Pablo Gonzalez

Nicaragua: Arlen, la chinita de San Felipe


Derrotado el Kuomintang a manos del ejército campesino comunista de Mao, millones de chinos se desparramaron por el mundo y un puñado de ellos llegó para quedarse en un pequeño pueblo de la Meseta caraceña.


Los chinos abrieron sus bodegas de abarrotes, ferreterías, almacenes de telas y mercaderías varias para el hogar, además de los tradicionales restaurantes de comida oriental, dominando junto a los árabes (llamados “turcos”) el comercio de Jinotepe y como era previsible, se mezclaron con la población local dando origen a generaciones de jóvenes chino-nicaragüenses, muchos de los cuales también sentirían la obligación de luchar contra la dictadura somocista que ahogaba en sangre al pueblo nicaragüense.

El límite norte de San Felipe, nuestro barrio, coincidía con la calle de los comercios chinos cuyos dueños casi siempre tenían sus casas de habitación junto a sus negocios.

 Ese era el caso de don Armando Siu (según dicen, antiguo soldado de Chiang Kai-shek) un chino además de sonriente (pues pareciera que todos los chinos siempre sonríen), verdaderamente amable y su esposa caraceña, doña Rubia, cuyos niños crecieron jugando “revueltos” con los chavalos pobres del barrio.

Arlen Siu, una de las niñas de este matrimonio intercultural, era una muchachita flaca y un tanto seria, pero que tocaba la guitarra y cantaba en el poche de su casa, en las gradas de la panadería de enfrente y un poquito más tarde y sin mucho alboroto, en las comunidades campesinas y en los barrios marginales del departamento. 

Un día se perdió del pueblo, desapareció del barrio y sus calles pues (también sin alboroto) se fue junto a mi hermano Jorge, con Mario y Hugo a encontrase con su destino, a luchar por nuestro pueblo y por sus propios sueños y utopías.

Teniendo en cuanta las posibilidades económicas de su familia, Arlen pudo alcanzar cualquiera de las metas que normalmente un joven burgués se traza desde niño, pero ella dispuso otra cosa: Quiso ser pueblo, quiso ser guerrillera, quiso reivindicar a su “María rural”.

Hoy, en conmemoración de aquél primero de agosto cuando ella, Mario Estrada, Hugo Arévalo, Julia Herrera, Gilberto Rostrán, Mercedes Reyes y los hermanos Juan y Leónidas Espinoza, cayeron combatiendo en El guayabo, en lucha desigual contra la genocida guardia nacional, les entregó una carta del puño y letra de la chinita de San Felipe, cuyo contenido e historia me fue facilitada generosamente por la compañera Sagrario Carvajal, maestra, enfermera y capitana retirada de las Tropas Especiales “Pablo Úbeda”, por entonces compañera de clases y amiga cercana de Arlen Siu.

En 1969, Arlen cursaba (junto a Sagrario) su segundo año en la Escuela Normal de Señoritas de San Marcos, una institución educativa pública encargada de formar futuras maestras para las escuelas primarias del país, pero dirigida por una directora extremadamente somocista, al igual que casi todo su planta de profesores.

A finales de 1969 (once días antes de concluir el año lectivo), Sagrario es abruptamente expulsada de la Normal de Señoritas, antes de los cual la joven estudiante es interrogada violentamente en la propia dirección del centro por elementos de la guardia nacional, interrogatorios que poco después también sufrirían sus padres.

Este es el texto íntegro, original y sin corrección alguna de la carta de Arlen a Sagrario, luego del incidente de la Normal de Señoritas de San Marcos.

“21/11/69

Querida Sagrario:

Recibí tu carta y me dio mucho gusto, pues yo deseaba contarte muchas cosas.

Estoy de acuerdo contigo de lo que te hicieron fue algo inaudito ya que yo sé que tú siempre andabas conmigo y no nos portábamos tan mal, quien sabe que tema te tenían, pero no te desanimes; estudia mucho para que puedas pasar el año, quiero que sepas que todas nosotras lo estamos deseando y quien más lo desea soy yo.

Si hubieras visto en que trance nos encontrábamos el jueves cuando nos dimos cuenta que las habían sancionado, creo que allí demostramos que aunque sólo vivíamos peleando entre todas, a pesar de todo nos queríamos, si hubieras visto a las muchachas como lloraban, yo me estaba aguantando pero de pronto estallé también.

Si superas con qué decepción dijo don Silvio “Cómo se derrumbaron nuestros planes”.

Pero pensamos que haremos el intercambio de regalos a pesar de todo con tal de que ustedes vengan. Te avisaremos cuando será.

Tarada, quiero que sepas que ahora más que nunca deseo tu amistad, yo te conozco y se como eres, quisiera que vinieras a mi casa para que platiquemos muchas cosas, te mandaré algo para que lo tengas de recuerdo y siempre guardaré el lavanderito, dicen las muchachas que te escribirán y te cuento que asta la vez voy bien pero no se como voy a salir en castellano, hoy fue el examen y rendi bastante, mañana voy con Don Jorge y no he tocado el cuaderno, deséame suerte.

(Sabes esta carta te llegará mañana que para ti es hoy, peo yo estoy en ayer o sea en viernes). No te escribo más porque a acostarme para levantarme temprano, y poder estudiar algo, son muchas las cosas que quisiera decirte pero no puedo, quiero que vengas a mi casa. No llores, portate valiente y optimista, recuerda que no debes dejar vencerte por esas personas que no saben quererte, bueno tú me entenderas, me despido Tarada, y recuerdame, te adora esta tarada, loca, (china). Escribeme.”

A simple vista la carta pareciera ser una comunicación epistolar común y corriente. Sin embargo, teniendo en cuenta el contexto y los acontecimientos que dieron origen a la misiva y analizando las frases y ciertos datos crípticos incluidos en su texto (como el “recuerda que no debes dejar vencerte por esas personas que no saben quererte” en alusión a la GN), al final podemos inferir la personalidad consecuente, fraterna y solidaria que ya para entonces se empezaba a manifestar en la chinita de Jinotepe.

Según cuenta Sagrario, el motivo de tales acciones represivas fueron unas “pintas” subversivas en contra del régimen dictatorial encontradas en los servicios higiénicos del centro educativo. “Abajo Somoza”, “No más ultraje a la mujer campesina” y otras, mezcladas con estrofas de algunas canciones de Joan Manuel Serrat, por entonces precursor de la llamada “nueva canción”, influenciada por los poetas republicanos antifranquistas de sutil y a veces abierto contenido político y social.

La GN (alertada e informada por la directora somocista de la Normal) descubrió que los marcadores con que habían sido escritas las proclamas anónimas, eran un regalo que el papá de Sagrario (de oficio conductor de buses) le había traído de un viaje de México. Lo que la asustada pero leal chavala no les dijo (aún bajo presión y amenazas) a los esbirros, es que varios de estos crayones, a su vez ella se los había regalado a Arlen, su compañera de aula y su mejor amiga.

La familia de Sagrario abandonó la ciudad de San Marcos y los caminos de estas muchachas se bifurcaron, aunque tiempo después -ya ambas comprometidas con la Revolución- a petición de Arlen se encontraron brevemente en un paraje solitario de Carazo y en otra ocasión, Sagrario cuenta que le llevó a Occidente un paquete de medicamentos.

“Está ultima vez no pude ver a mi chinita”, rememora visiblemente emocionada Sagrario, “me mandó al lugar donde yo trabajaba como enfermera a un correo, el que solamente me entregó un papelito con la lista de medicamentos, el lugar de la entrega y para asegurarse que era ella la que me escribía tan lacónicamente, me dibujo un ojito de mujer que siempre hacía cuando me escribía en aquellos años de adolescencia y juventud temprana”. 

“Hice un paquete con los medicamentos y materiales que ella me pidió, Agregué de mi parte unas cuajaditas y pancito que a ella le gustaban mucho y manejé hasta una encrucijada de carretera entre León y Chinandega. Ahí el corazón se me saltaba entre el miedo y la ansiedad por ver a mi chinita, pero en su lugar llegó un niño que me dijo que le diera el paquete, que la chinita me estaba mirando, pero no nos podíamos encontrar…”

Sagrario, que trabajo con tesón y sacrificio para criar y educar a dos buenos hijos, y a la vez poniendo siempre “su granito de arena” en las tareas de la Revolución Popular Sandinista, hoy es una señora que vive “enferma y feliz” como dice ella, en la soledad de su casa en una vieja colonia de Managua, rodeada de sus recuerdos, sus plantas y sus dos bulliciosos perritos. 

Con sus ojitos alegres (que tanto le gustaba dibujar a la chinita) y su voz aún firme, me apremia a que no olvide yo mencionar en estas línea, aquellos pequeños gestos de su amiga Arlen, que ya entonces demostraban que nació para la bondad y para intentar hacer una revolución social que dejara atrás las iniquidades del sistema.

“A principios de los noventa, me encontré con el comandante Luis Armando Guzmán Luna, compañero de lucha de Arlen en León y en la escuela guerrillera del Sauce y amigo mío desde nuestra juventud. Él me contó que Arlen siempre recordaba con tristeza mi expulsión de la Normal de San Marcos y manifestaba lo mucho que me quería. Estas frase de mi chinita, da sentido a toda mi vida” Dice profundamente emocionada Sagrario.

“Un día me llevó a la tienda de sus padres en Jinotepe y ella vio que me senté en un lindo taburete de madera cuyo forro estaba preciosamente tejido a mano. ‘Está de venta y es caro’ me dijo Arlen con su sonrisa pícara. Para mi gran sorpresa, al día siguiente se apareció en mi humilde casa de San Marcos con el taburete. ‘Te lo regalo’, me dijo con esa risita tan suya”.

“Éramos felices cuando íbamos sola las dos o acompañadas de otros muchachos también inquietos por la música y las cosas sociales, a los cuidos de las fincas cafetaleras de los alrededores de San Marcos a cantarles canciones cristianas o de Joan Manuel Serrat a los chavalitos hijos de los cortadores de café".



"Ella tocaba la guitarra y cantaba y yo le echaba la segunda. Fijate Edelberto, que a mí me crucificaban esos ácaros llamados ‘aradores’ en los cafetales, pero a la chinita no la tocaban. Que misterio, ¿verdad?”

Edelberto Matus.



María Rural
(Arlen Siu)

Por los senderos del campo
Llevas cargando tu pena
Tú pena de amor y de llanto
En tu vientre de arcilla y tierra

Tu tinajita redonda
Que llenas año con año
De la semilla que siembra
El campesino en su pobreza

Hoy quiero cantarte maría rural
Oh madre del campo
Madre sin igual
Hoy quiero cantar
Tus vástagos pobres
Tu despojos triste
Dolor maternal
Desnutrición y pobreza
Es lo que a vos te rodea
Choza de paja en silencio
Solo el rumor de la selva

Tus manos son de cedro
Tus ojos crepúsculos tristes
Tus lágrimas son barro
Que derramas en las sierras

Por esa razón en esta ocasión
Hoy quiero cantar
A tu corazón
Hoy quiero decirte lo que siento
Por tanta pobreza y desolación
Por la praderas y ríos
Va la madre campesina
Sintiendo frío el invierno
Y terrible su destino
Por los senderos del campo
Llevas cargando tu pena
Tú pena de amor y de llanto
En tu vientre de arcilla y tierra
Hoy quiero cantarte maría rural
¡Oh! madre del campo
Madre sin igual
Hoy quiero cantar
Tus vástagos pobres
Tu despojos triste
Dolor maternal

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