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Resulta que hoy, en las postrimerías del siglo XX y ya entrando de lleno el siglo XXI, los populismos de nuevo cuño entraron con fuerza de nuevo al escenario político, con la misma propuesta histórica: fingir que están de lado de los intereses y aspiraciones de los sectores populares.
El “populismo” nace del movimiento campesino ruso del siglo XIX que aspiraba a la edificación del socialismo y era contrario a la industrialización de la sociedad. 

Por esos años no habían descubierto los revolucionarios “prácticos” de la lucha obrera y campesina el descubrimiento teórico hecho por Lenin y resultado de la experiencia revolucionaria rusa como lo era la falta de potencialidad revolucionaria de los campesinos, aunque no todos. 

No podían ser ellos la vanguardia de la lucha de clases, en tanto no fueran de la mano y dirigidos por la clase obrera, clase verdaderamente revolucionaria por su carácter proletario, pues no tenía otra riqueza que no fuera su fuerza de trabajo, la cual vendía al capitalista, el propietario del medio de producción, como una mercancía más.

Cuando se descubren esas leyes que avanzan al calor de la lucha de los trabajadores del campo y la ciudad, había un asunto ideológico de gran repercusión política, como lo era el sentido de la propiedad privada. 

Es decir, que esa idea de posesión individual era exactamente la misma para el terrateniente como para el minifundista. 

Ambos se sentían y se sabían propietarios y por lo tanto defendían con el mismo ardor su pequeña o gran propiedad. 

Eso hizo a los teóricos fundados en los hechos reales y no en la especulación filosófica idealista subjetiva, caer en la cuenta que los únicos campesinos con potencialidad revolucionaria era los trabajadores del campo proletarios o sea los campesinos sin tierra.

 Con los demás no se contaba en una temprana etapa de la lucha revolucionaria, pero se hizo la salvedad siguiente y muy importante para el proceso de acumulación de fuerzas en un proceso revolucionario: no excluir por su importancia productiva a los pequeños y medianos propietarios, verdaderos bastiones de la economía del campo.

Así las cosas, el populismo de los socialdemócratas rusos entró en decadencia porque, al final, Kerensky, uno de sus máximos dirigentes, terminó aliándose con los oligarcas zaristas obstaculizando el triunfo de la Revolución Obrero-Campesina. 

Pero resulta que hoy, en las postrimerías del siglo XX y ya entrando de lleno el siglo XXI, los populismos de nuevo cuño entraron con fuerza de nuevo al escenario político, con la misma propuesta histórica: fingir que están de lado de los intereses y aspiraciones de los sectores populares. 

Al populismo lo sustituyó la palabra popular, que cuando se dice, sin necesidad de entornos y se sabe un poco de marxismo, se entiende automáticamente como un significante y un significado, como un signo lingüístico, cuyos fonemas integrados nos dicen no otra cosa que: lucha de clases, revolución proletaria, internacionalismo proletario, dirección colectiva; marxismo-leninismo y Partido Único o sea Partido Comunista. 

Todos estos símbolos lingüísticos han sido anatemizados por los “intelectuales” de las derechas y de las izquierdas desorientados.

El populismo ha encontrado en todo el mundo expresiones de proyección popular, de grandes reformas, pero sin llegar a las transformaciones de la sociedad, que es cosa distinta. 

Los reformistas en todo caso son los populistas, con nombres distintos pero con las mismas acciones. Y como habría que confiar en el dictum marxista que el hombre es lo que hace, no lo que dice, no podemos ingenuamente caer en otorgarles el beneficio de la duda. 

Perón en Argentina es uno de los casos más destacados y siempre glorificados por muchos argentinos descocados, pese a estar enterados que Juan Domingo Perón era gran simpatizante de los nazis, siguen embelesados hasta con Evita. 

En Guatemala hubo un pillo, Alfonso Portillo, que usurpaba todo un lenguaje de izquierda, lamentablemente este mafioso pateaba con la derecha, con la ultraderecha, pues fue el Delfìn del genocida Efraín Ríos Montt.

 O Lázaro Cárdenas en México y su programa de nacionalizaciones y el ejidismo como proyección agraria. Bien en alguna medida, pero sin la profundidad que se necesitaba y esperaba las sociedades argentinas o mexicanas.

Hoy, con el nuevo alzamiento armado de Iván Márquez, con la ingenuidad apabullada y maltratada por las mentiras de la oligarquía colombiana, el camino es el mismo: o se gana una revolución o pasará lo de siempre. 

Y lo de Iván Márquez no es para menos: 900 dirigentes sociales, de base asesinados en dos años, y 150 guerrilleros desmovilizados. 

Un saldo trágico y una situación que ya no se puede tolerar. Iván, compañero: Estamos contigo.

 Y los revolucionarios a ser lo que debemos ser: a usar las palabras que nos corresponden como marxistas-leninistas y sobre todo ser consecuentes con lo que decimos creer.

http://lacunadelsol-indigo.blogspot.com/2019/08/la-apropiacion-cultural-de-la-derecha.html

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