Pablo Gonzalez

El Fenómeno Kafkiano


Un cuarto de baño estrecho, la luz intensa de la mañana que agoniza cercana al sol del mediodía, irrumpía por una minúscula ventanilla, golpeando mis pupilas que ya se encontraban atrapadas en la celda de una mirada desencajada, reflejando lo fatal que estaba a punto de acontecer.

 La cortina plástica y deteriorada de un baño mal pintado de verde agua, colgaba de un delgado pero firme tubo incrustrado de pared a pared.

 Mi cabeza, firme y determinada en cambiar los puntos suspensivos por un punto final. 

 En un solo ser, juez y acusado; el primero dictó la sentencia, el segundo la aceptó con un sabor agridulce en el alma. 

 La sentencia fue: Muerte a mí... Solté el delgado cinturón de mis pantalones, hice tres o cuatro nudos en el tubo, luego de haber cruzado la punta del mismo por la hebilla, abrazando mi cuello un torniquete para parar la hemorragia fatal, mi existencia se desangraba, y la orden impulsada por una forma de inercia para mi desconocida era: ¡Ya! !No más! ¡No más!

Mi estatura, la altura del tubo y el largo de la faja, no me permitían permanecer colgado como lo hubiese estado Judas cientos de años atrás. 

 Empecé a aflojar las piernas, la faja apretujaba mi cuello con saña, mi rostro parecía un globo a punto de explotar, no tenía idea de cómo llegaría la muerte usando tal método, pero ocurrió lo que no vi venir, pues cuando sos un adolescente de más o menos 15 años, cargás mucha ignorancia sobre muchas cosas, ¡me desmayé!.

Debió ser grotesco ver mi cuerpo inconsciente, con los ojos cerrados, la boca sellada, colgando como una piñata que el mundo había apaleado, y que en ese instante lograron romper.

 No tengo noción del tiempo en el que de alguna manera estuve apagado, siendo asesinado por tres elementos: un cerebro -el mío- con el que siempre me costó convivir, una faja apretando mi cuello y la fuerza de la gravedad.

En mi inconsciencia me transformé en espectador de mi propia vida, que empezó a proyectarse en retroceso y de forma acelerada, partiendo de la encerrona en un baño, en busca de la muerte.

!PUM¡ Un golpe severo en la cabeza, como si un gigante como Goliat me hubiese propinado un fuerte topetazo con un primitivo garrote. 

 Abrí mis ojos lentamente y supe que estaba en el suelo, mi cabeza se había estrellado contra el piso; al soltarse los tres nudos de la faja, el ticket en mis manos para un viaje sin retorno en el tren de la muerte, allí donde viajamos los que nos desahuciamos antes de que Dios lo decida, junto a los que por la ley de la vida ya tenían un pasaje en mano.

¿Quién soy? Dónde estoy? ¿Qué es este lugar? ¿Por qué estoy débil? 

 Dios mío, mis piernas no responden, mis brazos están débiles, aún estoy girando en la interminable espiral que produce el vértigo, después que mi cabeza se estrellase contra el suelo, mi cuerpo no opuso resistencia.

Estaba en la ruta de la muerte, cuando poco a poco recuperé la consciencia intenté levantarme, como un neófito tratando de escalar el Everest, aferrándome a todo lo que encontraba frente a mí, sin fuerza en las piernas, hasta que logré ubicarme frente al espejo.

Una franja que contenía todas las tonalidades para atravesar el sendero del morado al negro, rodeaba mi cuello. 

 Mis piernas estaban más firmes, siempre temblorosas, retomando su función de sostenerme en pie.

Caí en casi plena consciencia frente al espejo, y un pensamiento espantoso me produjo escalofríos: 

¿Estoy muerto?, ¿Qué hice?. 

 Entré en terror y una angustia insoportable al pensar que había cruzado el umbral de lo irreparable. 

 A medida que volvía en mí mismo, supe que no estaba muerto y sentí tanto miedo, que le pedí a Dios jamás caer nuevamente en esa forma de tentación; fue inútil, pues esto que acabo de narrar es sólo uno de tantos episodios en mi vida, donde me vi avanzando hacia la ruta del suicidio.

 El detonante de siempre: desencanto total de la vida, el sentirme inútil, el no saber cómo vivir.

Allí empezó mi larga travesía de consultorio en consultorio de psiquiatras, que me diagnosticaron de maneras distintas a través de los años, entre el mundo de "las píldoras salvadoras para locos”. 

 Brotes psicóticos, trastorno de ansiedad y angustia, maníaco depresivo y bipolar con tendencias suicidas, borderliner o trastorno límite de la personalidad, trastorno de pánico... etiquetas y más etiquetas, que me acreditaban como nuevo miembro del club de clientes de la industria farmacéutica y sus milagrosas pócimas, las cuales debía comprar y consumir como requisito ineludible. 

 Pasó a ser oficial para la mayoría, esas etiquetas tienen un término que las resume, entre los peores estigmas de la sociedad: los locos, los leprosos de la nueva era.

 Eso me definía ante un mundo que se considera a sí mismo inocuo.

 Este tipo de episodios grotescos te llevan a preguntarte: ¿Por qué es tan difícil para mí ser como todo el mundo, un ser 'normal' como los demás?, ¿Por qué para mí el sol brilla distinto cada día?, ¿Por qué esos ataques súbitos de melancolía, desde mi temprana infancia?

Empecé a preguntarme al paso de los años, ¿Es mi cerebro distinto?, 

¿Tiene que ver con que aprendí a leer a los cuatro años?. Sabía cantar muy bien, solía ser el acto estelar en las reuniones familiares, aprendí a escribir canciones y a tocar guitarra desde los siete u ocho años, luego aprendí cuatro instrumentos más, dibujaba todo el tiempo, ganaba todos los concursos colegiales en lo que participé, escribí más de 100 canciones en mi vida... 

¿Tiene que ver con recordar estar en cama, entre mi miedo de infancia y el silencio de la alta noche, a mis cinco o seis años preguntándome angustiado si al morir la eternidad tiene un final?. 

 Al paso del tiempo, tendría que haber un final en el que nos apaguemos de manera absoluta como candela expuesta al viento; ese pensamiento salía torturarme con frecuencia tratando de comprender lo eterno, lo infinito.

¿Tiene que ver mi "locura" con mi lectura precisa sobre las personas, con un simple apretón de manos, una mirada, o a veces si ningún contacto?. 

 ¡Sí! ¡Entendí!, soy distinto, ni mejor, ni peor a los demás, simplemente distinto. 

 Entendí que un cerebro como el mío, se ve envuelto en una pesadilla sin salida cuando se vive en una sociedad de empatía casi nula o en peligro de extinción; en otras palabras, una sociedad enferma, plagada de sociópatas, seres que habitan en el círculo hedonista, adeptos a la iglesia de los Esnobistas, la sociedad del "becerro de oro", donde valés por lo que tenés y lo que acumulas en términos materiales.

Capitalismo salvaje, ese que nos condena a ser menos que el papel moneda, que nos individualiza al extremo de la egolatría, que nos lleva a un estadio cavernario. 

 ¿Yo? Definitivamente no soy pieza para ese amorfo rompecabezas anti natura. 

Pudo ser que mis crisis, junto con mi forma no ortodoxa de ser, mi cerebro singular, mi desarrollo autodidacta en la música como cantante, compositor y multi instrumentista, el dibujo, la poesía, incursiones en la teología, la psicología y la filosofía -sin más maestro que mi propio impulso por avanzar por donde muchos no lo hacen-, mis logros únicos en la música, galardones cosechados con sólidos aciertos en el arte, tener éxitos musicales atemporales en países como Honduras, El Salvador e incluso Nicaragua, chocaron contra un muro del mundo descarrilado, quedando yo enredado en medio de un amasijo de sentencias y estigmas sociales, quedando en estado de paria.

Creo que es la respuesta que se aleja más y más de los parámetros de un Sofisma. 

 Sé que vivire más tiempo, allá lejos donde la metafísica tiene su reino, donde lo místico es más palpable que mi propio ser. 

 Pero, ¿qué tiene que ver Kafka y su metamorfosis?. Dicho sea de paso, el primer libro que leí en mi infancia. 

 No lo comprendí en ese tiempo, pero me vi fascinado por esa historia.

 Para mí Gregorio Samsa es una metáfora que esconde el sentir de Kafka ante el mundo. 

 Nunca describe qué tipo de insecto es, la metamorfosis es súbita, con la cual aprendió a vivir. 

 Su mayor preocupación y la de su familia era: ¡¿Y ahora, quien traerá el dinero a casa?!. 

 Terminó confinado en su habitación, como un insecto despreciable que podía trepar paredes, que tenía nuevas habilidades que a nadie interesaban. 

 Su familia llegó al hastío, a la violencia y con su muerte, al sosiego. 

 Huir del insecto que un día fue el proveedor de su hogar.

¿Qué escondió Kafka en su libro bajo el nombre 'La Metamorfosis?.

 ¿Qué estaba subyacente bajo el personaje de Samsa, que se transformó en un insecto y murió en el desprecio del abandono?.

 Estoy seguro que la mente de Kafka no encajaba con el mundo que le rodeaba, una mente brillante que le condenó ante los demás por ser diferente, una mente hipersensible a todo, un cerebro incomprendido por el mundo, resultándole más fácil a éste último, encajarle la etiqueta de loco.

Si me preguntan les diré: Kafka era uno de esa rara especie a los que llaman orates, dislocados; de esos "Crazy Wise", que en este mundo egoísta y de empatía agonizante, simplemente no cuadran, no caben, no encajan.

Brillante metáfora Kafka, me has hecho saber que yo, al que muchos consideran un loco, no estoy solo, y que no somos mejores ni peores, simplemente distintos a los demás.

http://www.rompiendolaetiqueta.com/blog/2017/7/1/el-fenomeno-kafkiano

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