Sorprendentemente, los acontecimientos han posicionado a Guatemala como el futuro distópico cercano de los Estados Unidos, trastocando totalmente las argumentaciones desarrollistas, irónicamente debido a que Guatemala -una notable excepción al giro antineoliberal de América Latina en la década del 2000- no ha logrado reformarse.
Durante décadas, Estados Unidos fue visualizado como el futuro de Guatemala. En este artículo, sostengo que la experiencia de Guatemala con la democracia neoliberal y el populismo autoritario ha servido como presagio de tendencias en los Estados Unidos.
Trump es un síntoma de la incapacidad de la democracia neoliberal para resolver o contener las dislocaciones sociales producidas por las políticas neoliberales y la aniquilación simultanea de las políticas izquierdistas.
Los populistas autoritarios se alimentan de los daños causados por el neoliberalismo sin abordar sus causas fundamentales.
El populismo autoritario no puede ser derrotado por la democracia neoliberal, solo por movimientos que desafían los límites del neoliberalismo mismo.
Inversión de las argumentaciones del progreso
Durante décadas, Estados Unidos se mostró el mismo, como el futuro ideal de América Latina, incluso cuando aplastaba los proyectos nacionalistas, después de la Segunda Guerra Mundial, por la independencia económica y la socialdemocracia.
Después de décadas de brutal contrainsurgencia, EE. UU promovió la democracia neoliberal -elecciones libres y libre mercado-, como el camino hacia la paz y la prosperidad en Guatemala. Veinte años después de los históricos acuerdos de paz, la transición democrática de Guatemala, de acuerdo a cualquier evaluación, es un fracaso.
Reformas modestas fueron aniquiladas mientras la pobreza y la desigualdad empeoraban, perpetuando la explotación de los trabajadores y de las clases bajas indígenas -las causas del conflicto armado.
La delincuencia se ha disparado. Decenas de personas son asesinadas semanalmente en la capital, y los brutales asesinatos de cientos de mujeres no se investigan.
Las pandillas gobiernan grandes franjas del territorio por medio del terror. La narcoviolencia ha matado a miles. Millones de personas huyen a los EE. UU por trabajo y seguridad.
La corrupción institucionalizada drena las arcas públicas, mientras la infraestructura y los servicios del estado están en franco deterioro. La inseguridad alimentaria y la malnutrición son una epidemia.
Estas atroces condiciones son el resultado predecible de la imposición violenta imperialista de las reformas de libre mercado sobre un país pobre, desigual y devastado por la guerra.
La sociedad guatemalteca vive convulsionada en un estado de colapso permanente, en guerra consigo misma, plagada de zonas en expansión de sacrificio ambiental, y abandono social, y que vive en un constante estado de riesgo y precariedad, no muy diferente de una prisión o campo de trabajos forzados. Este año, cuando cuarenta y tres niñas murieron en un incendio en un superpoblado "hogar seguro" para las víctimas de la violencia, el abuso y el abandono, se convirtió para muchos guatemaltecos en una perfecta condensación simbólica del patriarcado, la violencia económica y la negligencia oficial.
Sorprendentemente, los acontecimientos han posicionado a Guatemala como el futuro distópico cercano de los Estados Unidos, trastocando totalmente las argumentaciones desarrollistas, irónicamente debido a que Guatemala -una notable excepción al giro antineoliberal de América Latina en la década del 2000- no ha logrado reformarse. Para entender cómo Guatemala podría ser un modelo para la nación más rica y poderosa del mundo, debemos preguntarnos a ojos de quien es un fracaso y qué se logra con el fracaso.
En vez de entidades políticas separadas, Guatemala y EE. UU son nodos desigualmente conectados en una red global en la que los Estados, las élites y las corporaciones forman alianzas estratégicas para producir geografías de seguridad y acumulación de capital. En ambos contextos, la democracia neoliberal opera como un ensamblaje que gobierna: una combinación de elementos diseñados para reorientar las políticas que desafían al capitalismo neoliberal, las raíces de la desigualdad o el imperialismo, al espacio reducido de las elecciones, la ley y los mercados.
Difícilmente un error, los males sociales de Guatemala son externalidades de una utopía capitalista construida a través de siglos de desarrollo de un estado colonial e imperial.
A medida que la democracia neoliberal maneja la oposición a los daños sistémicos, sin resolver las causas profundas, crea las condiciones para el populismo autoritario. Procesos similares afectan a las democracias neoliberales a nivel mundial.
Democracia contrainsurgente en Guatemala
Una alianza dinámica de trabajadores se resistió al estado militar post-golpe de Guatemala. Las organizaciones campesinas, las comunidades indígenas, los mestizos, los católicos progresistas, los sindicatos, los maestros, los estudiantes y los insurgentes llegaron a verse a sí mismos como personas que compartían intereses comunes y que poseían la capacidad colectiva para cambiar el mundo.
La Doctrina de Seguridad Nacional redujo estos grupos a la categoría de "subversivos" y "guerrilleros", definiendo infamemente a las comunidades indígenas como el "enemigo interno", preparando el escenario para el genocidio. La intensificación de la contrainsurgencia arrasó aldeas, desplazó a millones de personas, modifico el paisaje rural y los medios de subsistencia e infundió temor, desconfianza, traición e incertidumbre en la vida social.
El ejército reprimió las memorias de las luchas compartidas, rompió las relaciones familiares y las redes comunales, aniquiló las esperanzas de un mundo mejor y eliminó las organizaciones sociales y políticas mucho más allá de la guerrilla. El miedo, el desplazamiento, la desconfianza y la complicidad forzada socavaron la solidaridad de la comunidad. Los movimientos de la post-guerra son débiles y están divididos. La violencia extrema despejó el terreno para la paz neoliberal.
La función de la democracia neoliberal como régimen de poder es más evidente en las transiciones posteriores al conflicto, cuando sus confines se alinean contra los diversos proyectos nacionales y las historias de lucha. La democracia neoliberal en Guatemala se basó en la contrainsurgencia y se diseñó para contener los movimientos populares durante la transición al libre mercado. Sus componentes principales incluyen: represión selectiva de organizaciones radicales, versión "oficial" que culpa a la guerrilla de la violencia, desarrollo orientado al mercado, competencia multipartidista, clientelismo, multiculturalismo estatal, moral cristiana y nociones liberales de los derechos humanos. La democracia neoliberal excluye las demandas populares, criminaliza y reprime la disidencia, y profundiza la fragmentación de la clase trabajadora rural.
La violencia estatal selectiva incita el pesimismo y redirige la política a los dominios esterilizados de la actividad del mercado y la política electoral donde los individuos y los intereses privados compiten por el acceso y el enriquecimiento. En un contexto donde las memorias de las luchas pasadas son conflictivas e inciertas y donde las organizaciones autónomas están diezmadas, cuando la mayoría han perdido la fe en el cambio estructural, en el que determinados individuos y grupos se benefician a través del mercado y la promoción electoral, y donde la confianza se ha erosionado, la creación de alianzas es difícil. El neoliberalismo ha provocado nuevos movimientos en contra de la privatización, la austeridad, la extracción de recursos, la impunidad y la corrupción, que proponen proyectos nacionalistas alternativos. Estos movimientos están trabajando para construir una visión alterna compartida para refundar la nación.
Guatemala fue una alerta temprana en que el fracaso de la democracia neoliberal para satisfacer las necesidades de los ciudadanos, crea el forraje para el populismo autoritario. La política partidista enfrenta a los pobladores con candidatos que no representan sus intereses, y ofrece una difícil elección entre proyectos de desarrollo o el abandono. El clientelismo opera directamente en los procesos de la vida y las ansiedades corporales para forzar a los pobladores a una amarga competencia por los escasos recursos. Con opciones limitadas, muchos campesinos mayas votaron en 1999 por el Frente Republicano Guatemalteco de extrema derecha, y en 2003 por el líder del FRG, Efraín Ríos Montt, ex dictador responsable de genocidio. En 2011, la clase media urbana votó por Otto Pérez Molina, quien se comprometió a usar mano de hierro contra los delincuentes.
En las áreas rurales de Guatemala, el populismo autoritario se alimenta de la precariedad y la división producida por la contrainsurgencia y la democracia neoliberal. La exclusión y el agravio son estructuralmente inevitables en un sistema de "soberanía democratizada” creado por la descentralización multicultural neoliberal que "faculta" a los Mayas rurales a gobernar su propia marginación. Los populistas autoritarios catalogaron a los aldeanos como impotentes, reforzando la violencia contrainsurgente, y prometieron el botín de la corrupción a seguidores leales. También sacaron ventaja del reclamo local de que los proyectos deberían ir a los más necesitados, y de las críticas a las elites locales quienes monopolizan los proyectos y el poder. El populismo autoritario ofreció alivio a los aldeanos excluidos por las redes del clientelismo y las jerarquías de clase y el desarrollo. Inflamó estas divisiones y las cosificó como el único foco de la política, mientras enmarcaba la desigualdad nacional como inevitable. En la miseria de la violencia y las desiguales privaciones, el populismo autoritario triunfa, a pesar de la profunda ambivalencia hacia los candidatos y la falta de fe en su visión para un futuro.
Los Estados Unidos: Víctimas blancas en una superpotencia imperial
El neoliberalismo en los EE. UU ha provocado la de-sindicalización, el militarismo, rápidos incrementos en la desigualdad económica y racial, y de la pobreza, el desempleo, la infraestructura en ruinas, la deuda, la migración masiva desde América Latina y la mayor crisis económica desde la Gran Depresión. La izquierda ha sido destruida.
La base para la improbable victoria de Trump fue establecida años antes por el modelo dominante de la democracia estadounidense, cuyos elementos principales consisten en: el nacionalismo obligatorio; la autocensura de los medios corporativos; enfoque judeocristiano de la cultura; narrativas históricas que enmarcan los asentamientos coloniales y el imperialismo como la expansión de la libertad; discursos de seguridad nacional (anticomunismo y antiterrorismo); racionalidad del mercado y triunfalismo del mercado; narrativas de progreso racial y de género; inclusión multicultural; un monopolio bipartidista hiperpartidario; temas divisivos; RP y estrategias de medios dependientes en la recolección de datos; cultura de celebridades; financiamiento privado (multimillonario); criminalización de minorías raciales y movimientos radicales; fraude electoral (supresión de votantes, manipulación arbitraria de distritos electorales); y el colegio electoral.
Con el enemigo histórico de la derecha casi derrotado, la elección de un presidente negro desencadenó una contra-reacción antiliberal que sacó provecho de la larga reacción contra los derechos civiles y el feminismo, y la frustración con el declive económico. Obama rescató a Wall Street, aprobó un estímulo keynesiano inadecuado, abrazó las políticas de libre mercado y la retórica de seguridad nacional, e ignoró los movimientos radicales.
Los conservadores lo demonizaron como antiestadounidense, enmarcaron sus reformas moderadas como socialistas y lo culparon por la recesión. Make America Great Again es un proyecto de clase multimillonario para desmantelar aún más el ya debilitado poder del estado regulatorio / redistributivo y de los sindicatos en relación con las corporaciones e individuos, y la influencia de las instituciones y leyes internacionales sobre el imperio estadounidense; reducir los impuestos y el gasto, y privatizar los bienes comunes; y hacer que estas victorias sean permanentes. Sus exhortaciones populistas dirigidas a ciertos individuos o grupos promete utilizar medios democráticos y antiliberales para conferirle poder a los blancos sobre los no blancos, los ciudadanos sobre los inmigrantes, los hombres sobre las mujeres, heterosexuales sobre LGTBQ, los saludables sobre los discapacitados y los cristianos sobre los no cristianos. Quieren un retroceso total de los limitados logros obtenidos por los movimientos por los derechos laborales y civiles, el feminismo, el ecologismo, la soberanía tribal, el antimilitarismo, el humanismo secular y los derechos humanos -todos los cuales son vistos como amenazas para Estados Unidos, el crecimiento, la moralidad, la libertad, etc.
El apoyo para este proyecto se construye a través de acciones de intolerancia, y promulgando una narrativa de victimización colectiva blanca, mientras se minimizan las divisiones ideológicas, de género y de clase entre los blancos, para extender la alianza entre corporativistas, nacionalistas blancos y evangélicos, a amplios sectores del trabajador blanco y la clase media.
Trump trocó el multiculturalismo por la demagogia racial llana, mientras persiguía una agenda conservadora estándar. El trumpismo desplaza los daños sistémicos del imperialismo neoliberal hacia chivos expiatorios convenientes: liberales políticamente correctos, el gobierno, otras razas y la frontera nacional, mientras acelera la neoliberalización. Es una rebelión contra el gobierno "de los expertos, los tecnócratas que son enemigos de clase cercanos a diferencia del distante uno por ciento". Este populismo supremacista blanco también se extiende por América Central, designando a las pandillas y migrantes como amenazas para los estadounidenses. El trumpismo presagia un futuro de captura oligárquica de la democracia, libertades civiles restringidas, expansión de la precariedad, polarización social, extractivismo, destrucción ambiental y militarización. El llamado a construir un muro normaliza la indiferencia ante el sufrimiento de los no ciudadanos que son condenados a morir en parajes desolados, prefigurando un futuro intenso de apartheid ecológico.
La permanente esperanza en la izquierda estadounidense es que Trump genere una reacción contraria al neoliberalismo que aborde la injusticia social y ambiental. Tales esperanzas se apoyan en el éxito de Bernie Sanders y de la sensación de que el Trumpismo no era simplemente una orgía de racismo, sino que también reflejaba un colapso en el consenso neoliberal, evidente en sus ataques al libre comercio y promesas de preservar las protecciones sociales -carnada que ha sido cambiada por veneno. El giro antineoliberal puede ser aprovechado por la izquierda si los progresistas pueden superar las divisiones y poner en marcha una alternativa concreta al neoliberalismo que atraiga a una amplia gama de trabajadores. En un escenario más sombrío, los ultraconservadores mantienen el poder a través de una combinación de métodos democráticos y antidemocráticos, ayudados por la división, el corporativismo y la incoherencia de la izquierda. Si bien su éxito no está garantizado, y su agenda carece de apoyo popular, ellos tienen un dominio real sobre las instituciones democráticas, una capacidad infinita para sacar provecho del caos, y una competencia singularmente inepta: una Resistencia™ inclinada a restablecer el sistema anterior que nunca volverá y que produjo a Trump.
Conclusión
La democracia neoliberal es a la vez un campo de antagonismos y un aparato de regulación política que defiende las jerarquías nacionales e internacionales y los intereses corporativos. En cada caso, la democracia neoliberal se construye a partir de los materiales disponibles y de las distintas historias de formación del estado y de clases para lograr efectos particulares de gobierno al producir sujetos especificos, acciones, horizontes conceptuales y repertorios de acción. En Guatemala, confía más en la corrupción y la violencia, y más en los procedimientos legales y la hegemonía en los Estados Unidos. A pesar de las diferencias significativas, esta comparación subraya cómo el neoliberalismo avanza mediante la aniquilación del poder de la clase trabajadora y cómo funciona a través del proceso democrático. En ambos casos, el populismo autoritario se alimenta de la fragmentación, la incertidumbre y el resentimiento y la falta de alternativas. El populismo autoritario genera vehementes defensas del liberalismo, pero también da energía a concepciones alternas de la democracia que desafían los cimientos violentos del orden liberal y del mismo neoliberalismo. Solo este último es capaz de frenar la marea creciente del fascismo.
Nicholas Copeland es Profesor Adjunto de Estudios Indígenas Americanos en Virginia Tech. Puede ser contactado en: ncopel@vt.edu.
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