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EEUU: El Destino Manifiesto



El Destino Manifiesto es una filosofía nacional que explica la manera en que este país entiende su lugar en el mundo y se relaciona con otros pueblos.

A lo largo de la historia estadounidense, desde las trece colonias hasta nuestros días, el Destino Manifiesto ha mantenido la convicción nacional de que Dios eligió a los Estados Unidos para ser una potencia política y económica, una nación superior.



La frase “Destino Manifiesto” apareció por primera vez en un artículo que escribió el periodista John L. O’Sullivan, en 1845, en la revista Democratic Review de Nueva York.

En su artículo, O’Sullivan explicaba las razones de la necesaria expansión territorial de los Estados Unidos y apoyaba la anexión de Texas.

Decía: “el cumplimiento de nuestro destino manifiesto es extendernos por todo el continente que nos ha sido asignado por la Providencia para el desarrollo del gran experimento de libertad y autogobierno.

Es un derecho como el que tiene un árbol de obtener el aire y la tierra necesarios para el desarrollo pleno de sus capacidades y el crecimiento que tiene como destino”.

Muy pronto, políticos y otros líderes de opinión aludieron al “Destino Manifiesto” para justificar la expansión imperialista de los Estados Unidos.

A través de la doctrina del Destino Manifiesto se propagó la convicción de que la “misión” que Dios eligió para al pueblo estadounidense era la de explorar y conquistar nuevas tierras, con el fin de llevar a todos los rincones de Norteamérica la “luz” de la democracia, la libertad y la civilización.

Esto implicaba la creencia de que la república democrática era la forma de gobierno favorecida por Dios. 
Aunque originalmente esta doctrina se oponía al uso de la violencia, desde 1840 se usó para justificar el intervencionismo en la política de otros países, así como la expansión territorial a través de la guerra, como sucedió en 1846-48 en el conflicto bélico que concluyó con la anexión de más de la mitad de territorio mexicano.

Se ha dicho que el aspecto positivo de esta doctrina tiene que ver con el entusiasmo, la energía y determinación que inspiró a los estadounidenses para explorar nuevas regiones, especialmente en su migración hacia el oeste.

También dio forma a uno de los componentes esenciales del “sueño americano”: la idea de que se pueden obtener la libertad y la independencia en un territorio de proporciones ilimitadas.
 En cambio, las consecuencias negativas son de lamentar: la intolerancia hacia las formas de organización social y política de otros pueblos, el despojo, exterminio y confinamiento de los pueblos indios de Norteamérica a reservaciones, guerras injustas y discriminación.

El Destino Manifiesto: ¿ideal o justificación?

Razones históricas de la expansión territorial en el siglo XIX

La doctrina del Destino Manifiesto refleja el pensamiento de un siglo en que el expansionismo y el imperialismo se veían como comportamientos necesarios si una nación quería fortalecerse y desarrollarse. Entre las razones históricas que explican el desarrollo del Destino Manifiesto están:

• Competencia contra los ingleses por el comercio en Asia. Los estadounidenses sabían de las ventajas comerciales de tener un puerto en el Pacífico, especialmente en la zona de California, que pertenecía entonces a México.

• Con el aumento de la población de las 13 colonias la economía de los Estados Unidos se desarrolló. El deseo de expansión creció con ellos. Para muchos colonos, la tierra significaba riquezas, autosuficiencia y libertad. La expansión hacia el Oeste ofrecía oportunidades para el desarrollo personal.

• Sensación de éxito.

En 1803 la compra de Louisiana había duplicado la extensión de la República norteamericana. 
En esa época el comercio con Europa era floreciente y el que se tenía con Asia estaba prosperando; los aventureros extraían fortunas de China y los especuladores ricos buscaban oportunidades para invertir.

• Ansiedad respecto a Gran Bretaña.

Existía una gran preocupación de que las intrigas de los imperialistas europeos pudieran poner en peligro las oportunidades y libertades de los estadounidenses.

• Aumento de la población por inmigración y por nuevos nacimientos.

La población aumentó desde 5 millones en 1800 hasta más de 23 millones a mediados del siglo. 
Se estima que cerca de 4 millones de estadounidenses ocuparon territorios del Oeste entre 1820 y 1850.

•Los Estados Unidos sufrieron dos depresiones económicas, una en 1818 y la otra en 1839. 
Estas crisis orillaron a muchas personas a buscar nuevas oportunidades en tierras de frontera. 
La tierra de las fronteras era muy barata y, en algunos casos, gratuita.

• La marcha hacia el Oeste se alentaba por una sensación de infinidad, es decir, la convicción de que no había límites para lo que el individuo y la nación podían lograr.

 A partir de los años treinta y cuarenta del siglo XIX comenzaron a difundirse varios avances tecnológicos que facilitaban la vida de los individuos. Un ejemplo es el uso de la máquina de vapor para el transporte fluvial y terrestre.

La locomotora se convirtió en un símbolo del progreso.

El telégrafo magnético comunicó zonas que habían permanecido aisladas.

En el campo de la comunicación, en 1846 la prensa rotativa hizo posible la producción masiva de periódicos de circulación nacional.

Matices en la aceptación del Destino Manifiesto

La idea de un Destino Manifiesto fue una de las banderas más proclamadas por la prensa y por los políticos en la segunda mitad del siglo XIX en Estados Unidos. Sin embargo, no hubo un apoyo unánime e incondicional a esta doctrina.

Las diferencias internas acerca del objetivo de la expansión territorial determinaron su aceptación o resistencia. Mientras en el noreste se creía que los Estados Unidos tenían la misión de llevar los ideales de la libertad y la democracia a otros lugares, lo cual podía conseguirse por medio del crecimiento territorial, los Estados del sur pretendían extender el área de esclavitud.

El conflicto de los abolicionistas del norte contra los esclavistas del sur se hizo evidente cuando se propuso la anexión de Texas y finalmente desembocó en una guerra interna, la Guerra de Secesión de 1860-65.

Otro grupo que veía con escepticismo la expansión territorial, era aquel que pensaba que si los Estados Unidos crecían demasiado iba a ser difícil continuar con su experimento de autogobierno.

Creían que la democracia sólo podía practicarse en un territorio relativamente pequeño y poco poblado, y que el crecimiento desmesurado imposibilitaría la formación de una nación.

Expansión territorial e imperialismo de los Estados Unidos en el siglo XIX

Para finales del siglo XIX los Estados Unidos eran una nación cuyo territorio abarcaba de la costa americana del océano Atlántico a las playas del Pacífico. 
Había expandido su poderío al continente asiático, donde se apropió de las Filipinas tras la guerra Hispano-norteamericana y se convirtió en una potencia colonial en el Caribe, aunque sólo ocupó la isla de Puerto Rico. Obtuvo las islas de Hawai* y la península de Alaska.

En Centroamérica, aunque no invadió propiamente ningún país, ejerció enorme poder político y económico en la región, al grado que en 1903 provocó que Panamá se independizara de Colombia para obtener el control sobre la zona del Canal transoceánico.
 De este modo, Estados Unidos se consolidó como una de las potencias económicas occidentales que definieron el siglo del Imperialismo.

* En 1893 la reina Lili'Uokalani de Hawai fue destronada por una conspiración organizada por un empresario norteamericano y los marines. 
Se estableción un gobierno provisional hasta que el Congreso de Estados Unidos declaró la anexión de las islas hawaianas el 7 de julio de 1898. 
En 1900 se le declaró territorio de Estados Unidos. En agosto de 1959 Hawai fue oficialmente reconocido como un estado más de la Unión.

Los estadounidenses comenzaron su avanzada a partir de su frontera vertical, que en un principio corría desde New Hampshire hasta Georgia. Una de las primeras adquisiciones territoriales fue la compra del territorio de la Louisiana y la Florida occidental a los franceses en 1803.

El presidente Thomas Jefferson pagó por estos territorios 15 millones de dólares de aquel entonces.
 De un golpe, Estados Unidos se convirtió en una potencia continental, propietaria de vastos recursos que le daban mayor independencia de Europa.

Este primer éxito sentó el precedente de la expansión territorial futura.

La frontera vertical se movió rápidamente hacia el Oeste. El territorio se formó hasta Missouri y luego se saltó hasta California hacia 1824.

La parte intermedia, las praderas y montañas ubicadas entre el río Mississipi y la Sierra Nevada, siguió perteneciendo a algunas tribus indígenas hasta finales del siglo XIX. Louisiana, Florida, Arkansas y Texas comenzaron a poblarse de estadounidenses en la década de 1830.

La primera gran avanzada hacia el Oeste (1824-1848) coincidió con un intenso flujo de migración de europeos a los Estados Unidos. Entre 1830 y 1850 la población de los Estados Unidos casi se duplicó, pasando de 12.9 a más de 23 millones.

A mediados del siglo XIX, el descubrimiento de oro en California provocó la “fiebre del oro”, misma que triplicó la población en esa zona: de 92 mil habitantes en 1850, a 380 mil en 1860.

El estado de Oregon, al noroeste, también atrajo a miles de personas a partir de 1842, motivados por informes entusiastas de algunos misioneros interesados tanto por la fertilidad y posibilidades comerciales de la zona como por la conversión de indios.

Para la década de 1850 había dos fronteras: una que avanzaba hacia el Oeste, más allá del Mississippi; y la otra que iba hacia el Este, desde California y Oregon, por la región de las Montañas Rocallosas. 
La brecha entre las dos zonas de avanzada se cerró en 1847 cuando los mormones llegaron a Utah.

El impulso imperialista desplazó a tribus enteras de indios norteamericanos de sus tierras.
 Hubo traslados forzosos de indios de Nueva York, Michigan y Florida hacia el Medio Oeste.

El gobierno quería conformar una “barrera india permanente”, pero fracasó porque los blancos no tardaron en conquistar también las regiones indias.

Cuando en 1842 se abrió la ruta de Oregon, miles de pioneros atravesaron las Grandes Planicies e invadieron las tierras indias, arrasaron los pastizales, perturbaron la cacería y violaron tratados.

Hubo comunidades indígenas, como los sioux y los apaches, que presentaron resistencia, pero al final fueron derrotados.

En 1851 se promulgó la ley de asignaciones indígenas, que encerró a las tribus en “reservaciones”: esto es territorios que les son exclusivos pero que no les permiten crecer, son cárceles territoriales donde no pueden desarrollarse plenamente.

Texas proclamó su independencia en marzo de 1936 y fue una República independiente hasta 1945, cuando se anexó a los Estados Unidos.

Esta anexión provocó la guerra entre México y Estados Unidos, misma que terminó cuando se firmaron los Tratados de Guadalupe Hidalgo.

En 1848 Estados Unidos se apropió de 2 millones 500 mil kilómetros cuadrados de territorio mexicano, a cambio de los cuales se comprometió a pagar 15 millones de dólares. 
Este enorme territorio comprendía los actuales estados de California, Nevada, Utah, la mayor parte de Arizona, Nuevo México, Texas, así como partes de Kansas, Oklahoma, Colorado y Wyoming.

En 1853 México se vio obligado a vender a los Estados Unidos el territorio de La Mesilla (con 110 mil kilómetros cuadrados), para que se construyera ahí una ruta de ferrocarril a California. 
Con esta adquisición, la República transoceánica de los Estados Unidos quedó completa.

En 1867, Rusia vendió a los Estados Unidos la península de Alaska por 7 millones 200 mil dólares; y ese mismo año las lejanas y desocupadas islas Midway en el Pacífico también pasaron a formar parte del imperio norteamericano.

En 1898, a raíz de la guerra Hispano-norteamericana que pretendía “liberar a Cuba del yugo español” (y de paso dotar de un gran mercado a los Estados Unidos), España les cedió las Filipinas por 20 millones de dólares.

España reconoció también la independencia de Cuba y cedió Puerto Rico y Guam directamente a su vencedor. Entre 1898 y 1899, las islas de Hawai, las islas Samoa y las Islas Vírgenes fueron anexadas a los Estados Unidos.

El origen del Destino Manifiesto

Los principios que consolidaron la doctrina del Destino Manifiesto en el siglo XIX, se arraigaron en la mentalidad de los norteamericanos durante la fundación de las colonias inglesas en Norteamérica en el siglo XVII. Aunque la manifestación más evidente de esa doctrina nacionalista se expresa en el campo de la política, su esencia es religiosa.

Los ingleses que colonizaron la costa

Este del territorio que sería Estados Unidos estaban profundamente inmersos en su religión (el puritanismo, una de las ramas del protestantismo) y su vida comunitaria y política se desarrollaron en un estricto apego a la ley moral, con el convencimiento de que el Nuevo Mundo era la “Tierra Prometida” donde cumplirían la misión encomendada por Dios.

Así, en el periodo colonial se encuentra el punto de partida del ideal estadounidense de ser un “pueblo elegido” entre los demás del mundo.

Este sentimiento de “excepcionalidad virtuosa” fue uno de los rasgos de identidad que alentó a los colonos a buscar su independencia de Inglaterra en 1776.

Desde su origen como nación, el sueño de Estados Unidos ha sido encontrar la perfección social a través de un triple compromiso: con la divinidad (cumpliendo con el destino impuesto por Dios), con la religión (observando una moral intachable) y con la comunidad (defendiendo su libertad, su seguridad y su propiedad).

A lo largo de la historia, los políticos estadounidenses han invocado el favor de Dios en sus discursos y han insistido en la “misión trascendente” que la nación tiene que cumplir.

La imagen nacional que los Estados Unidos tienen de sí mismos, como protectores y defensores de la legalidad, la libertad y la democracia, se funda en la creencia de que poseen una superioridad moral (porque son el “pueblo elegido”).

Esta suposición les ha permitido justificar su intromisión en los asuntos internos de otros pueblos (que no son “elegidos de Dios”) o de plano la violencia contra ellos. 
La primera actitud intervencionista inspirada por el espíritu del “Destino Manifiesto” fue la obsesión de los colonos ingleses por desplazar de sus tierras (o bien exterminar) a los indígenas norteamericanos.

En cuanto a su relación con otras naciones, Estados Unidos tiende a manejar sus relaciones exteriores como si se tratara de una cruzada moral. Generalmente justifica sus acciones con dos argumentos, ya sea el de la “nación fuerte que protege a la débil”, como pueden constatar la gran mayoría de las naciones americanas; o bien el de “la lucha contra el Mal para defender la libertad y seguridad del mundo”, como actualmente alega respecto de su invasión de Afganistán.

La historia de las relaciones exteriores de los Estados Unidos provee infinidad de ejemplos de la política del “Destino Manifiesto”. Algunos de ellos son:

• Doctrina Monroe (1821) declaró que ninguna nación americana independiente debía volver a ser sometida por Europa y que Estados Unidos intervendría si consideraba que se afectaban sus intereses

• Anexión de Texas (1845), guerra con México (1846-48) y anexión de más de la mitad de su territorio

• Guerra con España para libertar a Cuba (1898)

• Doctrina Truman (1946), mediante la que Estados Unidos comprometía su poder militar y su fuerza económica para la defensa de países contra el comunismo (entendido como el “Mal”)

• John F. Kennedy expandió la “nueva frontera”, la comercial, a través de la “Alianza por el progreso” en América Latina (1961)

• La multimillonaria inversión en fuerza militar (“Guerra de las galaxias”) de Ronald Reagan

• Construcción del Canal de Panamá (1901-1914)

Aunque la doctrina del Destino Manifiesto se interpretó especialmente en relación con la expansión territorial, después impulsó otro tipo de destinos: ser potencia mundial a nivel industrial, tecnológico, económico, deportivo, así como en artes y ciencias.

Raíces religiosas

En el siglo XVI hubo un cisma religioso que dividió a Europa en dos grupos enfrentados: los católicos y los protestantes.

Esta tremenda sacudida política y espiritual se conoce como la Reforma, y dio inicio a una aguda competencia entre países católicos y protestantes.

En el Nuevo Mundo la España católica y la Inglaterra protestante pretendieron llevar a cabo sus ideales espirituales, políticos y económicos. 
Cada potencia compartió en sus inicios colonizadores el mismo furor religioso e ímpetu evangelizador con respecto a los nativos, pero los principios de cada religión crearon sociedades coloniales muy distintas.

La base de la tradición cultural estadounidense está constituida por la migración de puritanos (calvinistas) a Massachusetts, en la costa norte del Atlántico. 
El puritanismo era una de las iglesias que derivaron del protestantismo. 
A Norteamérica también llegó gente perteneciente a otras iglesias protestantes, como anabaptistas, cuáqueros, presbiterianos, evangelistas, etcétera.

Los puritanos que desembarcaron en Massachusetts en 1626 creían que estaban estableciendo la “Nueva Israel” en América. 
Esta idea se enraizó en la imaginación norteamericana al grado que en 1776, para crear el sello nacional de Estados Unidos, Benjamin Franklin y Thomas Jefferson propusieron la imagen de la “Tierra Prometida”. Franklin pensó en la representación de Moisés dividiendo el mar Rojo con el ejército del faraón persiguiendo a los judíos; Jefferson sugirió la de los hebreos guiados a través de la noche por una antorcha.

Los puritanos, como protestantes radicales que eran, se consideraban elegidos de Dios para colonizar las nuevas tierras, aun a pesar de la resistencia indígena. 
El ministro puritano John Cotton escribió en 1630: “Ninguna nación tiene el derecho de expulsar a otra, si no es por un designio especial del Cielo, como el que tuvieron los israelitas, a menos que los nativos obraran injustamente con ella.

En ese caso tendrán (los colonos) derecho a entablar legalmente una guerra con ellos y a someterlos a ellos”. Los colonizadores puritanos tenían una misión: engrandecer su nueva patria para alabar a Dios.

El puritano John Winthrop escribió: “Seremos una ciudad en la montaña, los ojos de todas las personas están sobre nosotros”.

El protestantismo constituye un modo de vida. 
Los puritanos actuaban, pensaban y vivían con base en la ética protestante. 
Consideraban la religión como un instrumento formativo del carácter nacional.

El protestantismo fue utilizado como la única fuerza que podía unificar a la comunidad, así como dar orden y coherencia a la vida social. 
Los principios básicos del protestantismo son:

• El hombre salva su alma a través de la fe y no de los actos.
 No hay libre albedrío.

• Todos los hombres están predestinados a salvarse o ser réprobos (no salvos). 
Sólo Dios decide quién se salva y quién no. 
El ser humano sabe si se salvó hasta el momento de la muerte.

• La lectura de la Biblia no es exclusiva de las autoridades eclesiásticas.

Cada hombre tiene el derecho, e incluso la obligación, de interpretarla libremente. 
Por lo tanto todos los protestantes deben saber leer. 
Esto se conoce como el “libre examen”.

• Todos los hombres son “sacerdotes”, no se reconoce una jerarquía eclesiástica.
 La relación con Dios es más “directa” porque no hay intermediarios.
 Asimismo, la relación entre creyentes es más igualitaria.

• No reconocen la virginidad de María ni el culto a las imágenes.

Se ha dicho que la religión protestante es pesimista porque nadie sabe si salvará su alma, a pesar de las buenas acciones que se empeñe en realizar en vida.

Sin embargo, la ética protestante es muy pragmática y desarrolló una manera de interpretar el destino de los hombres, con el fin de brindar una esperanza de salvación.

Los “signos de salvación” se expresan de la siguiente manera:

• Dios confirió a cada hombre una vocación (calling) o misión que debe desempeñar en la Tierra.
 El ser humano alaba a Dios en la medida en que cumple con su misión.

El éxito en el mundo depende de llevar a buen término la vocación personal, que expresa el deseo de Dios para cada ser humano.

• El hombre glorifica a Dios a través del trabajo (“Laborare este orare”, es decir “trabajar es orar”). 
El trabajo que realiza cada ser humano es muy respetable porque cualquiera que sea su profesión, si la lleva a cabo bien (de manera estable, próspera, exitosa) significa que está cumpliendo con su vocación.

La riqueza que se obtiene a través del trabajo es una señal de aprobación divina, aunque no es un fin en sí misma. 
Se condena de manera contundente la ociosidad y la relajación de las costumbres.

Al respecto, nos ilustran las palabras de Benjamín Franklin: “acostarse temprano y levantarse temprano hacen al hombre rico, sabio y sano”. O bien el dicho que reza: “Ayúdate que Dios te ayudará”.

• El hombre descubre “signos” de salvación en el éxito que Dios le permite tener en su vida, porque significa que está cumpliendo con su vocación, aunque nunca puede estar seguro de haberse salvado.

Los réprobos son aquellos que no son bendecidos por Dios, y por lo tanto fracasan en la vida. El fracaso se expresa como pobreza material o desaprovechamiento de recursos.

Según la visión del mundo protestante, el hombre, raza o nación que goza de prosperidad, salud y felicidad puede estar prácticamente seguro de que ha sido elegido por Dios.

Entonces la misión de los elegidos es guiar a los demás (réprobos) para alcanzar la felicidad, salud y prosperidad. Si un individuo “fracasa”, también es susceptible de ser “rehabilitado” por lo elegidos, o bien puede ser eliminado sin remordimientos.

La elección divina y misteriosa de unos para ser salvados y la de otros para no serlo, provoca la discriminación de los que se sienten elegidos hacia los que “probablemente” no lo serán. Esta discriminación se extiende al campo político y racial.

En el periodo colonial los misioneros pregonaban que Dios dispuso que los ingleses protestantes trabajaran las extensas tierras de Norteamérica, a cambio de la evangelización de los naturales.

Los colonos creían que confrontaban “fuerzas satánicas” en los nativos americanos, y que su obligación era llevarles la luz de la civilización y de la religión.

Si un nativo infringía alguna de las severas leyes puritanas, la multa era pagada entregando tierra: así el despojo a los indios adquiría un aspecto “legal”.

Con la independencia de Estados Unidos los colonos secularizarán al máximo la doctrina, que acabará siendo la que conocemos como Destino Manifiesto (o bien destino patente o evidente).

Una de las principales justificaciones para el expansionismo estadounidense, se fundamenta en esta idea de origen religioso: los Estados Unidos deben civilizar a todas aquellas razas o naciones consideradas réprobas por su pobreza, por su situación de caos a cualquier nivel, por su incivilización o por representar un peligro para la seguridad de la nación norteamericana.

Asimismo, el “self-made man” (“el hombre que se hace a sí mismo”) se convirtió en el modelo de norteamericano porque representa al inmigrante que obtiene el éxito a través del trabajo duro, de la competencia con otros y, sobre todo, rindiéndole cuentas a Dios

Walt Whitman (1819-1892), de quien puede pensarse que es el máximo poeta de la literatura estadounidense, expresó a través de sus escritos las convicciones del Destino Manifiesto. 
Whitman decía que el pueblo norteamericano no debía imitar a la civilización europea porque era ajena a la realidad de los Estados Unidos.

El poeta creía que la fuente de inspiración de la cultura estadounidense debía emanar de la propia naturaleza americana. Whitman exaltaba todas las regiones de Norteamérica pero especialmente los territorios del Oeste, pues estaba convencido de que ahí nacería la auténtica cultura estadounidense. Para él, la costa

Este representaba el pasado porque se había desarrollado bajo la sombra de Europa; en cambio, el futuro se encontraba en los territorios por explorar. Whitman quería que la Unión americana se expandiera hasta incluir el Caribe y Centroamérica. Escribió en 1846:

Nos encanta disfrutar con pensamientos acerca de la futura extensión y poderío de esta república, porque con su crecimiento, crecen la felicidad y libertad humanas.

Según Whitman, para escribir su obra capital, Leaves of Grass, publicada en 1855, tuvo en mente las regiones del Mississippi y de las grandes llanuras centrales, las montañas Rocallosas y los paisajes del Pacífico. Otro de sus poemas célebres es “Pioneers! O Pioneers!” (“¡Pioneros! Oh ¡Pioneros!”), publicado en 1865.

Aquí el poeta predice que los norteamericanos conquistarán la naturaleza indomable y escalarán las montañas que los separan de la costa del Pacífico, donde inaugurarán una nueva era en la historia de la humanidad.

En otros de sus poemas habla de la expansión territorial y de los beneficios de la civilización, como en “Years of the Unperform’d” donde hace una alabanza a los colonizadores que llevan la tecnología a donde van, como el barco de vapor, el telégrafo eléctrico, el periódico, la maquinaria mecánica, etcétera.

La pintura de paisaje: el Destino Manifiesto en el arte

Uno de los aspectos culturales más notables que produjo la expansión territorial fue la ampliación de la percepción del paisaje estadounidense. 
La nueva manera de entender el escenario natural fue plasmada por la pintura de paisaje, el género artístico más importante del arte estadounidense del siglo XIX.

Entre 1825 y 1865 los artistas se interesaron primordialmente por dos grandes escenarios, el valle del río Hudson y las montañas Rocallosas.

A medida que la nación expandía su territorio y dominio, comenzaron a aparecer vistas del Oeste e incluso algunos panoramas sudamericanos pintados por artistas-exploradores, como Frederic Edwin Church o Albert Bierstadt.

La mayoría de estos nuevos paisajes, encargados por terratenientes y empresarios, cumplieron con la función de dar publicidad a las posibilidades expansionistas y comerciales que ofrecían tierras lejanas para aquellos inversionistas que detentaban la doctrina del Destino Manifiesto.

El paisaje se convirtió en un símbolo de identidad nacional. Los artistas presentaban el espacio geográfico americano con proporciones monumentales e iluminado por una luz dorada, implicando que la tierra era bendecida por Dios.

La grandiosidad de la naturaleza norteamericana es presentada como una revelación del designio divino de fundar en ella el Reino Terrenal de Dios.

Cuando en estos cuadros hay referencias a la civilización dominante, se muestra una relación armónica entre el hombre (pionero) y el entorno natural.

En cambio, cuando retratan indígenas, se les muestra lejanos de esa civilización, escondidos en los bosques o huyendo de las caravanas de los pioneros, o bien como “buenos salvajes” que pueden ser integrados.

Otro elemento simbólico que puede encontrarse en la pintura de paisaje es el ferrocarril, capaz de superar todos los obstáculos naturales. 
Este titán es convertido en el paradigma del progreso y de la civilización, pero también en instrumento de la especulación de la tierra, pues abre mercados y da valor a la tierra que lo rodea.

Así, el ferrocarril es asimilado armónicamente a la pintura y convertido en símbolo del “paisaje civilizado”.

Un rasgo característico de la pintura de paisaje relacionado con el pionero ideal que coloniza, o con el mito de los aventureros comerciales e industriales que conquistan al mundo, es el punto de vista del artista, que es una “mirada desde la altura”.

Traza una línea visual desde las tierras altas hacia el panorama bajo que desde ahí se contempla. 
Esta mirada desde lo alto implica un patriótico deseo de poder y de control individual sobre lo que se ve.

Así representan los artistas al Destino Manifiesto de los norteamericanos quienes, desde lo alto, buscan nuevos mundos que conquistar. 
Establecen una conexión simbólica entre el punto de vista y el ansia de dominación que da forma a la doctrina del Destino Manifiesto.

Los principales artistas que practicaron la pintura de paisaje son: Thomas Cole, Asher B. Durand, Albert Bierstadt, Frederic Edwin Church y Emanuel Gottlieb Leutze. Una de las obras más famosas que trata el tema de la expansión hacia el Oeste es el proyecto de mural para el capitolio de Estados Unidos, “Hacia el Oeste, el curso del imperio encuentra su camino”, de Emanuel G. Leutze, realizado en 1861.
 Aquí Leutze retrató a pioneros hombres y mujeres, guías de montaña, vagones y mulas avanzando hacia el Oeste, acatando el mandato divino de peregrinar hacia la Tierra Prometida.

En esta obra se destacan los retratos de dos exploradores, el capitán William Clark y Daniel Boone, que señalan la bahía de San Francisco, en California. 
En el cielo un águila sostiene la leyenda “Hacia el oeste, el curso del imperio toma su camino” que da título a la obra, mientras que los indios americanos escapan de los pioneros.

Entre 1927 y 1941, el escultor Gutzon Borglum llevó a cabo una tarea colosal: ayudado por 400 mineros, esculpió en una montaña en Keystone, Dakota del Sur, las efigies colosales de cuatro ex presidentes estadounidenses: George Washington, Thomas Jefferson, Abraham Lincoln y Theodore Roosvelt.

Esta escultura monumental se conoce como el Mount Rushmore National Memorial; está ubicada a 1,900 metros sobre el nivel del mar y es uno de los más populares atractivos turísticos de la cordillera de las Rocallosas y un símbolo de la nación norteamericana.

Las efigies de los de los presidentes norteamericanos son un monumento al mito del Destino Manifiesto. ¿Qué tienen en común los mandatarios allí representados? 
Todos contribuyeron al crecimiento y desarrollo de su nación desde las perspectivas territorial, económica y política.

Washington fomentó intensamente la exploración del entonces desconocido y promisorio Oeste.

Jefferson duplicó el territorio norteamericano con la compra de la Luisiana y envió exploradores para encontrar una ruta al Pacífico, con lo que promovió la colonización del Oeste y, eventualmente, la obtención de Texas y del enorme territorio que perteneció a México hasta 1848.
 Lincoln mantuvo la cohesión de la Unión y Roosvelt construyó el Canal de Panamá, con lo que se cumplió el sueño de contar con una vía comercial interoceánica.

El expansionismo del siglo XIX consolidó el dominio continental de los Estados Unidos.
 En el transcurso de ese siglo los Estados Unidos se convirtieron en una República transcontinental que se extendía de un océano a otro.

Para 1850 el país casi había alcanzado sus actuales límites territoriales, con la excepción de Alaska, Hawai y una parte de Arizona que sería adquirida en 1853 por el Tratado Gadsden.

El crecimiento geográfico de los Estados Unidos fue el primer paso para la penetración económica y para la dominación política posterior.

Así, el expansionismo se convirtió en un objetivo nacional que, como se demostró en la guerra contra México (1846-1848), ofrecía a los norteamericanos la posibilidad de convertirse en una potencia mundial.

Hay que decir también que el monumento del Monte Rushmore es un testimonio del sometimiento de la población nativa estadounidense. 
Este monumento se encuentra en uno de los Montes Negros de la cordillera de las Rocallosas.

Los Montes Negros son bien conocidos por la población indígena americana por ser considerados un sitio sagrado en la tradición Sioux.

Ahí se celebraban ceremonias rituales para los espíritus de los guerreros muertos y se acudía a rezar al “Gran Espíritu”. Después de la sangrienta guerra Sioux de 1865-67, el gobierno de los Estados Unidos creó la Gran Reservación Sioux en los Montes Negros.

Sin embargo, en 1874, el General Custer violó el acuerdo al internar en este territorio un ejército de mil soldados que obligó a los Sioux a refugiarse dentro de su propia reserva.

Más adelante, en 1890, el ejército norteamericano perpetró una masacre en la que murieron más de doscientos indígenas. 
Todavía a principios de este siglo, el territorio de los Montes Negros siguió siendo traspasado por el hombre blanco y hacia 1927, el escultor Borglum, con la autorización del gobierno federal, decidió erigir en ese sitio, sagrado para los Sioux, el monumento a los presidentes que expandieron la nación americana.

Así, mientras que para los Sioux este monumento es motivo de agravio histórico, los turistas norteamericanos lo visitan con admiración patriótica porque para ellos representa el sentido expansionista que sigue siendo un componente importante de su identidad nacional.

Fuente:

Ortega y Medina, Juan Antonio: Destino Manifiesto. Sus razones históricas y su raíz teológica. México, CNCA / Alianza Editorial Mexicana (serie Los Noventa), 1989

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