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El califato que Estados Unidos quiere


MANLIO DINUCCI / RED VOLTAIRE – Para la toma de Ramadi –en Irak– el Emirato Islámico se desplazó en columnas, ofreciendo así un blanco fácil a los ataques aéreos. 

Sin embargo, para sorpresa general, los aviones de la coalición internacional brillaron por su ausencia. 

En Palmira, los yihadistas tomaron la precaución de desplazarse en pequeños grupos, para evitar los ataques de la aviación siria.

 Es evidente que la coalición internacional dirigida por Estados Unidos no combate seriamente a los yihadistas… y estos lo saben.

Mientras que el Emirato Islámico ocupa Ramadi, la segunda ciudad en importancia de Irak, y se apodera –al día siguiente– de Palmira, en el centro de Siria, matando a su paso cientos de civiles y obligando a decenas de miles a huir de sus hogares, la Casa Blanca declara que «No podemos arrancarnos los cabellos cada vez que aparece un problema en la campaña contra el Estado Islámico».

Estados Unidos y sus aliados –Francia, el Reino Unido, Canadá, Australia, Arabia Saudita, los Emiratos Árabes Unidos, Bahréin y otros más– iniciaron su campaña militar contra el Emirato Islámico, bautizada «Inherent Resolve», hace más de 9 meses –el 8 de agosto de 2014. 

Si hubiesen utilizado sus cazabombarderos como lo hicieron en Libia, en 2011, las fuerzas del Emirato Islámico, que operan en espacios descubiertos, habrían sido presa fácil de sus ataques. 

A pesar de ello, el Emirato Islámico atacó Ramadi con columnas de vehículos cargados de hombres y de explosivos. ¿Estados Unidos se ha quedado impotente? 

No. Si el Emirato Islámico avanza en Irak y en Siria es porque eso es precisamente lo que Washington quiere.

Así lo confirma un documento oficial de la Defense Intelligence Agency (DIA), la Agencia de Inteligencia del Departamento de Defensa de Estados Unidos, con fecha del 12 de agosto de 2012 y desclasificado el 18 de mayo de 2015 por iniciativa del grupo conservador Judicial Watch, con vista a la elección presidencial [1].

Ese documento informa que «los países occidentales, los Estados del Golfo y Turquía apoyan en Siria las fuerzas de oposición que tratan de controlar las zonas del este, adyacentes a las provincias del oeste iraní», ayudándolas a «crear refugios seguros bajo protección internacional». Así que existe


«la posibilidad de establecer un principado salafista [2] en el este de Siria, y eso es exactamente lo que quieren las potencias que apoyan a la oposición, para aislar al régimen sirio, retaguardia estratégica de la expansión chiita (Irak et Irán)».

Ese informe de 2012 confirma que el Emirato Islámico, cuyo primer núcleo surgió durante la guerra contra Libia, se formó en Siria principalmente mediante el reclutamiento de militantes salafistas sunnitas que, financiados por Arabia Saudita y otras monarquías, recibieron armamento a través de una red de la CIA [3].

Eso explica el encuentro de mayo de 2013 (documentado con fotos) entre el senador estadounidense John McCain, enviado a Siria por la Casa Blanca, e Ibrahim al-Badri, quien no es otro que el «califa» que encabeza el Emirato Islámico [4]. Y también explica por qué el Emirato Islámico inició su ofensiva en Irak precisamente en momentos en que el gobierno del chiita al-Maliki se distanciaba de Washington para acercarse a Pekín y Moscú.

Después de culpar al ejército iraquí por la caída de Ramadi, Washington anuncia ahora su voluntad de acelerar el entrenamiento y la entrega de armas a las «tribus sunnitas» iraquíes. Irak va por el mismo camino que Yugoslavia, rumbo a la desintegración, comenta el ex secretario estadounidense de Defensa, Robert Gates. Igual que Siria, donde Estados Unidos y sus aliados siguen entrenando y armando «rebeldes» para derrocar el gobierno de Damasco.

Con su política de «divide y vencerás», Washington sigue alimentando la guerra, que a lo largo de 25 años ha provocado tantas masacres, éxodos y pobreza que numerosos jóvenes hoy no saben hacer otra cosa que vivir del uso de las armas. 

Es ese el terreno social que explotan las potencias occidentales, las monarquías que esas potencias han escogido como aliadas y los «califas» que instrumentalizan simultáneamente el islam y la división entre sunnitas y chiitas. Todos pertenecen a un mismo frente, en cuyo seno existen divergencias tácticas –por ejemplo, sobre cómo y cuándo atacar Irán– pero con una estrategia común.

Se trata de un frente que se nutre con el armamento proveniente de Estados Unidos, que ahora anuncia la venta a Arabia Saudita –por un monto de 4 000 millones de dólares– de otros 19 helicópteros, para la guerra contra Yemen, y la entrega a Israel de 7 400 misiles y bombas, incluyendo artefactos antibunker para atacar Irán.

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