A 40 años del sangriento golpe militar en la Argentina llevado a cabo el 24 de marzo de 1976, las heridas aún siguen abiertas y en ésto -también- tiene mucho que ver la memoria selectiva y una verdad tergiversada con tufo a saña y doble intencionalidad.
De un lado la criminalidad de quienes se pasaron la Constitución Nacional por el culo haciendo uso y abuso del aparato estatal como herramienta de desmedida represión ilegal; del otro bando los que infundían terror a diestra y siniestra con fines sediciosos (que lo expliquen de otra manera, si no) desde incluso antes de la llegada del gobierno militar y en el medio de todo (siempre al margen del pobre ciudadano común) los cómplices silenciosos que se atrevieron a ponerse descaradamente la ropa de abnegados resistentes.
Tal el caso de muchos dirigentes sindicales argentinos que hoy se llenan la boca hablando de una valentía que jamás supieron demostrar.
Y para muestra vale un botón, ya que la historia (hay que decirlo) ha sido al menos en este caso muy diferente de como nos la han contado en realidad.
A continuación, el detalle de un documento desclasificado (que expongo completo al final de este post) de la Embajada de Estados Unidos en Buenos Aires, fechado el 29 de marzo de 1976, en donde se informa al Departamento de Estado en Washington sobre la colaboración de los líderes sindicales con la nueva dictadura militar.
De las siete páginas de este dossier (uno de los más reveladores del embajador Robert Hill poniendo a sus superiores al tanto de la nueva situación) se recortan dos líneas que desnudan una "resistencia" que -finalmente- nunca jamás fue tal.
"Many labor leadres have made their peace with the military and are willing to cooperate" (Muchos líderes sindicales hicieron las paces con los militares y están dispuestos a colaborar).
Ni militares ni norteamericanos podían haberlo hecho solos: complicidad.
Más clarito, agréguele agua.
Memoria y nunca más.
La historia del documento: noche y niebla en la Argentina.
Cuarenta y ocho horas después del golpe militar –y tras el informe preliminar enviado desde la embajada en Buenos Aires- se llevó a cabo en Washington una reunión clave en la que William Rogers –Secretario Asistente para Asuntos Hemisféricos- informó personalmente al Secretario de Estado norteamericano Henry Kissinger y a otros altos funcionarios sobre la situación en la Argentina, oportunidad en la que fue muy preciso al comentar que la Junta Militar haría todos los esfuerzos necesarios para implicar directamente a los Estados Unidos en el proceso recién iniciado pero buscando que la ayuda y el apoyo se dieran, fundamentalmente, en el plano financiero.
En la reunión Rogers trató de pisar el freno –o al menos poner paños fríos- al creciente interés de Kissinger por dar tal colaboración, advirtiéndole que si bien era partidario del apoyo que los Estados Unidos deberían dar al golpe, al mismo tiempo habría que cuidar las formas y preservar la imagen sobre todo ante la desconfiada mirada internacional ya que –según expresaba- "es esperable una fuerte represión”, agregando que “probablemente corra mucha sangre en la Argentina pronto. Creo que van a tener que entrarle fuerte no sólo a los terroristas sino también a los disidentes de los sindicatos y sus partidos.
Pienso pues que el asunto es que no debemos -en este momento- apurarnos a dar una acogida a este régimen, que de aquí a seis meses será considerablemente menos popular con la prensa”.
Kissinger, lejos de plegarse a la postura apaciguadora de Rogers sostuvo que la cuestión argentina era inhertente a los más importantes intereses de los norteamericanos, insistiendo en que “si van a tener (la Junta) alguna oportunidad, van a necesitar ser alentados de nuestra parte (…) porque yo quiero alentarles.
No quiero hacerles sentir que están siendo hostigados por los Estados Unidos”, no obstante lo cual, tanto Kissinger como Rogers acordaron dar un encubierto y discreto –pero firme- apoyo de parte de los Estados Unidos, al mismo tiempo que enviaban expresas directivas al embajador Hill para que –pese a un momentáneo y prudente silencio oficial norteamericano- expresara claramente a los golpistas la decisión adoptada manteniéndose en esa postura expectante hasta que los jefes de la Junta terminaran de designar a todos y cada uno de los ministros del nuevo gabinete de facto, pero aguardando con particular expectativa el nombramiento del Ministro de Relaciones Exteriores; un puesto que para las futuras relaciones bilaterales y las negociaciones prontas a entablarse era absolutamente clave, vital y fundamental.
A propósito de esta designación, en el documento que reproduce los detalles del encuentro entre Kissinger, funcionarios del Departamento de Estado y Rogers; éste último hace referencia a un“fellow” (amigo) al que identifica como Litella (textual del documento) con quien dijo haber trabajado con anterioridad de un modo muy productivo; nombre que luego fue tachado y reemplazado por el de un tal Vanele en el mismo paper.
Pero ni uno ni otro fueron finalmente designados para el puesto de Canciller, siendo el elegido –a partir del 30 de marzo- el Contralmirante César Guzzetti, quien rápidamente sabría entablar buenas y cercanas relaciones con Kissinger.
Sin embargo, pese a la demora en esa designación, el gobierno norteamericano movió la primera ficha y –el 27 de marzo de 1976- el FMI (Fondo Monetario Internacional) hacía sentir la “ayuda de su mano protectora” aprobando en tiempo récord un crédito de 127 millones de dólares destinados al primer financiamiento de la Junta Militar.
Tras el encubierto entusiasmo traducido en el apresurado desembolso de semejante millonada, apenas dos días después el embajador Hill se encargaría de allanar aún más el camino de los golpistas informando a las autoridades del Departamento de Estado norteamericano a través de un telegrama extremadamente optimista (también remitido a las representaciones diplomáticas estadounidenses en Asunción, Brasilia, Caracas, La Paz, Lima, Ciudad de México, Montevideo y Santiago) que, a pesar de ser demasiado temprano para hacer certeras predicciones sobre la suerte futura del nuevo gobierno militar, al menos se estaba en perfectas condiciones de asegurar que Videla se encontraba en una inmejorable posición que le permitía mantener a raya a los partidarios de la “línea dura” asegurando al mismo tiempo que “(...) el golpe puede ser ahora definitivamente considerado como moderado (...) no han atacado al peronismo ni a ningún otro partido.
Han arrestado a algunos altos funcionarios como Raúl Lastiri, Julio González y Carlos Menem a los que se cree culpables de malversación y abuso de poder (...) pero es claro que no han hecho arrestos masivos.
Nadie ha sido puesto contra un paredón (....) La mayoría de los diputados, gobernadores y funcionarios depuestos han sido simplemente enviados a sus casas (...)
La actividad política ha sido suspendida temporalmente y los partidos tienen que quitar sus carteles de los locales. Sus organizaciones están intactas y varias de las fuentes de la embajada en los partidos han expresado su esperanza de que se permita volver a cierta actividad política en no más de seis meses (...)
Antes del golpe se temía que los militares duros se excedieran en sus órdenes y arbitrariamente asesinaran o arrestaran a sindicalistas, peronistas o izquierdistas que les disgustaran, pero no ha sucedido (...) Muchos líderes sindicales han hecho las paces con los militares y desean colaborar" .
Hill, entre tanto, concluía diciendo que "este es probablemente el mejor ejecutado y el más civilizado de los golpes en la historia de Argentina. Ha sido único en otros aspectos también. Los Estados Unidos no han sido acusados de estar detrás del mismo, excepto por Nuestra Palabra, el órgano del PCA (Partido Comunista Argentina) (...)
Los Estados Unidos, por supuesto, no deben ser identificados muy estrechamente con la Junta pero -en tanto que el nuevo gobierno pueda mantener la línea moderada- el gobierno de Estados Unidos debe alentarlo examinando con ojos positivos cualquier petición de asistencia."
En el telegrama a sus superiores Hill también dejó en claro que los propósitos fundamentales expresados por Videla eran claramente dos. En primer lugar, lograr el completo control de los “Halcones” del ejército partidarios de poner en práctica medidas represivas violentas y extremas y, en segundo término (aunque Hill sostenía que era prioridad de Videla), exterminar a la guerrilla armada definitivamente.
Según los informes de situación con los que contaban los norteamericanos, Videla se las arreglaba perfectamente para contener a los simpatizantes de la “mano dura” cosa que le permitía concentrar todo su esfuerzo en redadas y operativos que habían derivado –en muy pocas jornadas después de iniciada la aventura golpista- en la captura y detención de varios jefes guerrilleros.
Pese a esas primeras acciones del gobierno, sostenía Hill que la insurgencia armada proseguiría con su plan de “pegar y escapar” tal como quedaba evidenciado con el atentado perpetrado contra un comisario de la policía federal durante esa misma jornada, tras lo cual se sospechaba que los grupos guerrilleros pasarían a una etapa marcada por una tensa espera con la esperanza de que la opinión pública nacional (y posiblemente la del exterior) se volvieran favorables a su causa si era que finalmente los militares se decantaban por implementar un sistema de fuerte y violenta represión contra ellos.
La recomendación de Hill a Washington era que –llegado a esa instancia- el gobierno norteamericano sabría positivamente que había llegado “la hora de actuar”, con lo cual estaba diciendo que la administración de Gerald Ford debería salir en inocultable defensa del gobierno militar.
De todos modos, los crecientes problemas con la guerrilla armada no eran los únicos a los que se enfrentaba la Junta, algo de lo que estaban debidamente advertidos y al tanto los norteamericanos.
Así, Hill mencionó en su telegrama del 29 de marzo que los contactos de la embajada con el designado ministro de Economía, José Alfredo Martínez de Hoz, habían sido informados de la grave situación económica con la que se había encontrado la Junta militar.
Los norteamericanos, entre tanto, aún aguardaban la presentación de un plan que los convenciera y fuese favorable a sus propios intereses, cosa que fue prometida por el propio Martínez de Hoz.
Al respecto, también decía Hill que “lo alentador (para los Estados Unidos) además de la conducta del gobierno en sí mismo, ha sido la reacción popular.
La mayoría de los argentinos se han alegrado de liberarse del patéticamente incompetente gobierno de la señora de Perón, pero no han salido a las calles ni a aplaudir a los militares ni a abuchear a los Peronistas.
Ellos aprueban lo hecho por las Fuerzas Armadas pero, sin embargo, mantienen sus saludables reservas del caso. Se han visto muchos otros gobiernos militares que han comenzado auspiciosamente y luego se han quedado en el camino. Los argentinos esperan que las cosas sean distintas esta vez y dan su apoyo.
Pero nadie espera milagros y éste es uno de los más maduros fenómenos que genera este gobierno” .
La particular exaltación de “madurez política” de los argentinos (civiles y militares) expresada por Hill, no dejaba de poner la mirada –sin embargo- en lo que sucedía con los trabajadores y los gremios, indicando que, como extraño fenómeno, para el día 25 de marzo (un día después de concretado el golpe) el ausentismo laboral era prácticamente inexistente dado que los dirigentes sindicales (años después embanderados con la supuesta lucha militante contra la Dictadura)“hicieron las paces con los militares y están dispuestos a colaborar” (textual del documento de Hill).
Por supuesto que también haría referencia a algunas pocas detenciones de gremialistas advirtiendo además que si bien la CGT había sido intervenida, la práctica mayoría de los gremios funcionaba con relativa normalidad pese a lo cual muy posiblemente pronto se darían protestas una vez que el equipo económico presentara su plan de ajuste y austeridad acordado en consonancia con norteamericanos.
Sin embargo, no sería necesario presionar demasiado al presidente Gerald Ford para que diera una nueva muestra de velado apoyo estadounidense a la Dictadura argentina: a principios de Abril, el Congreso de los Estados Unidos –dada la presión ejercida por el primer mandatario y su Secretario de Estado, Henry Kissinger- aprobaba una partida de 50 millones de dólares destinada a asistencia militar para los militares que copaban el poder de facto y se aprestaban a desatar una guerra sin precedentes contra la guerrilla armada de izquierda en la Argentina.
La ayuda también encontraba sus motivaciones en las promesas mediante las cuales el presidente de facto argentino se comprometía a resolver los numerosos inconvenientes a los que se veían enfrentadas varias firmas norteamericanas como Exxon, Chase Manhattan Bank y Standard Electric entre otras, además de involucrarse personalmente en llevar adelante las gestiones que permitieran crear las mejores condiciones para nuevas inversiones de capitales estadounidenses en el país.
Pero había más todavía, ya que Hill insistía en la imperiosa necesidad de procurar el apoyo que llevara al éxito de la gestión de Videla dado que, en caso contrario, la izquierda encontraría los huecos por donde colarse para infectar nuevamente a la sociedad argentina, algo claramente contrario a los intereses norteamericanos, para culminar su paper -sin pelos en la lengua y sin medias tintas- sugiriéndole a Kissinger que “debemos –a medida que se afianza la línea moderada del gobierno de Videla- mirar con simpatía cualquier pedido de asistencia directa que nos haga”.
El resto es historia tristemente conocida.
Marcelo D. García
Historias Lado B
A continuación podés ver el documento desclasificado completo firmado por el embajador norteamericano Robert Hill bajo el título de "Videla's moderate line prevails" (Prevalece la línea moderada de Videla).
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Publicado por Historias Lado B