Pablo Gonzalez

El exhibicionismo de la violencia durante las protestas opositoras en Venezuela


Ni George Orwell pudo predecir las horas de diversión y morbo que produciría el “panóptico invertido” en las redes sociales, ni esa línea tan fina entre difundir un crimen y cometerlo.

Las redes sociales llevan a una forma difusa de “exposición” en el doble sentido de dejarnos ver y ponernos en una situación vulnerable. 

Esta doble posibilidad, se puede apreciar en la palabra surveillance (vigilancia) utilizada tanto en francés como en inglés. En ella sur quiere decir “sobre” o “arriba” y veillance tiene el mismo origen que “vigilar”. Pero el concepto se puede invertir gracias a las propiedades de las redes digitales, permiten que al tiempo que estamos siendo vigilados — no olvidar la big data — los miembros de la comunidad graban acontecimientos para su grupo.

La multiplicación de los teléfonos celulares con cámaras y la posibilidad de divulgar para una audiencia potencialmente mundial cualquier información, permite que los ciudadanos vigilen y se mantengan informados de las acciones del poder. El problema es saber qué valores predominan en la vigilancia, sea esta de la naturaleza que sea. Las redes sociales suele ser un templo de la democracia y de la demagogia, desgraciadamente no repartido a partes iguales.

Fueron los griegos los primeros que hicieron la distinción entre democracia y demagogia, una diferenciación que no es trivial. La democracia beneficia a la mayoría, la demagogia es el dominio de una minoría que se atribuye el papel de “pueblo” o de “nación”, y que intenta igualar y naturalizar lo peor de una sociedad, mientras entierra la posibilidad de que todos gocen de iguales oportunidades para estar informados.

Como ocurre en Venezuela, las redes sociales no son el mar de democracia que se podría aspirar. También, han terminado siendo el patio de recreo de terroristas, sádicos y movimientos marginales muy peligrosos, que incitan al odio y a la destrucción. La frontera entre un video que promueve la violencia y otro que documente la violación de los derechos humanos, es bastante difusa, y con frecuencia es imposible determinarla sin un mínimo de conocimiento del contexto en el cual el testimonio se ha filmado y sin una gran dosis de responsabilidad ciudadana.

“Para bien o para mal, los medios de comunicación están teniendo un enorme impacto en los valores, creencias y comportamientos de nuestros niños y jóvenes”, de acuerdo con L. Rowell Huesmann, quien estudió las evidencias aportadas por investigaciones durante el último medio siglo sobre el impacto de la exposición a la violencia en los medios. Demostró que esta “aumenta el riesgo de comportamiento violento por parte del espectador, así como crecer en un ambiente marcado por la violencia real aumenta el riesgo de comportamiento violento”.

La mayoría de los teóricos en esta materia, según Huesmann, coinciden en que los efectos a corto plazo de la exposición a la violencia mediática desembocan en tres procesos: 1) la iniciación, 2) la excitación y 3) la imitación inmediata de comportamientos específicos.

Es por eso que en algunas legislaciones internacionales ya se ha incorporado sanciones contra las personas que inciten al odio o a la violencia a través de Internet, con casos como Estados Unidos y España, cuyas penalidades son equiparables a las establecidas en normativas antiterroristas y tienen en cuenta diversos niveles de gravedad para esas conductas. La sanción a la violencia en la red incluye, en cualquier caso, la inhabilitación para desempeñar tareas educativas.
El caso Venezuela

Misión Verdad comenta hoy el video del apedreamiento a Héctor Anuel, en Anzuátegui, que es lo bastante explícito para señalar que quienes lo filmaron querían, de alguna manera, que este se difundiera para consumo masivo. En las redes, en vez de repudiar el hecho, algunos criminalizaron a la víctima:

Red58.org ha documentado hasta hoy 27 hechos de personas quemadas vivas. La mayoría murió o recibió graves lesiones debido a prejuicios hacia y contra la víctima por razón de su condición social o creencia política, acto tipificado por Naciones Unidas como “crimen de odio”. En todos los casos, las fotografías y los videos han circulado profusamente por las redes sociales, fundamentalmente por Twitter, y han sido tomados para ser exhibidos de manera obscena, con total desprecio de las víctimas.

“Apedrear a un hombre muerto, quemado, por ser chavista, se puede decir que es uno de los puntos más bajos en los que se pueda caer. Filmarlo y difundirlo, como un trofeo de guerra, además, muestra la cínica intención de volver esta orgía de muerte en un producto de consumo en las redes sociales para el regodeo y asco de quienes lo viesen, dependiendo de su grado de salud mental”, admite Misión Verdad.

Reacción de los usuarios en la página Red58.org en Facebook, con llamados a la violencia extrema, incluido el magnicidio.

En Facebook, donde las páginas dedicadas a incentivar la violencia en Venezuela se cuentan por decenas (lea nuestra nota al respecto), se pueden encontrar llamamientos con una fuerte retórica anticomunista y convocatorias a la desobediencia civil y a la guerra a muerte:


Ni George Orwell pudo predecir las horas de diversión y morbo que produciría el “panóptico invertido”, ni la alegría con que la sociedad se iba a observar a sí misma causando sufrimiento a los demás.

La minoritaria Venezuela violenta intenta naturalizar el odio hacia los adversarios y, con ello, las acciones ya comunes de la oposición extremista, que incluyen la interrupción de calles y avenidas, el hostigamiento a funcionarios y simpatizantes del chavismo, el sicariato político, el ataque a edificios públicos, centros de salud, cuarteles y planteles educativos, el incendio de unidades de transporte público, el saqueo de comercios privados y los asesinatos selectivos.

En este ambiente de guerra psicológica surgen los grupos de exterminio, a la vista de todos, con la activa legitimación de los dirigentes de oposición y las transnacionales mediáticas.

El colmo de este perfomance de la violencia y de la internacionalización de la estética “guarimbera” -el atuendo que utilizan los fanáticos en las protestas opositoras-, es que individuos que encabezaron el Ejecutivo en sus países, en vez de combatir la violencia, se suman a la moda antichavista con total irresponsabilidad que nada tiene que ver con la libertad de expresión. Está más bien en sus antípodas.

Este selfie, por ejemplo, quedará para la historia y para la vergüenza de quienes algunas vez confiaron su voto a Laura Chinchilla, en Costa Rica, y a Andrés Pastrana, en México. Con la desaparición del más elemental sentido común, esta foto demuestra que, odio mediante, la exaltación de la barbarie puede alcanzar a cualquiera.

Laura Chinchilla y Andrés Pastrana con jóvenes que protagonizan las protestas violentas en Venezuela.

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