VATICANO: El más siniestro puntal imperialista

VATICANO: El más siniestro puntal imperialista

Nicaragua: “Firmes hasta caer el ultimo”

Dedicado a los guerreros idos recientemente, Allan Zúniga y Marco Tulio Navarro.

A mediados de agosto de 1856, Nicaragua tenía un nuevo mandatario (por segunda vez en su historia republicana, un extranjero), se reconocía oficialmente la esclavitud en el país y la oligarquía libero-conservadora llena de miedo ante el osado invasor que ellos mismos habían contratado, pactaba una tregua entre ellos y convocaba a tres ejércitos centroamericanos para luchar contra William Walker y sus filibusteros.

De porte más indígena que mestizo, nacido en el seno de una familia acomodada en el polvoso pueblo granadino de Nandaime, el coronel José Dolores Estrada Vado recibió en esos días de su general, Fernando Chamorro ( recutido en Matagalpa) la orden de patrullar los llanos de Boaco y cuidar una ruta de posible abastecimiento de las fuerzas filibusteras. 

Algunos compañeros de armas decían con sorna que sus jefes y los altos oficiales, todos oligarcas, en realidad lo mandaron a perseguir “a una banda de cuatreros”.

El coronel Estrada de ideas liberales, jefe del cuerpo expedicionario del ejército del septentrión, no tenía alta escuela militar, pero para entonces era ya un jefe experimentado con importantes victorias en las guerras civiles de la caótica época de la anarquía, casi siempre peleando en el bando conservador granadino. 

Sin embargo, sus jefes conservadores y aliados liberales, a juzgar por lo escrito por el historiador contemporáneo Jerónimo Pérez, no lo consideraban uno de ellos: “Estrada fue militar desde su juventud; pero demasiado común en sus capacidades, debía el ascenso al valor y a la honradez que poseía en alto grado”

Un llano inmenso cubierto de matorrales y potreros y casi en el medio, una casona de cuatro corredores con gruesas y altas paredes de talquezal y robustos corrales hechos de pedruscos superpuestos, llamada “hacienda de San Jacinto” la cual sería el escenario de la batalla realizada en dos tiempos.

Parecía que la escasa importancia estratégica de este lugar olvidado en medio de la nada, se la daba el abra para bestias y carretas que viniendo de Tipitapa, proseguía hacia Chontales y el septentrión. 

A simple vista, su única importancia táctica era el cerro que daba nombre a la propiedad y que servía de otero de los vigías de la pequeña y aburrida tropa que se cubría del sol de septiembre debajo de la escasa sombra de los chapernos y cornizuelos.

Los filibusteros tenían noticias de que los desolados y extensos territorios de Matagalpa, Chontales y Boaco “eran sitios que había que evitar” por la ferocidad de los indígenas, las dificultades para combatirlos y la escasa importancia que estas tierras representaban para su empresa. 

Fueron los indígenas Matagalpa los primeros que se alzaron contra Walker en octubre de 1855, pero excepción de un par de levantamientos a inicios de 1856 que tuvo que mandar a sofocar en esas regiones, el mando filibustero orientó solamente patrullar y “batir” de vez en cuando sus caminos principales y siempre con propósitos específicos.

Todo cambiaría el día cinco del mes de setiembre.

Una tropa exploradora filibustera se acercó a la hacienda posiblemente para determinar el número y calibrar la contundencia de los nicaragüenses que ya sabían que estaban ahí atrincherados. Se trabó el primero de dos combates, que sin nadie sospecharlo, definirían por siempre a toda una nación y a sus ciudadanos.

Desde el punto de vista estrictamente militar, los combates del 5 y del 14 de septiembre de 1856 en la hacienda San Jacinto, no tuvieron gran relevancia dentro la llamada “Guerra Nacional” contra los filibusteros del yanqui William Walker. 

Las toma y el asedio de Granada, las tres batallas de Rivas y las dos de Masaya, por sus consecuencias inmediatas para ambos contendientes, por el número de combatientes que intervinieron en esos enfrentamientos, y su incidencia en el desenlace de la llamada guerra nacional, son superlativamente más importantes que la del 14 de setiembre en la hacienda San Jacinto.

Los especialistas los definen como una escaramuza y un combate, a los cuales el propio Walker en sus memorias no le da mucha importancia, amén de la de haber perdido en San Jacinto a su mejor amigo y a tres experimentados oficiales, hombres que para entonces ya le hacían mucha falta.

Por medio de distintas fuentes y nuevos hallazgos, hoy en día se sabe que los filibusteros (sesenta y tres soldados extranjeros al mando de cuatro oficiales bajo la comandancia de Byron Cole) desmontaron y atacaron bajo la protección de la neblina al amanecer del 14 de setiembre, apertrechados con armamento moderno, compuesto por fusiles “Mississippi” 1841, calibre .54; fusiles Springfield, 1855, cal .58; carabinas Enfield, cal .57; carabinas “Sharp” 1853 (todos estriados); revólveres Colt, 1847, cal .44 de cañón de nueve pulgadas

Estas armas en su mayoría usaban balas tipio “minie” en papel de lino, lo último en municiones, utilizado por los ejércitos de las potencias de la época.

Los patriotas (ciento sesenta en total, según el parte militar y que más tarde supimos que incluía a 75 guerreros flecheros matagalpa, llegados justo para la batalla) armados con anticuados fusiles sin estrías, de chispa (modelos de los años 1752,1791 o 1803), cargados con pólvora negra como propelente de balas redondas de calibre .65.

Estos detalles sobre el tipo de armas y municiones no son ociosos pues tienen que ver mucho con el resultado de la batalla:

Los filibusteros se sintieron muy confiados con esa abismal diferencia tecnológica y que determinó su orden de batalla y formación. Al mismo tiempo, la obvia desventaja que el armamento obsoleto confería a los nuestros, obligó al comandante Estrada a utilizar toda su inteligencia, experiencia y dotes militares para encontrar la manera de optimizar sus recursos y descubrir el más minino chance de victoria. 

Y lo consiguió brillantemente.

Como hemos sugerido señalado más arriba, la discriminación imperante en el país dominado por la rancia oligarquía de los descendientes de los criollos se trasladaba a toda la sociedad , sus instituciones y el ejército (mayoritariamente conformado por reclutas y oficiales formados en el servicio y la guerra) no escapaba a esa realidad.

El coronel Estada, durante décadas y a pesar del resultado de la batalla, fue duramente criticado por la escogencia (“tácticamente desventajosa”) de la hacienda San Jacinto para entablar combate con el enemigo filibustero. Tanto, que se decía que había ganado por situaciones fortuitas (un tropel de caballos, que los filibusteros llegaron borrachos, que Cole era abogado pero no estratega,…), Sin embargo el viejo zorro sabía lo que hacía.

Seco en verano, pero con un arroyo fluyendo en invierno y un pozo cercano, la provisión de agua estaba garantizada y el ganado de las haciendas del llano aseguraba el “rancho” de los soldados. No ocupar el cerro cercano no representaba nada, “puesto que desde ahí y sin cañones, ni el enemigo ni las tropas nicaragüenses se podían hacer daño el uno al otro”. 

La fortaleza y distribución de los corrales de piedra ofrecían una gran ventaja a los defensores y las gruesas paredes de talquezal de la casona garantizaban refugio para las fuerzas principales, las municiones, avituallamiento y para dirigir el combate.

El hasta entonces coronel utilizó brillantemente la letalidad (a mediana distancia) del enorme calibre de sus viejos fusiles. Distribuyó brillantemente a un tercio de su tropa (fila de frente, para maniobrar durante el combate y colocar otra fila de hombres en el flanco izquierdo), reservando dentro de la casona cerca de 100 soldados, logrando con sus hombres poco entrenados algo grandioso:

Esperar pacientemente -mientras en los corrales muchos de sus hombres morían bajo el fuego graneado de las armas de repetición filibusteras- hasta que el enemigo estuviera a unos treinta metros y soltar fuego de andanada de las 2 escuadras dispuestas en “L”, aprovechando la única oportunidad.

De esa manera los soldados de la patria prácticamente fusilaron a un considerable grupo de enemigos en los corrales (alrededor de 20) entre ellos, a los jefes de los tres pelotones filibusteros (teniente Milligan, mayor O' Neal y capitán Watkins), logrando confundir a los atacantes y ponerlos en fuga, para que seguidamente los soldados reclutas y los guerreros matagalpas persiguieran hasta el cansancio a los invasores, eliminado a muchos en su huida principalmente a su jefe, Byron Cole.

Según lo expuesto en su libro, “La Historia, La Arqueología y La Batalla de San Jacinto” (prologado por el doctor, compañero Edwin Castro), del investigador Pat Werner, quien emprendió con un equipo multidisciplinario una valiosísima investigación para encontrar nuevos datos sobre la Batalla de San Jacinto y de cuyos hallazgos acá nos hemos servido, la batalla principal (en los corrales de piedra el 15 de setiembre de 1856) duró a los sumo “diez minutos" y no “cuatro horas” y aunque el coronel Estrada en un instante perdió casi un tercio de su tropa, se alzó con la victoria. 

Este resultado, en tan poco tiempo y en tan difíciles circunstancias, eleva aún más el respeto y admiración que todos guardamos a esos héroes de la patria y a su formidable jefe.

Si esta batalla no fue tan importante en el contexto de la llamada “Guerra Nacional” contra William Walker ¿Por qué la celebramos tan especialmente, prácticamente olvidando el resto de la guerra?

La respuesta a esta obligada pregunta tiene dos enfoques:

A pesar de que Nicaragua (como consecuencia de esa y las anteriores guerras) sufrió la pérdida de una considerable parte de su territorio y que quedó inaugurada la fatídica relación de dependencia de la política yanqui, además de entrar a un largo periodo de estancamiento económico, la facción conservadora de la oligarquía se declaró (en la perspectiva y ámbito de la política nacional) ganadora. 

Había derrotado en todas las líneas a la incipiente “burguesía” leonesa (que en realidad era tan conservadora como los granadinos) muy golpeada políticamente por haber traído a William Walker al país.

Expulsado el filibustero, con los tres ejércitos “aliados” fuera de nuestro territorio, aniquilado cualquier intento “revolucionario” liberal y con el beneplácito o indiferencia de los yanquis por entonces a las puertas de su propia guerra civil, la oligarquía (liderada por los granadinos), inicio la construcción de su república patriarcal conservadora.

Era imperante para ellos reconstruir o mejor dicho, construir “las bases de la nicaraguanidad”, crear “conciencia de nación”, salir de la psicosis de la guerra, principalmente entre la clase trabajadora y ejercer sobre ella, como antaño, pleno dominio sobre las masas y que cada quien regresara a los suyo: 

El rico a seguir haciendo dinero y el pobre a seguir trabajando para el rico.

Para eso era necesario crear la “identidad nacional” que no se pudo crear después de la “independencia”, por las guerras civiles del periodo de la anarquía y el arribo de la guarra anti filibustera. 

Había que crear tradiciones, nuevos paradigmas patrióticos e identidad colectiva y nuevos patrones de lealtad y sistema de valores (como escribió la historiadora Patricia Fumero) que faciliten la construcción de una identidad colectiva para y la aceptación voluntaria pero ineludible de “derechos y obligaciones… como son el patriotismo, la lealtad y el deber, entre otros. 

 Estrada va a ser utilizado por las élites para construir una tradición que les permitirá darse unidad ”

La épica del general Estrada y sus hombres le da al sistema la posibilidad de tener un héroe de guerra que el pueblo nicaragüense no pudo tener con la independencia y que otros países si la obtuvieron. 

El Estado patriarcal necesita paz social para desarrollar su programa de dominio y control.

Y así, se dispusieron a retocar la historia. Se aumentan los números del combate, la importancia del mismo durante la guerra, se crea una celebración oficial, se lleva la batalla a las escuelas, a los actos de gobierno, a los desfiles; se levantan monumentos, se preserva el sitio histórico, se imprimen billetes, estampillas y calendarios. 

Se ocultan hechos tales como el posterior deprecio y destierro al héroe, las penurias y su muerte callada, se borra del relato oficial el esfuerzo de los guerreros matagalpa, al igual que se cubre con un manto de penumbras el destino que deparó a los demás héroes.

Simultáneamente, se miente sobre la biografía del general Estrada: Se dice que es de cuna humildísima, no se habla o poco se escribe sobre su activismo político y su inclinación ideológica y durante décadas se quiso implantar en la conciencia pública que había nacido en Managua. 

Todo esto para hacerlo parecer como un hombre del pueblo, común y corriente, cívico, respetuoso de las leyes, alejado de Granada (los conservadores) y León (los liberales) o de cualquier lugar o militancia política. 

Sin ideologías o credo político, pero que en cualquier momento puede entregar la vida por su patria, sus gobernantes y su religión.

El segundo enfoque relacionado con la importancia de la batalla de San Jacinto y la de sus héroes, también es clasista, pero desde el punto de vista opuesto, popular, revolucionario:

A nivel de resultados prácticos, la victoria en San Jacinto influye en los alicaídos lideres libero-conservadores nicaragüenses para profundizar sus compromisos con la expulsión del filibustero y para retomar el liderazgo de la dirección de la guerra frente a los tres ejércitos centroamericanos aliados (que cada uno tenía su propios objetivos, partiendo de sus intereses nacionales); sirve de aviso para frenar las ambiciones territoriales de Costa Rica (que ya se nos había robado 10,140 kilómetros cuadrados) y hace que los generales guatemaltecos y salvadoreños saquen de la inacción a sus ejércitos acantonados ociosamente en León y se movilicen a los principales teatros de guerra, y con la baja de Byron Cole priva a Walker de los consejos y la incidencia en muchos de sus aliados y benefactores en los Estados Unidos, en un momento clave de la guerra.

Sin embargo, el más importante resultado de la batalla en los llanos de Ostacal y de la brillante ejecutoria de su comandante, el general José Dolores Estada Vado, será el aspecto moralizador para el sufrido pueblo nicaragüense.

La victoria (lograda en contra de una falange de mercenarios extranjeros bien entrenados y armados, traídos por la ambición y falta de patriotismo y de amor a su pueblo de las elites oligarcas) por parte de soldados voluntarios exclusivamente nicaragüenses (campesinos, trabajadores de la ciudad e indígenas) que lucharon por sus intereses de pueblo tradicionalmente relegado, demostrando en nuestra historia temprana, el despertar de su conciencia de clase.

Este fue como un aviso anticipado para la oligarquía libero-conservadora: El pueblo humilde de Nicaragua no es sumiso, es valiente y puede encontrar unidad en la acción y pensamiento entre los diferentes grupos de su clase.

Es en San Jacinto que empieza a manifestarse (apartándose del discurso y la praxis de los grupos oligárquicos) el nacionalismo del pueblo nicaragüense, que irá desde entonces aprendiendo a luchar por sus propios intereses. 

Este mensaje también lo captaron fuerte y claro los yanquis, sus aventureros y su gobierno. De allí su obsesión por sojuzgarnos.

La batalla de San Jacinto, como todo hecho histórico, también tiene su lugar y su importancia dialéctica, sobre todo como fundamento de las futuras jornadas patrióticas, anti-intervencionistas y de la Revolución que a partir de 1961, empezaría a gestarse de manera organizada en nuestro país.

Es revelador que ya en 1955, para conmemorar cívica pero contestatariamente la Batalla de San Jacinto, el joven bachiller Carlos Fonseca lidere a los estudiantes del instituto donde laboraba como director y supervisor de la biblioteca y a otros institutos invitados, organizados en columnas (como lo hará el Frente Sandinista y el pueblo nicaragüense en las insurrecciones armadas victoriosas de finales de la década del 70) en “…una operación conjunta… en el Valle de Oxtócalt, kilómetro 42 Carretera Norte…

Que tal operativo consistirá en ir desde el punto señalado…hasta la Hacienda San Jacinto, tomar posesión de ella, de sus corrales de piedra y madera, corredores de la Casa hacienda y demás flancos adyacentes. 

Que habrá que batir a los filibusteros y ahorcar del árbol más cercano al comandante Byron Cole e izar la bandera azul y blanco y después cantar el himno nacional…condecorar con el más alto galardón al soldado de la Segovia…”.

Ciento sesenta y cinco años después de la Batalla de San Jacinto, los nicaragüenses, los sandinistas libramos otra batalla contra el yanqui invasor, parapetados tras las fuertes paredes de nuestro amor a la patria, con los trabajadores, la juventud, las mujeres, los soldados y nuestros líderes, asimos con fuerza los fusiles de la razón y la justicia.

Nos enfrentamos a fuerzas infinitamente superiores en recursos, pero nos blinda la valentía heredada de aquellos soldados, de aquellos indígenas, del recio y sereno general José Dolores Estada y sabemos que pese a todo, venceremos otra vez y cuantas veces sea necesario.

Tenemos liderazgo firme y sereno, tenemos el brazo fuerte, la mente clara y si es necesario, dispuestos también a cumplir la orden del general Estrada:

“Firmes hasta caer el ultimo”

Edelberto Matus.

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