"Matar y robar indios nunca se tuvo en estas Indias por crimen"
Fray Bartolomé de las Casas.
El capitán Pedro Arias Dávila, desembarcó en Santa María del Darién veintidós años después de que Colón se topara -por pura casualidad- con un Continente desconocido para los europeos.
Las cosas no iban bien para la corona española, empobrecida por los esfuerzos de las guerras de reconquista contra los moros y por el derroche de la monarquía feudal y sus inútiles élites.
Aún no se conquistaba ni el Perú de los Incas ni México de los Aztecas y el oro y riquezas esperados todavía eran un sueño o por lo menos una muy magra realidad. Venía a “enderezar las cosas”, aunque para eso tendría que aplicarse con afán y gusto en degollar a sus propios codiciosos e insurrectos compatriotas y continuar con el exterminio de pueblos aborígenes enteros.
Este anciano hombre, a pesar de la educación alcanzada en la corte de los reyes católicos, de su pasado de fama militar, de estar emparentados con altos clérigos “servidores de Dios” y estar casado con una mujer ligada a la nobleza española más rancia, demostró en sus cortos diecisiete años de permanencia en América (tanto en Panamá como en Nicaragua) que superó con creces en crueldad a los ambiciosos y mayoritariamente analfabetas capitanes de conquistas y soldados bajo su mando, salidos de los estratos sociales más bajos de la sociedad feudal peninsular.
Si en perspectiva histórica y desde el punto de vista político y de conquista, Pedrarias ayudó enormemente a que la Corona española se convirtiera en un verdadero y rico Imperio colonial, desde el punto de vista humano dejó un testimonio claro para la historia de que los más bajos instintos humanos señorearon en los conquistadores y pusieron de manifiesto el carácter depredador y asesino de la Conquista española.
Él fue un monstruo que utilizó el genocidio, el desarraigo, la esclavitud y la tortura como método de sojuzgamiento y junto a Pizarro y Cortez (seguidos de cerca por los más importantes jefes de la invasión española) encarnan, personalizan la crueldad e iniquidad, falta de ética, compasión e hipocresía, ante sus congéneres aborígenes durante cualquier periodo histórico que se nos ocurra.
El “aperreamiento” de indios, es decir el descuartizamiento y asesinato de hombres indefensos durante los periodos de conquista y colonial de los españoles en América, no es invención de Pedrarias, eso viene desde los romanos o antes, pero él y sus lugartenientes son los que llevaron al nivel más alto a este método de exterminio.
La crueldad fue usada como arma estratégica por los conquistadores españoles ante su evidente inferioridad numérica o por simple miseria humana.
En todo el Continente "recién descubierto" se utilizó la amputación, flagelación, lapidación, quema en la hoguera, pero muy especialmente el "aperreamiento" puesto de “en moda” por Pedrarias y que consistía en el descuartizamiento público de los mal llamados indios, por perros lebreles, dogos, mastines, galgos, pero sobre todos los inmensos alanos entrenados y aparejados para la guerra.
El cronista español G.F. Oviedo fue testigo presencial del asesinato por este "método de castigo" de 18 Caciques e indios principales en la plaza de León viejo ordenado por el maldito Pedrarias: "Le daban a los indios un palo y les decían que se defendiera de los perros.
Echaban a cada indio cinco o seis perros cachorros... y cuando les parecía que los tenían vencidos con sus palos, soltaban los lebreles adultos entrenados que los echaban al suelo y los descuartizaban..." y Bartolomé de las casas refiere que los soldados alimentaban a sus bestias caninas con la tierna carne de los niños aborígenes arrebatados a sus madres. ¡Cuánto horror!, tanto que las mujeres se declaraban en “huelga de vientres” ante el poder invasor, es decir se resistían al embarazo para no ver morir tan temprana y cruelmente a sus vástagos.
Ante este inicuo castigo, el cercenamiento de nariz, orejas, la mutilación de los genitales o los pechos femeninos, el morir de hambre en las haciendas de Pedrarias y su círculo o el destierro hacia las Antillas, Panamá o Perú, parecíanles a los indígenas tormentos menores.
Pedrarias, aquel anciano corpulento, pelirrojo, malgeniado, asesino y cruel, murió a los noventa y un años de edad, en la ciudad de León (Nicaragua) (fundada por otra de sus víctimas, Francisco Hernández de Córdoba), siendo aún el primer gobernador de la Provincia de Nicaragua que por entonces no poseía minas de oro o plata y su población subsistía de una economía agrícola básica, la recolección, la caza y la pesca, por lo cual el gobernador creó las encomiendas, es decir la esclavitud en estas tierras, liquidando a casi el sesenta por ciento de la población indígena de la Provincia a la cual le asignó la Corona española como una forma de destierro hastiada de sus confabulaciones, robos y deslealtades.
Para entonces había procreado a una familia de prostitutas y asesinos que dieron origen a la parte más importante de la oligarquía criolla, cuyos descendientes -todavía hoy- quieren seguir “gobernando” a Nicaragua a su gusto y antojo.
Esta foto es del monumento en recordación de aquellos 18 indígenas asesinados por su rebeldía, está en el km 53 de la Cartera "vieja" a León, en la propia bifurcación que conduce a Malpaisillo, al corredor de los Volcanes y a las ruinas de león viejo, donde quedó- junto con sus cenizas- toda la inmensa ambición y crueldad del hidalgo asesino.
Si quieren leer más sobre estos asuntos, ahí les dejo esta dirección electrónica, en verdad un artículo portentoso sobre nuestra triste y heróica historia de resistencia y lucha.
https://chancharruas.wordpress.com/2013/02/24/genocidio-de-panama-y-como-espana-asesino-a-sus-primeros-habitantes/.
Edelberto Matus.