algo para que la población nicaragüense los recordara: la Guardia Nacional, colocada bajo la dirección de un tal Anastasio Somoza (al igual que en 1924 EE.UU. había dejado a Trujillo como regalo al pueblo dominicano).
Tres años después, Somoza ocupó la presidencia y, con la indispensable ayuda de la Guardia Nacional, estableció una dinastía familiar que gobernaría Nicaragua como una propiedad privada durante los cuarenta y tres años siguientes.
Mientras los guardias, sostenidos en forma consistente por EE.UU., empleaban su tiempo entre la ley marcial, violaciones, torturas, asesinatos de sus opositores, masacres de campesinos, al igual que en otras ocupaciones menos violentas como el robo, la extorsión, el contrabando, la administración de burdeles y diferentes funciones gubernamentales, el clan Somoza reclamaba la parte del león en el reparto de la tierra y los negocios en Nicaragua.
Cuando Anastasio Somoza II fue derrocado por los sandinistas en julio de 1979, huyó al exilio y dejó detrás un país en el que dos tercios de la población estaban sumidos en la pobreza.
A su llegada a Miami, Somoza admitió que su fortuna llegaba a cien millones de dólares, pero un informe de la inteligencia norteamericana la evaluó en novecientos millones. (2)
Fue muy afortunado para los nuevos dirigentes nicaragüenses haber llegado al poder mientras Jimmy Carter ocupaba la Casa Blanca.
Les dio un año y medio de respiro para dar los primeros pasos en su planeada reconstrucción de una sociedad empobrecida antes de que la hostilidad incesante de la administración Reagan les cayera encima, lo cual no sígnica que Carter se sintiera complacido con la victoria sandinista.
En 1978, cuando Somoza se acercaba al colapso, Carter autorizó el apoyo encubierto de la CIA a la prensa y sindicatos nicaragüenses en el intento de crear una alternativa “moderada” a los sandinistas (3).
Con el mismo fin, diplomáticos norteamericanos conferenciaron con oponentes no izquierdistas de Somoza. La idea de Washington de una alternativa “moderada” según un grupo de prominentes nicaragüenses que abandonaron estas conversaciones, era la inclusión del partido político de Somoza en el futuro Gobierno y “dejar prácticamente intacta la corrupta estructura del aparato somocista”, incluida la Guardia Nacional, aunque en cierta forma reorganizada (4).
Sin duda, en este mismo momento, el jefe del Comando Sur de EE.UU. (Latinoamérica), teniente general Dennis McAuliffe, comunicaba a Somoza que, aunque él tuviera que abdicar, EE.UU. “no tenía intenciones de permitir una situación que condujera a la destrucción de la Guardia Nacional” (5).
Esta era una idea que ignoraba de manera singular el odio profundo que la mayoría del pueblo de Nicaragua profesaba a la Guardia.
Estados Unidos trató, además, sin éxito, de convencer a la OEA de enviar una "fuerza de paz" (6) que pudiera obstaculizar el progreso militar de los insurgentes, y en la vecina Costa Rica, el embajador norteamericano consideró adecuado quejarse al Gobierno de que Cuba había establecido un centro para supervisar su apoyo militar a los sandinistas, lo que trajo como resultado que los cubanos tuvieran que abandonar dicho local y trasladarse a su consulado (7).
Una vez que los sandinistas tomaron el poder, Carter autorizó a la CIA a entregar apoyo financiero y de otro tipo a sus opositores (8).
Al mismo tiempo, Washington presionó a los sandinistas para que incluyeran a determinadas figuras en su nuevo Gobiemo (9).
Aunque estas tácticas fracasaron, la administración Carter no se negó a dar ayuda a Nicaragua. Reagan lo señalaría más tarde y preguntaría: “¿Puede alguien dudar de la generosidad y buena fe del pueblo norteamericano?” Lo que el presidente no explicó fue que:
a) Casi toda la ayuda había sido destinada a agencias no gubernamentales y al sector privado, incluido el Instituto Americano para el Desarrollo del Trabajo Libre, ya conocido (en 1981, el procurador general estadounidense, al argumentar ante la Suprema Corte, hizo referencia sin querer al vínculo entre el IADTL y la CIA. Cuando la prensa le preguntó sobre esto, respondió que había estado hablando hipotéticamente (10)).
b) La motivación primaria y explícita de la ayuda era reforzar a la llamada oposición moderada y contrarrestar la influencia de países socialistas en Nicaragua.
c) Toda ayuda militar fue retirada a pesar de las repetidas apelaciones del Gobierno nicaragüense acerca de sus necesidades y derecho a tal ayuda (11): ”la derrotada Guardia Nacional y otros partidarios de Somoza no habían desaparecido, después de todo, se habían reagrupado como los contras y se mantuvieron en la dirigencia de esta fuerza en lo venidero.
En enero de 1981 Ronald Reagan ocupó la presidencia con una plataforma republicana que aseguraba “deplorar el dominio sandinista marxista en Nicaragua”.
El presidente actuó con rapidez para cortar prácticamente toda forma de ayuda a los sandinistas, sus primeras salvas de guerra contra su revolución.
Una vez más la ballena americana se sentía amenazada por una sardina en el Caribe.
Entre las numerosas medidas tomadas pueden señalarse: Nicaragua fue excluida de los programas gubernamentales estadounidenses para promover la inversión y el comercio norteamericanos; las importaciones de azúcar nicaragüense fueron reducidas en un 90%, y Washington presionó, sin demasiada sutileza, pero con notable éxito, al FMI, al Banco Latinoamericano de Desarrollo (BID), al Banco Mundial y al Mercado Común Europeo para suspender los préstamos al país centroamericano (12).
El director del BID, Kevin O’Sullivan, reveló luego que en 1983 EE.UU. se había opuesto a un préstamo de ayuda a los pescadores nicaragüenses sobre la base de que el país no tenía combustible apropiado para sus botes.
Una semana más tarde, señaló O’Sullivan, “un grupo de saboteadores hizo explotar el mayor depósito de combustible nicaragüense en el puerto de Corinto” (13), una acción que fue calificada por una fuente de la inteligencia norteamericana como “una operación totalmente de la CIA” (14).
Washington ofreció, sin embargo, más de cinco millones de ayuda a organizaciones privadas y a la Iglesia Católica Romana en Nicaragua.
Esta oferta fue rechazada por el Gobierno porque, dijo, “las audiencias del Congreso norteamericano revelaron que los acuerdos [de ayuda] tienen motivaciones políticas, están encaminados a promover la resistencia y desestabilizar al Gobierno Revolucionario” (15).
Nicaragua ya había arrestado a varios miembros de las diversas organizaciones receptoras de la ayuda anteriormente, tales como la iglesia Morava y el Consejo Superior de Empresas Privadas (COSEP), por su participación en planes armados contra el Gobierno (16).
Esto no detuvo a la administración Reagan. El cardenal Miguel Ovando y la Iglesias Católica en Nicaragua recibieron cientos de miles de dólares de ayuda encubierta por parte de la CIA hasta 1985 -cuando la ayuda gubernamental oficial fue desautorizada por los comités de supervisión del Congreso-, y a partir de entonces, las operaciones “no registradas” de Oliver North en el sótano de la Casa Blanca.
Uno de los fines a los que Ovando dedicó el dinero, según se dice, era para difundir la “instrucción religiosa” y así “contrarrestar las políticas marxista-leninistas de los sandinistas” (17).
Como parte del esfuerzo conjunto para privar al país de petróleo, se realizaron varios ataques contra depósitós de combustible.
Las operaciones de los contras-CIA provenientes de Honduras también se centraron en la voladura de tuberías, minado de las aguas de los puertos por donde se recibía el petróleo y amenazas de volar a los tanqueros que se acercasen; al menos siete barcos extranjeros fueron dañados por las minas, incluido un tanquero soviético en el que cinco tripulantes resultaron gravemente heridos.
Los puertos nicaragüenses se hallaban bajo asedio: el fuego de mortero proveniente de lanchas rápidas, los ataques aéreos con bombas, cohetes y fuego de ametralladoras iban encaminados a bloquear tanto las exportaciones nicaragüenses como a privar a la población de las importaciones al ahuyentar a los barcos extranjeros (18).
En octubre de 1983, la ESSO anunció que sus tanqueros no transportarían más petróleo crudo a Nicaragua desde México, el principal abastecedor del país; en ese momento Nicaragua contaba con combustible sólo para diez días (19).
La agricultura era otro blanco esencial. Los ataques de los contras causaban enormes daños a las cosechas, demolían secaderos de tabaco, depósitos de granos, sistemas de irrigación, granjas y maquinarias; se destruían caminos, puentes y camiones para evitar el traslado de productos; numerosas granjas estatales y cooperativas fueron destruidas y se impidió la cosecha; otras fueron abandonadas por miedo antes de ser atacadas (20). En octubre de 1982, la Standard Fruit Company anunció que suspendía todas sus operaciones bananeras en Nicaragua y la venta de la fruta en EE.UU.
La multinacional norteamericana, después de haberse enriquecido durante un siglo en el país, y violando un contrato que el Gobierno había prorrogado hasta 1985, dejó sin empleo a 4.000 trabajadores y cerca de seis millones de cajas de plátanos por cosechar sin transporte ni mercado al cual destinarlas (21).
La industria pesquera nicaragüense sufrió no sólo por la falta de combustible, sino también su flota fue diezmada por las minas y los ataques; sus barcos paralizados por falta de piezas de repuesto debido al bloqueo crediticio norteamericano. El país perdió millones de dólares por la reducción de sus exportaciones camaroneras (22).
Era una guerra norteamericana contra Nicaragua. Los contras tenían sus propias motivaciones para querer derribar al Gobierno sandinista, no necesitaban ser instigados por EE.UU., pero antes de que los militares norteamericanos llegaran a Honduras por miles y establecieran la Fortaleza América, los contras se ocupaban casi exclusivamente de incursiones rápidas cerca de la frontera, ataques en pequeña escala a los campesinos y patrullas fronterizas nicaragüenses; ataques a lanchas guardacostas, y cosas por el estilo: matar a unos pocos aquí, quemar un edificio allá (23); no había futuro para ellos en una guerra como ésta contra una fuerza superior.
Entonces comenzaron a llegar los grandes cañones norteamericanos en 1982, junto con los aviones, las pistas de aterrizaje, los embarcaderos, las estaciones de radar, los centros de comunicación, construidos bajo la cobertura de repetidas maniobras militares conjuntas EE.UU.Honduras (24), mientras miles de contras eran entrenados en Florida y California (25).
Los aviones de reconocimiento norteamericanos y “hondureños”, por lo general con pilotos norteamericanos, comenzaron a volar con regularidad sobre Nicaragua para fotografiar blancos de bombardeo y sabotaje, ubicar las fuerzas militares nicaragüenses y su equipamiento, localizar los terrenos minados, interceptar las comunicaciones militares y trazar mapas del terreno de operaciones. Barcos de vigilancia electrónica a cierta distancia de la costa tomaron parte en el espionaje de una nación (26).
Un antiguo analista de la CIA dijo: “Nuestra inteligencia sobre Nicaragua es tan buena [...] que podemos oír cómo se descargan los servicios en Managua" (27).
Mientras tanto, los pilotos norteamericanos llevaban a cabo diversos tipos de misiones de combate contra los soldados nicaragüenses y abastecían a los contras dentro del territorio del país.
Varios fueron derribados y murieron (28). Algunos volaban vestidos de civil, una vez que se les dijo que el Pentágono negaría haberlos autorizado si eran capturados (29).
Algunos contras dijeron a congresistas norteamericanos que se les ordenó reclamar la responsabilidad por un bombardeo organizado por la CIA y realizado por mercenarios de la Agencia (30).
Los soldados hondureños también eran entrenados por EE.UU. para sangrientas operaciones relámpago en Nicaragua (31). Y así siguieron las cosas, como en El Salvador; la verdadera extensión de la participación norteamericana en esta lucha nunca será conocida.
La brutalidad de los contras les ganó una amplia fama. Generalmente destruían hospitales, escuelas, cooperativas agrícolas y centros comunitarios, símbolos de los programas sociales de los sandinistas en áreas rurales.
Las personas atrapadas en estos ataques con frecuencia eran torturadas y asesinadas de las formas más horribles.
Uno de los casos, reportado por The Guardian de Londres, es terrorífico: según dijo un sobreviviente a uno de estos ataques en la provincia de Jinotega, en la frontera con Honduras: “A Rosa le cortaron los senos.
Luego le abrieron el pecho y le sacaron el corazón. A los hombres les partieron los brazos, les cortaron los testículos, les sacaron los ojos. Los mataban cortándoles la garganta y halándoles la lengua hacia afuera por la herida” (32). Americas Watch, la organización de derechos humanos, concluyó que “los contras se involucran sistemáticamente en abusos violentos [...] tan frecuentes que puede decirse que son su principal medio para desarrollar la guerra”.
En noviembre de 1984, el Gobierno nicaragüense dio a conocer que desde 1981 los contras habían asesinado a 910 funcionarios del Estado y a 8.000 civiles (33).
La analogía es inevitable: si Nicaragua hubiera sido Israel, y los contras la OLP, los sandinistas habrían llevado a cabo un bombardeo relámpago contra las bases de los contras en Honduras y los habrían borrado por completo.
Estados Unidos hubiera aprobado la acción tácitamente, la URSS la habría condenado, pero no hubiera hecho nada al respecto y el resto del mundo hubiera alzado las cejas y ahí habría acabado todo.
Después de que numerosas historias de las atrocidades de los contras aparecieron en la prensa mundial, se conoció en octubre de 1984 que la CIA había preparado un manual de instrucción para sus clientes que, entre otras cosas, alentaba al uso de la violencia contra los civiles.
Ante la furia que tal revelación desató en el Congreso, el Departamento de Estado se vio obligado a condenar públicamente las actividades terroristas de los contras.
Comités de inteligencia del Congreso fueron informados por la CIA, por lideres contras antiguos y actuales y por otros testigos de que, en efecto, los contras “violaban, torturaban y mataban a civiles desarmados, incluidos niños” y que “grupos de civiles, incluidos mujeres y niños, eran quemados, desmembrados, cegados y decapitados” (34).
Estos eran los rebeldes a quienes Reagan llamaba “combatientes por la libertad” y los “equivalentes morales de nuestros padres fundadores” (a los rebeldes en El Salvador los llamaba “asesinos y terroristas”) (35).
El manual de la CIA, titulado Operaciones psicológicas en la guerra de guerrillas, asesoraba en lindezas tales como los asesinatos políticos, el chantaje a ciudadanos ordinarios, motines violentos, secuestros y voladuras de edificios públicos.
Al entrar en un pueblo, decía, se debe “establecer "un tribunal público” donde los guerrilleros puedan “avergonzar, ridiculizar y humillar” a los sandinistas y sus simpatizantes “gritando lemas y vivas”.
“Si [...] fuera necesario disparar contra un ciudadano que tratara de salir del pueblo”, los guerrilleros debían explicar que “era un enemigo del pueblo”, que habría alertado a los sandinistas, quienes “llevarían a cabo represalias tales como violaciones, saqueo, destrucción y arrestos, etc.”
Se aconsejaba a los contras explicar a la población que “nuestra lucha no es contra los nacionales sino contra los imperialistas rusos”.
Esto “atraería la simpatía de los campesinos y se convertirán de inmediato en uno de nosotros” (el mismo Mao no podría haberlo expresado mejor).
Se advertía a los obreros que “el Estado estaba acabando con las fábricas” y se informaba a los doctores que “estaban siendo reemplazados por paramédicos cubanos”.
Cuando la población vea la luz y se alce contra el Gobierno, “se deberá contratar a criminales profesionales para llevar a cabo trabajos selectivos”, tales como “conducir a los manifestantes a una confrontación con las autoridades para provocar revueltas y disparos que causen la muerte de una o más personas a fin de crear mártires para la causa”.
Otros serían “armados con porras, cabillas y carteles y, de ser posible, revólveres pequeños que lleven escondidos”.
Además, otras “tropas de choque” equipadas “con cuchillos, navajas, cadenas, porras y garrotes [...] marcharían a corta distancia de los crédulos e inocentes participantes” en lo que se desarrollan los disturbios.
Finalmente, una sección llamada “Uso selectivo de violencia para efectos propagandísticos” informaba al estudiante contra: “Es posible neutralizar a blancos cuidadosamente seleccionados y planeados tales como jueces, policías y funcionarios de la seguridad del Estado”, entre otros (36).
En su conjunto, el manual resulta exactamente igual a lo que se ha enseñado al mundo occidental como la manera de adoctrinamiento de los comunistas.
Fue en extremo embarazoso para la administración Reagan, entre otras cosas porque desinfló el globo que portaba el mensaje de que EE.UU. no buscaba la caída del Gobierno sandinista, aunque a esas alturas había que estar muy lejos de la realidad para creerlo.
Los funcionarios de la Casa Blanca y el presidente se hicieron nudos en la lengua tratando de explicar lo sucedido con el manual: se trataba sólo de un borrador que no era el que se había distribuido, mintieron; la palabra “neutralizar” no significaba asesinar, sino eliminar de su puesto; el autor del manual era un irresponsable “independiente” de bajo rango... (37)
No mucho después, el manual, con algunos cambios menores, era encontrado circulando nuevamente en Honduras, al parecer a través de una organización norteamericana privada: la revistaSoldier of Fortune (38).
La CIA podía haber tratado de ofrecer a sus discípulos algunas lecciones sobre la neutralización, al estilo de la mafia.
En junio de 1983. el Gobierno nicaragüense expulsó a tres funcionarios de la Embajada estadounidense —uno de los cuales era, según informes, el jefe de la estación ClA en Managua—, acusándolos de formar parte de una red de desestabilización de la Agencia que, entre otras cosas, planeaba el asesinato del ministro de Relaciones Exteriores Miguel d’Escoto.
El instrumento que se iba utilizar sería una botella de benedictino con talio, un veneno casi indetectable en el cuerpo humano.
En una conferencia de prensa, el Gobierno presentó evidencias que incluían fotos y vídeos de diplomáticos norteamericanos reunidos con los funcionarios nicaragüenses que habían pretendido aceptar el plan, así como copias de los mensajes interceptados a la CIA(39).
Dos meses más tarde, otro plan de la Agencia para matar a D’Escoto (quien era también un sacerdote católico) al igual que a otros dos funcionarios sandinistas fue denunciado por el Gobierno nicaragüense.
Un agente de la CIA llamado Mike Tock fue acusado de estar detrás de esta conspiración en particular (40).
En junio siguiente, según reveló uno de los participantes, la CIA envió un equipo de matones contras desde Honduras a Managua para eliminar a los nueve comandantes del Directorio Nacional Sandinista de un solo golpe, al volar el edificio donde se reunían.
El grupo llegó a Managua, pero los explosivos no y el plan fue abortado.
Dios y la lucha por la libertad tienen algo en común: se mueven por caminos misteriosos. Si el manual guerrillero de la CIA no era instrumento de libertad lo bastante extraño, el libro de historietas de la Agencia seguramente sí lo era: titulado Manual del luchador por la libertad, el folleto de 16 páginas era entregado a los contras presumiblemente para que lo distribuyeran entre la población nicaragüense.
Las 40 ilustraciones mostraban al lector cómo podía “liberar a Nicaragua de la opresión y la miseria” mediante “una serie de útiles técnicas de sabotaje”.
Entre estas se hallaban: obstruir inodoros con esponjas, arrancar cables eléctricos, poner basura en tanques de gas, colocar clavos en las carreteras y caminos, cortar y perforar la tapicería de los vehículos, derribar árboles sobre las carreteras, telefonear a hoteles para hacer falsas reservas, y a bomberos y policía para dar alarmas de incendios y crímenes inexistentes; acaparar y robar comida al Gobierno; dejar encendidas las luces y abiertas las plumas de agua; robar la correspondencia de los buzones; llegar tarde al trabajo, o ausentarse con el pretexto de estar enfermo; provocar cortocircuitos eléctricos, romper bombillas, destrozar libros, esparcir rumores, amenazar a inspectores y funcionarios por teléfono... (42)
Al menos hasta la mitad de la década del 80, el principal argumento oficial para la hostilidad norteamericana hacia el Gobierno sandinista, o al menos la explicación más frecuente, era que una cantidad significativa de suministros militares estaban siendo enviados a los rebeldes salvadoreños desde Nicaragua (el hecho de que EE.UU. estuviera entregando armas en grandes cantidades al Gobierno salvadoreño y de que este prestaba ayuda a los contras no iban incluidos en la ecuación de Washington).
Veremos en la sección sobre El Salvador que la Casa Blanca carecía de suficientes evidencias para probar tal acusación. Cualquier operación de suministro organizada que tuviera alguna significación cesó al parecer a principios de 1981.
En enero de ese año un ministro del Gobierno salvadoreño anunció que Nicaragua no seguiría autorizando el uso de su territorio para los envíos de armas (43). Pocas semanas después, el Gobierno sandinista, alarmado con la suspensión de la ayuda económica norteamericana, presionó a los guerrilleros salvadoreños para lograr un acuerdo político (44).
Propuestas similares se repitieron por la parte nicaragüense en los años siguientes (45). Y en marzo, en una reunión en las oficinas centrales de la CIA entre su director William Casey y otros, se confirmó el cese de las operaciones de suministro (46).
David MacMichael, que trabajó para la CIA entre 1981 y 1983 como analista de asuntos políticos y militares en Centroamérica, asistió a una reunión interna para discutir los planes de la CIA en apoyo a los contras.
De la misma advirtió: “Aunque el objetivo declarado era evitar el flujo de armas hacia El Salvador, no había apenas discusión sobre el tráfico de armas [...] Yo no pude entender esto hasta meses después cuando comprendí, como todo el mundo, que la eliminación de las armas no había sido nunca un objetivo serio”.
El ex agente dijo que había tenido acceso a la información más sensible de inteligencia sobre Nicaragua, incluida la de los envíos de armas a El Salvador, y sobre esta base llegó a la conclusión de que “la administración y la ClA han falseado sistemáticamente la participación nicaragüense en el suministro de armas a los guerrilleros salvadoreños para justificar [sus] esfuerzos para derrocar al Gobierno nicaragüense” (47).
Para un hombre que pasó diez años como oficial de los marines y cuatro años como experto en contrainsurgencia en el sudeste asiático, además de su hoja de servicios en la CIA, el pensamiento político de David MacMichael acerca de la política exterior norteamericana en Latinoamérica aterrizó en un territorio extraño:
“Tenemos el control y no queremos perderlo. La ideología del anticomunismo ofrece entonces los argumentos, aunque su determinación de sostenerse es en realidad patológica.
Usted tiene entonces a toda una generación que ha crecido dentro de esta política exterior especializándose en esta región y que se ha levantado cada mañana durante veinticinco años diciendo:
¡Hoy vamos a agarrar al bastardo de Castro!” (48).La imposibilidad de mostrar largos convoyes nicaragüenses en el territorio salvadoreño llevó al parecer al ubicuo Oliver North a tratar de colocar algunas huellas falsas en el terreno.
En 1988, José Blandón, ex asesor cercano al jefe de la defensa de Panamá y gobernante de facto, general Manuel Noriega, declaró que North había llevado a cabo una operación secreta en 1986 en la que pidió a Panamá preparar un gran envío de armas y vehículos fabricados en el bloque soviético que pudiera ser capturado en El Salvador y vinculado falsamente a los sandinistas.
El esfuerzo fracasó en junio cuando el barco que transportaba la carga cayó en manos de funcionarios panameños, dos días después de queNew York Tïmes hubiera publicado un artículo acerca de las actividades ilegales de Noriega(49).
La explicación número dos de Washington a su política beligerante era que Nicaragua constituía una amenaza militar para otros países centroamericanos —no sólo para las bases en Honduras que eran una provocación cotidiana calculada.
Éste era un horcón débil para apoyarse pues Nicaragua no tenía prácticamente Fuerza Aérea (y habría sido suicida atacar a alguien sin una apropiada cobertura aérea), todavía menos una Marina, y sus tanques eran a todas luces inútiles para ser empleados en el territorio de Honduras (50).
Los sandinistas tenían todavía menos motivos para iniciar una invasión. Es muy poco probable que los integrantes del Departamento de Estado dieran verdadero crédito a este argumento, como tampoco los supuestos países vecinos amenazados.
En una conferencia de periodistas en Costa Rica en 1985, el ministro de Información costarricense Armando Vargas dijo: “Nadie aquí espera realmente que Nicaragua nos invada”. "Tampoco nadie en Honduras”, replicó de inmediato Manuel Gamero, el editor jefe de El Tiempo, uno de los periódicos principales del país (51).
En otros momentos se dieron otras razones por las cuales debían ser acosados los sandinistas. Pudiera ser la protección del Canal de Panamá (sic) o “el libre uso de las rutas marinas en la cuenca del Caribe y el Golfo de México”. (El peligro a la libre utilización de las rutas marinas es un argumento esgrimido por Washington en todas partes del mundo en los últimos cuarenta años aunque jamás se ha materializado.)
O podía ser la amenaza de “otra Cuba”, o su corolario: “una cabeza de playa soviética" en la región. Estas alarmas venían completadas con imágenes: exhibiciones de fotos aéreas de Nicaragua mostrando “barracas militares al estilo cubano”, un “área de entrenamiento al estilo soviético con barras para colgarse y otros tipos de equipamiento para ejercitar las tropas y una pista de carreras” y, lo más condenable de todo, una guarnición sandinista “con la habitual configuración rectangular que hemos visto en Cuba”(52). Sólo los astutos castristas pueden diseñar un edificio rectangular.
“El asunto estratégico es muy simple”, aseguró Patrick Buchanan, director de Comunicaciones de Reagan “¿Quién quiere más a Centroamérica: Occidente o el Pacto de Varsovia?”(53).
Fidel Castro no tenia duda al respecto; al menos en dos ocasiones expresó en términos bien definidos su disgusto por el insuficiente apoyo prestado por la URSS a Nicaragua y por lo que veía como una respuesta débil y poco decidida de los rusos a las presiones norteamericanas contra el Gobierno sandinista, incluso ante el hecho del barco ruso dañado por las minas de la CIA.
El dirigente cubano no asistió al funeral del líder soviético Chernenko en marzo de 1985 y no firmó el libro decondolencias en la Embajada soviética en La Habana, lo cual fue interpretado como una manera de mostrar su desagrado con la política soviética. Un diplomático soviético señaló:
“Tenemos que dar prioridad al mejoramiento de relaciones con nuestro adversario.
Tenemos que buscar un equilibrio con EE.UU., de modo que naturalmente les diremos [a los cubanos] cálmense, no estamos interesados en agravar la situación en Angola y Nicaragua” (54).
“En los [...] tanques pensantes e instituciones académicas de Moscú donde se discute la política soviética hacia Centroamérica [...] el énfasis está en el diálogo y la negociación, y si en algo coincide la Unión Soviética con Estados Unidos es en que no debe haber ‘más Cubas’, una referencia a la pesada carga política y económica que Cuba ha representado para Moscú a través de los años”, informaba The Guardian, de Londres (55).
Oliver North tampoco tenia dudas en cuanto al que ambicionaba más a Centroamérica. Dijo a uno de los contribuyentes norteamericanos privados de los contras: “Rusia nunca irá contra nosotros para salvar a Nicaragua” (56). Tampoco tenía dudas Polonia.
El Pacto de Varsovia vendió armas a los contras y también lo hizo China (57).
En 1987 el dirigente soviético Mijail Gorbachov ofreció suspender la ayuda militar soviética a Nicaragua, si EE.UU. retiraba el apoyo militar a los contras.
Reagan confirmó que Gorbachov le había hablado del asunto pero no dio indicación alguna de haber contestado esta propuesta (58).
En enero de 1983, el llamado Grupo de Contadora, integrado por México, Panamá, Colombia y Venezuela, comenzó a reunirse periódicamente en un intento por calmar las agitadas aguas de Centroamérica.
Rechazando de antemano la idea de que los conflictos en la región pudieran o debieran verse como parte de una confrontación Este-Oeste, compartieron criterios con todas las naciones involucradas, incluido EE.UU.
Las largas y complejas discusiones llevaron al final a un tratado de 21 puntos que abarcaba todos los temas: guerra civil, intervención extranjera, elecciones y derechos humanos. Washington, que no sería firmante del tratado, aunque su participación era obviamente indispensable para lograr su cumplimiento, presionó a Managua para aceptarlo, en parte por razones internas —obtener el apoyo del Congreso a la política de la administración hacia Nicaragua y las próximas elecciones de 1984— y en parte para marcar unos golpes en la cara a Nicaragua declarando que haría del país una democracia y detendría su “exportación de revoluciones”.
Para su sorpresa, Nicaragua anunció su disposición a firmar el tratado el 7 de septiembre de 1984. Hasta entonces EE.UU. no había criticado en público los acápites del mismo, pero de inmediato se empezaron a encontrar problemas en los mismos y a solicitar cambios.
El Departamento de Estado declaró que el Grupo de Contadora “no intentaba que este [documento] fuera el final del proceso”, pero un diplomático de alto rango de uno de los países de Contadora insistió en que “todo el mundo lo ha considerado como el documento final desde el principio”, al igual que los representantes de EE.UU. (59).
Lo que alarmaba a Washington era que el tratado establecía la retirada por parte de cada país de toda base militar extranjera, restricciones a la presencia de personal militar extranjero, armamentos y maniobras militares, así como la prohibición a ayudar a fuerzas insurgentes en su intento de derrocar a un gobierno.
Era suficiente para sacar del negocio a una potencia intervencionista. EE.UU. se negó a dar su bendición al acuerdo.
Según comentó el representante Michael Barnes, director del subcomité de Asuntos Exteriores de la Cámara para el Hemisferio Occidental: “Las objeciones de la administración al tratado refuerzan mi creencia de que nunca ha tenido un interés real en un acuerdo negociado” (60).
Después del anuncio de Managua, funcionarios del Departamento de Estado admitieron su preocupación porque esto "podría arruinar los esfuerzos de la administración por presentar a los sandinistas como la fuente primaria de tensión en Centroamérica”.
Algunos de los funcionarios plantearon que un viaje que el dirigente nicaragüense Daniel Ortega había programado a Los Ángeles “no debia ser aprobado, en parte para castigar a Mr. Ortega y a los sandinistas por haber aceptado la propuesta de paz de Contadora” (61).
La disposición de Nicaragua a firmar el tratado fue calificada de “maniobra propagandística” (62). Un mes más tarde, un documento interno del Consejo de Seguridad Nacional podía señalar que EE.UU., por medio de intensas presiones, había “bloqueado de manera efectiva” la adopción del tratado tal como habia sido redactado (63).
Durante los tres meses siguientes, la administración Reagan procuró con éxito impedir las conversaciones de paz entre los miembros del Grupo de Contadora porque las mismas complicaban sus intentos de obtener fondos para los contras en el Congreso, del mismo modo que afectaban su objetivo principal de derribar al Gobierno nicaragüense (64).
El asesor de Seguridad Nacional, John Poindexter, dejó entender al hombre fuerte de Panamá, general Manuel Noriega, que EE.UU. no aprobaba el papel del país istmeño en el proceso de Contadora y sugirió que abandonara el poder. Cuando Noriega se negó, EE.UU. retiró su asistencia económica por valor de cuarenta millones de dólares.
Más tarde, en junio de 1986, funcionarios de Washington informaron a periodistas norteamericanos acerca de la participación de Noriega en el tráfico de drogas y lavado de dinero, de modo que quien había sido un cliente favorecido de la CIA se transformó de repente en el enemigo público número uno de Norteamérica (algo similar ocurrió en Honduras cuando el presidente Roberto Suazo obstruyó la entrega a los contras de suministros enviados por la CIA. EE.UU. bloqueó un paquete de ayuda económica a Honduras y reveló algunos “trapos sucios“ de Suazo).
En febrero de 1986. México, que era junto a Panamá el miembro más activo del Grupo de Contadora, fue amenazado con que si buscaba que su Congreso apoyara el proceso de Contadora, la administración Reagan daría su apoyo al opositor Partido de Acción Nacional (PAN) en las venideras elecciones. Carl Channel, convicto por su participación en el escándalo llamado Irán-Contras, contó luego a representantes del PAN que Reagan los ayudaría si ellos ayudaban a los contras. En una acción realmente fuera de lo común, funcionarios del Gobierno comparecieron ante el Congreso en mayo para denunciar al Gobierno mexicano por corrupción, tráfico de drogas y mala gestión económica (65).
En agosto de 1987, Salvador, Honduras, Guatemala, Nicaragua y Costa Rica firmaron un Acuerdo de Paz Centroamericana, promovido por el presidente Oscar Arias de Costa Rica, como sucesor del fracasado proceso de Contadora.
Sus acápites relativos a la intervención militar extranjera eran semejantes a los incluidos en las diversas versiones de Contadora. La administración Reagan seguía empeñada, sin embargo, en una victoria militar. Según algunos antiguos funcionarios, había quien deseaba que las conversaciones de paz del plan Arias fracasaran (66). La guerra en Nicaragua continuó.
El argumento con más frecuencia utilizado por el Gobierno norteamericano para explicar su resistencia a aceptar el acuerdo de Contadora durante 1983 y 1984 era que Nicaragua no estaba preparada para celebrar elecciones verdaderamente libres, como se establecía en el tratado. Washington calificó la elección efectuada en noviembre de 1984, en la cual los sandinistas ganaron por un margen de dos a uno, como una “farsa”.
En realidad, no se le podía encontrar muchos defectos si se comparaba con las (defectuosas) elecciones occidentales normales; si la comparación se hacía con el promedio de las elecciones latinoamericanas, resultaba un verdadero paradigma de democracia.
El hecho de que no se hubieran reportado muertes vinculadas a las votaciones en sí mismas, la convertía en única en el continente, del mismo modo que la presencia de partidos minoritarios en las boletas de cada departamento de la nación la diferenciaba de la típica elección presidencial en Estados Unidos.
La elección estuvo abierta a todos los partidos y candidatos y no se reportó ningún fraude en las urnas, ni siquiera hubo acusaciones serias al respecto, a pesar de que fue observaba por 400 representantes de 40 países diferentes.
El día de la votación, el Washington Post pudo informar: “incluso diplomáticos norteamericanos reconocieron que los sandinistas permitieron expresarse a un amplio rango de puntos de vista políticos, incluidos algunos muy críticos contra el Gobierno. Se suavizó la censura sobre el único periódico opositor, La Prensa, al principio de la campaña y la televisión y radio estatales dieron espacio —aunque limitado— a los pequeños, pero ruidosos, partidos opositores [...]” (67).
Las criticas de Washington a la elección se centraban en el boicot a la misma por parte de la Alianza Coordinadora Democrática, una coalición significativa de grupos opositores liderada por Arturo José Cruz.
En varias ocasiones, éste y sus seguidores fueron acosados por las multitudes cuando aparecían en público, y al menos en una ocasión se reportó que un buen número de los manifestantes habían sido traídos al lugar en transportes del Gobierno.
No está esclarecido si los sandinistas intentaban deliberadamente acosar a Cruz, o disuadirlo de presentarse a las elecciones, lo que sí resulta evidente es que para el Gobierno era más perjudicial que beneficioso mantener a la ACD fuera de la boleta.
En todo caso, el acoso real parece haber durado poco y no constituyó un verdadero obstáculo para que Cruz se postulara. La objeción más persistente de la ACD era que no se había dado suficiente tiempo para desarrollar la campaña electoral.
La cronología de los hechos es la siguiente: el 21 de febrero se anunció que las elecciones se llevarían a cabo el 4 de noviembre; en mayo se dio de plazo hasta el 25 de julio para la inscripción de partidos y candidatos; llegada esa fecha había siete partidos inscritos: los sandinistas, tres que podían considerarse de izquierda y tres que podían considerarse de derecha (68). La ACD se negó a inscribirse y Cruz anunció que no se postularía a menos que el Gobierno iniciara un diálogo con los contras, como si estos lo hubieran estado solicitando con insistencia desde hacía tiempo, y el Gobierno se hubiese negado a ello.
La ACD retiró su demanda tres semanas después, señalando que los contras les habían dicho que se atendrían a cualquier acuerdo alcanzado entre su partido y el Gobierno (69). Debe, destacarse que al vencer el plazo de inscripción, sin que la ACD se hubiera registrado, no se había producido aún ninguna manifestación en contra del su dirigente.
Cruz también argumentó que durante cinco años la población había sido adoctrinada por el Gobierno, lo que dejaba a la oposición sin oportunidades (70), una acusación que podría ser planteada con toda validez por cualquier partido opositor en cualquier país del mundo.
El día de la inscripción, varios ayudantes de Cruz se reunieron con el Gobierno y pidieron que el plazo se extendiera (71), una acción que tal vez revelaba una fisura en las filas de la ACD. Los sandinistas se negaron al principio, pero el 22 de septiembre anunciaron que se extendía la fecha de inscripción hasta el 1 de octubre.
La ACD no se registró tampoco en esta fecha pues planteó que las elecciones debían ser trasladadas consecuentemente de noviembre a enero (72).
Los sandinistas sospecharon, y así lo expresaron abiertamente, que la ACD sabía que perdería de cualquier forma y se abstenía de participar en el proceso para proporcionar a EE.UU. un argumento para cuestionar el mismo.
En agosto, algunos de los partidarios de Cruz habían declarado que esperaban “desacreditar la elección y obligar a los sandinistas a hacer concesiones políticas”. “Lo que realmente necesitamos es que metan a Arturo en la cárcel”, dijeron (73).
Una señal inequívoca de la mano de la CIA en estas elecciones fueron los anuncios a toda página que aparecieron en agosto en periódicos de Venezuela, Costa Rica y Panamá.
Firmados por una organización ficticia supuestamente llamada Amigos de Tomás Borge, intentaban dividir a los dirigentes sandinistas al promover la candidatura de Borge contra la de Daniel Ortega, quien había sido elegido como el candidato del Gobierno. “¡Ni Ortega ni Cruz!”, proclamaban los anuncios (74).
Durante todo este período la ACD hizo una demanda tras otra en relación con los procedimientos electorales como condición para participar. Según cualquier norma razonable de poder, el Gobierno demostró ser flexible.
El 21 de septiembre, elNew York Times reportó que la oposición había afirmado que los sandinistas habían hecho concesiones sustanciales y que la única propuesta importante que quedaba pendiente era la posposición de las elecciones hasta enero. Esto era fundamental, dijo la ACD, porque la campaña no podía comenzar de manera apropiada hasta que se hubiera llegado a acuerdo sobre determinados aspectos.
La posición del Gobierno fue que se concedería la posposición sólo si la ACD arreglaba un cese al fuego con los contras.
El partido respondió que no tenía el poder para lograrlo y las negociaciones continuaron durante todo el mes de octubre con numerosos reportes confusos y contradictorios como resultado de cada charla hasta que, finalmente, se acabó el tiempo.
Estados Unidos pudo haber logrado un cese del fuego, si hubiera tenido interés en someter a prueba el compromiso de los sandinistas con lo que Washington llamaba una elección libre. Ahora bien, es cuestionable que EE.UU. tuviera ese interés, si, tenemos en cuenta lo que reveló el New York Times dos semanas antes de la elección:
La administración Reagan, mientras critica públicamente las elecciones del 4 de noviembre en Nicaragua corno “una farsa”, en privado ha argumentado en contra de la participación del principal candidato de la oposición por temor a que la misma dé legitimidad al proceso electoral, según dijeron algunos altos funcionarios.
Desde mayo, cuando la política norteamericana hacia la elección fue decidida, la administración ha deseado que el candidato de oposición, Arturo José Cruz, o bien no entrara a postularse como candidato, o, de hacerlo, se retirara antes de la elécción, planteando que las condiciones no eran imparciales, dijeron los funcionarios.
"La admmistración nunca consideró dejar que Cruz se mantuviera en la campaña [dijo uno de ellos] porque entonces los sandinistas podrían plantearjustificadamente que sus elecciones eran legítimas, lo que haría mucho más difícil para Estados Unidos oponerse al Gobierno nicaragüense”
Varios funcionarios de la administración que están relácionados con las actividades de la misma en Nicaragua dijeron que la Agencia Central de Inteligencia había trabajado con algunos de los partidarios de Mr. Cruz para asegurarse de que se opondrían a cualquier acuerdo potencial para su participación en la elección (75).
Pocos días antes de la votación, algunos partidos de derecha que figuraban en la boleta señalaron que diplomáticos norteamericanos los habían estado presionando para que se retiraran (76).
Uno de ellos, el Partido Independiente Liberal, había anunciado ya que no se mantendría en la contienda.
A pesar de haber expuesto el plan de la administración, centrado en Arturo Cruz, para sabotear la credibilidad de las elecciones, y de haber reportado las declaraciones antes mencionadas de los partidos presionados para retirarse, el New York Tïmes publicó de manera inexplicable un editorial después de las elecciones que decía, entre otras cosas:
Sólo los ingenuos creen que la elección del domingo en Nicaragua fue democrática o una prueba legitimadora de la popularidad de los sandinistas [...] Los sandinistas facilitaron el que se descartara su elección como una farsa.
Su acto decisivo fue el romper las negociaciones con Arturo Cruz, un demócrata opositor cuya candidatura podía haber aportado una contienda electoral más creíble [...]
La oposición [...] se redujo finalmente a cuatro pequeños grupos de izquierda y facciones de dos partidos tradicionales. lncluso así, después de cinco años de poder absoluto. los sandinistas parecen haber ganado menos de dos tercios de los votos.” (77)
El embajador norteamericano en Costa Rica comparó a Nicaragua bajo el sandinismo con un “pedazo de carne infectada” que atraía "a los insectos" (78). El presidente Reagan llamó al país una “mazmorra totalitaria” (79), e insistió en que el pueblo nicaragüense estaba más oprimido que los negros en Sudáfrica (80).
Miembros de la Comisión Kissinger sobre Centroamérica señalaron que Nicaragua bajo los sandinistas era tan mala o peor que Nicaragua bajo Somoza. Henry Kissinger creía que eran tan mala o peor que la Alemania nazi (81). Reagan estuvo de acuerdo, comparó la lucha de los contras con la de los británicos contra Alemania durante la Segunda Guerra Mundial (82).
“Centroamérica ejerce ahora la misma influencia sobre la política exterior norteamericana que la acción de la luna llena sobre los hombres lobos”, destacó Wayne Smith, antiguo jefe de la Sección de Intereses de EE.UU. en La Habana (83).
Tan ardiente e implacable era el odio que Kissinger exigió que el embajador norteamericano en Nicaragua fuese retirado simplemente porque había informado que el Gobierno sandinista se estaba “desarrollando bastante bien en algunas áreas como la educación” (84).
Y tras la terrible devastación que causó en el país el huracán Joan en octubre de 1988, la administración Reagan se negó a enviar ayuda ni a auxiliar a organizaciones privadas norteamericanas que intentaban hacerlo.
Tan deseoso. estaba el Departamento de Estado de convertir a los sandinistas en parias internacionales, que se dijo al mundo, sin evidencia alguna, que Nicaragua estaba exportando drogas, que era antisemita, que entrenaba a guerrilleros brasileños (85).
Cuando se presionó a la CIA para que diera detalles sobre la supuesta conexión con la droga de los sandinistas, la misma tomó distancia de las declaraciones del Gobierno (86).
El secretario de Estado, Alexander Haig, se refirió a una fotografia de cadáveres abrasados y planteó que era un ejemplo de las “atroces acciones genocidas que está llevando a cabo el Gobierno nicaragüense” contra los indios miskitos. Más tarde se supo que la foto había sido tomada en 1978, durante la época de Somoza (87).
Un odio de tal magnitud tenía que ser institucionalizado, de modo que se creó una Oficina de Diplomacia Pública en 1983, registrada nominalmente como una dependencia del Departamento de Estado, pero en realidad operaba bajo la dirección del Consejo de Seguridad Nacional.
La ODP fue caracterizada por un funcionario como “una enorme operación psicológica del tipo de las que los militares realizan para influir sobre una población en un territorio enemigo o bajo rechazo” (88). Sólo que en este caso la población bajo asedio era la norteamericana.
El director delegado de la ODP, coronel Daniel Jacobowitz, un especialista de “operaciones psicológicas" militares, describió la campaña mediática en un informe estratégico “confidencial y sensible":
“Tema general: los Luchadores por la Libertad Nicaragüenses son luchadores por la libertad en la tradición norteamericana, el FSLN es el mal" (89).
Siguiendo el hilo conductor de la campaña de desinformación de la ODP, con la siempre activa imaginación de Oliver North, había historias acerca de la adquisición por Nicaragua de armas químicas, sobre un vínculo “Nicaragua-Irán" (no confundirlo con el vínculo real EE.UU.-Oliver North e lrán del cual se sabría más tarde), la presencia de "aviones MIG soviéticos en Nicaragua", sobre 50 prisioneros políticos masacrados por los sandinistas... y muchas más (90).
Textos de opinión y nuevas historias preparadas por el personal de la ODP o periodistas contratados fueron plantados en los principales medios de prensa bajo la firma de líderes contras o de académicos en apariencia independientes, con la pretensión de confirmar las acusaciones de la Casa Blanca, mientras se distribuían otros materiales en miles de bibliotecas universitarias, facultades, editorialistas y organizaciones religiosas.
Expertos en relaciones públicas del sector privado, grupos de presión y tanques pensantes también fueron reclutados para la causa y se les pagaron grandes sumas del dinero de los contribuyentes para promover la agenda de la ODP.
Según la evaluación de la propia oficina, su trabajo cambió de manera significativa la opinión pública y la del Congreso, incluida la aprobación por la Cámara de cien millones de dólares en ayuda a los contras en junio de 1986 (91).
Dentro de un contexto racional resultaría apropiado preguntarse qué habían hecho los sandinistas para que EE.UU. encontrara imposible convivir con ellos en el mismo planeta. David MacMichael observó que no había razones de enfrentamiento entre los dos países:
“No hay casos de ciudadanos norteamericanos asesinados allí.
No se ha expropiado ninguna propiedad norteamericana sin el debido proceso o compensación. Son tan atrasados que ni siquiera se han molestado en matar a algún sacerdote o monja norteamericanos. Ahora cualquier país a medias respetable en el mundo puede hacer eso, pero los sandinistas no parecen decididos a hacerlo” (97).
Lo que EE.UU. hizo contra la revolución nicaragüense está mucho mejor definido. Transformar la sociedad nicaragüense, incluso sin un conflicto bélico, ya habría sido algo bien difícil.
Los sandinistas heredaron un país en extrema pobreza, atrasado en la mayoría de los aspectos (se decía que sólo había dos ascensores en Nicaragua) y con una deuda externa de mil seiscientos millones que decidieron cumplir (con excepción de las deudas con Israel y Argentina por concepto de compras de armas hechas por Somoza) (93).
Entonces EE.UU. los golpeó duramente en el comercio exterior y la concesión de créditos, en la industria y la agricultura, y sostuvo una guerra que obligó al Gobierno a dedicar una creciente porción del presupuesto nacional y una enorme cantidad de su fuerza de trabajo a la guerra y la seguridad.
En 1980 la mitad del presupuesto nacional fue asignado a la salud y la educación, los gastos y militares alcanzaron sólo 18%.
Hacia 1987, el esfuerzo militar consumía más de la mitad del presupuesto, y la salud y la educación no llegaban juntas a 20%.
Por si fuera poco: la ya histórica fuga de capitales y de profesionales de clase media que sigue a toda revolución, y el igualmente familiar sabotaje por parte de los enemigos que permanecen (94), nada difícil en una sociedad donde la mayoría de los negocios y granjas todavía están en manos privadas, terminaron por llevar a la economía nicaragüense a terapia intensiva: una retahíla de ineficiencias y escaseces de todos los tipos; taxis y ómnibus detenidos por faltas de piezas de repuesto norteamericanas; la imposibilidad de cumplir con las expectativas de la población, mitigadas sólo en parte por el progreso de la reforma agraria, los servicios de salud, la alfabetización y otros programas sociales.
Muchos de los que habían tenido simpatías por la revolución se fueron alejando. Los individuos se acercan o se apartan de las revoluciones sociales por numerosas razones, ideológicas o personales.
Todas deben ser consideradas con cuidado.
El principal desertor de los sandinistas, Edén Pastora, dijo en medio de una declaración política semicoherente: “Ellos [los sandinistas] me atacan por mi éxito con las mujeres, están celosos porque todos son feos y yo puedo enamorar a sus mujeres” (95).
“Pocos funcionarios norteamericanos creen en estos momentos que los contras pueden barrer pronto con los sandinistas”, reportaba el Boston Globe en febrero de 1986.“Funcionarios de la administración dijeron que se contentan con ver que los contras debilitan a los sandinistas al obligarlos a dedicar sus escasos recursos a la guerra en lugar de a los programas sociales” (96).
Cuarenta años de adoctrinamiento anticomunista bajo Somoza y la influencia cultural norteamericana también habían dejado sus huellas. Un militante del Gobierno lo explicó de esta manera:
Díganle a un obrero nicaragüense [...] que estamos construyendo un sistema en el cual los trabajadores controlarán los medios de producción, en el cual los ingresos serán redistribuidos para beneficio del proletariado y él les dirá: “Sí, eso es lo que queremos”. Llámele a eso socialismo y le dirá que no quiere tener nada que ver.
Dígale a un campesino —con quienes el problema de la educación política es más agudo- que la revolución es para destruir el poder de los grandes latifundistas, que la reforma agraria y la alfabetización incorporarán al campesinado a las decisiones políticas, y se entusiasmará, lo reconocerá como algo justo y correcto. Mencione la palabra comunismo y saldrá corriendo a un kilómetro de distancia.” (97)Al enfrentarse a la disidencia, los sandinistas se mostraron a veces incapaces de distinguir las críticas sinceras y válidas de los intentos de desestabilización.
Algunos opositores fueron acosados y encarcelados, las libertades civiles fueron limitadas, aunque nunca en forma drástica.
Las credenciales de lealtad al Gobierno comenzaron a ser una prioridad a la hora de conceder puestos en cualquier nivel. Resulta interesante que esto mismo estaba ocurriendo en Washington en ese mismo momento pues la ultrarreaccionaria administración Reagan estaba atiborrando la burocracia con sus más fieles seguidores.
Las revelaciones posteriores demostraron que las acusaciones sandinistas no eran pura paranoia.
En septiembre de 1988, el portavoz de la Cámara de Representantes, Jim Wright, citó “testimonios claros de personal de la CIA” que revelaban que la Agencia había empleado personas en Nicaragua para organizar y promover mítines contra el Gobierno y protestas con la esperanza de provocar una quiebra o una reacción airada del Gobierno que, además de hacer lucir más a los sandinistas, “estaba calculada para interrumpir las conversaciones de paz” que la administración Reagan pretendía apoyar públicamente (98).
El cierre en varias ocasiones del prominente periódico opositor, La Prensa, fue juzgado también con dureza por los adalides de las libertades civiles.
Pero esta posición conducía a una importante pregunta histórica: durante la Segunda Guerra Mundial, ¿permitió EE.UU. la publicación de periódicos pro alemanes o pro japoneses en su territorio?
¿Acaso algún gobierno en guerra, en particular en una guerra de supervivencia, que se lleva a cabo en su propio suelo, permite al enemigo publicar o transmitir libremente, o autoriza la disidencia ilimitada?
Durante la Guerra de Secesión, Lincoln suspendió el derecho dehabeas corpus y puso a los simpatizantes del enemigo en cárceles militares sin celebrarles juicio.
La Prensa representaba sin duda al enemigo.
En varios momentos en la década del 80, uno de los editores jefes fue Pedro Joaquín Chamorro hijo.
En esa misma época fue miembro del directorio de una organización de cobertura de los contras: la Resistencia Nicaragüense de Washington, D.C. (99).
Y Chamorro se dedicaba a recorrer EE.UU. solicitando apoyo para los contras.
El periódico era también financiado por el enemigo, pues recibió dinero encubierto de la CIA desde 1979 y millones de dólares le llegaron de la Fundación Nacional para la Democracia (NED) en Washington y de diversos grupos “privados” norteamericanos a partir de 1984 (100).
NED recibía su dinero del Congreso y fue establecida en 1983 después de las negativas revelaciones acerca de la CIA en los 70.
Su razón de existir era hacer en forma más abierta lo que la CIA había estado haciendo clandestinamente por décadas: manipular el proceso político en un país determinado mediante el financiamiento a los partidos políticos, sindicatos, editoriales, periódicos, etc., y de esta forma eliminar el estigma asociado con las actividades encubiertas de la CIA (101).
Allen Weinstein, quien ayudó a redactar la legislación que creaba la NED, y, que también fundó el Centro por la Democracia, se expresó con candidez acerca de esto cuando dijo en 1991: “Una gran parte de lo que hacemos hoy lo hizo en forma encubierta la CIA hace 25 años” (102).
La NED, al igual que antes la CIA, llama a su labor apoyo a la democracia.
Los gobiernos que sufren su acción la llaman desestabilización.
En cualquier caso el financiamiento encubierto no se interrumpió.
Tanto la CIA "como la multifacética operación de Oliver North canalizaron grandes sumas de dinero a los políticos y otros elementos de la oposición interna en Nicaragua, incluida, como hemos visto, la Iglesia Católica (103).
Durante un periodo en el cual la ayuda militar a los contras fue prohibida por el Congreso, la red de North compró grandes cantidades de armas a Manzer al-Kassar, un hombre cuyo récord criminal en EE.UU. lo coloca bajo la etiqueta de ¡TERRORISTA! en el número uno de la lista. Kassar era un asociado conocido a los responsables de las masacres en las Pascuas de 1985 en los eaeropuertos de Roma y Viena, el secuestro del vapor Aquiles Lauro y otros connotados ataques (104).
Otro apóstol de la decencia que se alistó en la causa fue el Gobierno de Sudáfrica que envió 200 toneladas de equipamiento militar al líder de los contras Edén Pastora (105).
Para el momento en que la guerra en Nicaragua comenzó a atrofiarse lentamente hacia una conclusión tentativa entre 1988 y 1989, la obsesión de la administración Reagan con los sandinistas había inspirado tanto a grupos oficiales como extraoficiales a llevar a cabo tácticas como las siguientes para mantener un flujo sostenido de dinero. armamentos y otro tipo de ayuda a los contras: negociar con otros terroristas latinoamericanos y del Medio Oriente; contrabandear drogas con frecuencia en una variedad de formas imaginativas; lavar dinero; malversar fondos gubernamentales norteamericanos; incurrir en perjurio, obstrucción de la justicia, allanamiento de los locales de disidentes norteamericanos. propagar rumores para dañar la imagen de enemigos políticos internos en EE.UU.; violar el acta de neutralidad: manipulación ilegal de documentos del Gobierno, elaborar planes para suspender la Constitución en caso de rechazo generalizado contra la política del Gobierno, y mucho más, tal como se reveló en el escándalo conocido como lrán-Contras, y todo esto para apoyar a una banda de violadores, torturadores y asesinos (106).
Éste era, pues, el nivel de sofisticación alcanzado por el anticomunismo después de setenta años de refinamiento.
La falta de ética de los dirigentes imperiales norteamericanos superaba incluso a la de los británicos hacia 1925.
Pero dio resultado. El 25 de febrero de 1990 los sandinistas fueron derrotados en elecciones nacionales por una coalición de partidos políticos bajo el nombre de Unión Nacional Opositora (UNO).
El presidente George Bush lo llamó “una victoria para la democracia"; el senador Robert Dole declaró: “El resultado final es una vindicación de la posición de Reagan" (107).
Elliott Abrams, antiguo funcionario del Departamento de Estado y luminaria del lrán-Contras, dijo: "Cuando se escriba la historia, los contras serán héroes populares" (108).
El análisis contrario de estas elecciones era que diez años de guerra exhaustiva habían agotado al pueblo nicaragüense.
Temía que mientras los sandinistas se mantuvieran en el poder, los contras y EE.UU. no cesaran en su campaña para derrocarlos.
El pueblo votó por la paz (tal como lo había hecho el pueblo dominicano en 1966 por el candidato apoyado por EE.UU. para evitar prolongar la intervención militar norteamericana).
"No podemos aguantar más guerra.
Todo lo que tenemos es guerra, guerra, guerra, guerra", dijo Samuel Reina, chofer del equipo de Jimmy Carter que monitoreaba las elecciones en Juigalpa.
En algunas familias “un hijo había sido reclutado por los sandinistas y otro se había unido a los contras. La guerra ha dividido a las familias” (109).
La invasión norteamericana y el bombardeo a Panamá, sólo dos meses antes,con toda su secuela de muerte y destrucción, podían haber intensificado el compromiso de los sandinistas más decididos a enfrentar al imperialismo yanqui, pero también había sidouna advertencia a la gran masa de votantes indecisos.
Los nicaragüenses también estaban votando, o al menos eso esperaban, por algún alivio a la terrible pobreza que cinco años de embargo norteamericano y la guerra había exacerbado.
Paul Reichler, abogado norteamericano que representaba al Gobierno nicaragüense en Washington en aquel momento, comentó: “Cualquier fervor revolucionario que el pueblo pudo haber tenido una vez, fue aplastado por la guerra y la imposibilidad de llevar alimento a los estómagos de sus hijos" (110).
¡Aquí no se rinde nadie!, habían gritado por diez años los nicaragüenses, pero en febrero de 1990 lo hicieron, tal como el pueblo de Chile había gritado ¡El pueblo unido jamás será vencido! antes de sucumbir ante el poderío norteamericano.
Estados Unidos tenía más que una guerra y un embargo a su disposición para determinar el ganador en las elecciones.
La NED gastó más de once millones de dólares en forma directa e indirecta en la campaña electoral de Nicaragua (111).
Esto es comparable a que un gobierno extranjero invirtiera setecientos millones en una elección norteamericana, y el dinero de la NED fue adicional a varios millones más asignados por el Congreso para “apoyar la infraestructura electoral” y el número de millones ignorado que la CIA canalizó encubiertamente.
A causa de una controversia que tuvo lugar en 1984, cuando los fondos de la NED fueron utilizados para ayudar a un candidato presidencial panameño apoyado por Noriega y la CIA, el Congreso puso en vigor una ley que prohibía el uso de los fondos de la organización para “financiar campañas de candidatos a puestos publicos”.
Las formas de eludir la letra o el espíritu de tal prohibición no son difíciles de concebir. La NED asignó primero varios millones para ayudar a la UNO a organizarse, creando los partidos y organizaciones que formaron la coalición.
Luego una variedad de otras organizaciones —cívicas, sindicales, femeninas, mediáticas, etc.— manejadas por activistas de la UNO recibieron donaciones para todo tipo de programas “pro democráticos” y “no partidistas”, para la instrucción y registro de los votantes, entrenamientos laborales, y así por el estilo.
Grandes donaciones hechas a la propia UNO tenían como fines específicos la compra de equipos y vehículos (el representante por Massachusetts, Silvio Conte, destacó que el millón trescientos mil dólares solicitados para transporte bastaría para "alquilar 2.241 autos por un mes a veinte dólares por día). UNO fue el único partido político que recibió apoyo de EE.UU., aunque otros ocho partidos de oposición inscribieron candidatos.
El dinero que se entregó a UNO para cualquier propósito le permitió, además, utilizar sus propios fondos en la campaña una vez libre de otros gastos.
Por otro lado, los contras siguieron recibiendo ayuda económica y muchos de ellos hicieron campaña por la UNO en áreas rurales (112).
Más tarde, los críticos de la política norteamericana en Nicaragua la llamaron “una prueba de laboratorio” de intervención exitosa norteamericana en el Tercer Mundo.
Un analista del Pentágono coincidió: “Entrará directamente en los libros de texto” (113).
William Blum
Digitalización, imágenes y arreglos:
Managua, 1983. Galería Flickr de Marcelo Montecino.
Milicianos sandinistas patrullando cerca de Bleuefields, Nicaragua, 1984. Galería Flickr de Marcelo Montecino.
Entrada en Managua, 19 de julio 1979. Triunfo de la revolución sandinista. Galería Flickr de Marcelo Montecino.
Sugerencia: en este mismo blog os invitamos a ver la entrada "Mujeres, fusiles y resistencias (5). La mujer en la revolución sandinista de Nicaragua", una miscelánea fotográfica comentada, centrada en el rol de combatiente desempeñado por la mujer nicaragüense durante la revolución.
http://blogdelviejotopo.blogspot.com.es/2016/07/por-que-fracaso-la-revolucion.html