VATICANO: El más siniestro puntal imperialista

VATICANO: El más siniestro puntal imperialista

La batalla de San Jacinto: la verdadera independencia de Nicaragua

**La Independencia de Centroamérica del decadente Imperio español es un punto luminoso en la historia colectiva centroamericana. 

Un acto incruento protagonizado por los criollos (su intelectualidad y sus grupos económicos, religiosos, políticos y militares) de las provincias unidas, que pronto se convertirían en la élite del poder post colonial en el Ismo.
  "Una etapa de genocidio, sufrimiento, destrucción del mundo socio-cultural aborigen había llegado a su fin, creando un parteaguas histórico que daba paso a un anhelado nuevo paradigma, con actores locales y un mundo por construir basado en el desarrollo endógeno incluyente y donde la moralidad, principios humanísticos y la Libertad regirían la vida de todos en el nuevo Estado". 

El anterior, básicamente, fue el cuento que los criollos narraron a los pueblos centroamericanos en aquella época y que aún algunos siguen creyendo.

Solo unos pocos historiadores, con más sentido de pertenencia nacional e independencia intelectual de los grupos del poder político y económico, han escrito que en realidad el proceso independentista de Centroamérica ( Independencia de España, anexión al Imperio mexicano de Agustín de Iturbide, la conformación de las siete Provincias Unidas de Centroamérica y finalmente de la República Federal de Centroamérica y su posterior disolución) arranca con los sangrientos levantamientos de Granada en 1811, donde indios, mestizos y criollos son masacrados por el ejército realista, que dará origen a otras escaramuzas no menos violentas, con cientos de patriotas muertos o confinados en las cárceles centroamericanas o en ergástulas de la Península ibérica. 

De los trece firmantes del Acta de la Independencia ninguno nació en Nicaragua y la nómina de las principales autoridades nombradas para regir la Centroamérica “independiente”, estaba plagada de funcionarios españoles, criollos y uno que otro mestizo rico (El Brigadier Gabino Gainza, español y militar activo del ejercito del Rey, firmante del Acta de Independencia, fue designado como “primer jefe de gobierno político y militar de Centroamérica” y pocos meses después entregó las siete provincias al Imperio de Iturbide) que asumieron como propia la Constitución española de Cádiz.

Dos años después se inicia el relajo: Revoluciones y guerra civil entre León y Granada (que arrastraran a todo el país), conflictos de toda magnitud que llegaran a sumar más de veinticinco, en un periodo que aún no supera los dos siglos. Es tan insensata y cruel esta “Independencia” que el primer jefe de Estado de Nicaragua, muere fusilado.

La disolución de la Federación centroamericana, dio paso a una “independencia” política y administrativa de la Provincia de Nicaragua, pero en realidad, por diferentes factores que hasta hoy los historiadores discuten, el país resultante fue más que una tierra de paz y desarrollo, un sangriento e inicuo campo de batalla, donde la principal víctima fue el pueblo pobre del campo y las poblaciones urbanas, los pueblos aborígenes y sus descendientes, los mestizos pobres hijos de la mixtura racial propia de un mundo invadido, que el poderoso clasificó partiendo de la “proporción” de la sangre “mezclada”. 

El terrible periodo de un tercio de siglo, justamente llamado “El periodo de la Anarquía”, había llegado a Nicaragua.

Miles y miles de muertos en escaramuzas y guerras originadas en las disputas de una élite post colonial partida en dos, belicosamente animadas por llenar el vacío de poder dejado por los españoles. 

Un periodo extremadamente cruel para las clases populares, que sirvieron de carne de cañón en conflictos que terminaban en la firma de un arreglo con vino sobre el gran comedor de una casona señorial de Granada o León y que nunca consideraban reparaciones para los soldados heridos (jornaleros e indígenas descalzos, que iban al combate con una lanza o un machete entre sus manos) que debían regresar a sus faenas a las haciendas o para las familiar de los miles de muertos anónimos e insepultos que pasaban a abonar la tierra.

Las dos grandes ciudades con sus grandes templos, escuelas, universidades, centros de esparcimiento, servicios y recursos (incluyendo a sus ciudadanos pobres), estaban al servicio exclusivo de los criollos, mestizos poderosos y de los extranjeros, que animados por la falta de leyes y la riqueza fácil, empezaban a llegar a Nicaragua. 

Salud, educación, posición social, rango, acceso a la política eran privativas (salvo en contadas circunstancias) de los altos estamentos sociales. 

Los españoles ya no estaban, pero los que quedaron resultaron aún peor, pues como decía mi mama, la peor cuña es la del mismo palo.

La Independencia de España fue un acto hermoso, que requirió los más encendidos discursos libertarios de “nuestros” máximos letrados de la época. 

Sus grandes patillas, sus monóculos en marcos de plata, los altos cuellos de sus levitas y los puños bordados de sus camisas de lino le daban fuerza y elegancia a su imponente presencia en los salones de los grandes cabildos y afuera, sobre las calles empedradas el pueblo los vitoreaba, asustando a los últimos burócratas castellanos.

Un acto tan hermoso como formalista, que no cambio en nada la situación de los estamentos de la base de la pirámide social del país y pese a todos los retoques históricos, el país siguió estando sujeto a la dependencia de las " autoridades" guatemaltecas hasta finales de 1838

La Constitución impuesta por los legitimistas en 1854, aunque nos transformó de un plumazo en “Republica”, impuso el primer “presidente” (con más poderes que un dictador) y creó el Poder legislativo (con senadores, que para ser “electos” debían de ser grandes hacendados), no detuvo el periodo de la anarquía y así llego la siguiente guerra pues, como es natural, los líderes del partido opositor, también querían tener su propio presidente de la Republica.

La guerra se empantanó y en vez de declarar empate o firmar, como de costumbre, un nuevo pacto, el líder contrario contrató a una banda de mercenarios gringos, les ofreció buena paga, una finca de 130 manzanas para cada contratado al final del conflicto y por supuesto rangos militares inmediatos. 

Se inauguraba otra constante de la política tradicional nicaragüense: Invitar a tropas extranjeras para resolver nuestras propias diferencias, para derramar la sangre de los verdaderos patriotas y regalar a pedazos nuestro territorio nacional.

A mediados de Junio de 1855, un oscuro personaje arribaba al Realejo con 57 torvos “perros de guerra”. William Walker y sus filibusteros habían sido inducidos a la fuerza a la historia de Nicaragua. El resto ya todos lo conocen.

De porte más indígena que mestizo, el coronel José Dolores Estrada Vado, nacido en humilde cuna en el polvoso pueblo granadino de Nandaime, recibió la orden de cuidar una ruta posible de abastecimiento de las fuerzas filibusteras. 

Un llano inmenso cubierto de matorrales, potreros pedregosos y casi en el medio, una casona de cuatro corredores y sus corrales llamada hacienda de san Jacinto sería el escenario de una batalla en dos tiempos. 

La escasa importancia estratégica de este lugar olvidado en medio de la nada, se la daba el abra para bestias y carretas que viniendo de Tipitapa, proseguía hacia Chontales y el septentrión y el cerro que daba nombre a la propiedad y que servía de otero de los vigías de la pequeña y aburrida tropa que se cubría a como podían del sol y la lluvia de Septiembre. 

Todo cambiaría el día cinco del mes. Una exploración filibustera se acercó en busca de ganado y ahí se trabó el primero de dos combates, que sin quererlo, definirían por siempre a toda una nación y a sus ciudadanos.

Desde el punto de vista estrictamente militar, los combates del 5 y del 14 de Septiembre de 1856 en la hacienda san Jacinto, no tienen gran relevancia dentro la llamada Guerra Nacional contra los filibusteros del yanqui William Walker.

 Una escaramuza y un combate de cuatro horas entre 65 o 300 invasores (los historiadores no se ponen de acuerdo en el número exacto), 160 soldados y oficiales mestizos y 60 indios matagalpas y que según el parte oficial de la batalla (transcrito por el Coronel Francisco Barbosa en su libro “Historia militar de Nicaragua”) arrojó los siguientes resultados:

En el combate del cinco, el enemigo atacó con cuarenta hombres, teniendo seis bajas efectivas, capturándoseles 14 rifles, cuatro espadas y 15 bestias antes de correr por sus vidas. 

El combate principal del catorce, inicio a las cinco de la mañana duro cuatro horas. Fue relativamente corto pero contundente, con reiteradas cargas y retiradas por ambos bandos. 

La ventaja numérica de los nicaragüenses fue compensada por el volumen de fuego de los rifles y revólveres modernos de los atacantes. Sin embargo, las fortificaciones naturales, los corrales, el arrojo y la pericia táctica de los mandos de los atrincherados decidieron a su favor el combate. 

El enemigo dejó en el campo y en su huida veintisiete muertos (incluyendo la importantísima baja del segundo al mando del ejército de dos mil hombres de los filibusteros en el país, Byron Cole), se capturaron como botín de guerra, 20 bestias, 32 rifles sharp y parque. 

Uno de los enemigos murió a causa de una pedrada en la frente y otros por heridas de flechas.

Pese a esto, la batalla en la pedregosa y solitaria hacienda del cerro san Jacinto no cambio en la fundamental el curso de la guerra.

Los nuestros tuvieron en ambos combates de la batalla, once muertos y ocho heridos. Uno murió de un paro cardíaco mientras daba persecución a los filibusteros.

Desde el doce de Septiembre la guerra se había transformado de civil, en nacional anti-filibustera. 

Los mismos partidos que trajeron a los mercenarios extranjero, asustados por un aventurero autonombrado “presidente de Nicaragua”, quien con sus victorias militares iba galvanizando a su favor a importantes sectores de la política norteamericana, con un programa de acciones anexionistas y neo-esclavistas y cada vez sumando más hombres y recursos a su campaña.

Importantes ejércitos se conformaron en Guatemala, El Salvador y Honduras. Costa Rica también entro en la guerra en contra de Walker. La guerra se transformaba entonces en guerra centroamericana.

Sin embargo, cada gobierno aliado, tenía su propia agenda.

La elite gubernamental tica pronto entendió la ventana de oportunidades que para su país, abría su participación en la guerra. Otra vez Nicaragua atravesaba tiempos fatales y otra anexión de un pedazo mayor que el de Guanacaste se vislumbraba entre el humo de los cañones. 

Los ticos se aliaron con empresarios yanquis del transporte fluvial para asegurarles jugosas concesiones, reservándose para ellos, el Rio San Juan, parte del lago del Cocibolca y Rivas.

 Un bien armado ejército tico de 1200 hombres ocupó San Juan del Norte, todo el curso del Rio San Juan con sus dos fortalezas, los barcos a vapor de la compañía del rio y gran parte de Rivas. 

Inclusive, el historiador Adolfo Díaz Lacayo apunta que un grupo de notables oligarcas pro-ticos de Granada y Masaya abiertamente solicitaron al presidente tico Juan Rafael Mora la anexión de esos territorios nicaragüenses a Costa Rica.

Numerosos tropas al mando de generales Guatemaltecos y Hondureños ya operaban en nuestro territorio, inclusive acuartelados en Managua y desarrollando acciones combativas en el norte, occidente y oriente de nuestro país.

La patria estaba en peligro y la oligarquía nicaragüense no estaba en capacidad de controlar el curso de los acontecimientos. 

Las tropas unidas de los ejércitos liberales y conservadores, comandadas por generales y oficialía pertenecientes a poderosas familias, descendientes de la primera generación de criollos de las dos grandes ciudades fundacionales de Nicaragua, operaban en mancuerda (muchas veces subalternamente) con los mandos extranjeros.

En ese contexto, los combates junto al cerro san Jacinto en el llano de Óstacal, comandadas por un coronel eficiente y probado (aunque casi desconocido y “plebeyo”) y su tropa desarrapada y mal armada de soldados humildes e indígenas, se convierten en la gloriosa Batalla de San Jacinto. 

¿Porqué? 

Necesitados de algo extraordinario para enrumbar la calamitosa actuación del gobierno y el ejército nacional unido, sus voceros dieron gran auge propagandístico a los sucesos acaecidos en la hacienda junto al cerro san Jacinto.

 Pronto toda Centroamérica y sobre todo las ciudades y pueblos de Nicaragua se dieron cuenta de la victoria contundente del coronel Estrada. La reacción fue mucho más allá de lo esperado.

El impacto de esta primera derrota del filibusterismo a manos de fuerzas exclusivamente nicaragüenses, redundó positivamente en la decaída moral de todo el ejército libero-conservador, les dio confianza en el triunfo sobre una fuerza formidable (guardando las distancias, parecido a lo que sucedió con el Ejército rojo luego de vencer por primera vez a las hordas hitlerianas junto a los muros de Moscú), consolidó sus mandos, retomaron la enorme enseñanza táctica de la victoria del comandante Estada: 

Permanecer unidos, no retroceder, solo para maniobrar, atacar sin pausa pero con inteligencia y utilizar cualquier cosa para asegurar la victoria. Inclusive, las piedras del suelo.

Los mandos del ejército comprendieron la importancia de la unidad nacional y que hasta un vilipendiado y subestimado “indio” flechero puede aportar muchísimo al triunfo de su patria. 

Que podían vencer al enemigo aún sin ayuda de ejércitos de los países vecinos y que contaba con jefes de voz y mando inigualables en la batalla, aunque estos no tuvieran apellidos de alcurnia, pero “conectaban” más fácilmente con los soldados de su misma clase social.

El gobierno se consolidó dentro del territorio nacional y con la victoria en san Jacinto, pudo aprovecharse del desencanto en el extranjero para con la “grandeza” del proyecto filibustero en Centroamérica, consiguiendo más apoyo financiero y reconocimiento político. 

Y lo más importante: Por fin toda la clase gobernante pareció entender la importancia de un arreglo duradero entre nicaragüenses, para organizar un Estado nacional y salir del nefasto periodo de la anarquía.

La Batalla de San Jacinto (en mayúsculas) transformó para siempre la mentalidad de las personas que habitaban este territorio convirtiéndolo por primera vez en “pueblo nicaragüense”, transfiriéndole amor por la tierra umbilical que es el antecedente directo del concepto de Soberanía. 

Dejamos ser súbditos de una corona o peones de hacienda de oligarcas, dejamos de ver hacia arriba, de considerarnos parte de una encomienda, empezamos a entender y vivir el Patriotismo y sentirnos parte de una entidad cultural, sociológica, territorial y política llamada Nicaragua.

Expulsados los filibusteros de nuestra patria y concluida la guerra, al año siguiente los dueños del poder se dieron una tregua, finalizaron la anarquía e iniciaron un período sin guerras y de ciertos avances sociales que sus descendientes suelen llamar "los treinta años conservadores”. 

Este periodo, lejos de lo idílico, progresista y de justicia social que los historiadores conservadores nos han querido vender, no mejoró en mucho la triste situación del pueblo nicaragüense, sin embargo, durante una generación dió un respiro al país y contuvo los ríos de sangre que fluían desde la llegada de los invasores españoles a nuestras tierras.

Parecía que habían aprendido la lección.

El ascendido General de división José Dolores Estada y sus héroes del llano de Óstacal, pronto cayeron en el olvido (inclusive, el mismo General, pocos años después, exiliado y acusado de traición tuvo que sobrevivir en Costa Rica trabajando en cualquier cosa y regresó “perdonado” a morir en Managua con una pensión mísera) y la Batalla más gloriosa de nuestra historia patria, solo recordada una vez al año con una marcha estudiantil con tabores y el infaltable discurso floreado de los gobernantes de turno.

La oligarquía es incapaz de cumplir sus promesas a la patria, pues antes que todo están sus intereses de clase, así que pronto volvió a sus andadas, iniciando conflictos fratricidas donde el pellejo lo ponen el pueblo. 

También volvieron a traer extranjeros para que su ocuparan de sus guerras. 

Sin embargo, de la Batalla de San Jacinto, sus héroes y de su legado nació la verdadera Independencia de Nicaragua. Independencia y Soberanía que más tarde serian defendidas hasta la muerte por el General Sandino y su Ejercito Defensor de la Soberanía Nacional de Nicaragua, por muchos combatientes antisomosista y por supuesto, por el Frente Sandinista de Liberación Nacional.

Edelberto Matus 

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