Pablo Gonzalez

Nicaragua: Jinotepe, 137 años de haber sido elevada de Villa a Ciudad

EL LARGO CAMINO DESDE XILOTEPELT A JINOTEPE

Jinotepe fue elevada de villa a ciudad un 11 de febrero de 1883, estamos conmemoramos el 141 aniversario de haber sido Jinotepe elevado a la categoría de Ciudad. 

Aquí les dejo un artículo mío escrito para la ocasión, pero cuatro años atrás.

Respetadas autoridades edilicias que hoy tan gentilmente me han invitado a este podio, queridos coterráneos jinotepinos, amados compañeros del Sandinismo histórico y la Juventud sandinista, apreciado público asistente a esta importantísima conmemoración del 137 aniversario de haber sido elevado Jinotepe de villa a ciudad, un acontecimiento que sin duda marca un enorme hito en la vasta historia de nuestra querida ciudad umbilical. 

Cuando estábamos chavalos, uno de los mayores retos como estudiantes estaba centrado en tratar de entender el gran revoltijo de civilizaciones prehispánicas mesoamericanas, andinas y caribeñas y más aún, comprender como ese caótico conglomerado de pueblos en constante nacimiento, lucha y migración, desplazamiento y extinción, pudo galvanizarse racial y culturalmente en unas pocas civilizaciones y grandes naciones aborígenes y al final dar origen a grupos más o menos homogéneos y muy empoderados de su tierra y costumbres y que en un futuro cercano le plantarían cara al conquistador español construyendo, mil años después, su propia identidad nacional.

Tomando como referencia la edad de las huellas de Acahualinca junto al lago de Managua las cuales atestiguan que nuestras tierras estaban ya habitadas diez mil años atrás y los estudios de historiadores, antropólogos, arqueólogos, lingüistas y demás científicos sociales pertinentes de Nicaragua, Latinoamérica y otros países, que aseguran que las olas migratorias de los pueblos indígenas exógenos durarían más o menos mil quinientos años antes de la invasión europea llamada Conquista, es válido preguntarnos que cuándo llegaron los primeros pueblos aborígenes a la hoy conocida Meseta caraceña y que cuándo nació este pueblo en que hoy vivimos y llamamos Jinotepe.

 La verdad es que como diría Churchill refiriéndose a Rusia, “eso es un acertijo envuelto en un misterio dentro de un enigma”.

Lo que se sabe hasta hoy es que el último pueblo indígena que la habitó fueron los “hombres de las alturas” es decir los Diríanes, en constante interacción bélica o pacífica con sus parientes de la gran familia nahua. 

De la antigua Xilotepelt, a excepción de la tradición oral y ciertas muestras de petroglifos (como los poco conservados de la “Piedra pintada” al suroeste de Jinotepe) no hay muchos registros fidedignos de esos tiempos ignotos, solo suposiciones.

De otros asentamientos diríanes que actualmente es jurisdicción de los departamentos de Masaya y Granada, si hay mucha evidencia histórica y arqueológica. 

Así que suponemos que en el extenso reino de los guerreros diríanes, Jinotepe, esta que es la urbe más bella de Nicaragua y que precisamente hoy cumple 137 años de haber sido elevada de villa a ciudad, entonces sólo era un refugio de cazadores, un puesto de avanzada militar o un jardín del edén de frutas silvestres y cultivos para las tribus, sus grandes señores y tapaliguis guerreros. 

La más certera pista de su tenue existencia nos la entregan las historias de los llamados “cronistas de indias” (que por cierto, a menudo eran unos grandes mentirosos) y la historia cierta y heróica de unos de sus últimos grandes tlatoanis y el primer gran referente de valentía y amor a nuestra tierra nicaragüense: Diriangen, el único jefe indígena mesoamericano que no creyó en que los invasores españoles fueran dioses, ni invencibles, ni les tuvo miedo y los mandó de regreso por donde habían llegado.

La Meseta caraceña para entonces era una selva tropical espesa y con árboles milenarios, con lluvias, frio y radiante sol.

Aquí reinaban el jaguar, el coyote y el puma en convivencia con jabalíes, tepezcuinltles, venados, pequeños primates, chompipes, aves y peces en sus estanques y quebradas. 

La estructura socioeconómica de las tribus permitía el reparto de las tierras labrables en calpullis donde los hombres comunes o maceguales cultivaban colectivamente la tierra ejidal, pagando un tributo a su señor, siempre y cuando tuvieran entre 23 y 53 años (edad del hombre pleno según su calendario y costumbres) o no estuvieran en el servicio militar. 

Esos hombres de las alturas gustaban de vivir en las faldas de los volcanes como el Masaya y el Mombacho, tal vez para aprovechar tierras fertilizadas por sus cenizas, pero también sabían que la elevada tierra de la Meseta y sus solitarios, espesos y fríos bosques, estaba pletórica de orquídeas, teonanácatl (hongos sagrados para los sacerdotes y nobles) aves y fieras que proporcionaban además de plumas, pieles y una ruta segura hacia la sal del mar (cosas que entonces eran un tesoro), también era su reserva natural de alimentos y medicinas. 

 Así que los alrededores Xilotepelt debieron de haber parecido entonces una huerta gigantesca de maíz, cacao, frijoles, chayote, quequisque, tomate, ayote, chiltoma,…Un ocal de frutos como la guayaba, níspero, jocotes, nancites, mamey, guaba, güitite, caimito, perote, zapotes, guanábana, … 

Y un universo a escala de olores y fragancias provenientes de árboles, arbustos, hierbas y flores como el guácimo, elequeme o jiñocuago, guapinol, achiote, el chile, la vainilla, epazote, quizá el cacahuate y la pimenta gorda, hombre grande, la dormilona, las amapolas, y hongos sagrados,…

Con los que construirían sus casas, herramientas y armas, sazonarían sus comidas, curarían sus enfermedades y buscarían trances conectivos y de adoración a sus dioses benévolos y fatales. 

Y como si eso fuera poco en base al intercambio o la acumulación, el rey, los señores y nobles ser enriquecerían aún más y los maceguales, comerciantes, artesanos, soldados y libertos podrían ascender en la escala social.

Esas condiciones naturales convertían a Xilotepelt y sus contornos en algo así, como una Tierra prometida.

No quiero dejar en el tintero que en estas tierras prosperó, como una bendición de la madre Naturaleza, el árbol de ojoche (por el cuál y debido a su abundancia, una pequeña comunidad de Jinotepe, aún se llama "El Ojochal"), este palo maravilloso proporcionó alimento y vida a hombres y animales desde tiempos milenarios. 

Todo el árbol "se come", sus hojas, cáscara, brotes, su "leche", sirven de alimento, medicina y madera. Pero su fruto es "el maná indígena", pues el fruto del ojoche sin tener que cultivarse, antes que el maíz, sirvió para hacer tortillas y pozol y salvar de la hambruna a nuestros antepasados. Más que la ceiba, el ojoche es el verdadero árbol sagrado de nuestros padres raizales. 

Los diríanes, nuestros antepasados indígenas, eran un pueblo socialmente más integrado y con mayor desarrollo cultural que las de otras regiones del país, especialmente los chontales y caribes y militarmente más fuertes que sus vecinos, principalmente sus antiguos hermanos choroteganos, “los hombres de las bajuras” o Nagrandanos que poblaban las costas del lago Xolotlán y los nahoas-nicaraguas y los primos de estos, los nicoyas y orotinos más al sur. Inteligentes y aptos, entendían el arte de la guerra y la agricultura, conocían la orfebrería, la alfarería rústica y la escultura ceremonial, se destacaban en el comercio de los que nos habla el “Güegüense”, inspirado precisamente, en un viejo y matrero comerciante dirían, ya de tiempos coloniales

  Su lengua náhuatl era menos corrupta que la hablada por otras tribus como los pipiles, tenían pocos dioses y como su nombre lo indica, les gustaba vivir más cerca de las estrellas y declamar sus la grandeza de su linaje o las peripecias mínimas de la caza del venado, cantar por su cosecha y sus victorias al son de sus ocarinas, conchas y tambores tepenaztlis. 

Tal vez por eso es que, modestia aparte, a los jinotepinos se nos da mucho la música, la poesía y la palabra.

La corona española y sus burócratas locales dieron otros nombres a los lugares y asentamientos de nuestros ancestros indígenas.

A la Meseta y Nochari la “bautizaron” como la “Nueva Salamanquesa” y a Xilotepelt, lo españolizaron con el de Jinotepe.

La certeza de su existencia como pequeña comunidad indígena nos la da Tomas Ayón, que escribe que Jinotepe ya en los primeros años de la Colonia tenía “cincuenta y cinco casas de paja y una de teja para el doctrinario… habitada por sesenta familias, con el número de doscientas ochenta personas, alguacil mayor, tres regidores y fiscal. Ladinos e indígenas pagaban el tributo anual de cuarenta y ocho pesos y tenían un alcalde. 

Los ladinos estaban sujetos al juez a prevención de Nandaime”. “Diriamba” era aún más pequeño y “en lo eclesiástico estaba sujeto a Jinotepe”. 

Los españoles lo destruyeron todo. 

Empezando por la propia comunidad indígena, su organización social, su sistema económico, les quitaron su identidad social, los mataron como raza, como cultura y también los exterminaron fácticamente en un genocidio acelerado por las enfermedades y la esclavitud de las encomiendas. 

La Conquista duró menos de treinta años, pero la Colonia casi trescientos.

Cuando en el siglo XVI Granada tenía cuatrocientos habitantes, la mitad eran encomenderos y esta tierra (con sus indios) donde estamos ahora, partencia a esos esclavistas españoles de Granada.

Me detuve a propósito en esta parte de la historia y acervo de nuestros antepasados aborígenes, pues al mezclarse su sangre con la del conquistador extranjero, nos heredaron sus mejores rasgos genéticos y culturales, pero también muchas de sus peores características éticas y sociales. 

Volviendo a la historia, es importante señalar que para 1786, acabada la parafernalia explotadora de los metales preciosos expoliados fácilmente de las tierras sojuzgadas, las autoridades españolas aumentaron las cargas impositivas a los empobrecidos habitantes de sus colonias.

Para esto, cambiaron el esquema administrativo-territorial y en particular, la Provincia de Nicaragua se dividió en cinco Partidos a la cabeza de los cuales estaba el partido de León, el de Matagalpa, el Realejo, Subtiava y Nicoya, Jinotepe pasaba entonces a pertenecer al de León, dejando atrás el dominio administrativo de Granada, que de esta forma pasaba a depender también de León.

Más tarde se ajustaría este esquema administrativo y Jinotepe pasaría a ser controlado por Masaya y hacia el siglo XVIII volvería al redil de Granada, hasta finalmente lograr su independencia fiscal y política, al ser declarado Departamento, el 17 de abril de 1891. 

Desde finales del siglo XVII la meseta caraceña no escapa a la fiebre exportadora de la planta de jiquilite o añil como parte de la división económica productiva ordenada y aprovechada por los españoles. 

El añil desplaza entonces en prelación al maíz, cacao y otros cultivos que aseguraban la dieta indígena.

En los obrajes de añil morirían miles y miles de trabajadores esclavizados y al mismo tiempo acabando con los bosques de la región. 

La revolución industrial europea incentiva más este monocultivo, pero a la vez contribuirá a desinflar el boom del cultivo y exportación del añil con los avances de las ciencias aplicadas al descubrirse las anilinas sintetizadas químicamente. Lo mismo que pasaría con el caucho del palo de hule en el venidero siglo XX. 

Con la caída del añil como producto líder o bandera, además del tradicional tendal donde se fabrican ladrillos y tejas de barro para la construcción de casas y edificios en las vecinas ciudades y pueblos alrededor de Jinotepe, además de continuarse sembrando el tradicional maíz para la subsistencia, se empieza a cultivar la caña de azúcar traída de Colombia y Cuba, con la cual se elaboraran mieles y dulce. 

Este cultivo semi-industrial trae aparejado la construcción de trapiches, inicialmente movidos por fuerza humana y al desaparecer las encomiendas, por fuerza animal. 

La independencia de España y el largo periodo de casi cuarenta años de guerras civiles, llamado “Período de la Anarquía” encuentra a un productor privado en un momento de alta demanda de su producto. Estas personas (originadas en linaje español o criollo) se enriquecen, pasando a formar la élite urbana de Jinotepe. 

Familias como los Asenjo, Sánchez o Rodríguez, además de ir creando grandes latifundios, van construyendo enormes casonas de tipo colonial tardío en el pueblo y contribuyendo pecuniariamente para la edificación de Iglesias y construcciones públicas, para lo cual traen artesanos de León y Granada, que se irán asentando al sur de la población, formando los arrabales pobres que luego serán los primeros barrios como San Felipe. 

Su creciente capacidad económica obviamente, también les ayuda a incursionar en la administración pública y la política.

 Es frecuente por eso que los apellidos de los alcaldes de los primeros tiempos republicanos de Jinotepe, coincidan con el padrón de sus habitantes más acaudalados. 

Jinotepe por no encontrarse-¡Gracias a Dios!- en el “corredor” de las constantes guerras civiles de Nicaragua, tanto durante el período de la anarquía, como durante y después de la guerra nacional, tuvo escasa o episódica participación en las mismas, pudiendo entregarse a la construcción y preservación de una ciudad bonita y en desarrollo y una sociedad gentil y más instruida.

En los levantamientos armados contra el poder colonial y sus tropas realistas -una década antes de la Independencia- unidades de patriotas jinotepinos participaron en las rebeliones de Masaya y Granada y más tarde, durante la Guerra nacional contra el filibustero W. Walker, recordamos la captura de la ciudad de Jinotepe en octubre de 1856 por las tropas aliadas centroamericanas del general salvadoreño Ramón Belloso y un poco más de medio siglo después, la agónica marcha hacia Jinotepe en octubre de 1912 de las diezmadas tropas liberales comandadas por el general Benjamín Zeledón

La ciudad ya había sido tomada y parcialmente incendiada horas antes, por las fuerzas conservadoras aliadas de las tropas yanquis, teniendo el general Zeledón que regresar a Masaya, siendo emboscado y asesinado en las cercanías de esa ciudad, pero abriendo un ciclo virtuoso de luchas por la soberanía de nuestro país que sería continuada por el general Sandino y más tarde, por el Frente Sandinista.

Durante los siete años que duró la épica guerra patriótica y anti-intervencionista del general Sandino en las Segovias y otras partes del territorio nacional y que concluyó con la expulsión del yanqui invasor, Jinotepe no fue teatro de operaciones, ni se registró ningún episodio bélico ligado a ella.

 Sin embargo, ya en 1928, la pequeña plaza militar fue reforzada con nuevas tropas nacionales entrenadas por los gringos y en el 1929, con la firma del decreto que oficializaba la creación de la GN y su organización territorial, Carazo tuvo un mayor y mejor armado destacamento militar (pelotones de infantería, comunicaciones y policía), asentándose su cuartel departamental en Jinotepe, aunque como parte de los batallones acantonados en Managua y directamente bajo el mando de esos cuerpos y estructuras militares de la cercana capital del país. 

Por su parte la marina gringa aprovechando la facilidad de comunicación, el clima benigno y la relativa paz de la ciudad, construyó en la finca “la Moca”, un campamento militar que servía de refresco a sus tropas combatientes, lo mismo que hospital secundario para los marines heridos en las Segovias y el Caribe en los combates contra los patriotas sandinistas.

Quiero hablarles de un hecho del que poco se habla cuando se refieren a Jinotepe y su aporte a la historia nacional. En realidad da para escribir una novela, pero lo voy a relatar y enfocar de manera abreviada.

 Existen hechos aislados o fortuitos que terminan siendo determinantes en la vida de un nación y sus habitantes. Ésta precisamente, es la historia del Cultivo del café en Nicaragua.

A pesar de otras versiones, está comprobado que las primeras semillas de cafeto fueron traídas al país desde Costa Rica en 1825, por un amigo del joven jinotepino Manuel Matus Torrez, quien las sembró y cosechó en la finca de la familia de nombre “la Ceiba” en la zona rural de nuestra ciudad. La finca aún existe y es como una especie de museo al aire libre. 

El cultivo prosperó y fue expandido a otras propiedades del Departamento, donde la siembra de la caña de azúcar ya estaba en franca decadencia por la irrupción en el mercado del azúcar industrial.

Tiempo después se sembraron cafetales (con almácigos provenientes de Carazo) en las Sierras del Crucero y Managua y en 1848 se exportó el primer embarque de café hacia Europa y para mediados de la siguiente década un grupo de familias alemanas ya producía el grano en haciendas de Matagalpa y Jinotega, llegando incluso a fabricar con su propio ingenio la maquinaria necesaria y un procedimiento local para el beneficiado del mismo y exportándolo con mayores ganancias. 

El producto se afianzó en los mercados internacionales, iniciándose una fiebre productiva y exportadora que no ha cesado hasta el día de hoy.

Pero la historia no acaba ahí.

 Al convertirse el café en el primer rubro de exportación del país y sostén de la economía y el desarrollo nacional, fue necesario construir cientos de planteles de beneficiado, ampliar la frontera agrícola, estimular la migración interna de mano de obra, abrir caminos y carreteras, mejorar el transporte, los puertos, la construcción en 1878 del primer tramo del ferrocarril de Nicaragua, importar motores diésel y modernizar las plantas de energía eléctrica para sustituir las máquinas de vapor de los beneficios, etc. 

Esto dio impulso a la expansión de la economía, el comercio exterior, la ampliación de la producción de alimentos, los servicios, el aumento de la recaudación fiscal que impactó la creación de una incipiente clase obrera urbana y rural, la consolidación del modelo agro-exportador y el paulatino cambio de la oligarquía terrateniente hacia una burguesía urbana que dio como consecuencia el aumento de la conciencia de clase.

 ¡Qué les parece! ¡Y todo empezó con unas semillitas de café en una finca jinotepina!

Con la expansión de las haciendas y la industria cafetalera, Jinotepe se convirtió realmente en una sociedad urbana, aunque consumista y con una economía eminentemente de servicios. La sociedad se fracturó en lo que respecta a los niveles de vida y consumo y paralelamente la población se dividió en una minoría productora, un amplio segmento de mano de obra barata cortadora y una mayoría en algo beneficiada por la rotación de la masa monetaria resultante, acorde a los procesos del mercado capitalista. En los años setenta la brecha entre pobres y ricos era muy obvia.

 Otros zonas del país vivian realidades parecidas. Los ricos se hicieron más ricos y los pobres...

Esa realidad socioeconómica además del hecho de que los tan anunciados beneficios de la ola sustitutiva y desarrollista iniciada en los años sesenta con el proyecto yanqui y de las oligarquías centroamericanas del MERCOMUN no llegaron a Jinotepe (a no ser por empleos en fábricas, instituciones y empresas de Managua para los habitantes de nuestra y otras ciudades periféricas), la ciudad pasó a ser, algo así como una “ciudad dormitorio”, con poco empleo de calidad ante la ausencia de un sector productivo.

La mayor parte de la élite económica y política jinotepina, como lo demuestra la historia, desciende por un lado de las familias endógenas esforzadas que aprovecharon las oportunidades que las condiciones económicas del capitalismo originario regional hicieron posible y por otro, de los linajes realistas criollos granadinos de ideología conservadora, que con el tiempo asumirían la ideología liberal, más acorde con el desarrollo de la “libre empresa” y también gracias a diversas oleadas de “inmigrantes” leoneses, managuas, masayenses y extranjeros (chinos pro- Kuomintang anticomunistas, libaneses perseguidos por el Imperio otomano, judíos sefardí españoles y anglosajones ligados a las intervenciones o en busca de posibilidades empresariales) y más tarde, de las familias ligadas a la dictadura somocista.

Tomemos, por ejemplo, la familia del designado y fugaz presidente de la republica de Nicaragua, don Víctor Román y Reyes, pariente de la familia Somoza, que desarrolló una extensa carrera profesional, diplomática y política, logrando que su progenie tuviera una enorme incidencia economía y política durante décadas en los asuntos administrativos, económicos y sociopolíticos de la ciudad.

Sin embargo, Jinotepe es mayormente conocida en la historia de nuestro país por su lucha antisomosista. Ya en 1937, 1947 y 1954 hay jinotepinos enfrentándose a la dictadura de Anastasio Somoza García, hombres que lucharon, fueron encarcelados, deportados heridos o muertos en esos primeros intentos patrióticos y heroicos por liberar Nicaragua del tirano. Invasiones desde territorio vecino, complot, emboscadas… Acciones valientes e inútiles que cobrarían preciosa sangre jinotepina.

La Legión del Caribe, organización político-militar centroamericana y caribeña que pretende luchar y vencer a las dictaduras de la región, también contara en sus filas con jinotepinos y sus miembros lucharon y murieron por la libertad en Costa Rica, Guatemala y la playa de Luperon en República Dominicana, igualmente habría jinotepinos en la organización de la Juventud Patriótica y del Frente de Liberación Nacional, antecedente directo del FSLN

Hay jinotepinos en la planificación del ajusticiamiento del tirano en 1956 ejecutado por el héroe Rigoberto López Pérez. Un jinotepino es el comandante (gran amigo del Che Guevara, Fidel y la comandancia de la Revolución cubana de sus primeros años) de la gesta del Chaparral, donde también participan otros jinotepinos y el futuro fundador del FSLN, Carlos Fonseca.

También hay jinotepinos en la planificación y dirección del asalto a los cuarteles de Jinotepe y Diriamba (lo único que se pudo recatar y llevar a cabo de un plan mayor y traicionado contra la Dictadura), donde también participan espontáneamente, cerca de seiscientos jóvenes milicianos de los barrios proletarios de Jinotepe en esas acciones que demostraron que la GN no era invencible. 

Cuando la dictadura somocista y el modelo agroexportador primario entraron en crisis.

 El primero por el auge del movimiento revolucionario encabezado por el Frente sandinista y el segundo por los caprichos del mercado. Ya en los años setentas una camada de héroes sandinistas de este valiente pueblo se sumó a la lucha en las filas del sandinismo. Sus nombres están en las calles, en las escuelas e institutos, en los mercados, pero lo más importante, son ejemplo para los que vivimos y luchamos por un mejor Jinotepe, una mejor Nicaragua y una mejor y más justa Sociedad. 

El primer sandinista jinotepino de la primera generación de combatientes del FSLN, altamente entrenado en Cuba y Chile fue Manuel Antonio Avilés Cruz “Armando” quien cayó combatiendo a la dictadura en Rivas, en 1973 y que, según testimonio de su compañero de lucha, el también legendario guerrillero Noel “Venancio” Alonso, convivió y trabajó Carlos Fonseca, Oscar Turcios, Ricardo Morales Avilés, Francisco Rivera “El Zorro”, Juan de Dios Muñoz, Edgard “La Gata “Munguía, Mauricio Duarte, entre otros.

Es importante recordar que es en Jinotepe, en “el Panamá”, una finca de sus alrededores donde el Frente sandinista organiza la mejor escuela clandestina político-militar, operativa y exitosa fuera de la montaña, donde se forjan decenas de jóvenes y cuadros para engrosar la lucha contra la dictadura. 

También es en Jinotepe donde importantísimos cuadros de máximo nivel del FSLN, muy temprano, se reúnen para prevenir la dinámica divisionista que ya se avecinaba dentro de la organización. 

Dada la importancia para los objetivos de la lucha contra la dictadura somocista, la organización designa a unos de sus mejores cuadros, Mauricio Duarte, primer regional del FSLN para la zona, quien sería también el primer sandinista no-jinotepino en morir combatiendo contra la GN en la ciudad.

La lucha organizada de la juventud jinotepina y caraceña de los años setenta, aun es poco conocida en la historia general del FSLN, pero esa historia de compromiso y sacrificio está ahí. 

Ahí están los héroes y mártires asesinados por la genocida guardia pretoriana somocista en diversos momentos de la lucha antes y después del triunfo revolucionario y por ahí andan los sobrevivientes del Sandinismo Histórico jinotepino y caraceño. Listos, esperando siempre el llamado de su pueblo y su Partido revolucionario para luchar y construir.

Es justo rendir homenaje y manifestar el profundo respeto y agradecimiento a los combatientes sandinistas de otras ciudades que regaron con su preciosa sangre la tierra jinotepina, jóvenes de Boaco, Matagalpa, Managua, Masaya y otras ciudades de nuestro departamento y de nuestro país caídos como héroes por un ideal superlativo, por un sueño de justicia y libertad.

La ciudad de Jinotepe es una ciudad poblada de hombres y mujeres que a través de su historia han asumido los diferentes desafíos en que la situación concreta y el devenir histórico los ha colocado, pero los jinotepinos son eminentemente constructores de paz, gente de trabajo e integración que han construido una ciudad fruto del sudor e ingenio de muchísimas generaciones.

De ser un pequeño punto en el extendido mapa de la nación Chorotega- nahua, de aquél Xilotepelt campamento de cazadores, agricultores y vigías, rodeados de milenarios bosques, se fue erigiendo una ciudad que por muchos decenios fue ejemplo de civismo y cultura.

Hoy Jinotepe sin su gran referente, la agro-industria cafetalera, sin sus extensos cañaverales y tendales y campos sembrados de añil del pasado, busca otra definición socio-económica para suplir las necesidades vitales de su población en crecimiento. 

Al igual que todo el país, la cabecera departamental caraceña vive tiempos difíciles, acelerados con el combustible fatal de la ambición de poder de grupos antipatriotas y pro-yanquis de siempre.

Sin embargo la ciudad progresa en resiliencia, enfrenta los retos contemporáneos de hoy y el futuro apoyando y confiando en sus autoridades locales y en su gobierno constructor. Infraestructura pública, proyectos urbanos, programas de apoyo a los más pobres, planes de desarrollo inclusivo, son la llave con que el gobierno del Frente Sandinista apoya la gestión del gobierno local para abrir la puerta a nuevas perspectivas de desarrollo del municipio jinotepino. 

Debemos evitar que nuestro municipio, nuestra Meseta, cerros y llanos se conviertan en desiertos verdes, donde solo crezca el pasto azolado por los vientos. El crecimiento demográfico nos pone en ruta de construcción de una macro-región urbana que en treinta-cuarenta años estará conformada por una solo gran ciudad, uniendo a las principales ciudades del Departamento de Carazo, un monolito urbano y social que necesitará de nuevas fuentes de empleo para su desarrollo y subsistencia, así que debemos cuidar nuestra tierra, nuestra agua, nuestro aire y nuestro clima.

Evitar a toda costa la tentación constructiva que nos haga perder lo que queda de nuestros recursos naturales y entorno y evitar la tentación de la moda productiva, como por ejemplo, la ganadería extensiva y la plantación de piña, caña o aguacates en antiguas zonas cafetaleras. 

Los potreros acaban con el bosque y contaminan el ambiente con gases nocivos y por ejemplo, un solo árbol de aguacate en la temporada de más calor necesita hasta cincuenta galones por mes para sobrevivir, poniendo en riesgo el eco-sistema y las fuentes de agua. Es decir, debemos de preservar nuestro entorno si queremos vivir y progresar.

Debemos de hacer de Jinotepe una ciudad universitaria que aporte al desarrollo económico, un polo de desarrollo tecno-científico, un punto de referencia del turismo internacional y nacional, una ciudad de servicios, pero que a su vez que se integra productivamente hacia adelante. Ese es un reto no solo para nuestras autoridades, sino para todos nosotros los jinotepinos.

Jinotepe es un punto azul del arte, la poesía y las letras, una tierra bendecida por la palabra y el pensamiento creativo.

¡Cuántos juglares, poetas, pintores, artistas, ha visto pasar este Parque en su prolongada historia!

En estos últimos años tres potentes y humildes poetas partieron, siguiendo la ruta inmortal de otros artesanos del verbo que se adelantaron buscando el azur dariano más allá de los altos cielos estrellados que contemplaron nuestros antepasados desde esta misma Meseta.

A mis maestros y amigos los poetas Silvio Páez, Leonel Ahmed Calderón, que murió triste y casi olvidado entre la multitud, solo acompañado de su mujer estoica, sus perros machines y amistosos y sobre todo de la fidelidad profunda de la bella oriental de Sherezade y a Erasmito Aguilar, que además de poeta, fue filósofo, científico, maestro, filántropo y amigo a tiempo completo.

A ellos dedico estas humildes palabras.

Felicidades coterráneos por esta gran conmemoración.

Muchas gracias a todos.

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