VATICANO: El más siniestro puntal imperialista

VATICANO: El más siniestro puntal imperialista

La pandemia que pudo evitarse y el sistema–mundo


Una amplia valoración de Ignacio Ramonet sobre la actual situación mundial por el Covid-19, publicado en simultáneo por las ediciones de España, Argentina y Chile de Le Monde Diplomatique, Cubadebate, La Jornada (México), Nodal (Argentina) y "Mémoire des luttes". Este es el fragmento inicial de su libro.

Todo está yendo muy rápido. Ninguna pandemia fue nunca tan fulminante y de tal magnitud. Surgido hace apenas cien días en una lejana ciudad desconocida, un virus ha recorrido ya todo el planeta, y ha obligado a encerrarse en sus hogares a miles de millones de personas. Algo sólo imaginable en las ficciones post–apocalípticas...

A estas alturas, ya nadie ignora que la pandemia no es sólo una crisis sanitaria. Es lo que las ciencias sociales califican de "hecho social total", en el sentido de que convulsa el conjunto de las relaciones sociales, y conmociona a la totalidad de los actores, de las instituciones y de los valores.

La humanidad está viviendo –con miedo, sufrimiento y perplejidad– una experiencia inaugural. Verificando concretamente que aquella teoría del "fin de la historia" es una falacia... Descubriendo que la historia, en realidad, es impredecible. Nos hallamos ante una situación enigmática. Sin precedentes. 

Nadie sabe interpretar y clarificar este extraño momento de tanta opacidad, cuando nuestras sociedades siguen temblando sobre sus bases como sacudidas por un cataclismo cósmico. Y no existen señales que nos ayuden a orientarnos... Un mundo se derrumba. Cuando todo termine la vida ya no será igual.

Hace apenas unas semanas, decenas de protestas populares se habían generalizado a escala planetaria, de Hong Kong a Santiago de Chile, pasando por Teherán, Bagdad, Beirut, Argel, París, Barcelona y Bogotá. El nuevo coronavirus las ha ido apagando una a una a medida que se extendía, rápido y furioso, por el mundo... 

A las escenas de masas festivas ocupando calles y plazas, suceden las insólitas imágenes de avenidas vacías, mudas, espectrales. Emblemas silenciosos que marcarán para siempre el recuerdo de este extraño momento.

Estamos padeciendo en nuestra propia existencia el famoso "efecto mariposa": alguien, al otro lado del planeta, se come un extraño animal y tres meses después, media humanidad se encuentra en cuarentena... 

Prueba de que el mundo es un sistema en el que todo elemento que lo compone, por insignificante que parezca, interactúa con otros y acaba por influenciar el conjunto.

Angustiados, los ciudadanos vuelven sus ojos hacia la ciencia y los científicos –como antaño hacia la religión– implorando el descubrimiento de una vacuna salvadora cuyo proceso requerirá largos meses. Porque el sistema inmunitario humano necesita tiempo para producir anticuerpos, y algunos efectos secundarios peligrosos pueden tardar en manifestarse...

La gente busca también refugio y protección en el Estado que, tras la pandemia, podría regresar con fuerza en detrimento del Mercado. En general, el miedo colectivo cuanto más traumático más aviva el deseo de Estado, de Autoridad, de Orientación. 

En cambio, las organizaciones internacionales y multilaterales de todo tipo (ONU, Cruz Roja Internacional, G7, G20, FMI, OTAN, Banco Mundial, OEA, OMC, etc.) no han estado a la altura de la tragedia, por su silencio o por su incongruencia. El planeta descubre, estupefacto, que no hay comandante a bordo... 

Desacreditada por su complicidad estructural con las multinacionales farmacéuticas (como lo afirmó Germán Velásquez, ex funcionario de la entidad, a la cadena radial SER, de Madrid, el 25 de agosto de 2016: "Han privatizado la OMS, la financiación privada condiciona sus decisiones»), la propia Organización Mundial de la Salud (OMS) ha carecido de suficiente autoridad para asumir, como le correspondía, la conducción de la lucha global contra la nueva plaga.

Mientras tanto, los Gobiernos asisten impotentes a la irrefrenable diseminación por todos los continentes (a principios de abril de 2020, únicamente 9 países en su mayoría archipiélagos, no tenían casos de Covid-19 según las autoridades locales) de esta peste nueva. Contra la cual no hay ni vacuna, ni medicamento, ni cura, ni tratamiento que elimine el virus del organismo (no existe al 22 de abril de 2020 una terapia específica que "mate" al virus o que lo vuelva inofensivo como lo consigue la triterapia contra el retrovirus VIH del Sida.

 Los tratamientos actuales contra el nuevo coronavirus buscan esencialmente a reforzar el sistema inmune del paciente para ayudarlo a reducir al patógeno). Y eso va a durar... Mientras el germen siga presente en algún país, las re–infecciones serán inevitables y cíclicas. Lo más probable es que esta epidemia no logre pararse antes de que el microbio haya contagiado en torno al 60% de la humanidad.

Lo que parecía distópico y propio de dictaduras de ciencia ficción se ha vuelto "normal". Se multa a la gente por salir de su casa a estirar las piernas, o por pasear su perro. Aceptamos que nuestro móvil nos vigile y nos denuncie a las autoridades. Y se está proponiendo que quien salga a la calle sin su teléfono sea sancionado y castigado con prisión.

El largo autismo neoliberal es ampliamente criticado, en particular a causa de sus políticas devastadoras de privatización a ultranza de los sistemas públicos de salud que han resultado criminales, y se revelan absurdas. Como ha dicho Yuval Noah Harari: "Los Gobiernos que ahorraron gastos en los últimos años recortando los servicios de salud, ahora gastarán mucho más a causa de la epidemia". 

Los gritos de agonía de los miles de enfermos muertos por no disponer de camas en las Unidades de Cuidados Intensivos (UCI) condenan para largo tiempo a los fanáticos de las privatizaciones, de los recortes y de las políticas austeritarias.

Se habla ahora abiertamente de nacionalizar, de relocalizar, de reindustrializar, de soberanía farmacéutica y sanitaria. Se vuelve a usar una palabra que los neoliberales estigmatizaron, acorralaron y desterraron: solidaridad. 

La economía mundial se encuentra paralizada por la primera cuarentena global de la historia. En el mundo entero hay crisis, a la vez, de la demanda y de la oferta. 

Unos ciento setenta países (de los ciento noventa y cinco que existen) tendrán un crecimiento negativo en 2020. O sea, una peor tragedia económica que la Gran Recesión de 1929. Millones de empresarios y de trabajadores se preguntan si morirán del virus o de la quiebra y del paro.

David Beasley, Director ejecutivo del Programa Alimentario Mundial (PAM), ha alertado sobre la situación catastrófica que se avecina: "Estamos al borde de una "pandemia de desnutrición".

El número de personas que sufren de hambre severa podría duplicarse de aquí a final de año, superando la cifra de 250 millones de personas…".

Nadie sabe quién se ocupará del campo, si se perderán las cosechas, si faltarán los alimentos, si regresaremos al racionamiento... El apocalipsis está golpeando a nuestra puerta.

La única lucecita de esperanza es que, con el planeta en modo pausa, el medio ambiente ha tenido un respiro. El aire es más transparente, la vegetación más expansiva, la vida animal más libre. Ha retrocedido la contaminación atmosférica que cada año mata a millones de personas. 

De pronto, lavada del mugre de la polución, la naturaleza ha vuelto a lucir tan hermosa... Como si el ultimátum a la Tierra que nos lanza el coronavirus fuese también una desesperada alerta final en nuestra suicidaría ruta hacia el cambio climático: "¡Ojo! Próxima parada: colapso".

En la escena geopolítica, la espectacular irrupción de un actor desconocido –el nuevo coronavirus– ha desbaratado por completo el tablero de ajedrez del sistema–mundo. En todos los frentes de guerra –Libia, Siria, Yemen, Afganistán, Sahel, Gaza, etc.–, los combates se han suspendido...

La peste ha impuesto de facto, con más autoridad que el propio Consejo de Seguridad, una efectiva Pax Coronavírica...

En política internacional, la pavorosa gestión de esta crisis por el presidente Donald Trump asesta un golpe muy duro al liderazgo mundial de los Estados Unidos que no han sabido ayudarse ellos ni ayudar a nadie. 

China en cambio, después de un comienzo errático en el combate contra la nueva plaga, ha conseguido recobrarse, enviar ayuda a una centenar de países, y parece sobreponerse al mayor trauma sufrido por la humanidad desde hace siglos. El devenir del nuevo orden mundial podría estar jugándose en estos momentos...

De todos modos, la impactante realidad es que las potencias más poderosas y las tecnologías más sofisticadas han resultado incapaces de frenar la expansión mundial de la Covid-19, enfermedad causada por el coronavirus SARS–CoV–2, el nuevo gran asesino planetario.

El Coronavirus

La cifra de víctimas no cesa de crecer... A la hora en que redactamos estas líneas, el número de fallecidos supera los ciento cincuenta mil... El de los contaminados sobrepasa los dos millones y medio... Y los confinados en sus viviendas son más de cuatro mil millones... Esto último tampoco había ocurrido jamás... 

Las palabras "confinamiento" y "cuarentena" que parecían pertenecer a tiempos olvidados y al léxico medieval se han convertido en vocablos usuales. Los que mejor ilustran finalmente nuestra actual anormal normalidad.

Hay controversia, al más alto nivel (se ha identificado en cambio al paciente 1 en China: un hombre de 55 años residente en la provincia de Hubei fue el primer caso confirmado de Covid-19 y se remonta al 17 de noviembre de 2019, semanas antes de que China alertase oficialmente al mundo), sobre el origen de este virus aparecido en Wuhan (Hubei, China). Como no se ha identificado todavía al "paciente cero", o sea el primer contagio de animal a humano, varias especulaciones circulan. 

Por una parte, autoridades de Pekín acusaron al ejército estadounidense de haber fabricado el germen en un laboratorio militar de Fort Detrick (Frederick, Maryland) como arma bacteriológica para frenar el ascenso chino en el mundo, y de haberlo dispersado en China con ocasión de los Juegos Militares Mundiales, una competición disputada en octubre de 2019, precisamente... en Wuhan.

Por otra parte, en Estados Unidos, el propio presidente Trump incriminó repetidas veces a Pekín, después de que el influyente senador republicano de Arkansas, Tom Cotton, presentado a veces como el próximo director de la Central Intelligence Agency (CIA), culpara a científicos militares chinos de haber producido el nuevo germen en un laboratorio "de virología y bioseguridad" localizado también... en Wuhan. 

Las redes sociales en Estados Unidos han tratado de acreditar también la tesis (falsa) de que el científico estadounidense Charles Lieber –un genio de las nanotecnologías, profesor en la Universidad de Harvard–, fabricó y vendió a las autoridades chinas el nuevo coronavirus.

 La detención del profesor Lieber por orden del fiscal general del gobierno de Estados Unidos para el Tribunal de Distrito en Massachusetts, Andrew Lelling, el 28 de enero de 2020, acusado de haber recibido fondos de la Universidad de Tecnología de Wuhan (WUT) por su pretendida participación en el “Plan Mil Talentos” creado por China para reclutar científicos expatriados y extranjeros para sus universidades (lo cual obviamente no tiene nada que ver con el coronavirus) sirvió de pretexto a la fake news que ha circulado mucho…

Ampliamente difundidas por los adeptos conspiracionistas de las "teorías del complot" de ambos bandos, estas versiones contradictorias (hay otras) han circulado mucho por las redes sociales. Tienen escaso fundamento. 

Estudios científicos solventes descartan que el nuevo coronavirus sea un arma biológica de diseño liberada intencionadamente o por accidente: "Nuestros análisis demuestran claramente que el SARS–CoV–2 no es una construcción de laboratorio ni un virus deliberadamente manipulado". afirmó tajantemente el profesor de la Universidad de Sydney (Australia) Edward C. Holmes, el mejor experto mundial del nuevo patógeno.

Ignoramos aún muchas cosas de este agente infeccioso: no sabemos, por ejemplo, si ya ha mutado o si va a mutar... 

Ni por qué infecta más a los hombres que a las mujeres. Ni cuáles son los determinantes que hacen que dos personas de características semejantes –jóvenes, sanas, sin patologías asociadas– desarrollan formas opuestas de la enfermedad, leve una, grave o mortal la otra. 

Ni por qué los niños casi nunca tienen formas graves de la infección. Ni si los enfermos curados siguen transmitiendo la plaga, ni si quedan realmente inmunizados...

Pero existe un amplio acuerdo entre los investigadores internacionales para reconocer que este nuevo germen ha surgido del mismo modo que otros anteriormente: saltando de un animal a los seres humanos... Murciélagos, pájaros y varios mamíferos (en particular los cerdos) albergan naturalmente múltiples coronavirus. 

En los humanos, hay siete tipos de coronavirus conocidos que pueden infectarnos. Cuatro de ellos causan diversas variedades del resfriado común. 

Y otros tres, de aparición reciente, producen trastornos mucho más letales como el síndrome respiratorio agudo y grave (SARS), emergido en 2002; el síndrome respiratorio de Oriente Medio (MERS), surgido en 2012; y por último esta nueva enfermedad, la Covid-19, causada por el SARS–CoV–2, cuyo primer brote se detectó, como ya dijimos, en el mercado de mariscos de Wuhan en diciembre de 2019.

 Este nuevo germen tendría al murciélago como "huésped original" y a otro animal aún no formalmente identificado –¿el pangolín?–, como "huésped intermedio" desde el cual, después de volverse particularmente peligroso, habría saltado a los humanos.

Lo que no se acaba de entender es ¿por qué, si ya convivimos con otros seis coronavirus y los tenemos globalmente controlados, este nuevo patógeno ha provocado tal colosal pandemia? ¿Qué tiene de particular este germen? ¿Por qué su rapidez de infestación ha desbordado las previsiones de las mejores autoridades sanitarias del mundo?

Sin duda, como se ha repetido mucho, condiciones ajenas al virus como la velocidad actual de las comunicaciones, la hipermovilidad y la intensidad de los intercambios en la era de la globalización han favorecido su propagación. Obvio. Pero entonces ¿por qué el SARS en 2002 o el MERS en 2012, también causados por nuevos coronavirus, no se "globalizaron" de igual manera en todo el planeta?

Para responder a estas preguntas, lo primero que hay que recordar es que "los virus son inquietantes porque no están vivos ni muertos. 

No están vivos porque no pueden reproducirse por sí mismos. No están muertos porque pueden entrar en nuestras células, secuestrar su maquinaria y replicarse. Y en eso son eficaces y sofisticados porque llevan millones de años desarrollando nuevas maneras de burlar nuestro sistema inmune". 

Pero lo que distingue específicamente al SARS–CoV–2 de otros virus asesinos es precisamente su estrategia de irradiación silenciosa. O sea, su capacidad de propagarse sin levantar sospechas, ni siquiera en su propia víctima. Por lo menos durante los primeros días del contagio en los que la persona infectada no presenta ningún síntoma de la enfermedad.

Ignoramos con certeza por qué el virus viaja tan rápidamente, pero lo que sabemos es que, desde el momento en que penetra –por los ojos, la nariz o la boca– en el cuerpo de su víctima, ya comienza a replicarse de modo exponencial... Según la investigadora Isabel Sola, del Centro Nacional de Biotecnología de España: "Una vez dentro de la primera célula humana, cada coronavirus genera hasta 100.000 copias de sí mismo en menos de 24 horas...". 

Pero además, otro rasgo singular y astuto de este patógeno es que, al invadir un cuerpo humano, concentra su primer ataque, cuando aún es indetectable, en el tracto respiratorio superior de la persona infectada, desde la nariz a la garganta, donde se replica con frenética intensidad. 

Desde ese momento, ya esa persona –que no siente nada– se convierte en una potente bomba bacteriológica y empieza a diseminar masivamente en su entorno –simplemente al hablar o al respirar– el virus letal...

Esta es la característica principal, la fatal singularidad de este nuevo coronavirus. En China, hasta el 86% de los contagios se debieron a personas asintomáticas, sin signos detectables de la infección. En la Universidad de Oxford, un grupo de investigadores demostró que hasta la mitad de los contagios por el SARS–CoV–2 se debe a individuos no diagnosticados y sin síntomas aparentes.

Sólo una minoría de contagiados padece el segundo ataque del germen, concentrado esta vez en los pulmones, de manera similar al SARS de 2002 (aunque la carga viral del nuevo coronavirus es mil veces superior a la del SARS), provocando neumonías que pueden llegar a ser letales, sobre todo en personas mayores de 65 años con enfermedades crónicas.

Como el número de contagiados es masivo y simultáneo, esta minoría –que representa un 15% de todos los infectados –y que es la que acudirá a los hospitales–, puede alcanzar con celeridad cifras muy elevadas según el volumen de población... 

Como lo hemos visto en China, Irán, Italia, España, Francia, Reino Unido o Estados Unidos, basta con que varios miles de personas acudan al mismo tiempo a las urgencias de los hospitales para colapsar todo el sistema sanitario de cualquier país por muy desarrollado que sea...

En Wuhan, Teherán, Milán, Madrid, París, Londres o Nueva York, médicos y enfermeros se vieron pronto totalmente sobrepasados. Faltaron mascarillas, gel desinfectante, material de protección para el personal sanitario, camas en las UCI, respiradores, etc. 

En varias ciudades (Wuhan, Madrid, Nueva York), las autoridades, desbordadas, tuvieron que echar mano de las fuerzas armadas o de voluntarios civiles para construir a toda velocidad hospitales improvisados de miles de camas. En casi todas partes, las autoridades confesaron que no habían previsto semejante avalancha de enfermos, "un continuo tsunami de pacientes en estado grave...

Una pandemia muy anunciada

Ante el alud de críticas por lo que la opinión pública percibió como una "mala gestión" de la pandemia, algunos gobernantes argumentaron también que la celeridad del ataque pandémico les había pillado por sorpresa... Donald Trump, por ejemplo, no dudó en afirmar repetidas veces –cuando se produjeron en su país las primeras muertes por coronavirus, meses después de China o de Europa–, que "nadie sabía que habría una pandemia o una epidemia de esta proporción", y que se trataba de un "problema imprevisible", "algo que nadie esperaba", "surgido de ninguna parte"...

Se pueden decir muchas cosas para explicar la escasa preparación de las autoridades ante este brutal azote, pero el argumento de la sorpresa no es de recibo.

 Primero, porque hay un proverbio famoso en salud pública: "Los brotes son inevitables, las epidemias no". Segundo, porque decenas de autores de ficción y de ciencia ficción –desde James Graham Ballard a Stephen King pasando por Cormac McCarthy o el cineasta Steven Soderbergh en su película Contagio (2011)– describieron en detalle la pesadilla sanitaria apocalíptica que amenazaba al mundo. Tercero, porque personalidades visionarias –Rosa Luxemburg, Gandhi, Fidel Castro, Hans Jonas, Ivan Illich, Jürgen Habermas– avisaron, desde hace tiempo, que el saqueo y el pillaje del medio ambiente podrían tener consecuencias sanitarias nefastas. Cuarto, porque epidemias recientes como el SARS de 2002, la gripe aviar de 2005, la gripe porcina de 2009 y el MERS de 2012 ya habían alcanzado niveles de pandemia incontenible en algunos casos y habían causado miles de muertos en todo el planeta. 

Quinto, porque cuando se produjo la primera muerte por el nuevo coronavirus en Estados Unidos, el 10 de marzo de 2020 en Nueva Jersey –como ya hemos dicho–, hacía casi tres meses que la epidemia había estallado en Wuhan y había desbordado rápidamente todo el sistema sanitario tanto en China como en varias naciones europeas; o sea, hubo tiempo para prepararse. 

Y sexto, porque decenas de prospectivistas y varios informes recientes habían lanzado advertencias muy serias sobre la inminencia del surgimiento de algún tipo de nuevo virus que podría causar algo así como la madre de todas las epidemias.

El más importante quizás de estos análisis fue presentado, en noviembre de 2008, por el National Intelligence Council (NIC), la oficina de anticipación geopolítica de la CIA, que publicó para la Casa Blanca un informe titulado "Global Trends 2025: A Transformed World" . Este documento resultaba de la puesta en común –revisada por las agencias de inteligencia de Estados Unidos– de estudios elaborados por unos dos mil quinientos expertos independientes de universidades de unos treinta y cinco países de Europa, China, India, África, América Latina, mundo árabe–musulmán, etc.

Con insólito sentido de anticipación, el documento confidencial anunciaba, para antes de 2025, "la aparición de una enfermedad respiratoria humana nueva, altamente transmisible y virulenta para la cual no existen contramedidas adecuadas, y que se podría convertir en una pandemia global".

 El informe avisaba que "la aparición de una enfermedad pandémica depende de la mutación o del reordenamiento genético de cepas de enfermedades que circulan actualmente, o de la aparición de un nuevo patógeno en el ser humano que podría ser una cepa de influenza aviar altamente patógena como el H5N1, u otros patógenos, como el SARS coronavirus, que también tienen este potencial".

El informe advertía, con impresionante antelación, que "si surgiera una enfermedad pandémica, probablemente ocurriría en un área marcada por una alta densidad de población y una estrecha asociación entre humanos y animales, como muchas áreas del sur de China y del sudeste de Asia, donde no están reguladas las prácticas de cría de animales silvestres lo cual podría permitir que un virus mute y provoque una enfermedad zoonótica potencialmente pandémica...".

Los autores también preveían el riesgo de una respuesta demasiado lenta de las autoridades: "Podrían pasar semanas antes de obtener resultados de laboratorio definitivos que confirmen la existencia de una enfermedad nueva con potencial pandémico. Mientras tanto, los enfermos empezarían a aparecer en las ciudades del sureste asiático.

 A pesar de los límites impuestos a los viajes internacionales, los viajeros con leves síntomas o personas asintomáticas podrían transmitir la enfermedad a otros continentes". De tal modo que "olas de nuevos casos ocurrirían en pocos meses. 

La ausencia de una vacuna efectiva y la falta universal de inmunidad convertiría a las poblaciones en vulnerables a la infección. En el peor de los casos, de decenas a cientos de miles de estadounidenses, dentro de los Estados Unidos, enfermarían, y las muertes, a escala mundial, se calcularían en millones".

Como si ese documento no fuera suficiente, otro informe más reciente, de enero de 2017, elaborado esta vez por el Pentágono y también destinado al presidente de Estados Unidos (que ya era Donald Trump), alertó de nuevo claramente que "la amenaza más probable y significativa para los ciudadanos estadounidenses es una nueva enfermedad respiratoria" y que, en ese escenario, "todos los países industrializados, incluido Estados Unidos, carecerían de respiradores, medicamentos, camas hospitalarias, equipos de protección y mascarillas para afrontar una posible pandemia ".

A pesar tan explícitas y repetidas advertencias, Donald Trump no dudó en deshacerse, unos meses después de este último informe (!), del Comité encargado –en el seno del Consejo de Seguridad Nacional– de la Protección de la Salud Global y la Biodefensa, presidido por el almirante Timothy Ziemer, un reconocido experto en epidemiología. Ese Comité de técnicos era precisamente el que debía liderar la toma de decisiones en caso de una nueva pandemia...

 "Pero –explica el periodista Lawrence Wright, que entrevistó a Ziemer y a todos los miembros de ese Comité– Trump eliminó a quienes más sabían sobre este asunto... Uno de tantos errores colosales del presidente de Estados Unidos. 

Los anales mostrarán que ha sido responsable de uno de los fallos de salud pública más catastróficos de la historia de este país. Si hubiera escuchado, hace meses, las advertencias de los servicios de inteligencia y de los expertos en salud pública sobre la grave amenaza que suponía el brote de coronavirus en China, la actual explosión de casos de Covid-19 podía haberse evitado" (así se afirma en el prólogo del documento titulado «Un Mundo en peligro: informe anual sobre la preparación mundial para las emergencias sanitarias», elaborado por epidemiólogos y científicos de máximo nivel de todo el mundo, y firmado por Gro Harlem–Brundtland, exdirectora general de la OMS, y Elhadj As Sy, Secretario general de la Cruz Roja Internacional).

Hubiese bastado también que Trump y otros dirigentes mundiales escucharan los repetidos avisos de alerta difundidos por la propia OMS. En particular el grito de alarma que esta organización lanzó en septiembre de 2019, o sea la víspera del primer ataque del nuevo coronavirus en Wuhan.

La OMS no dudaba en prevenir que la próxima plaga podía ser apocalíptica: "Nos enfrentamos a la amenaza muy real de una pandemia fulminante, sumamente mortífera, provocada por un patógeno respiratorio que podría matar de 50 a 80 millones de personas y liquidar casi el 5% de la economía mundial. 

Una pandemia mundial de esa escala sería una catástrofe y desencadenaría caos, inestabilidad e inseguridad generalizados. El mundo no está preparado".

Con mayor precisión aún si cabe, otro informe anterior ya había avisado sobre el peligro específico de los nuevos coronavirus: "La presencia de un gran reservorio de virus similares al SARS–CoV en los murciélagos de herradura, junto con la cultura de comer mamíferos exóticos en el sur de China, es una bomba de relojería... 

La posibilidad del surgimiento de otro SARS causado por nuevos coronavirus de animales, no debe ser descartada. Por lo tanto, es una necesidad estar preparados".

Entre 2011 y 2019, numerosos científicos no cesaron de hacer sonar la alarma a propósito de varios brotes infecciosos que, según ellos, anunciaban una mayor frecuencia de aparición de plagas de propagación potencialmente rápida, cada vez más difíciles de atajar...

El propio ex–presidente Barack Obama, en diciembre de 2014, señaló que se debía invertir en infraestructuras sanitarias para poder enfrentar la posible llegada de una epidemia de nuevo tipo. Incluso recordó que siempre se puede presentar un azote similar a la "gripe de Kansas" (mal llamada "española") de 1918: "Probablemente puede que llegue un momento en el que tengamos que enfrentar una enfermedad mortal, y para poder lidiar con ella, necesitamos infraestructuras, no sólo aquí en Estados Unidos sino también en todo el mundo para conseguir detectarla y aislarla rápidamente".

Es bien conocido también que, en 2015, Bill Gates, fundador de Microsoft, avisó que estaban reunidas todas las condiciones para la aparición de un nuevo azote infeccioso que podría fácilmente ser desperdigado por el mundo por los enfermos asintomáticos: "Puede que surja un virus –explicó– con el que las personas se sientan lo suficientemente bien, mientras estén infectadas, para subirse a un avión o ir al supermercado... 

Y eso haría que el virus pudiera extenderse por todo el mundo de manera muy rápida... El Banco Mundial calcula que una epidemia planetaria de ese tipo costaría no menos de tres billones de dólares, con millones y millones de muertes…".

O sea, mal que le pese a Donald Trump y a aquellos dirigentes que hablaron de "sorpresa" o de "estupor", la realidad es que se conocía, desde hacía años, el peligro inminente de la irrupción de un nuevo coronavirus que podía saltar de animales a humanos, y provocar una terrorífica pandemia... "La ciencia sabía que iba a ocurrir. 

Los Gobiernos sabían que podía ocurrir, pero no se molestaron en prepararse –explica el veterano reportero y divulgador científico David Quammen quien, para escribir su libro Contagio (Spillover. Animal infections and the next human pandemic), recorrió los cuatro rincones del planeta persiguiendo a los virus zoonóticos, es decir los que saltan de los animales a los humanos.

 Los avisos decían: podría ocurrir el año próximo, en tres años, o en ocho. Los políticos se decían: no gastaré el dinero por algo que quizá no ocurra bajo mi mandato. 

Este es el motivo por el que no se gastó dinero en más camas de hospital, en unidades de cuidados intensivos, en respiradores, en máscaras, en guantes... 

La ciencia y la tecnología adecuada para afrontar el virus existen. Pero no había voluntad política. Tampoco hay voluntad para combatir el cambio climático.

La diferencia entre esto y el cambio climático es que esto está matando más rápido".

En otras palabras, esta pandemia es la catástrofe más previsible en la historia de Estados Unidos. Obviamente mucho más que Pearl Harbor, el asesinato de Kennedy o el 11 de septiembre. Las advertencias sobre el ataque inminente de un nuevo coronavirus eran sobradas y notorias.

No se necesitaban investigaciones de ningún servicio ultrasecreto de inteligencia para saber lo que se avecinaba. Se sabía... Lo sabían... El desastre pudo ser evitado...


http://www.radiolaprimerisima.com/articulos/8794/la-pandemia-que-pudo-evitarse-y-el-sistemamundo/

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