A propósito del filibusterismo en Nicaragua.
A diferencia de los capitanes de conquista españoles que invadieron nuestro continente a partir de 1492, William Walker (el filibustero de Tennessee que 363 años después intentó esclavizar a Nicaragua), no era un reo liberado para hacerse a la mar desconocida con otros marineros no menos ignorantes. Ni siquiera era un soldado.
Este extraño individuo (que de niño todos en su entorno le llamaban “niña” o “afeminado”) tempranamente llegó a alcanzar una educación más que sobresaliente en un país de aventureros:
Médico cirujano, abogado, periodista, con profundos conocimientos en historia y religión, además de poliglota y “sabelotodo”.
Sin embargo, otros colegas suyos en el oficio filibustero también se destacaron por su esmerada educación, como John Quitman, que sabía de literatura clásica, era abogado, además de haber sido general condecorado en la guerra de rapiña contra México y gobernador de un Estado esclavista, todo esto antes de embarcarse (siguiendo los pasos fallidos de otro filibustero instruido, el general español nacido en Venezuela, Narciso López) en un intento de invasión a la Isla de Cuba “por cuenta propia”.
Una larga lista que también incluye a individuos como Henry Crabb, que terminó siendo decapitado por patriotas mexicanos, exasperados por los frecuentes intentos de este antiguo senador y líder de su partido en California, de invadir y “liberar” Sonora y baja California y ya antes que él, Alex Bell (un conocido capitán de barcos de vapor de Alabama) había también fracasado junto a su falange en el intento de tomarse la ciudad de Guayaquil, en el lejano Ecuador.
El Filibusterismo también se adornó con nobles franceses como el Marques Charles de Pindray y el Conde Gastón de Rousset-Boulbon que llegaron a California buscando hacer fortuna a costa del territorio mexicano, para entonces tantas veces despojado territorialmente por los Estados Unidos.
Pero estos personajes de la corte de Luis Felipe I de Francia no corrieron lejos y encontraron la muerte en tierras mexicanas.
Al igual que William Walker, muchos otros filibusteros, verdaderos piratas de tierra, a pesar de la Ley de Neutralidad de 1818, siempre estuvieron (abierta o secretamente) apoyados y estimulados por la política oficial del gobierno federal que ya construía un imperio neocolonial y anexionista.
La doctrina del “Destino manifiesto” (“Es nuestro destino manifiesto esparcirnos por el continente que nos deparó la providencia para que en libertad crezcan y se multipliquen anualmente millones y millones de norteamericanos”), pareciera que en un inicio fue “suavizada” a la hora de tratar de ponerla en práctica en Nicaragua.
Quizá por tratarse de un gobierno “amigo” (aunque los Estados Unidos “no tienen amigos, sino intereses"), el gobierno norteamericano, al contrario de la estrategia abiertamente invasora utilizada contra México, Cuba y otros territorios ultramarinos del antiguo imperio colonial español, utilizó para sus intervenciones en nuestro territorio el manido pretexto de los tratados bilaterales y las “invitaciones” hechas por la oligarquía y sus partidos políticos vendepatria.
De esta manera, el abogado Byron Cole cedió sus dos contratos (suscritos con los líderes “democráticos” de Nicaragua) a su amigo William Walker, quien previamente ya había sido derrotado vergonzantemente en México en su aventura filibustera en Sonora y Baja California, donde incluso se había autoproclamado “presidente” (como lo haría posteriormente en Nicaragua) de la “Republica de baja California” a finales de 1853.
Los contratos, estipulaban entre otras cosas que “el coronel” (que pronto se ascendería a sí mismo al grado de "general") Walker traería 300 filibusteros experimentados para luchar al lado de los revolucionarios democráticos contra los legitimistas granadinos en un guerra que luego de dos años estaba empantanada.
Los contratantes se obligaban a entregar a los jefes para repartir -bajo su entera discreción- entre los mercenarios 52,000 acres (alrededor de 32,200 manzanas) de tierra finalizada la guerra, 65 000 dólares mensuales y la inmediata nacionalización de cada uno de los filibusteros.
Más tarde las condiciones fueron renegociadas y cada filibustero recibiría mensualmente cien dólares y al final del conflicto, 500 acres (por ahí de 287 manzanas) de tierra y por cualquier cosa… de antemano el gobierno revolucionario liberal le otorgaba a cada uno de estos forajidos amnistía por acciones, omisiones o fechorías.
Personalmente, al “coronel” Walker no le interesaba el dinero ni las propiedades, pues según él “estaba predestinado” para grandes empresas:
“A menos que un hombre crea que hay algo grande que deba hacer, nunca hará nada grande. Es por ello que los líderes y reformadores del mundo han puesto su confianza en el destino y las estrellas.”
Él quería engrandecer a su América anglosajona, "americanizar" Nicaragua, Centroamérica y Cuba, redimir a sus pueblos a través de la esclavitud; él quería ser presidente y quién sabe que más.
Cincuenta y ocho filibusteros de varias nacionalidades desembarcaron en el puerto del Realejo el 16 de junio de 1855. Mientras otra falange de aventureros dirigidos por el no menos famoso coronel Henry Kinney (ajenos a los “58 Inmortales” de Walker, renombrados pomposamente por el general Castellón como “La Falange Americana”), también respaldados discretamente desde EE UU, principalmente por empresarios y financistas.
Entre estos últimos estaban grandes capitanes del impetuoso desarrollo del capitalismo norteamericano y Wall Street, como por ejemplo, Cornelius Vanderbilt, dueño de la Atlantic and Pacific Steamship Company y la Compañía Accesoria del Tránsito. La primera, oceánica, cuyos grandes barcos navegaban las rutas Nueva York -San Juan de Norte- San Francisco, California y viceversa, mientras “la accesoria” recorría el Rio San Juan con nueve pequeños “vapores” y con tres más grandes el lago Cocibolca y viceversa. Esta compañía incluía los servicios de traslado de valores, guardas, diligencias, mulas y hoteles
Otros socios de estas compañías (Charles Morgan, H.K. Garrison, principalmente) que terminarían peleando (y perdiendo) el control de la compañía contra Vanderbilt, en un principio fueron grandes aliados de la empresa filibustera de Walker, trasladando desde los EE UU en los barcos de la compañía a los numerosos refuerzos, equipos y provisiones de los filibusteros.
La falta de visión estratégica de William Walker le hizo agenciarse a un poderoso enemigo en la persona del Comodoro Vanderbilt.
Al ser recobrada la Compañía Accesoria del Tránsito por su antiguo dueño, el ejército mercenario sufrió un duro golpe que lo encaminaba (sin nuevos reclutas, pertrechos, ni financiamiento) a su propio y fatal “destino manifiesto”.
Las compañías de transporte marítimo transoceánicas de Vanderbilt y de otros empresarios norteamericanos como la Pacific Mail Company, Panama Railroad Company, entre otras, jugaron un rol importante en el diseño y ejecución de la política voraz e intervencionista de los EE UU en Centroamérica (principalmente en Nicaragua y Panamá) y sus planes de dominio de las vías comerciales marítimas globales.
Miríadas de elegantes abogados y políticos fueron destacados como agentes comerciales en la región con este fin.
En Nicaragua los extranjeros no tuvieron que presionar mucho, pues el entreguismo de los políticos locales facilitó a los foráneos alcanzar sus objetivos:
Gobiernos conservadores en 1849 y 1850 y 1851 firmaron y reformaron tratados comerciales con las empresas representadas por un tal J. l. White y otros, cediéndoles los permiso de construcción de un canal interoceánico, una vía férrea y al final, la creación de la Compañía Accesoria del Tránsito.
La derrota de Walker en 1857 también terminó con el tránsito de pasajeros por el río, aunque no menguó en nada las intrigas y enfrentamientos entre distintas empresas gringas y representantes de la política norteamericana y británica e inclusive, del establishment costarricense muy interesado en cercenar también esa importante porción del territorio nicaragüense.
A finales de la década del 50 del siglo XIX, la euforia de la fiebre de oro y la conquista del Oeste (es decir, el exterminio de los indígenas) llegaban a su fin y ambas costas de los EE UU fueron finalmente unidas por el ferrocarril. Sin embargo, los gringos prosiguieron con su proyecto de construcción del canal interoceánico a costa del territorio nicaragüense.
A pesar de que por más de una década 20 mil pasajeros o más transitaron mensualmente la ruta del Rio San Juan con rumbo a California, la Compañía Accesoria del Tránsito jamás cumplió con sus compromisos (el pago del 10 por ciento de las ganancias y otros tributos fiscales) para con el Estado de Nicaragua.
Las ambiciones empresariales de estos caballeros poderosos y educados, además de los consabidos intereses geopolíticos de la corona británica y del gobierno de Estados Unidos, fueron las verdaderas causas, no sólo de la presencia filibustera, sino del relajo político y del estado permanente de guerra en que vivió nuestra nación y toda Centroamérica.
El Imperio británico no podía permitir que los Estados Unidos, su competidor, le arrebatara las principales rutas marítimas del mundo. Mientras tanto, los EE UU, se aseguraba de tener dominio sobre lo que quedaba del Imperio colonial español, afianzándose en el mundo como la nueva potencia global, para lo cual debía poner bajo su resguardo y disposición las materias primas y el mercado del continente americano.
La construcción de un canal interoceánico en Centroamérica que conectara todas las rutas comerciales ultramarinas con prontitud se hacía un proyecto urgente e irrenunciable.
En esos años se respiraba en el aire la inminencia de una guerra entre ambas potencias por el asunto de la construcción del Canal interoceánico a través de Nicaragua y otras cuestiones territoriales y geopolíticas en disputa. Incluso, esas y otras "desavenencias" eventualmente condujeron a la destrucción a cañonazos (por parte de una fragata gringa) del poblado de San Juan del Norte o “Greytown”, controlado por los británicos.
Al tanto de los riegos potenciales, ambas naciones trataron buscaron la forma civilizada de limar sus asperezas (Acuerdos Clayton-Bulwer, Cramptom-Webster y otros tratados y pactos posteriores), sin tomar en cuenta a Nicaragua y a los otros países del área, pero siempre a costa de nuestros territorios y en detrimento de nuestros intereses nacionales.
Pero… ¿Quiénes fueron los contratantes locales de los filibusteros?
Pues también fueron unos señores muy cultos y famosos de la sociedad leonesa, enfrentados a no menos cultos y apreciados señores granadinos.
La mayoría de estos caballeros de ambos bandos (que en realidad eran los mismos descendientes de los criollos, herederos del poder colonial en Nicaragua) eran ricos hacendados agropecuarios, profesionales (principalmente abogados y médicos), militares de carrera y sacerdotes, entre los cuales destacaban en León, el general y doctor Máximo Jerez, líder apartado del movimiento; el general y licenciado Francisco Castellón, presidente interino de la revolución democrática y José Trinidad Muñoz, su general en jefe, egresado de escuelas militares de México.
Los protagonistas del bando legitimista, asentados mayoritariamente en la ciudad de Granada, eran los hermanos del recién fallecido Fruto Chamorro:
El futuro presidente de la república, don Pedro Joaquín Chamorro, el ministro plenipotenciario don Dionisio Chamorro y el coronel Fernando Chamorro; el general Ponciano Corral, el ministro Patricio Rivas, además de los distinguidos representantes de las familias granadinas de mayor abolengo, los Zavala, Cuadra y Guzmán.
Detengámonos en el general y aficionado a las matemáticas don Fruto Chamorro, jefe de las fuerzas legitimistas cuya repentina muerte a causa de diarrea en 1855, tres meses antes que los filibusteros desembarcaran en el Realejo, dejó sin un gran líder visible a la causa conservadora.
Don Fruto Pérez, más tarde conocido como Fruto Chamorro, pertenecía a la octava generación de “Chamorros” según los registros históricos en la cuna española de tal apellido. En Nicaragua, don Fruto era parte de la tercera generación y fundador de una estirpe de políticos ambiciosos y vendepatrias. Eso sí: Muy cultos los carajos.
Precisamente fue él (que se creía el “Morazán” conservador) quien quiso revivir -bajo su mando- la Confederación centroamericana y más tarde, siendo Supremo Director del Estado, se autoproclamó como primer presidente de la república, desatando otra guerra civil que traería como corolario la usurpación de la presidencia de Nicaragua por parte de William Walker y la sangrienta Guerra Nacional contra los filibusteros.
Colaboradores necesarios y verdaderos cómplices de la aventura filibustera de William Walker a Nicaragua también fueron los dueños, editores y periodistas de centenares de medios (grandes y chicos), la sociedad civil de mentalidad imperialista de los EE UU y por supuesto muchísimos historiadores que de una u otra manera hicieron creer al mundo que los filibusteros eran “libertadores” de pueblos, con una misión además de emancipadora y cultural, humanística y divina.
También hubo en Nicaragua, políticos, religiosos, intelectuales, periodistas y profesionales que se prestaron para engañar al pueblo humilde y hacerlo creer en los cuentos (inventados por los medios de comunicación, instituciones, empresas y personas interesadas en los Estados Unidos) de la justeza de la intervención gringa en nuestros asuntos.
Son los antecesores de los vendepatrias de hoy, intelectuales de “buena familia” que no son más que ratas de monte.
De esta manera, algunos historiadores han querido “dorarnos la píldora” y presentarnos a un Walker heroico, " el predestinado de los ojos grises", víctima de las circunstancias, olvidándose de las decenas de miles de víctimas del horror y la tragedia que ocasionó este aventurero en nuestro país.
En ese brevísimo periodo histórico, tanto los filibusteros (que llegaron a conformar un ejército de entre 3,500 a 5,000 hombres) y las tropas liberales, como las conservadoras y los mismo ejércitos aliados de Centroamérica “que llegaron a ayudar a expulsar a los invasores”, fueron responsables de las ejecuciones sumarias, los saqueos y violaciones, la hambruna en el campo, la viudez y orfandad, la migración forzosa, la inclemente quema de ciudades enteras, la destrucción de infraestructura pública y la desorganización del aparato productivo.
Y como si eso fuera poco, la clase política y la oligarquía tica “cobró” sus servicios a Nicaragua y a Centroamérica durante la Guerra Nacional contra los filibusteros, robándose el territorio de Guanacaste, rediseñando la frontera con Nicaragua a su gusto y antojo, imponiendo su presencia en los fuertes y en el propio Rio San Juan, queriendo obligar por el chantaje de la fuerza el usufructo del Rio y amenazando con cercenar el departamento de Rivas.
Como es natural, los gringos y británicos también tomaron su botín, llegaron de frac, guantes de seda y con sus cartas credenciales perfumadas, pero al final trajeron sus filibusteros, sus cañoneras y sus marines .
Ahora vienen con la AID, sus bancos multilaterales, sus compañías, su OEA, su “poder blando”, sus ONG, para lueguito recetarnos sus “golpes suaves", sus sanciones y la amenaza de sus drones artillados.
Para colmo, el odio fue de nuevo inoculado entre nuestro propio pueblo, dividiéndolo en colores rojos y verdes y aprestándolo a nuevas guerras civiles y revoluciones.
Como vemos, las guerras civiles y las intervenciones (tanto de filibusteros, de las corporaciones privadas o del Estado yanqui) arropadas de “necesidad histórica”, “actos civilizatorios” o “instauración de la democracia”, siempre han estado perpetrados por individuos oscuros y torvos, que han aparentado filantropía y cultura.
Pero los pueblos no se equivocan, saben luchar y al final fusilan, eliminan al filibustero, por muy poderoso que sea, por muy culto que parezca.
Edelberto Matus.