Ubicándome en el contexto del nacimiento del primer diario en Nicaragua, un Primero de Marzo de 1884, hace ya 139 años, a iniciativa de Rigoberto Cabeza, además, político y militar que reincorpora a nuestro territorio a la Costa Caribe Nicaragüense, desconociendo a Robert Henry Clarence quien se proclamó Rey Mosco al servicio de los intereses británicos, acción que permitió a Nicaragua retomar 50 mil kilómetros cuadrados de territorio que el colonialismo ingles ya nos había robado, me permito plantear como tema editorial el “PERIODISMO CON CONCIENCIA DE PATRIA” dado que hoy Primero de Marzo, los periodistas nicaragüenses estamos de manteles largos por ser nuestro día.
Debo recordar entonces y como reconocimiento a ese acontecimiento histórico, del surgimiento del diarismo en Nicaragua, que el 28 de febrero de 1964 la Cámara de Diputados y la Cámara del Senado de la República de Nicaragua, que en su conjunto componían el congreso de la república, se estableció el Primero de Marzo como el Día del Periodista Nicaragüense y eso vale un enfoque sobre este apostolado, sobre todo por lo que hemos vivido y estamos por vivir.
No debería preguntármelo, porque la respuesta debería ser evidente, pero dado que en nuestro medio hay tantos contra sentidos, me he planteado reflexionar si el periodismo crítico en los actuales tiempos, donde la globalidad del planeta es una burbuja muy volátil, insegura e inestable, sobre todo ahora debe ser para destruir o para construir, y me lo pregunto porque hay quienes por sus acciones y actitudes no parecen estar muy claro de ello.
Desde hace mucho tiempo los periodistas escuchamos, de algunos que siempre han querido dictar cátedra sobre este oficio o profesión, clichés como que debemos estar en contra de los que están a favor y a favor de los que están en contra, que nuestra relación es irreconciliable con el poder, que la misión que debemos ejecutar es solo ver el punto negro en medio de la gran hoja blanca y negarnos el inmenso entorno que rodea al punto negro.
Es decir, si hacemos una cosa distinta a lo que afirman estos “catedráticos”, el periodismo deja de ser periodismo y se vende para volverse vocero del interés del poder.
Yo soy un periodista graduado en la universidad de la vida, lo digo con mucho orgullo, me formé bajo los escenarios dantescos de tres guerras en las que participé, la primera contra Somoza como un rebelde contra una brutal dictadura, la segunda contra las desviaciones de la revolución como un revolucionario frustrado que terminó concluyendo que había dado todo para nada porque ambos escenarios nos dejaron solamente años de atraso y la tercera la que el imperio y sus mercenarios nos impusieron en el 2018 y de todo corazón expreso, con el deseo más arraigado imaginable, que nunca más debemos volver a eso, que jamás las guerras deben ser opciones de solución porque ellas siempre nos hicieron perdedores a todos y porque no hay mejor vía de solución a cualquier conflicto que no sea el propósito de la paz, desde un ambiente de paz.
Después de eso me involucré en las campañas electorales de Doña Violeta con la UNO, con Arnoldo Alemán y el ingrato de Enrique Bolaños en el PLC y después con José Rizo en el 2006, q.e.p.d y otra vez con Arnoldo Alemán en el 2011, ya estos dos últimos en plan de perdedores ante el actual presidente Daniel Ortega Saavedra.
En todo ese tiempo, desde 1975 que me involucré en acciones insurreccionales, hasta el 2011 que decidí desactivarme del Partido Liberal Constitucionalista, pasaron 45 años para aterrizar y darme cuenta que yo también fui parte del mal causado y que mucho de ello empezó cuando inicié haciendo mis pininos periodísticos, allá por 1982, cuando me inspiró también aquello de que nuestra relación con el poder debe ser irreconciliable y que los periodistas nacimos para ser ajusticiadores del poder y quizá por eso fui opositor a Doña Violeta, a Arnoldo Alemán, aunque fui funcionario de su gobierno por tres meses y del tristemente célebre e ingrato Enrique Bolaños, a los que ayudé a llegar a la cúspide a riesgo de mi propia vida y por supuesto opositor después a Daniel Ortega en el quinquenio del 2007 al 2012, al que consideraba mi enemigo porque desde que volvió a la silla presidencial lo miraba como el que nos traería todos aquellos errores cometidos en la década de los 80s sin que ninguno de ellos, gracias a Dios, se repitiera hasta nuestros días, por el contrario hay mil años luz entre el Ortega de los ochenta, que no pudo gobernar solo con el Ortega de nuestros días.
A los que ya tenemos un largo recorrido y hemos escuchado también las voces sabias de quienes todavía nos aventajan en éste oficio o profesión, y que con su amplia experiencia han alimentado la madurez profesional y ciudadana que ahora atesoramos, nos preocupa que esa tesis irreconciliable contra el poder se siga alimentando en los recintos universitarios a los hombres y mujeres de prensa que aspiran a ser nuestros relevos con el discurso de que somos los grande fiscalizadores de la cosa pública, pero pretendiendo ponernos la toga de jueces y encima de esta la inmunidad para que nadie nos fiscalice a nosotros, los periodistas, los que óigase bien, podemos ser o bomberos que apaguen el fuego o combustibles que lo aviven.
Poniendo en perspectiva la idea lo que quiero decir es que sí, el periodismo, debe ser un fiscalizador de la cosa pública porque es de todos, pero debe ser una fiscalización objetiva y constructiva, señalar errores con el propósito de inducir la enmienda no para ofender o herir sin razón, con un lenguaje que de previo condena, que de espacio a las explicaciones y no empinarnos en la mentira porque eso es lo que determina el interés político en varios que conozco y que se lanzan sobre otros colegas a los que llaman vendidos por no decir las cosas como los “catedráticos” de la comunicación social exigen y por ello se creen los oráculos de esa verdad y que en consecuencia, dicen, que no se les debe cuestionar para nada porque hacerlo es ir contra la libertad de expresión.
Nuestro país vive atrasado porque el periodismo que ejercimos muchos, pensando en que había que mantenernos en guerra con el poder lo llevó a ese estado, creando en la sociedad la imagen de que todo aquel que lo alcance, no importa cómo se llame, de donde venga, qué orientación política o ideológica tenga o qué proponga, hay que acabarlo de todas formas, porque para eso es el “periodismo” y lo que hicimos fue ambientar guerras que siempre supimos cómo empezaron, porque las encendimos nosotros, cosa que no cuesta nada, pero nunca calculamos que terminarían sin vencedores y con miles y miles de muertos y ahora, otra vez a la carga para insistir en la imbecilidad de la violencia y de la guerra, que algunos viejos que la estimulan con sus análisis dislocados no las pelearían porque para eso piensan está la juventud a nombre de la que hablan pero no para empoderarla por su futuro sino para enviarla a morir como carne de cañón porque así quieren esos “paladines” que ya pagan sus maldades.
A mí me dicen que estoy cañoneado por pensar como pienso y me tiene sin cuidado. Yo vivo como periodista de la publicidad, de los comerciales, de los patrocinios, pero lo importante al final no es lo que recibo sino lo que entrego y lo que doy y eso es paz, tranquilidad, reconciliación, estabilidad, seguridad, perdón, armonía, sin que eso signifique también que sea crítico contra aquel que pregona la anarquía y la sedición por intereses que van más allá de la auténtica democracia.
¿Los que me cuestionan no viven del maná caído del cielo o es que acaso los editorialistas, los editores de noticias del partido de papel de la carretera norte, los espacios de televisión, de emisoras radiales, no reciben sueldos, plata, ayudas económicas, financiamientos, por exaltar solo lo negro lo que los convierte en mercenarios del amo imperial?
Todo eso lo venían recibiendo de sus empresas, de la embajada americana a través de la USAID y eso no los hace periodistas independientes, ni objetivos y menos dueños de la verdad porque siempre ésta tendrá hasta tres caras, la de ellos, la nuestra y la de todos y tampoco les confiere ser merecedores de una medalla como “salvadores de la patria o como guerreros contra el poder” porque les pagan para decir lo negro, porque dicen y escriben lo que otros piensan y ni siquiera para atacar a alguien en particular, sino que lo hacen indiscriminadamente para destruir al país, que es el país de sus padres, de sus familias, el país donde está el hogar, donde viven los hijos y los amigos, el país que conocemos como la palma de la mano y en el que habitan todos nuestros recuerdos y vivencia, es decir para destruir a la Nicaragua que no es de nadie, pero que es de todos, incluso de aquellos que no la merecen, siempre y cuando no hayan llegado al extremo de traicionarla con el puñal que puso en sus garras el amo extranjero.
Pienso que el periodismo debe reconciliarse con la verdad y la primera gran verdad es que es un crimen seguir patrocinando desde nuestros editoriales el descarrilamiento del país por contenidos eminentemente políticos que no tienen ninguna relación con lo plantean algunos agitadores de la fatalidad con el pretexto de invocar una dictadura que no existe, un estado de pánico que no se ve, un pueblo indignado que ahora se sabe estafado y un retroceso que contrasta con toda la infraestructura que se ve por todo el país, solo para citar algunos elementos que golpean la imagen de Nicaragua porque ha sido construida por la maldad pregonera del odio.
Hay que plantear cada problema como la oportunidad de encontrar en ellos una solución. Hay que ver en cada punto negro que descubramos un misterio a resolver y no un frente de ataque. Hay que comprender que las debilidades de Nicaragua están en la mente de los que se niegan a ir al futuro por el miedo de reconocer la gran verdad y es que el país está cambiando por la voluntad de los que se cansaron de anclarse en el pasado.
Yo estoy recorro el país y descubro que, así como la mayoría de los managuas, en el interior, en los pueblos, también la gente mayoritariamente sabe que hay periodistas patrióticos que proclaman una Nicaragua en desarrollo y en paz y que hay otros que en su mezquindad viven solo para la maldad y esos ya sabemos quiénes son, dónde están y porqué fueron merecidamente desnacionalizados.