Pablo Gonzalez

¿Ha sido la historia dirigida por sociedades secretas?


A través del libro El Código Da Vinci, Dan Brown abrió una puerta que dejaba entrever ciertos secretos celosamente guardados durante siglos. 


Se abrió una puerta que nos llevaba a ver y a conocer aspectos ignorados o que, como por casualidad, habían pasado desapercibidos. 

En Ángeles y Demonios, Dan Brown libera otros secretos aun más peligrosos. Se trata de una guerra abierta contra el poder de la Iglesia, capitaneada por una sociedad secreta denominado Illuminati. La pregunta que nos podemos plantear es: ¿quién está manejando los hilos de la sociedad? 

La conspiración y los ritos iniciáticos vinculados a las sociedades secretas, no son temas nuevos. En el siglo XI Hasan ibn Sabbah fundó una secta inspirada por una rama fanática del ismailismo, los Asesinos oHashashin, que significa «los que consumen haschís».

 Ejecutaban a sus víctimas con gran crueldad, impulsados por un estado de euforia criminal que les propiciaba el uso de esa droga. En el siglo XIII fueron condenados a muerte más de doce mil miembros del citado grupo. 

 Muchos lograron salvarse y se dispersaron por Siria, sin que actualmente se sepa que ocurrió con los supervivientes de la secta. En 1776 Adam Weishaupt crea la secta de los Iluminados de Baviera, conocidos como Illuminati. 

Su objetivo oficial y explícito era conducir al ser humano al correcto camino de la espiritualidad primitiva. Pero el método para lograrlo era erradicar los gobiernos y las propiedades privadas, derrocando monarquías e instaurando repúblicas autoritarias. Aunque las fechas son confusas, en 1785 la orden fue oficialmente disuelta, aunque no desapareció. 

Pero hay otros aspectos que aluden a la masonería, los rosacruces, o los que vinculan las tramas secretas de conspiración mundial con algunas siglas, como, por ejemplo, la OSS, denominación de un grupo de investigación precursor de la CÍA actual, o bien la Logia P2, una de las sociedades más poderosas que hubo en Italia. 

René Chandelle es un escritor e historiador francés dedicado a la historia medieval. Es conocido por sus análisis de best-sellers históricos. Ha publicado varios libros: Más allá de Ángeles y Demonios, en que me he basado para escribir este artículo, Entre Da Vinci y Lucifer, Traidores a Cristo: La historia maldita de los Papas, Más allá del Código da Vinci, y Más allá de las catedrales.

La Oficina de Servicios Estratégicos, más conocida por su nombre original en inglés, Office of Strategic Services, u OSS, fue el servicio de inteligencia de los Estados Unidos de América durante la Segunda Guerra Mundial.

 Está considerada la antecesora de la Agencia Central de Inteligencia o CIA. Antes de la creación de la OSS (el equivalente al British Secret Intelligence Service), los asuntos del servicio de inteligencia estaban repartidos entre diferentes departamentos del gobierno estadounidense, sin ningún tipo de coordinación. 

De hecho, el Ejército y la Armada utilizaban códigos diferentes para cifrar sus mensajes secretos. 

El presidente Franklin D. Roosevelt señaló las deficiencias del servicio de inteligencia estadounidense, y aconsejado por el militar y espía canadiense William Stephenson le encargó a su amigo William Joseph Donovan, un veterano de la Primera Guerra Mundial, la creación de un servicio de inteligencia. 

Su trabajo fue compilado en el “Memorandum of Establishment of Service of Strategic Information“, y tras ello Donovan fue nombrado “Coordinador de Información” en julio de 1941. Así se estableció la Oficina de Servicios Estratégicos, mediante una orden militar proveniente de Roosevelt el 13 de junio de 1942, pensando en un primer momento en recopilar y analizar información del Estado Mayor Conjunto de los Estados Unidos, y realizar operaciones no asignadas a otras agencias.

 Un mes y medio después de ganar la guerra, en torno al 20 de septiembre de 1945, la OSS fue disuelta por el presidente Harry S. Truman. Así, durante el mes siguiente las funciones de la OSS fueron desempeñadas por los Departamentos de Estado y de Guerra. 

El Departamento de Estado se ocupó de la sección de Investigación y Análisis, que fue renombrada como Servicio Interino de Investigación e Inteligencia (Interim Research and Intelligence Service, IRIS), dirigido por Alfred McCormack. Por su parte, el Departamento de Guerra asumió las secciones de Inteligencia Secreta (Secret Intelligence, SI) y X-2, para lo cual se creó una oficina especial, la Unidad de Servicios Estratégicos (Strategic Services Unit, SSU). 

El Secretario de Guerra nombró al brigadier general John Magruder como supervisor de la disolución de la OSS, para preservar el secreto sobre sus acciones.

 Ya en enero de 1946, el presidente Truman creó el Central Intelligence Group (CIG – Grupo Central de Inteligencia), que es el precursor directo de la CIA. En 1947, la National Security Act estableció la primera agencia de inteligencia en tiempos de paz, la CIA, que asumió todas las funciones de la antigua OSS.

Miles de personas han leído la obra Angeles y Demonios, y su lectura ha generado la duda de si realmente explica situaciones reales. Sólo es preciso recordar los atentados de las Torres Gemelas o las guerras de Afganistán e Irak, para darnos cuenta de que algo está ocurriendo. 

Todo parece indicar que estamos viviendo en un Nuevo Orden Mundial. Ésta es una frase popularizada por George Bush padre duante la primera Guerra del Golfo. 

 Todo parece indicar que George Bush tiene cierta vinculación con los illuminati. La pregunta es: ¿quién dirige este Nuevo Orden Mundial? Quizá la respuesta sea los gobiernos que están en la sombra, quizá dirigidos por determinadas sociedades secretas. 

Pero todavía queda otro interrogante por resolver: ¿qué objetivo tienen estas sociedades secretas? La realidad que hay detrás de la obra de Brown es sutil, reveladora e inquietante. Si realmente queremos saber cuáles son los mensajes secretos que se esconden en Ángeles y Demonios tenemos que remontarnos unos cuantos siglos atrás en la historia.

 Así podremos conocer el pensamiento de Galileo y cómo era la sociedad científica en la que vivió. Es el momento histórico en que el conocimiento y el dogma toman caminos divergentes, y la Ciencia se ve impelida a refugiarse en el ocultismo. 

Pero para avanzar con este tema, debemos conocer en cierto detalle la vida de Galileo. Galileo Galilei (1564 – 1642) fue un astrónomo, filósofo, ingeniero, matemático y físico italiano, relacionado estrechamente con la revolución científica. Eminente hombre del Renacimiento, mostró interés por casi todas las ciencias y artes, como la música, la literatura o la pintura. 

Sus logros incluyen la mejora del telescopio, gran variedad de observaciones astronómicas, la primera ley del movimiento y un apoyo determinante al copernicanismo.

 Ha sido considerado como el «padre de la astronomía moderna», el «padre de la física moderna» y el «padre de la ciencia». Su trabajo experimental es considerado complementario a los escritos de Francis Bacon en el establecimiento del moderno método científico y su carrera científica es complementaria a la de Johannes Kepler. 

Su trabajo se considera una ruptura de las teorías asentadas de la física aristotélica y su enfrentamiento con la Inquisición romana de la Iglesia católica suele presentarse como el mejor ejemplo de conflicto entre religión y ciencia en la sociedad occidental. Galileo, que nació en Pisa cuando ésta pertenecía al Gran Ducado de Toscana, fue el mayor de seis hermanos, hijo de un músico y matemático florentino llamado Vincenzo Galilei, que quería que su hijo mayor estudiara medicina.

El cardenal Belarmino, que hizo quemar a Giordano Bruno, ordena que la Inquisición realice una investigación discreta sobre Galileo a partir de junio de 1611. A pesar de pasar meses removiendo cielo y tierra para impedir lo inevitable, es convocado el 16 de febrero de 1616 por el Santo Oficio para el examen de las proposiciones de censura. Es una catástrofe para él. La teoría copernicana es condenada como «una insensatez, un absurdo en filosofía, y formalmente herética». 

El 25 y 26 de febrero de 1616, la censura es ratificada por la Inquisición y por el papa Paulo V. El proceso comenzó con un interrogatorio el 9 de abril de 1633, donde Galileo no reconoce haber recibido expresamente ninguna orden del cardenal Bellarmino. Por otra parte, dicha orden aparece en un acta que no estaba firmada ni por el cardenal ni por el propio Galileo. Con pruebas endebles es difícil realizar una condena, por lo que es conminado a confesar, con amenazas de tortura si no lo hace y promesas de un trato benevolente en caso contrario. Galileo acepta confesar, lo que lleva a cabo en una comparecencia ante el tribunal el 30 de abril. 

Una vez obtenida la confesión, se produce la condena el 21 de junio. Al día siguiente, en el convento romano de Santa Maria sopra Minerva le es leída la sentencia, donde se le condena a prisión perpetua, y se le conmina a abjurar de sus ideas, cosa que hace seguidamente. Tras la abjuración el Papa conmuta la prisión por arresto domiciliario de por vida. Giuseppe Baretti afirmó que después de la abjuración Galileo dijo la famosa frase «Eppur si muove» («Y sin embargo se mueve»).

 Pero según Stillman Drake, Galileo no pronunció la famosa frase en ese momento ya que no se encontraba en situación de libertad y sin duda era desafiante hacerlo ante el tribunal de cardenales de la Inquisición. Para Stillman si esa frase fue pronunciada lo fue en otro momento. El texto de la sentencia fue difundido por doquier: en Roma el 2 de julio y en Florencia el 12 de agosto.

 La noticia llega a Alemania a finales de agosto, en Bélgica en septiembre. Los decretos del Santo Oficio no se publicarán jamás en Francia, pero, prudentemente, René Descartes renuncia a la publicación de su Mundo. Muchos, entre ellos Descartes, pensaron que Galileo era la víctima de una confabulación de los jesuitas, que se vengaban así de la afrenta sufrida por Horazio Grassi en el Saggiatore. Galileo permanece confinado en su residencia en su casa de Florencia desde diciembre de 1633 a 1638.

 El 8 de enero de 1642 Galileo muere en Arcetri a la edad de 77 años. Su cuerpo es inhumado en Florencia el 9 de enero. Un mausoleo será erigido en su honor el 13 de marzo de 1736 en la iglesia de la Santa Cruz de Florencia. Galileo, especialmente en su obra Diálogo sobre los principales sistemas del mundo (1633), cuestionó y resquebrajó los principios sobre los que hasta ese momento habían sustentado el conocimiento e introdujo las bases del método científico que a partir de entonces se fue consolidando.

A partir de Pío XII se comienza a rendir homenaje al gran sabio que era Galileo. En 1939 este Papa, en su primer discurso a la Academia Pontificia de las Ciencias, a pocos meses de su elección al papado, describe a Galileo «el más audaz héroe de la investigación, sin miedos a lo preestablecido y los riesgos a su camino, ni temor a romper los monumentos». Su biógrafo de 40 años, el profesor Robert Leiber, escribió: «Pío XII fue muy cuidadoso en no cerrar ninguna puerta a la ciencia prematuramente. Fue enérgico en ese punto y sintió pena por el caso de Galileo». 

En 1979 y en 1981, el papa Juan Pablo II encarga una comisión paara estudiar la controversia de Ptolomeo-Copérnico de los siglos XVI y XVII. Juan Pablo II considera que no se trataba de rehabilitación. 

El 31 de octubre de 1992, Juan Pablo II rinde una vez más homenaje a Galileo durante su discurso a los partícipes en la sesión plenaria de la Academia Pontificia de las Ciencias. En él reconoce claramente los errores de ciertos teólogos del siglo XVII en el asunto. El papa Juan Pablo II pidió perdón por los errores que hubieran cometido los hombres de la Iglesia a lo largo de la historia. En el caso Galileo propuso una revisión honrada y sin prejuicios en 1979. 

Pero la comisión que nombró al efecto en 1981 y que dio por concluidos sus trabajos en 1992, confirmó una vez más la tesis de que Galileo carecía de argumentos científicos para demostrar el heliocentrismo y sostuvo la inocencia de la Iglesia como institución y la obligación de Galileo de reconocer y prestar obediencia a su magisterio, justificando la condena y evitando una rehabilitación plena. 

El propio cardenal Ratzinger, prefecto de la Congregación para la Doctrina de la Fe en aquellos momentos, antes de devenirr Papa, lo expresó rotundamente el 15 de febrero de 1990 en la Universidad romana de La Sapienza, cuando en una conferencia hizo suya la afirmación del filósofo agnóstico y escéptico Paul Feyerabend: “La Iglesia de la época de Galileo se atenía más estrictamente a la razón que el propio Galileo, y tomaba en consideración también las consecuencias éticas y sociales de la doctrina galileana. 

Su sentencia contra Galileo fue razonable y justa, y sólo por motivos de oportunismo político se legitima su revisión“. Estas declaraciones serán objeto de una fuerte polémica cuando en el año 2008 el ya papa Benedicto XVI tenga que renunciar a una visita a la Universidad de La Sapienza de Roma. 

Y hasta aquí la detallada historia de Galileo.

Galileo fue un abanderado de su tiempo, aunque no el único. Quizá el hecho de haber sido sometido a un juicio sumarísimo que le llevó a una posterior abjuración de sus teorías es lo que más ha trascendido al gran público. Pero el astrónomo de Pisa no estaba solo. A su alrededor y practicando la misma u otras disciplinas hubo muchos científicos que no siempre contaron con el beneplácito del poder establecido, que en aquel momento era la Iglesia. 

 En la época de Galileo, investigar significaba depender de los ricos y poderosos mecenas, quienes a su vez se dejaban guiar u orientar por la Iglesia. Un mecenas, por importante que fuera, difícilmente podía apoyar a alguien cuyas teorías no cuadrasen con el canon establecido. Esto generó que algo que había permanecido oculto saliese a la luz. Algo que se mantendría durante largo tiempo. Se trataba de un tipo de conspiración o conjura. Pese al total dominio de la Iglesia había otras formas de pensamiento, otros sistemas de entender la vida y de comprender la magnitud de las cosas. 

Era preciso prescindir de los dogmas religiosos y, lógicamente, hacerlo en secreto. En la época existieron numerosos grupos que, amparándose en el esoterismo y en el ocultismo de lejanas religiones orientales, dieron cauces a las nuevas ideas. Las sociedades secretas apoyaron los avances científicos y la ciencia se hizo conspirativa. 

Su objetivo era enfrentarse al poder establecido, liberarse de aquéllos que siempre les habían dictaminado qué y cuándo debían pensar. En aquel tiempo, eso significaba oponerse a la Iglesia y a sus dogmas. 

En muchos casos ya no era cuestión de defender una teoría científica, sino una forma de vida, de sociedad e incluso de política. Los conspiradores, o sea aquellos que no estaban conformes con el poder eclesiástico, debían unirse para actuar como una sola fuerza. Pero la verdad es que conspiraciones hubo muchas. 

 Sea como fuera, las sociedades secretas llegaron a ejercer una altísima influencia. Consiguieron participar en episodios históricos tan relevantes como la Revolución Francesa, la Independencia de Estados Unidos y, ya más cerca de nosotros, en las guerras mundiales, por no hablar de otros hechos más contemporáneos. ¿Con qué fin? El autor de Angeles y demonios nos ofrece en su obra algunas pistas al respecto.

A lo largo del siglo XVI se efectúa un cambio de filosofía en la ciencia. Nace una nueva ciencia más moderna, más experimental, y los investigadores comienzan a cuestionar las cosas que hasta ese momento parecían inamovibles. 

 Una nueva sociedad científica estaba viendo la luz y comenzaban a tambalearse los dogmas establecidos por las jerarquías eclesiásticas. Ciertamente los investigadores tuvieron que mantener un cierto secretismo para poder llevar a cabo sus descubrimientos sin despertar las iras de la Iglesia. Al igual que Galileo, el médico y teólogo aragonés Miguel Servet, acusado de herejía por haber cuestionado el dogma de la Trinidad, fue condenado a morir en la hoguera. Asimismo otros científicos y pensadores notables fueron perseguidos o murieron en extrañas circunstancias.

 El Vaticano y los «sabios» del sistema que recibían su protección y sus prebendas, estaban dispuestos a cualquier recurso para impedir que el afán de conocimiento acabara destruyendo su poderío. Pero los investigadores siguieron adelante, a menudo amparados en el secretismo, porque creían en la verdad expresada por el gran Galileo: 

“La ciencia está escrita en el más grande de los libros, abierto permanentemente ante nuestros ojos, el Universo, pero no puede ser comprendido a menos de aprender a entender su lenguaje y a conocer los caracteres con que está escrito. Está escrito en lenguaje matemático y los caracteres son triángulos, círculos y otras figuras geométricas, sin las que es humanamente imposible entender una sola palabra; sin ellas uno vaga desesperadamente por un oscuro laberinto“.

Todos los investigadores y descubridores de aquel tiempo establecían sus especulaciones y teoremas en privado, en sus reuniones, pero no a través de la enseñanza oficial. Ciertamente las universidades italianas del Renacimiento eran las mejores y las más agraciadas por los donativos proporcionados por sus ostentosos mecenas. Investigar y trabajar en otros lugares que no fueran Padua, Pisa, Bolonia o Pavia era arriesgarse a caer en el anonimato.

 Tan relevantes eran estas universidades, que la ciencia en aquella época hablaba en italiano o en latín. En sus claustros enseñaban los sabios de mayor renombre y, como contraprestación, se les ofrecía los mejores patrocinadores para sus investigaciones. Claro que no convenía recibir una subvención y correr el riesgo de que ésta fuera retirada porque el clero considerase que se había llegado más allá de lo que marcaban los dogmas.

Pero no todas las universidades europeas reaccionaron favorablemente al cambio. Así la de Salamanca, que durante otros tiempos se había convertido en un punto de referencia en lo que a investigaciones anatómicas y astronómicas se refiere, durante ese periodo de cambio científico prefirió ser prudente. Su claustro no aceptó los nuevos postulados, refugiándose en las tradiciones clásicas que estaban aceptadas y amparadas por la Iglesia. 

Un caso similar se dio en La Sorbona, que no aceptó las nuevas teorías científicas pues temía que generasen problemas en la teología a la que estaba aferrada. 

Por el contrario, la Universidad de Montpellier recibió con los brazos abiertos los aires de renovación. Probablemente haya cierta incoherencia histórica en la novela de Dan Brown. No sabemos si Galileo dijo realmente que «cuando miraba por su telescopio los planetas, oía la voz de Dios en la música de las esferas». 

Lo que sí sabemos es que Pitágoras (585-500 a. C.) el célebre filósofo y matemático griego, acuñó el término «música de las esferas». Más exactamente, según Aristóteles, Pitágoras dijo en cierta ocasión: «Hay Geometría en el canturreo de las cuerdas; hay Música en el espacio que separa a las Esferas». ¿Puede ser cierto que determinadas mentes preclaras de la época de Galileo se vieron obligadas a reunirse en secreto? Se sabe que varios de esos científicos establecieron vínculos con asociaciones secretas de su época. 

Y aunque las grandes figuras de la ciencia de la época no pertenecieron a los illuminati, dado que esta sociedad secreta aún no existía, sin duda se aproximaron a las sociedades secretas, en tanto representaban una posible protección frente a la intolerancia eclesiástica. Antes de consagrarse totalmente al estudio y a la filosofía, el notable pensador inglés Francis Bacon (1561 – 1626) había alcanzado elevadas posiciones políticas y diplomáticas, así como obtenido los títulos de vizconde de Saint Alban y barón de Verulam por sus servicios a la Corona

 En 1618, cuando ostentaba el prestigioso cargo de Lord Canciller, se vio envuelto en un confuso pleito por cohecho y soborno que acabó con su carrera política. No es improbable que su caída respondiera en realidad a una conjura para hundir a quien era, a su vez, un conjurado, miembro de una poderosa logia secreta. 

A los 18 años, tras la muerte de su padre, el joven Bacon ingresó en Gray’s Inn, una suerte de colegio mayor que impartía clases de derecho, según la costumbre británica. En 1582 obtuvo el título de abogado, iniciando una actividad legal y política que lo llevóal Parlamento en el 1600.

Tres años después el ascenso al trono de Jacobo I (James I de Inglaterra y James VI de Escocia) dio un nuevo impulso al imparable ascenso político de Francis Bacon. Avanzó varios niveles en su posición pública, hasta ser designado Lord Canciller en 1618, junto a la obtención del título de barón y, dos años después, el de vizconde.

 De pronto, en la cúspide su carrera, fue detenido bajo la acusación de abusar de su cargo para favorecer a determinadas personas que lo habrían sobornado. El tribunal lo encontró culpable de cohecho, pero el rey conmutó su condena, aunque le aconsejó que se alejara de la vida pública. Sir Francis, que ya había bosquejado algunos apartados delNovum Organum, en el que proponía un nuevo método científico, acató el consejo real. 

 Dedicó el resto de su vida a escribir una extensa serie de tratados y libros sobre diversos temas que le proporcionaron celebridad como filósofo y admiración como literato, pero nunca llegó a revelar los entresijos del juicio o de los oscuros actos que lo motivaron.

 Entusiasta defensor de los nuevos tiempos de la ciencia, Bacon publicó varios artículos y folletos en los que promueve el enfoque naturalista y experimental. 

 En uno de ellos animaba a sus colegas científicos afirmando: “Sólo han existido tres grandes sociedades de la historia, Grecia, Roma y Europa, en las que las ciencias progresen. Sin embargo, la vacilación todavía reina en nuestros días. Debemos empero utilizar la indagación de la naturaleza como método de investigación. Debemos dar salida al espíritu del hombre y dejarle que experimente más allá de las fronteras que imponen los criterios de siempre. Debemos luchar por sentir que hay algo más que aquello que hemos aceptado hasta hoy“. 

Algunos autores han querido ver en Bacon a un miembro de alguna sociedad secreta de la época. 

 Aducen que, como hemos apuntado, el presunto soborno que provocó su caída fue una trampa tendida por agentes del Vaticano, y se apoyan en dos obras del filósofo que hubieran podido ser firmadas por Adam Weishaupt, creador de los Iluminados de Baviera. Una de ellas es el Tratado sobre el valor y el progreso de la ciencia, de 1605, donde aboga brillantemente por el rigor y la independencia de los científicos. La otra, titulada Nueva Atlántida, publicada después de su muerte en 1626, es, desde el título hasta el contenido, abiertamente esotérica. 

Bacon describe en ella un mundo utópico y perfecto, organizado como una república democrática universal, donde el misticismo y la ciencia conviven en armonía. Sin duda se trata de una clara referencia al reino de la Atlántida, perdido a causa del Diluvio, que desean recuperar algunas sociedades secretas. 

Lo cierto es que hay constancia de que Bacon estaba bastante vinculado a distintas sectas de carácter esotérico. Se ha especulado también sobre la posibilidad de que tuviera contactos con los seguidores de un ancestral culto de corte filosófico y espiritual, que recibía el sugerente nombre de Rosacruz.

La propiedad financiera y de la tierra de América por parte de una determinada élite fue asegurada mediante la fundación de la Compañía de Virginia por el rey James I, de Inglaterra, en 1606. James I nombró caballero a Francis Bacon, así como para muchos puestos importantes, incluyendo el de Presidente de la Cámara de los Lores de Inglaterra (Lord Chancellor). Bajo el patrocinio del rey James I, los Templarios, Rosacruces y otras sociedades secretas se agruparon bajo el nombre común de Masonería. Algunos de los miembros iniciales de la Compañía de Virginia fueron Francis Bacon, el Conde de Pembroke, el Conde de Montgomery, el Conde de Salisbury, el Conde de Northampton, y Lord Southampton, todos de ellos supuestos miembros de la Hermandad de Babilonia.

 La Compañía de Virginia todavía existe bajo otros nombres y todavía controla los Estados Unidos. Una de las numerosas ramas de los francmasones que surgió en 1307 es oriunda de los templarios, que fueron perseguidos por el Vaticano, por orden del rey francés Felipe IV.

 Aquéllos que pudieron escapar de la prisión y la tortura impuesta por los inquisidores se refugiaron principalmente en Portugal, Inglaterra y Escocia. Allí trabajaron en secreto durante siglos, supuestamente para traer justicia al mundo y para hacer crecer los derechos de los seres humanos. 

Pero la historia muestra que, por otro lado, sociedades secretas tales como, por ejemplo, el grado 33 del Rito Escocés de los francmasones, pueden ser una fuerza peligrosa capaz de elegir gobernantes, derribarlos y servirse de alianzas secretas para provocar conflictos globales.

 Los francmasones estaban en el frente de la transición conocida como la Guerra de la Independencia estadounidense. 

El programa de la Hermandad para América fue condensado en la obra La Nueva Atlántida, de Francis Bacon, publicado en 1607, en que una “Universidad Invisible” de intelectuales selectos determinaba los acontecimientos. Uno de los francmasones que lideraba las colonias británicas en América era Benjamin Franklin, que es reverenciado como un Padre Fundador.

 Su efigie puede ser vista en el billete de 100 dólares. Se dice que Benjamin Franklin trabajaba para los servicios de inteligencia británicos. Franklin fue el que, el 8 de diciembre de 1730, publicó en La Gaceta de Pensilvania el primer artículo sobre la Masonería. Se hizo oficialmente francmasón en febrero de 1731, y fue elegido Gran Maestre Provincial de Pensilvania en 1734. 

En este mismo año, Franklin publicó el primer libro masónico en América y también fue fundada la primera logia estadounidense en su estado de Filadelfia. Curiosamente la Guerra de Independencia estadounidense fue organizada en Filadelfia y allí todavía encontramos la Campana de la Libertad (Liberty Bell), como símbolo de Bel, el dios del Sol de los fenicios y los arios. Franklin, que era también un Gran Maestre Rosacruz, estaba en el núcleo de la operación de la Hermandad para apoderarse de América y reemplazar el control explícito de Londres por un control encubierto.

Cuando en Angeles y demonios se dice que hay una especie de ruta «Illuminata» vinculada con científicos de la época de Galileo, que se reunían en la Iglesia de la Iluminación, nada lleva a pensar en los rosacruces. 

Pero los rosacruces existieron realmente y estaban interesados en la ciencia. De hecho, una de los objetivos que tuvo la Rosacruz Real era crear un Colegio Invisible, algo así como una institución secreta que tenía por finalidad promover la ciencia. El Colegio Invisible fue un precursor de la Royal Society del Reino Unido. Se trataba de un grupo de filósofos y científicos, entre ellos Robert Boyle, John Wilkins, John Wallis, John Evelyn, Robert Hooke, Christopher Wren, y William Petty. En las cartas de 1646 y 1647, Boyle se refiere a “nuestro colegio invisible” o “nuestra universidad filosófica“.

 El tema común de la sociedad fue la adquisición de conocimientos a través de la investigación experimental. 

A su vez los “Hartlibianos“, un círculo de personas en torno a Samuel Hartlib , fueron los precursores del Colegio Invisible. Sir Cheney Culpeper y Benjamin Worsley se interesaron por la alquimia, pero también por temas agrícolas. Al margen de la ficción de la novela de Brown, la realidad es que en la época de Galileo algunos científicos se reunían en secreto. Hay datos de algunas de estas reuniones alrededor de 1614, pero los asistentes no podían ser illuminati, ya que esta sociedad aún tenía que fundarse. La gran mayoría de las sociedades secretas pretenden proceder de gloriosas épocas de un pasado remoto. 

Pues bien, si creemos a los archivos presuntamente milenarios de los rosacruces, tenemos que remontarnos a los tiempos del faraón Tutmosis III, esto es, entre 1504 y 1447 a. C. En aquellos tiempos existían en Egipto numerosas escuelas de misterios formadas por iniciados, sacerdotes, magos y adivinos. 

Al parecer, el día que se celebró su investidura como faraón, Tutmosis tuvo una revelación. Según el Archivo Rosacruz él mismo explicó que se sintió elevado hacia los cielos y luego, tras percibir una luz muy potente, recibió la instrucción de aglutinar el conocimiento de lo místico. 

Decidió entonces crear una única organización de carácter secreto. llamada Orden de la Gran Fraternidad Blanca. Setenta años después, Amenhotep IV, que como faraón era el máximoPontífice de la Fraternidad, alcanzó altos niveles de sabiduría y elevación espiritual. Cambió su nombre por el de Akhenatón en alusión a su devoción a un único dios, Atón, representado por el Sol. Junto a su esposa Nefertiti establecieron el primer culto monoteísta e impulsaron una nueva cultura espiritual y artística de inspiración humanista.

 En el aspecto religioso no hay duda de que Moisés, precursor de los tres grandes credos monoteístas que han llegado hasta hoy, era un practicante secreto del culto de Atón.

Al morir Akhenatón, los sacerdotes tradicionales lograron recuperar el protagonismo perdido, mediante su dominio sobre el débil Tutankhamón.

 Fue un tiempo de oscuridad para la Fraternidad Blanca, que resucitaría gracias al filósofo griego Tales de Mileto y la supuesta participación que tuvo en la Orden el matemático Pitágoras. Ambos serían los encargados de expandir mediante la cultura griega las enseñanzas de los primigenios rosacruces. 

 Más tarde correspondería esta misión a Plotino de Alejandría, filósofo griego neoplatónico, autor de las Enéadas, quien en el año 244 fundó una escuela de filosofía en Roma, que en buena parte se basaba en las enseñanzas místicas de La Gran Fraternidad Blanca. No obstante, hasta el siglo XVII no aparece la palabra «Rosacruz» como nuevo nombre de esta sociedad hermética. 

 En 1610 se publica en Alemania un libro de autor anónimo que recopila una documentación hallada seis años antes en el interior de una tumba, la de un misterioso personaje llamado Christian Rosenkreutz. 

Esta obra nos habla de la biografía de un hombre que fue instruido en medicina, ciencia, matemáticas y artes mágicas, así como en alquimia y física. Un estudioso que había investigado la historia oculta de Egipto, país en el que tuvo acceso a los textos esotéricos atribuidos a Tot, dios lunar inventor de la escritura que los griegos adoptaron con el nombre de Hermes Trimegisto. 

Se cree que en Egipto Rosenkreutz fue admitido e iniciado por los maestros secretos de la milenaria Gran Fraternidad Blanca y se le encomendó, o él se atribuyó, la misión de expandir la Orden por el mundo. 

En 1378, 64 años después de la disolución de los Templarios, en el seno de una familia venida a menos de la nobleza rural alemana, nació un niño cuyo nombre desconocemos. Más tarde adoptó el nombre de Christian Rosenkreutz, que traducido del alemán significa «Cristiano de la Cruz Rosada» y cuyas connotaciones simbólicas son evidentes. 

Los padres confiaron su crianza y educación a un monasterio, donde aprendió latín, griego, teología y los rudimentos de las ciencias de la época. Según la biografía iniciática escrita en época moderna por el hermano rosacruz Petros Xristos, el joven Rosenkreutz realizó un «arduo y arriesgado» primer peregrinaje a Tierra Santa, junto con un condiscípulo. No se sabe si su acompañante murió o simplemente se separó de él en Chipre, pero sí que Christian continuó desde allí el viaje en solitario. Se detuvo en varios lugares de la región, especialmente en Damasco, y finalmente arribó a Jerusalén. Permaneció largamente en el Templo de Jerusalén, otrora sede de los Templarios, donde, según Petrus Xristos, recibió los ecos del mensaje de los profetas y de las enseñanzas del propio Jesús.

Cerca de Jerusalén había otro templo, perteneciente a una orden esotérica secreta cuyo nombre, Damkar (Sangre del Cordero), la identificaba con el sacrificio del Calvario. Nos dice el biógrafo que allí el joven Christian pasó la ceremonia iniciática y tomó el nombre alegórico de Christian Rosenkreutz. 

 Pero el mismo Xristos señala que otros autores opinan que Rosenkreutz fue en realidad el fundador de esa orden como precursora de los rosacruces, para devolver a Tierra Santa el secreto del verdadero mensaje evangélico. Para profundizar sus conocimientos esotéricos, Christian aprendió hebreo y árabe, llegando a traducir al latín al menos un libro hermético, probablemente gnóstico o esenio en origen, que más tarde llevaría con él al regresar a Europa. Más tarde efectuó el antes mencionado viaje a Egipto, que marcaría su destino. 

También recorrió varios puntos del Mediterráneo, visitando y fundando sedes de sociedades esotéricas. Luego pasó un tiempo en la ciudad de Fez, en Marruecos, para aprender la Cábala, cuerpo de doctrina recibida en la antigua literatura judaica, y profundizar sus conocimientos mágicos.

 Desde allí, convertido ya en un gran conocedor de las sabidurías herméticas, inició un viaje por España.

 En su ruta por la Península Ibérica trabó amistad con unos monjes, con los que supuestamente compartió sus conocimientos al tiempo que creaba una rama de la Fraternidad Blanca, llamada losHermanos de la Rosacruz. Posteriormente sus miembros serían conocidos como «rosacruces», lo que promovió la falsa idea de que se trataba de una secta distinta. 

El misterioso Christian Rosenkreutz se supone que falleció en 1484, a la nada despreciable edad de 106 años, duplicando la esperanza de vida de aquella época. Se llevo todos sus conocimientos a la tumba, en cuya lápida se hizo grabar una leyenda que decía: «Reaparecerá al cabo de ciento veinte años».

 Y realmente fue así, dado que la fecha del hallazgo de sus escritos se corresponde con este premonitorio cálculo. Algo más tarde de aquel hallazgo, un número relevante de rosacruces ingleses y alemanes se trasladaron a América como colonos. Pretendían asentar nuevas cofradías y transmitir sus conocimientos en las colonias británicas del nuevo mundo. Imprimieron libros, efectuaron reuniones formativas y entraron en contacto con otros colonos procedentes de logias como la Masonería y con los iIluminati.

 Presidentes masones como Benjamín Franklin y Thomas Jefferson pertenecieron también a las sociedades de rosacruces.

Lo relevante de los rosacruces fue su amor por la ciencia, por la investigación espiritual y por el esoterismo. Al parecer, estuvieron vinculados a ellos personajes como Da Vinci, Paracelso, Newton y Cagliostro. El Conde Alessandro di Cagliostro (1743 – 1795) fue un médico, rosacruz y masón. Se dedicó a recorrer las cortes europeas del siglo XVIII. Nació en el seno de una familia pobre en Palermo, Sicilia. 

La identificación de Cagliostro con Giuseppe Balsamo no es del todo segura, ya que se basa principalmente en el testimonio no fidedigno de Theveneau de Morande, espía francés y chantajista, y más tarde en su confesión a la Inquisición, obtenida a través de la tortura. Cagliostro afirmaba haber nacido en una familia cristiana de noble cuna, pero fue abandonado al poco de nacer en la isla de Malta. 

También aseguraba que siendo niño viajó a Medina, y al regresar a Malta, fundó el Rito Egipcio de la Francmasonería, donde al igual de lo que sigue ocurriendo en las logias masónicas de San Juan en la actualidad, se iniciaba a hombres y mujeres en la misma logia. También tuvo influencia en la fundación del Rito Masónico de Misraim, fundador de la masoneria. 

Se debe aceptar que los seguidores de la filosofía Rosacruz no se ajustaban exactamente a muchos de los parámetros científicos y filosóficos amparados por la Iglesia. Defendían que la religión, pese a predicar la existencia del alma y su permanencia en un más allá, se perdía en conjeturas y contradicciones cuando pretendía gobernar las dimensiones espirituales del hombre. Los rosacruces prefirieron creer en la reencarnación.

 Pensaban que ésta era necesaria para cumplir diferentes grados de experiencias y adquirir niveles de sabiduría que solamente podían aprenderse a través de vidas sucesivas. Evidentemente, dichas consignas no estaban muy de acuerdo con la doctrina oficial de la Iglesia. Señalaban que era preciso encontrar la felicidad en la vida, y que la evolución se debía efectuar en el terreno material y en el espiritual. 

 Afirmaban que su fin esencial era que el ser humano se diera cuenta de que su mente, aplicada de forma adecuada, era capaz de dominar la materia. Predicaban que el proceso de aprendizaje indispensable era el que habían llevado a cabo los grandes místicos y sabios que eran conscientes de que, para buscar y comprender lo invisible, en primer lugar era preciso analizar lo visible. Resulta obvio que tampoco estas concepciones podían ser del agrado de las autoridades religiosas. Tras superar una serie de asignaturas y pruebas, el iniciado obtendría los nueve grados del Templo, convirtiéndose en Iluminado y entrando en una nueva fase de enseñanza, para alcanzar tres grados más, secretos. 

 No obstante, es dudosa la vinculación de los rosacruces con las conspiraciones geopolíticas a las que parecen habernos acostumbrado otras sociedades secretas.

La Iglesia Católica siempre se ha negado a comentar oficialmente las historias sobre sociedades secretas. Pese a que el propósito de muchas de ellas ha sido y es derribar el poder del Papado. Sin embargo, al amparo del Vaticano han surgido una serie de «órdenes» muy semejantes a las sociedades secretas, en cuanto a secretismo, organización y jerarquía. Éstas, habitualmente se han sometido al poder eclesiástico y han desempeñado un papel de gran importancia en el funcionamiento de la Iglesia Católica. 

Para entender esta aparente contradicción, no se debe olvidar que la propia Iglesia surgió como una sociedad secreta y perseguida, y que en su historia posterior ha sido bastante reacia a publicitar sus asuntos internos. 

 No es de extrañar pues que una ficción como la de Ángeles y demonios use esas complicadas y ocultas redes vaticanas como fuente de inspiración para su trama literaria. Consideramos oportuno conocer qué hay tras la ficción que nos presenta Angeles y demonios, como el papel desempeñado por el Instituto para las Obras de Religión. 

La Iglesia Católica Apostólica Romana es el órgano de poder más imperecedero que ha existido en toda la historia. Lleva dos milenios protagonizando, dirigiendo o influyendo en los hechos fundamentales del devenir de Occidente y buena parte del resto del mundo. Desde su nacimiento se ha extendido por Europa, África, América, el lejano Oriente y Oceanía.

 Ha visto cómo caían las monarquías absolutas, ha sido testigo del advenimiento de la democracia, del capitalismo, del comunismo y de la llegada de la globalización en el siglo XXI de su reinado. 

Ninguna otra institución de poder, ya sea espiritual o terrenal, ha perdurado tanto en el tiempo como la Iglesia Católica. Y parte de su secreto ha consistido en no quebrar nunca su estructura jerárquica. 

 Para afrontar nuevas circunstancias sin afectar esa jerarquía inamovible, ha empleado otras estructuras paralelas. Muchas de ellas, como el caso de la Orden del Temple, han sido denostadas cuando ya no eran útiles o cuando amenazaban en convertirse en un peligro para la hegemonía papal. 

Otras, como la Compañía de Jesús, han servido para introducir ciertas reformas sin alterar, al menos en apariencia, los principios doctrinales. Estas «ramas paralelas» también han servido en otros casos para aunar las voces disonantes y permitir un diálogo integrador que reestableciera la unidad.

 La diferencia principal entre las sectas o sociedades secretas de origen externo y las órdenes religiosas, es que éstas han nacido en el seno de la Iglesia. Su posterior desarrollo tal vez las haya separado de la doctrina canónica, pero rara vez pudieron cortar totalmente su relación con la Iglesia. Por tanto, su relación con la Santa Sede es muy diferente al caso de las sociedades secretas. 

Aunque éstas en muchas ocasiones puedan haberse infiltrado en las estructuras de la Iglesia, no nacieron dentro de ella, o al menos no de forma oficial.

Hay tres sociedades u órdenes eclesiásticas que son sumamente representativas: la Orden del Temple, la Compañía de Jesús y el Opus Dei. Ellas permiten apreciar la variedad de redes secundarias utilizadas por la Iglesia para mantener su poder. Los orígenes de la Orden del Temple o de los caballeros templarios, se pierden en la noche de los tiempos.

 Son muchas las teorías que les atribuyen una misión milenaria, enraizada en los legados que habrían heredado antes de constituirse en el seno de la Iglesia Católica. En este sentido, encontramos hipótesis que creen que eran los supervivientes de la Atlántida, o que proceden de los antiguos druidas celtas. También se les supone un origen ligado a cultos esotéricos cristianos, o a algunas sociedades secretas islámicas, con las que tuvieron contacto durante las Cruzadas. 

Es muy probable que el Temple se creara bajo la influencia de San Roberto de Molesmes, un monje benedictino que en 1098 había fundado la orden monástica del Cister. Esta congregación seguía un estricto voto de pobreza, y prohibía absolutamente cualquier estudio o lectura profanos. 

 Sus estrictas reglas fueron asentadas por san Esteban Harding, en su «Carta de Caridad» y también por el tratado De laude novoe militae, de san Bernardo de Claraval. Este monje del Cister, noble de nacimiento, explicaba en su obra el ideal de las órdenes de caballería cristiana, a las que llamaba la Milicia de Dios. 

El concepto unía el papel de monje con el de caballero, creando un personaje dual que se dedicaba a la oración en tiempos de paz y a la guerra cuando era necesario defender su fe. El Temple y otras órdenes de caballería llegaron a alcanzar un gran poder, ya que se movían tanto en el terreno religioso como en el político y militar, los tres campos estratégicos que dominaban el mundo medieval. 

La creación oficial de la Orden del Temple tuvo lugar en 1119 en Tierra Santa, tras la primera Cruzada.

 Las fuerzas cristianas habían recuperado Jerusalén y su Templo, pero su posición era precaria y los alrededores estaban prácticamente en manos musulmanas. Esto, aparte de ser una amenaza latente para la ciudad conquistada, era un peligro real en los caminos que llevaban ella. Por ello, Hugo de Payns, original de Champagne, y otros ocho caballeros franceses, decidieron formar un grupo para proteger a los peregrinos y custodiar los santos lugares.

 El papa Balduino II de Jerusalén les asignó como cuartel un edificio contiguo al Templo. Como vivían de forma austera y gracias a las limosnas, eran conocidos como los «pauvres chevaliers du temple», de donde derivaría el nombre de la Orden del Temple.


Hugo de Payns había tomado una iniciativa, pero sabía que si el Papa no daba el visto bueno, podían acabar formando parte de una secta minoritaria. También tenía claro que aquel movimiento no podía quedar en los nueve voluntarios y, por tanto, aspiraba a convertirlo en una orden de caballería. Para ello era imprescindible que fuera a Roma y solicitara la aprobación del Papa. 

Así lo hizo dentro del marco del Concilio de Troyes (1128). Se acordó que los templarios adoptarían la norma de la orden benedictina, además de tres votos perpetuos y de unas reglas de vida especialmente austeras. Pese a la severidad de esas reglas fueron muchos los voluntarios que acudieron. Algunos piensan que se debió al extendido rumor que los templarios poseían el secreto de ciertos poderes mágicos. Otros creen que simplemente era el mejor camino para un caballero en tiempos de paz, al estar cerca de la acción. 

El alud de nuevos integrantes obligó a la Orden a establecer una jerarquía, que curiosamente era muy semejante a la secta islámica de los Asesinos. La hermandad tenía cuatro rangos: caballero (que eran los guerreros), escuderos (caballería ligera), granjeros y capellanes.

 Estos dos últimos grupos no tenían que combatir. Para identificar su pertenencia a la Orden vestían el hábito blanco de los cistercienses, al que agregaron una cruz roja en el pecho. 

La Orden del Temple creció durante casi dos siglos, ya que eran muy bien considerada tanto por los monarcas europeos como por la Iglesia. Ambas instituciones la premiaban con tierras, castillos y excepciones en el pago de impuestos, lo que provocaba la envidia del resto de los súbditos. 

Al estar en tierras remotas, los templarios adquirieron gran independencia y poco a poco se fueron separando cada vez más de los dictados del Vaticano. Los templarios eran un ejemplo de bravura en el campo de batalla y de piedad en los monasterios.

 De hecho, no era tan importante su número como el ejemplo que daban al resto de los caballeros cristianos. Se cree que en sus mejores tiempos la Orden llegó a reunir 400 caballeros, un número discreto, pero con gran poder, tanto para influir en el ámbito caballeresco como para conseguir recursos para la guerra. 

Además, cuando eran capturados nunca abdicaban de su fe, que era la única posibilidad que les ofrecían los mahometanos para poder conservar la vida. Se cree que en dos siglos murieron casi 20.000 templarios, entre caballeros y escuderos. Ese desgaste afectó a su rectitud, pues para engrosar sus filas dejaron de ser estrictos en la selección de los aspirantes. Bastaba con que pasaran una prueba secreta, que hasta el momento sigue siendo un misterio y que ha dado pábulo a todo tipo de especulaciones.

La gran riqueza acumulada, ya que se cree que poseían más de 900 propiedades, también sirvió para pervertir sus nobles principios. El resto de las órdenes no veían con buenos ojos su enriquecimiento, su orgullo y su pasión por el poder.

 Entre sus más tenaces enemigos destacaba la Orden de los Hospitalarios, que se había constituido a imagen y semejanza del Temple y que acabó siendo su mayor contrincante. Se cree que es más que probable que estas tensiones internas favorecieran a los musulmanes, y finalmente las huestes de Saladino los expulsaron de Jerusalén en 1187. A finales del siglo XII las intrigas y acusaciones entre templarios y hospitalarios se hacían ya insostenibles para la Iglesia, y los sucesivos Pontífices abogaron por la fusión de ambas órdenes. San Luis lo propuso oficialmente en el Concilio de Lyon (1274) y el papa Nicolás IV reiteró la propuesta en 1293. Pero ambas órdenes desoyeron las recomendaciones papales. 

 El clima ya estaba caldeado cuando la codicia de Felipe el Hermoso acabó por condenar a los templarios. El monarca quería apropiarse de la riqueza de la Orden para financiar una nueva Cruzada, pero no podía enfrentarse con una institución protegida por la Iglesia. No obstante convenció al Papa Clemente V, conocido por su debilidad de carácter, de que condenara a la Orden.

 El proceso inquisitorial se inició en 1307, y se baso en las murmuraciones sobre el «demonismo» del Temple.

 Se decía que su ceremonia de iniciación era un misterioso rito pagano, negaban a Cristo y escupían sobre la cruz, practicaban la idolatría, toleraban la sodomía, y otro sinfín de acusaciones tan escandalosas como improbables. Los jefes templarios fueron arrestados el 13 de octubre de 1307, y reconocieron bajo tortura todos los crímenes que se les imputaban. 

El Gran Maestre Jacques de Molay y los máximos mandatarios fueron quemados en la hoguera y la Orden se desarticuló. Ninguno de los siguientes Pontífices rehabilitó al Temple, que según algunos estudiosos sigue vigente en la actualidad como una sociedad secreta. 

 De acuerdo a esas versiones, los templarios continúan con sus negocios tradicionales, pero actualizados a la banca y a las empresas aseguradoras. Muchas de estas compañías tienen que guardar secreto sobre la composición de su junta de accionistas. Los negocios escogidos tienen que ser siempre legales y con fines lícitos.

 Se cree que la Orden actualmente cuenta con 15.000 afiliados, que incluye un 30% de mujeres. Tienen influencia en una veintena de países, sobre todo en Estados Unidos, América Latina, Medio Oriente y el sur de Europa. Los miembros tienen que vivir con austeridad y sus beneficios se emplean para obras de caridad. 

Desde hace un tiempo se rumorea que los templarios están intentando un acercamiento al Vaticano para obtener por fin la rehabilitación de la Orden.

La Compañía de Jesús, a la que pertenece el actual papa Francisco, nació formalmente en 1540, por la bula Regiminis militantis ecclesiae, del papa Pablo III. No hay duda de que surgía en el momento oportuno, como contundente instrumento para impedir que la Iglesia perdiera el poder que ostentaba hasta entonces. 

La laxitud en las costumbres cristianas había producido un gran descontento y escepticismo entre los creyentes. Calvino y Lutero captaron ese sentimiento en la declaración de la Reforma, y distintos cultos «protestantes» se extendían por los estados del norte de Europa y comenzaban a infiltrarse en los reinos latinos, tradicionalmente fieles al Vaticano. 

 Éste reaccionó con el lanzamiento de la Contrarreforma, movimiento de exaltación de la liturgia y los símbolos católicos que sirvió a la vez para solventar varios problemas dentro de la propia Iglesia. Pero la contraofensiva debía producirse en todos los frentes, y para eso era necesario crear una Orden que actuara con una nueva estrategia y tácticas más flexibles. 

Por esta razón se creó la Compañía de Jesús. Su fundador fue San Ignacio de Loyola, una personalidad bélica y mística a la vez que imprimió ese carácter a su congregación, también conocida popularmente como los «Soldados de Dios». 

En su concepción inicial la Compañía de Jesús era una organización paramilitar centralizada, que no obstante acabó convirtiéndose en el brazo intelectual de la Contrarreforma.

 Sus tres objetivos principales eran: actualizar el credo católico desde dentro y sin fisuras, emplear la educación para asentar el poder de la Iglesia, y convertir a los pueblos de ultramar mediante las misiones.

 Pese a su juramento de sumisión al Papa, la Compañía fue adquiriendo una particular autonomía a medida que se expandía y fortalecía. Su devoción por la ciencia y la cultura la llevó a sostener posiciones que a menudo iban por delante de la doctrina oficial de la Iglesia, al punto que su superior llegó a ser conocido como «el papa Negro». 

Pero se evitó con verdadera astucia jesuítica el enfrentamiento abierto con el Vaticano, y se mantuvo formalmente la fidelidad a su Pontífice. 

 Hubo quien los calificó de secta satánica dentro de la Iglesia, y la Compañía acabó siendo expulsada de numerosos países europeos, incluyendo a España, donde debió retirarse en 1767, durante el reinado de Carlos III.

Sin embargo, la Compañía de Jesús ha conseguido resistir a las jerarquías eclesiásticas. Algunos creen que es la Orden más progresista, y otros que ese progresismo es un disfraz para mejor difundir los dogmas canónicos más tradicionales. Durante mucho tiempo ha sido también la Orden más cercana al poder papal, aunque en los últimos años, especialmente con Juan Pablo II, había sido desplazada en ese puesto por el Opus Dei. 

Es difícil intentar explicar qué es realmente el Opus Dei. Más aun teniendo en cuenta que para sus miles de adeptos es el camino directo hacia la santidad, mientras que para sus múltiples detractores no es más que una secta integrista con importantes vínculos con el poder político y financiero. El 6 de octubre de 2002, Juan Pablo II canonizó a su fundador, Josemaría Escrívá de Balaguer, ante más de 100.000 católicos y miembros del Opus. 

 Después llegaría su santificación en un proceso ultrarrápido. 

Y es que los últimos años han sido especialmente buenos para la Obra. Su influencia en el seno de la Iglesia Católica ha crecido de forma imparable desde que Juan Pablo II le otorgara, en 1982, un estatuto que su fundador llevaba pidiendo desde hacia años: el de Prelatura personal.

 En la práctica, esto quiere decir que la organización está dirigida por un prelado que es nombrado directamente por el Vaticano y cuyas decisiones son secretas.

 Únicamente debe rendir cuentas ante el Papa. Además, el Opus goza de independencia absoluta en el seno de Iglesia y no está sometido a la jurisdicción de las diócesis. 

El 2 de octubre de 1928 es el día en el que Josemaría Escrivá de Balaguer fundó el Opus Dei. Escrivá presentó su propuesta como la mejor manera de que gente de todas las clases sociales buscaran la santidad sin retirarse del mundo, formando una familia y ejerciendo plenamente su profesión. 

Para conseguirlo debían seguir al pie de la letra el espíritu de la Obra, recogido en un libro de máximas escrito de puño y letra por el propio fundador, y titulado Camino. Se afirma que: «El Opus tiene como característica esencial el hecho de no sacar a nadie de su sitio, sino que lleva a que cada uno cumpla las tareas y deberes de su propio estado, de su misión en la Iglesia y en la sociedad civil, con la mayor perfección posible». 

Algunos rasgos de ese espíritu declarado por el Opus Dei son la santificación de la familia y el trabajo, el amor a la libertad, la práctica de la de oración y el sacrificio, la caridad, el apostolado y la vida piadosa. Remitiéndonos a las palabras de Escrivá, «La vida ordinaria puede ser santa y llena de Dios.

 El Señor nos llama a santificar la tarea corriente, porque ahí está también la perfección cristiana».

Pero, aparte de los que han reconocido públicamente su pertenencia a esta organización, los miembros de la Obra preservan su privacidad al máximo. 

No en vano en su constitución, redactada en 1950, el artículo 191 afirma: «Los miembros numerarios y supernumerarios sepan bien que deberán observar siempre un prudente silencio sobre los nombres de otros asociados y que no deberán revelar nunca a nadie que ellos mismos pertenecen al Opus». 

Quizá por ello se ha querido ver al Opus como una sociedad secreta. De hecho es cierto que existen ciertos códigos. Si una persona, por ejemplo, se cruza con el ex ministro español de Defensa Federico Trillo, cuya pertenencia al Opus Dei es pública, y le saluda en latín con la palabra Pax, el conocido político le reconocerá como un miembro de la Obra y le responderá con otra expresión latina: In aeternum. 

Es el saludo habitual que utilizan los miembros de la organización. Esta preservación de la privacidad forma parte fundamental en la estrategia de la institución. 

Una de las críticas más extendidas hacia el Opus, que cuenta con banqueros, políticos y empresarios en sus filas, es que se trata de un grupo elitista que se nutre de personas con una enorme influencia en la sociedad. 

 Como respuesta a esta acusación, los miembros de la prelatura citan las palabras del fundador y aducen que cualquier persona puede pertenecer a la Obra, independientemente de sus talentos o estrato social, y que los que se involucran en política lo hacen sin representar al Opus, sino como ciudadanos libres, siguiendo sus propios criterios. 

Los detractores recuerdan la entusiasta frase que dejó escapar Escrivá cuando en los años 60 Franco incluyó por primera vez en el gobierno español a varios miembros del Opus: «¡Nos han hecho ministros!». 

Los detractores también apuntan a la especial fobia que parece sentir el Opus hacia el sexo. Una obsesión casi morbosa que, evidentemente, también deja su huella en el libro Camino: «quítame, Jesús, esa corteza roñosa de podredumbre sensual que recubre mi corazón». 

De hecho, el prelado Javier Echevarría, llegó a decir públicamente que cuando alguien nace impedido o con una tara, se debe probablemente a que sus padres cometieron prácticas sexuales pecaminosas.

Mucho se ha hablado también de la censura a la que se ven sujetos los miembros de la Obra. El Opus Dei niega rotundamente que haya censura, pero los numerarios reciben constantes cursos de adoctrinamiento, y la lista de libros que pueden leer mientras están en la Obra la decide el director de su centro, quien se encarga de evaluarlos.

 En cualquier caso, sean verdad o no éstas u otras numerosas acusaciones lanzadas contra la primera y única prelatura del mundo, lo cierto es que desde el Opus siempre se ha afirmado que quien está allí es porque quiere. 

 Una vez más, Camino tiene la respuesta: «Obedecer, camino seguro. Obedecer ciegamente al superior, camino de santidad. 

Obedecer en tu apostolado, el único camino: porque en una obra de Dios, el espíritu ha de saber obedecer o marcharse». 

Los vínculos de la Iglesia con sus propias sociedades secretas internas son más que notables. Pero siempre cabe preguntarse cuántos de los grupos que gozan de cierta preponderancia dentro de su seno, están pendientes de que llegue el fin del Papado tradicional. 

Y trabajan en la sombra con ese propósito. En Angeles y demonios se nos cuenta la historia de un crimen cuyo objetivo es terminar con la Iglesia y con el Papado. Sin embargo el Papa no es asesinado en un atentado fruto de una conspiración externa, sino envenenado desde dentro del propio Vaticano. 

A lo largo de la historia papal han habido muertes sospechosas que permitieron suponer que la oscura mano de una conspiración se cernía sobre el Vaticano. En este sentido se han de distinguir los presuntos asesinatos del pasado de las teorías conspirativas más actuales, que se refieren a la muerte de Juan Pablo I y al intento de asesinato de Juan Pablo II. 

 No obstante, para entender mejor estos presuntos crímenes, conviene remontarnos a las oscuras muertes del pasado y saber cómo funcionaban las cosas en aquellas épocas.

 Cuando la Iglesia Católica pasó a ser el culto mayoritario de Occidente, se convirtió en un importantísimo centro de poder. Durante la Edad Media conservó la sabiduría en las iglesias y los monasterios, que no recibían el ataque de las hordas bárbaras cristianizadas. En el Renacimiento, con la nueva concepción de la ciudad estado, la Iglesia aumenta vertiginosamente su poder.

Adopta la estructura de un estado más con los Estados Pontificios, pero ostenta un poder transversal sobre todos ellos. Las intrigas palaciegas de cualquier corte de la época se multiplican por mil en el Vaticano.

El Papa, además de líder espiritual, ha sido en cierta forma el gobernante más poderoso en toda Europa. Sus decisiones podían provocar guerras, enriquecer a unos o desfavorecer a otros. 

Por tanto, se producía una peligrosa unión de los intereses terrenales con los espirituales, lo que provocaba que en muchos casos se antepusieran los primeros a los segundos. Como ejemplo de este fenómeno tenemos las historias de Pontífices corruptos, luchas intestinas por el poder en el seno de la Iglesia, y algunos hechos más escalofriantes que la Santa Sede ha preferido no divulgar. 

Y dentro de las abundantes conspiraciones palaciegas, hay también una lista de Papas a los que se eliminó porque su reinado no favorecía ciertos intereses concretos. 

Pero estamos hablando de un tiempo pasado, en el que la criminología ni siquiera existía y , por tanto, apenas puede haber pruebas de lo que realmente ocurrió. Por ello es difícil separar la verdad de la leyenda y la conjetura. En el caso del Vaticano, además, nos enfrentamos a su tradicional secretismo. En la actualidad se puede hablar de los presuntos crímenes cometidos en la historia de cualquier corte europea. 

 Forman parte del pasado y el tema no tiene porqué levantar ampollas. En cambio, cuando revisamos la historia del Vaticano, los nos encontramos con que la Iglesia no ha cambiado su jerarquía ni su funcionamiento. 

Por tanto, reconocer los errores del pasado significa socavar la creencia en el propio sistema que la sustenta. Además, estamos hablando de una organización que llegó a ser muy poderosa, pero que predicaba y predica la bondad y la rectitud. 

Reconocer que hubo crímenes, conspiraciones y asesinatos pone en entredicho la función de la Iglesia, no tan sólo en el pasado sino también en el presente y el futuro.

 Todo ello dificulta la posibilidad de dilucidar qué Papas fueron realmente asesinados en la oscura historia de la Santa Sede. No hay certezas ni pruebas concluyentes, pero sí una larga y sospechosa lista de muertes que no tuvieron una causa natural, entre las que destaca Juan Pablo I.

Los Alumbrados fueron una corriente mística y esotérica del siglo XVI, que fue fundada en Castilla, aunque otros investigadores aseguran que fue creada en Andalucía y preferentemente en Extremadura. 

Sea cual fuere su lugar de nacimiento, procuraron reproducir la idea primigenia de la sociedad secreta de los Iluminados, formada en las montañas de Afganistán en la misma época. 

Dichos Iluminados buscaban obtener la perfección humana, al margen de alcanzar grandes poderes mágicos por medio de rituales secretos. Gracias a esa influencia mágica intentaban generar cambios de actitudes en los dirigentes políticos de su época, con el fin de lograr el establecimiento de una armonía mundial. 

También los Alumbrados buscaban alcanzar el estado de la perfección física, mental y espiritual, usando como medio de trascendencia la oración.

Para ello dejaban de lado las buenas obras y las prácticas de los sacramentos que venían marcadas por el clero.

 Los Alumbrados consideraban que gracias a ritos de relajamiento y abandono progresivo, que podía incluir tanto el ayuno como el aislamiento sensorial, podrían entrar en contacto con el Espíritu Santo. No obstante se consideraban laicos y entendían al Espíritu Santo como un arquetipo, capaz de despertar en ellos poderes psíquicos y valores espirituales adormecidos. 

 Consideraban también que en la Biblia existían mensajes secretos y que, más allá de ser un libro sagrado o religioso, podía ser en realidad un camino sembrado de señales crípticas que tenían que desentrañar para despertar a la Luz. 

El movimiento de los Alumbrados surgió a la sombra de la espiritualidad franciscana y del rechazo de las instituciones eclesiásticas, que se interponían en la relación personal de cada individuo con Dios y dificultaban una experiencia religiosa personal más profunda. 

 En esa época, inmediatamente posterior a la Reconquista, la avidez de misticismo, revelaciones y manifestaciones de energía espiritual se había extendido en España, abonando el terreno para la prédica de los Alumbrados. 

Era el tiempo de las monjas contemplativas que caían en éxtasis, de los anacoretas, las apariciones y las visiones. No dejó de influir la idea de la «religión interior» que propugnaba Erasmo de Rotterdam, en contra del formalismo religioso y alentando la pasión por el misticismo.


Geert Geertsen, latinizado como Desiderius Erasmus Rotterodamus (1466 – 1536), conocido en español como Erasmo de Rotterdam, fue un humanista, filósofo, filólogo y teólogo holandés, autor de importantes obras escritas en latín. Erasmo quería utilizar su formación universitaria y su capacidad para transmitir ideas, para aclarar las doctrinas católicas y hacer que la Iglesia permitiera más libertad de pensamiento. 

Pero estos objetivos no eran compartidos por muchos obispos del siglo XVI. 

Es importante tener en cuenta que su “guerra” no era contra los dogmas de la Iglesia sino contra la vida moral y las prácticas piadosas externas de las personas, muchas veces incoherentes, en especial de los eclesiásticos. 

Desde su trabajo de académico versado tanto en la doctrina como en la vida monacal, Erasmo creyó que su obligación era liberar a la Iglesia de la parálisis a que la condenaban la rigidez del pensamiento y las instituciones de la Edad Media, ya que él creía que el Renacimiento era una manera de pensar fundamentalmente nueva.

 Buscaba purificar el cristianismo de lo accesorio y pegadizo que se la ha ido adhiriendo a través del tiempo, por medio de una espiritualidad auténtica y no formalista, despojada de ritos agobiantes. 

En definitiva, para él, la práctica de la religión debe ser iluminada con las fuentes originales: la Palabra de Dios y los Padres de la Iglesia. Sobre esa base recondujo, al menos teóricamente, la vida espiritual del cristiano al bautismo, «que introduce al hombre en un horizonte de libertad y de amor». 

Para Erasmo la vida consagrada no añade nada al cristiano, no representa un grado de vida superior, porque no es el lugar (monasterio o convento) el que cambia la condición del hombre, sino la condición de bautizados.

 El Santo Oficio, al principio tolerante con estos fenómenos, decidió finalmente intervenir. Si bien la primera condena inquisitorial de los Alumbrados se produce en 1525, lo cierto es que no será hasta 1620 que la Inquisición consiga la casi total erradicación de los seguidores de esta doctrina. 

 Se cree que en torno a ese año, algunos miembros de la secta decidieron exiliarse en Francia, donde su nombre se tradujo por el de «Les Illuminés». 

 Partiendo de la base de que se establecieron en el país galo 140 años antes de que aparecieran los Iluminados de Avignon, bien pudieron ejercer algún tipo de influencia sobre éstos. Los Alumbrados fueron condenados por la Inquisición bajo acusación de herejía el 23 de septiembre de 1525. 

El Santo Oficio veía en ellos una vinculación con la espiritualidad de carácter protestante. Sin embargo y pese a la condena, sus ideas inspiraron a otras mentes que irían más lejos que ellos, lejos de los tentáculos de la Iglesia…

Los siglos XVI y XVII fueron prolíficos en conocimiento, en arte y en ciencia, pero también en la búsqueda de la sabiduría a través metodologías ajenas a la Iglesia. En aquella época el complot contra el Vaticano parece haber estado a la orden del día, pero la trama no había hecho más que empezar. 

El testigo sería recogido por la Masonería, que será la auténtica protagonista en los siguientes siglos. Una Masonería naciente de la que surgirá la sociedad secreta por excelencia, segúnAngeles y demonios. Se trata de los Illuminati. Un grupo que sabrá beber en las fuentes de los que llegaron antes y que tendrá la habilidad de dejarse cobijar en los brazos de la Masonería para perpetuar la trama hasta el final. 

En Angeles y demonios se cuenta que aquéllos que buscaban el conocimiento y que en la obra aparecen como illuminati, terminaron por extinguirse. Pero en las sociedades secretas nada se extingue, sino que todo se transforma. En el libro se explica cómo pudieron sobrevivir los illuminati: “Los illuminati eran supervivientes (…). 

Fueron acogidos por otra sociedad secreta, una hermandad de ricos canteros (…). Los masones fueron víctimas de su propia bondad. Después de acoger a los científicos huidos en el siglo XVIII, los masones se convirtieron sin querer en una tapadera de los illuminati. Los illuminati fueron ascendiendo en sus rangos, y poco a poco fueron copando puestos de poder en las logias (…). 

Después, los illuminati utilizaron los contactos a escala mundial de las logias masónicas para extender su influencia“. 

¿Es real lo que se indica en Angeles y demonios?

La Francmasonería era inicialmente una sociedad esotérica e iniciática, cuyo origen se remonta a las hermandades religiosas del gremio de los albañiles ingleses y franceses de los siglos XII y XIII. Sin embargo, esta primigenia Masonería no es la misma que se crea en 1717.

 Las corrientes esotéricas, culturales y rituales de la Masonería prácticamente se remontan a los misterios griegos y egipcios. 

 Se afirma que en esa sociedad secreta se unifican desde el pitagorismo hasta el neoplatonismo, pasando por la cábala, las tradiciones celtas y druídicás, así como aspectos del esoterismo árabe, hebreo y oriental. 

Más allá de la participación de los albañiles masones en la construcción de las imponentes catedrales góticas, la leyenda cuenta que los constructores masones participaron directamente en la construcción del Templo de Jerusalén, que contenía el Arca de la Alianza, encargada por Salomón, el rey sabio que buscaba la conexión con lo divino. 

De ser cierta esta leyenda, deberíamos situarnos alrededor del 960 a. C.

Más allá de la posible vinculación de la Masonería con Salomón y la erección de su Templo, está comprobado que los masones, en tanto pedreros y albañiles, tuvieron una gran participación en las construcciones de las catedrales góticas. En ellas incluyeron símbolos de significados iniciáticos. Y al margen de crear un templo que tenía como fin rendir tributo a Dios, todo parece indicar que fueron capaces de «erigir templos dentro de los templos».

 De esta forma, utilizaron como excusa la construcción de las catedrales para hacer de ellas sus santuarios esotéricos. Los típicos rosetones, claro exponente del arte gótico, no eran solamente ventanas que dejaban pasar la luz.

 La coloración de sus cristales y las figuras que emitía el resplandor de la luz de sol a través de ellos, favorecían la meditación, la introspección y la conexión con lo divino. Las gárgolas que en las catedrales tenían la función de decorar los canalones que recogían el agua de lluvia, eran en principio figuras arquetípicas que aludían a valores morales y espirituales.

Es cierto que entre las gárgolas se pueden encontrar imágenes demoníacas, que según la tradición indican que el mal está fuera del templo, pero también aparecen figuras en actitudes desvergonzadas. Fulcanelli, en su obra El Misterio de las Catedrales, da respuesta a muchos de los enigmas que rodean a las catedrales góticas. Provenga o no de los tiempos de Salomón, pasando por las catedrales medievales, la presencia tangible de la Masonería está registrada en fuentes históricas.

Es sabido que en el año 1717 surge la Gran Logia de Inglaterra, mientras que en 1732 aparece la denominada Gran Logia de Francia. Ambas, presuntamente, persiguen un sistema moral que se expresa a través de la alegoría y se ilustra gracias a los símbolos. Sin embargo, la ingerencia de la Masonería en la historia tiene más que ver con una relación secreta con la política y las conspiraciones que con una simple búsqueda de la verdad suprema místico-espiritual. Quizá el cambio se debió a la influencia que unos años después ejercerían sobre ella los illuminati.

La Francmasonería que sale a la luz en el siglo XVIII ya no está compuesta por asociaciones de albañiles. En este caso se trata de personajes de elevadas clases sociales, dotados de interesadas conexiones políticas y religiosas. Los masones tenían una divisa, de la que unas décadas después se apropió la Revolución Francesa: «Libertad, Igualdad y Fraternidad».

 Sin embargo, debemos saber que entre los masones ingleses había poca o ninguna solidaridad. Para empezar, los negros estaban totalmente excluidos de ella.

 Se consideraba que eran de una raza inferior y, por lo tanto, no podían participar del objetivo, que no era ya construir la catedral para la Iglesia sino para el hombre, tanto en esta vida como después de la muerte.

Asimismo la Masonería inglesa no aceptaba la presencia de mujeres en sus filas. De hecho, la lucha social por los derechos de la mujer no comenzaría hasta 1851.

 En cambio, en la Masonería francesa existía un mayor grado de permisividad, ya que en su seno acogía la diversidad religiosa, política y sexual. La logia que se estableció en Francia era de origen escocés.

Es interesante resaltar que procede de la casa Estuardo, que se consideraba guardiana de la tradición de los templarios franceses y que 400 años antes de la fundación de la Masonería, habían participado en la conquista de Escocia.

Las logias inglesas, por su parte, se organizaron según el rito de York, basado en diez títulos de pertenencia a la orden o grados masónicos. La francesa optó por generar como rito propio el «Escocés Antiguo y Aceptado» que se compone de 33 grados. De hecho, este rito escocés será el que influya mayoritariamente en el continente europeo y en el americano.

La expansión de la Masonería llegó a ser tan relevante y notoria, que el papa Clemente XII emitió en 1738 una bula destinada a condenar a los masones e intentar apartarlos de la Iglesia. Unos años después Benedicto XIV refrendará la postura del anterior Pontífice. Esta exclusión se ha mantenido hasta nuestros días, ya que Juan Pablo II la incluyó en un documento sobre la Francmasonería dirigido en 1983 a la Congregación para la Doctrina de la Fe.

A tenor de las declaraciones de los estamentos eclesiásticos, parecería que, más que los illuminati, los que realmente molestan a la Iglesia son los masones. A pesar de esta hostilidad, lo cierto es que a partir de la segunda mitad del siglo XVIII los masones continuaron con sus actividades prácticamente en todas partes.

 Sólo la Revolución Francesa provoca una crisis que hizo menguar e incluso disgregar algunas logias. Pero superado aquel momento, muchas se hicieron aún más fuertes y se han mantenido hasta nuestros días.

 En la actualidad se calcula que hay alrededor de cinco millones de masones en todo el mundo. Y si al principio encontrábamos dos ritos, hoy existe una infinidad de ellos, que van desde los 10 grados del rito de York hasta los 90 que posee el rito de Misraim. Sabiendo en qué se basan los preceptos masónicos, no resulta extraña la sospecha de que entre sus filas se hayan infiltrado en el siglo XVIII algunos illuminati. Los masones fueron grandes protagonistas del siglo XVIII, conocido como Siglo de las Luces, e influyeron en la Revolución Francesa. También participaron activamente en la independencia y fundación de Estados Unidos y, ya en el siglo XX, no fueron del todo ajenos a las dos grandes guerras mundiales y otros acontecimientos decisivos.

No deja de ser paradójico que una sociedad supuestamente mística haya tenido tanta influencia en el quehacer político en la historia. Posiblemente ésa sea la auténtica conspiración masónica. Una de las abundantes hipótesis conspirativas sobre las sectas secretas, vincula a los rosacruces y los templarios con la búsqueda de un gobierno mundial. Todo parece indicar que fueron los masones quienes recogieron este testigo, pero cambiaron los objetivos. La historia asegura que tras la muerte del último Gran Maestre templario, sus seguidores tenían instrucciones precisas para perpetuar la Orden del Temple.

 Era preciso crear una sociedad secreta invisible, ya fuera integrándose en otras ya existentes o creando grupúsculos nuevos y muy discretos. Cuenta la historia que un pequeño grupo de resistentes templarios fundó la Orden de San Andrés del Cardo Real, que más tarde pasaría a denominarse Colegio Invisible. La Antiquísima y Nobilísima Orden del Cardo (en inglés The Most Ancient and Most Noble Order of the Thistle) es una orden de códigos de caballería escocesa. En Escocia, la Orden del Cardo representa el más alto honor y es la segunda en importancia después de la Orden de la Jarretera. La fecha exacta de la fundación de la orden es confusa pero, según la leyenda, data del año 809 cuando el rey Achaius formó una alianza con Carlomagno.

También es posible que Jacobo III de Escocia fuera el fundador de la orden, ya que fue él el responsable de los cambios en el simbolismo real en Escocia, incluyendo la adopción del cardo como la insignia real de los Estuardo.

A pesar de que existía alguna orden de caballería en Escocia en los siglos XV y XVI o incluso antes, fue Jacobo II quien estableció la orden bajo las nuevas normas el 29 de mayo de 1687 para recompensar a los pares escoceses que apoyaban los objetivos políticos y religiosos del rey. La toga de aquella época aún existe y tiene más de 250 motivos de cardos y ramitos de ruda, conocidos como «la Hierba de la Gracia», el antiguo símbolo de los pictos.

 Las leyes estipulaban que la orden estaba formada por el soberano y 12 caballeros, en alusión a Jesús y sus 12 apóstoles. Después de la abdicación de Jacobo VII de Escocia y II de Inglaterra en 1688, la orden quedó en desuso hasta que fue restablecida por la Reina Ana Estuardo en 1703.

El número de caballeros se mantuvo en 12. Pese a las rebeliones de 1715 y 1745, el viejo y el joven pretendiente, el Príncipe Jacobo y el príncipe Carlos, fueron nombrados caballeros de la Orden del Cardo durante el exilio. Los primeros reyes de la Casa de Hannover también utilizaron la orden para reconocer a los nobles escoceses que apoyaron la causa Hannover y la protestante.

El interés en la orden resurgió cuando Jorge IV lució el cardo durante su visita a Escocia en 1822. No fue hasta 1987 cuando se les permitió a las mujeres formar parte de la orden. El santo patrono de la orden es San Andrés, santo patrono de Escocia, quien aparece en el medallón.

A la mencionada orden se fueron incorporando un buen número de científicos cuyo objetivo era promover la ciencia y alejarla de los patrones impuestos por el clero. A mediados del siglo XVII, el Colegio Invisible, tal como ya hemos indicado, se convirtió en la Royal Society británica, que según parece sigue hasta hoy estrechamente vinculada a los rosacruces y a la Masonería.

 Entre los miembros del Colegio Invisible hubo un personaje que se hacía llamar Comenius. Jan Amos Komenský, en latín Comenius (1592 – 1670), fue un teólogo, filósofo y pedagogo nacido en la actual República Checa. Fue un hombre cosmopolita y universal, convencido del importante papel de la educación en el desarrollo del hombre.

 La obra que le dio fama por toda Europa y que es considerada como la más importante, es la Didáctica Magna, y su primera edición apareció en el año 1630. Le dio importancia al estudio de las lenguas y creó una obra llamada Puerta abierta a las lenguas. Se le conoce como el Padre de la Pedagogía, ya que fue quien la estructuró como ciencia autónoma y estableció sus primeros principios fundamentales.

En su obra ¨Las nuevas realidades¨, Peter Drucker realza la posición de Comenius como el inventor del libro de texto, en un intento de incentivar la autonomía del proceso formativo, a fin de evitar que el gobierno católico eliminara del todo al protestantismo en la República Checa.

 «Si la gente lee la Biblia en casa, no podrán confundirse» fue el pensamiento de Comenius. Los grandes aportes realizados a la Pedagogía, sus viajes por diferentes países de Europa, invitado por reyes y gobernadores, y la alta preparación y constancia en su labor de educar, le valieron el título de “Maestro de Naciones“. Es relevante decir que las ideas principales de Comenius consisten en la corrección total de la humanidad y no en el sistema educativo.

Para conseguir sus propósitos, Comenius empieza con la corrección del individuo porque sólo el individuo reformado puede favorecer a la corrección total de la humanidad.

Hay que dar la mejor educación y formación a la gente, porque la educación es la puerta que nos lleva al saber y el saber es el medio que nos lleva a la corrección del mundo. Por tanto, la pedagogía y didáctica no fueron los objetivos sino los medios para conocer el mundo. Comenius se interesó por la pansofía, un sistema de la cognición bien ordenado, la filosofía que a través del conocimiento intenta armonizar el mundo y eliminar las barreras entre la gente, incluyendo los obstáculos lingüísticos. En esta filosofía, según él, consiste la reformación de la humanidad.

Comenius entiende a la nación como una unión de la gente con una lengua, cultura, economía y con un gobierno. Las naciones, con respecto a sus diferencias, deberían unirse a los conjuntos superiores, es decir, a una federación universal de los estados y naciones.

Al final de su vida, después de desilusionarse por los monarcas alumbrados, llegó a la conclusión de que el mejor conjunto es la república. Su idea era la creación de una «pansofía», es decir, una doctrina universal capaz de gobernar el mundo.

 Algunas de sus propuestas eran la creación de un Parlamento Mundial, así como la reforma universal de la sociedad en general.

También preconizaba la creación de un Tribunal Supremo cuya misión sería velar por la reconciliación de las religiones, así como el establecimiento de una Corte de Justicia Internacional capaz de mediar en los conflictos políticos mundiales.

Otra medida consistía en establecer un consejo mundial de sabios, que recibirían el nombre de Superiores Desconocidos y que tendrían la misión de erradicar desde la sombra la ignorancia, el ateísmo y cualquier atisbo de involución social.

La complejidad de la trama, que debía ser totalmente secreta, era notable. Pero, ¿consiguieron sus objetivos? Sólo es posible tener la sospecha de que buena parte de sus objetivos, en cierta manera, han conseguido ser una realidad. Según Giuseppe Mazzini: “La Verdad no es el lenguaje del cortesano; solamente surge en labios de aquéllos que no confían ni temen a la potencia ajena“. Giuseppe Mazzini (1805 –1872), apodado “el alma de Italia“, fue un político, periodista y activista italiano que bregó por la unificación de Italia. Ayudó al proceso de formación y unificación de la Italia independiente y moderna a partir de los numerosos Estados, muchos dominados por potencias extranjeras, que existieron hasta el siglo XIX. También contribuyó a definir el movimiento europeo en pro de una democracia popular en un Estado republicano.

 Fue escritor de los libros: “Italia republicana y unitaria“(1831) y “Una nación libre” (1851). Mazzini fue elegido por los Illuminati para dirigir sus operaciones mundiales en 1834. Según el escritor inglés de teorías conspirativas y antimasónicas, William Guy Carr, en su obra Peones en el juego (1955), indica que en una de las cartas fechada el 15 de agosto de 1871, el masón Albert Pike le hace saber a Mazzini el plan de los Illuminati para el futuro del mundo.

Según escribe Pike: “Fomentaremos tres guerras que implicarán al mundo entero. La primera de ellas permitiría derrocar el poder de los zares en Rusia y transformar ese país en la fortaleza del comunismo ateo necesaria como una oposición controlada y antítesis de la sociedad occidental. Las divergencias causadas por los “agenteur” (agentes) de los Illuminati entre los imperios británico y alemán serán utilizados para provocar esta guerra, a la vez que la lucha entre el pangermanismo y el paneslavismo. Un mundo agotado tras la guerra, no interferirá en el proceso de construcción de la “nueva Rusia” y el establecimiento del comunismo, que será utilizado para destruir los demás gobiernos y debilitar a las religiones.

La segunda guerra mundial se desataría aprovechando las diferencias entre la facción ultraconservadora y los sionistas políticos. Se apoyará a los regímenes europeos para que terminen en dictaduras que se opongan a las democracias (Nazismo, Fascismo, Comunismo y Socialismo) y provoquen una nueva convulsión mundial cuyo fruto más importante será el establecimiento de un Estado soberano de Israel en Palestina que venía siendo reclamado desde tiempos inmemoriales por las comunidades judías.

 Esta nueva guerra debe permitir consolidar una Internacional Comunista bastante fuerte para equipararse a la facción cristiana/occidental.

 La tercera y definitiva guerra se desataría a partir de los enfrentamientos entre sionistas políticos y los dirigentes musulmanes.

Este conflicto deberá orientarse de forma tal que el Islam y el sionismo político se destruyan mutuamente y, además, obligará a otras naciones, una vez más divididas sobre este asunto, a entrar en la lucha hasta el punto de agotarse física, mental, moral y económicamente.

Liberaremos a los nihilistas y a los ateos, y provocaremos un formidable cataclismo social que en todo su horror mostrará claramente a las naciones el efecto del absoluto ateísmo, origen del comportamiento salvaje y de la más sangrienta confusión.

Entonces en todas partes, los ciudadanos, obligados a defenderse contra la minoría mundial de revolucionarios, exterminará a esos destructores de la civilización, y la multitud, desilusionada con el Cristianismo, cuyos espíritus deístas estarán a partir de ese momento sin rumbo y ansiosos por un ideal pero sin saber dónde hacer su adoración, recibirán la verdadera LUZ a través de la manifestación universal de la doctrina pura de “Lucifer”, sacada a la vista pública finalmente.

Esta manifestación resultará del movimiento reaccionario general que seguirá a la destrucción del Cristianismo y ateísmo, ambos conquistados y exterminados al mismo tiempo“.

En la novela Angeles y demonios, después de haber envenenado a un Papa, la sociedad secreta de los Illuminati se dispone a culminar su siniestro proyecto para destruir a la Iglesia Católica, aprovechando el cónclave para elegir al nuevo Pontífice.

 Ellos son los grandes conspiradores que, con la ayuda de algún miembro de la secta árabe de losAsesinos, han ido fraguando crímenes que darán como resultado la desestabilización de la jerarquía eclesial, y que, al mismo tiempo, persiguen, como un último golpe de gracia, volar literalmente el Vaticano mediante la explosión de una bomba de antimateria.

Ésta es en esencia la trama de la novela de Dan Brown. Hay en esa obra elementos, basados en la realidad, que rozan la ficción, como la citada bomba.

Otros elementos son más verosímiles, como que la muerte Juan Pablo I a los treinta y tres días de su reinado haya respondido a una conjura secreta. Y, finalmente, algunos elementos que, convenientemente manipulados, el autor rescata de las tradiciones y textos sobre las sociedades secretas y otras fuentes esotéricas.

La mención de los Illuminati aparece ya desde las primeras páginas de la novela. Efectúan su entrada en escena mediante un ambigrama, texto que puede leerse de izquierda a derecha y, tras girarlo 180 grados, sigue teniendo sentido, una técnica de escritura simbólica y críptica que no consta que fuera utilizada en momento alguno por los auténticos illuminati.

Otro aspecto remarcable es que la ficción sitúa la creación de los Illuminati en la época de Galileo, dando por sentado que los científicos de entonces tenían que reunirse en secreto para intercambiar sus investigaciones, lejos de la presión que ejercía sobre ellos la Iglesia. Pero no existen pruebas de que Galileo o Copérnico fueran illuminati. Tampoco de que esta famosa sociedad secreta existiese en aquel tiempo, al menos oficialmente, aunque sí había otras sectas a las que pudieron haberse acogido los investigadores disidentes.

¿En qué momento nacen realmente los Illuminati? ¿Cuál era su objetivo secreto? En la novela comprobamos que la combinación de ciencia y esoterismo ofrece un mundo apasionante. Hay en el libro de Brown un aspecto que no pasa desapercibido. Se trata de la divergencia entre la Ciencia y la Iglesia. Los illuminati, miembros de la gran sociedad secreta que nació con la misión de terminar con la Iglesia, aparecen en la obra de Brown como científicos:

En el siglo XVI un grupo de hombres luchó en Roma contra la Iglesia. Algunos de los científicos italianos más notables empezaron a reunirse en secreto para compartir sus preocupaciones sobre la enseñanzas equivocadas de la Iglesia. Fundaron el primer gabinete científico del mundo y se autoproclamaron «los iluminados».

 Según la historia, una oscura noche de 1785 un mensajero solitario cayó fulminado por un rayo en el camino que unía Frankfurt con París. Al día siguiente una patrulla de guardias bávaros levantó el cadáver y encontró entre sus ropas un extraño documento.

 Se trataba de un folleto titulado «Cambio original en días de iluminación», y lo firmaba Espartaco, pseudónimo del renegado jesuíta Adam Weishaupt. Este misterioso personaje, nacido en Ingolstadt en 1748, había sido profesor de Derecho Canónico en la universidad de su ciudad natal, donde exponía, pese a la oposición del clero, sus ideas mesiánicas y la necesidad de una revolución mundial contra el avance del mal. Weishaupt había sido educado por la Compañía de Jesús y era un importante miembro de la Masonería bávara de la época.

 Pero tenía una visión muy personal de la situación del mundo y consideraba que la Iglesia jugaba un papel perverso en la moral y la espiritualidad de la humanidad. Con algunos colegas y alumnos de Ingolstadt había formado un grupo autotitulado «perfectibilistas», que propiciaban un cambio radical de orden religioso y cultural, que se produciría en un nuevo mundo regido por una república democrática universal, lo que los haría precursores del anarquismo y el socialismo.

 En 1776 Weishaupt y sus seguidores, entre ellos el barón Adolf von Knigge, fundaron la secta secreta de los Illuminati, que en latín significa «iluminados».

En su organización el ocultista bávaro combinó los dos modelos que mejor conocía: el de los jesuítas y el de la Masonería. Según las fuentes históricas esta logia tuvo corta vida, ya que fue disuelta once años más tarde tras el infortunado episodio del mensajero fulminado y el hallazgo del documento secreto de Weishaupt.

 Pero diversos autores sostienen que se ha mantenido hasta hoy en forma ultrasecreta, aparte de remontar sus orígenes mucho más allá de la fecha de su fundación histórica. El gobierno de Baviera prohibió la sociedad de los Illuminati en 1787, condenando a muerte a quienes intentaran reclutar nuevos miembros para la Orden y dando publicidad al documento secreto de Weishaupt, así como a los planes conspirativos de la secta.

La orden de los Illuminati había conseguido extenderse rápidamente por toda Europa y reclutar a personalidades como los literatos alemanes Johann W. Goethe y Friedrich Nicolai, el escritor y filósofo Johann Gottfried von Herder, o el insigne compositor Wolfang Amadeus Mozart. En su salto a Estados Unidos, concitó la adhesión de George Washington y Thomas Jefferson, al punto de que hay quien afirma que algunos signos del reverso del dólar, como la pirámide truncada coronada por un ojo, provienen de la simbología hermética de los Illuminati.

Quienes sostienen que la secta de Weishaupt continuó llevando en secreto su revolucionaria conspiración, aseguran que los illuminati, bajo el paraguas de los masones u otras logias, se habrían infiltrado en el Parlamento Británico y en la Secretaría del Tesoro de Estados Unidos, entre otras maniobras para imponer un nuevo orden mundial.

Un orden que, obviamente, haría imprescindible la eliminación del Vaticano y sus poderes terrenales.

 Para justificar sus conjuras, engaños y eventuales crímenes, adoptaron a menudo la excusa de que habían sido iluminados por Dios para salvar a la humanidad del mal e instaurar un utópico mundo nuevo. Aparte de la secta de Weishaupt, hubo por lo menos otras dos con el mismo nombre que alcanzaron una cierta importancia, y en las que Weishaupt pudo haber encontrado su fuente de inspiración. 

Los iluminados fue una secta secreta que nada tiene que ver con la de los Illuminati. Apareció en torno al siglo XVI en las montañas de Afganistán. Su primer líder fue Bayezid Ansari. No era científico y se limitó a fundar una escuela de iniciación mística en Peshawar.

 Los adeptos debían pasar por ocho iniciaciones para perfeccionarse a sí mismos y alcanzar fuerzas mágicas. Los iluminados de Avignon tampoco son los Illuminati.

Se trata de una sociedad secreta fundada en el siglo XVIII, dedicada a la astrología y la alquimia. No tuvo ninguna relación con la ciencia de aquel tiempo. Aunque en la actualidad los presuntos continuadores de los Illuminati parecen estar bastante vinculados al mundo del esoterismo, la magia y, por extensión, el satanismo, lo cierto es que cuando hablamos de los auténticos Illuminati, todos estos temas, al igual que los vinculados con la ciencia, quedan bastante lejos. Es probable que el grupo originario de los Illuminati tuviera vinculaciones con sociedades secretas con un cierto corte esotérico, tales como la Masonería, los rosacruces y otros.

Pero su propósito era muy diferente. No buscaban un camino místico, ni tampoco la defensa de unos métodos científicos ni, mucho menos aún, la obtención de unos poderes mágicos o esotéricos. El objetivo de los Illuminati es derrocar los poderes políticos y religiosos establecidos: anular los gobiernos, eliminar de la mente del pueblo el concepto de «patria» y, por extensión, suprimir la religión.

Para crear su sociedad secreta Weishaupt no tuvo que esperar una revelación divina ni tampoco el hallazgo de unos manuscritos ancestrales, ni mucho menos recibir la herencia hermética de unos antecesores.

A diferencia de otras órdenes, los Illuminati son fruto de la mente de su fundador y del tiempo en que le tocó vivir. Resulta evidente que Adam Weishaupt, el fundador de los Illuminati, no imaginaba poder dominar el mundo. Pero sí buscaba un cierto dominio social y especialmente terminar con la autoridad del Papa y las doctrinas eclesiásticas.

Todo parece indicar que se acercó a la Masonería buscando interlocutores para tener apoyos para ponerlas en práctica. Su ambición era crear y dirigir su propia sociedad secreta. Cansado de la presión a la que era sometido por los jesuítas y decepcionado por las prácticas de la Masonería, decidió buscar algo que se ajustase a sus parámetros mentales.

A partir de ese momento el conocimiento era el suyo y la verdad estaría en su poder. Con este rasgo doctrinal pretendía dejar de lado la religión cristiana, para dar paso al auténtico portador de la luz, que no era otro que Lucifer. Adam Weishaupt se vuelve más racionalista, anticatólico y fanáticamente radical, tanto en lo concerniente a la política como en la religión.

A partir del momento en que los Illuminati se autocalifican como una institución laica que tiene como fin el progreso de la humanidad, comienzan a acercarse a sus filas numerosos racionalistas alemanes que la inclinan cada vez más hacia los postulados de filósofos franceses como Voltaire o de políticos como Robespierre. Ambos personajes, al margen de su papel histórico, tuvieron vinculaciones con distintas sociedades secretas, tales como la Masonería, los rosacruces, y se supone que, de alguna forma, también con los Illuminati.

Fue así como la Orden de los Illuminati se presentaría como una sociedad con más intención política que mística. Pese a que Adam Weishaupt pensaba tenerlo todo atado y bien atado, algo se le escapó. Poco a poco fueron ingresando en la Orden personajes que teóricamente estaban desencantados de la Masonería e incluso de su pertenencia a los rosacruces, pero que quizá no eran sino infiltrados de dichas sociedades.

 Dejando a un lado las conspiraciones, lo que sí es cierto es que la orden de Weishaupt llegó a obtener un notable poder.

 Un poder que se extendió hasta la Revolución Francesa, fenómeno histórico decisivo en Europa, que hasta cierto punto pudo estar orquestado por los Illuminati. Un poder que avanzó en el tiempo y que quizá tuvo relación con las dos guerras mundiales. Y que, tal vez, será el responsable de una tercera guerra mundial. Ocho años después de su fundación, aunque oficialmente fueron once, llegará el momento de que Weishaupt cancele oficialmente losIlluminati.

El gobierno bávaro, observando la fuerza y la actividad pública llevada a cabo por los Illuminati, que no sólo se habían expandido sino que incluso ya tenían miembros más allá del Atlántico, estima que son demasiado peligrosos. Weishaupt es privado de sus cátedras y, acto seguido, expulsado del país. Oficialmente la Orden se extingue, aunque en realidad se disgrega.

Su creador pasa a vivir en un dulce exilio, ya que acaba refugiado en una de las muchas posesiones que poseía uno de sus protectores, el duque Erast von Gotha, donde permanece hasta su muerte el 18 de noviembre de 1830. Pero no todo termina con la disgregación de los Illuminati.

Una vez disuelta la Orden, su fundador tuvo varias décadas para seguir tramando conspiraciones e ilustrando a sus seguidores sobre el noble arte de las sociedades secretas. Weishaupt escribió diversas obras, entre ellas una crónica sobre la persecución de los Illuminati en Baviera, un manual del sistema del Iluminismo, así como diversos tratados sobre las ventajas de sus principios doctrinales. 

Tuvo tiempo además de mantener relaciones con jerarcas de la Masonería, así como de otras órdenes secretas de principios del siglo XIX.

«A veces, es preciso que la oscuridad reine por un momento antes de un nuevo resplandor», afirmaba Weishaupt en alguno de sus textos internos. Los Illuminati encendieron sólo una de las muchas antorchas que conformaban las hogueras de las sociedades secretas. Oportunamente reaparecerán, y muchas de las conjuras y conspiraciones que se producirán más adelante tendrán, sin ningún género de dudas, una influencia de los Illuminati.

A veces se piensa que con el cese de una organización secreta, ésta muere definitivamente. Este mismo error ha sido cometido por lo que respecta a la sociedad de los Illuminati. Oficialmente perduraron once años. La versión histórica afirma que la sociedad fue disgregada, y que su fundador huyó y murió en el exilio. Sin embargo para los investigadores de la conspiración aquello no fue el final, sino más bien el principio de una nueva etapa.

El hecho de que el grupo haya sido oficialmente disuelto, le permitía seguir con sus actividades de forma todavía más clandestina. Los Illuminati habían conseguido ramificarse lo suficiente como para ostentar posiciones de poder en otras sociedades secretas aparentemente más inocentes, como por ejemplo los rosacruces o los masones.

Mientras los illuminati se disgregaban, las filas de la Masonería crecían, al igual que lo hacían los rosacruces y otras sociedades secretas de índole menor como, por ejemplo, los Carbonarios o una sociedad que en España se conocía como la Santa Garduña.

Otras hipótesis postulan que en realidad fue al revés, es decir, que fueron los masones quienes, al introducirse en los Illuminati, consiguieron finalmente su destrucción. Una de las creencias más retorcidas indica que, en realidad, tras la disolución de los Illuminati se creó una sociedad secreta dentro de otra.

 Así, en el interior de la Masonería habría habido otra hermandad aún más secreta que ni siquiera los principales masones conocían, compuesta por hermanos masones pertenecientes a los Illuminati. Ellos, según esta creencia, dominaban las dos sociedades, y a través de sus acciones tenían como objetivo dominar el mundo.

Pero, ¿qué otras sociedades secretas influyeron en la conjura de los Illuminati? LosIlluminati, ¿participando activamente en la independencia de las colonias británicas y en la Revolución Francesa?

 La singularidad esencial de una sociedad secreta ha sido permanecer invisible a los ojos del mundo. Por lo tanto, la prudencia y discreción eran un componente básico para su existencia.

 Sin embargo, en los siglos XIX y XX, antiguos y nuevos grupos secretos de poder han comenzado a actuar a la luz del día. Resulta un poco sorprendente que todavía reciban el nombre de secretas, cuando se habla de ellas no ya para declarar que existen, sino también para debatir públicamente sus intenciones y actividades. Los illuminati, los rosacruces y los masones son tal vez algunas de las más populares de esas sociedades.

Dentro de lo que pretenden ser sociedades secretas existen gobiernos en la sombra, que son los que realmente dictan las instrucciones decisivas. Pero también es factible que las sociedades secretas no sean más que tapaderas de otros grupos que sí son realmente secretos.

 Los «Luciferinos» constituyeron un grupo fundado por Gualterio Lollard en el siglo XIV. Defendían que Lucifer y sus ángeles representaban el conocimiento y la sabiduría. Mantenían que la visión que daba de ellos la Iglesia era injusta y, por extensión, también lo era la expulsión de Lucifer y sus ángeles del Cielo, tal como la presentaban los textos sagrados.

Esta sociedad, que se manifestaba totalmente contraria a los postulados de Roma, se extendió en Países Bajos, Alemania, Austria, Francia e Inglaterra. Frente a la Iglesia establecida hay dos corrientes diabólicas. Una es la teórica, intelectual y reflexiva, marcada por el luciferismo; y otra la práctica, mundana, terrenal, dictatorial y jerárquica, en manos del satanismo.

El satanismo postula atacar a la Iglesia, invertir sus símbolos y profanar sus templos. Persigue, simple y llanamente, mantener una línea de actuación totalmente contraria a la que viene marcada desde Roma.

 Sin embargo, el satanismo no tendría sentido si no existiera la Iglesia, y ésta no tendría enemigo alguno, al menos desde el punto de vista conceptual, si no pudiera recurrir al Mal y más concretamente a Satanás, como contrafigura de su prédica. Iglesia y Satanismo, es decir, las supuestas representaciones del Bien y del Mal, no tendrían demasiada razón de ser si uno de los dos estamentos dejara de existir.

En cambio el luciferismo buscaba la claridad y el entendimiento. Partió de la base de que Lucifer se enfrentó a Dios por su negativa a entregarle la sabiduría, así como el libre discernimiento y albedrío.

Defendía que el ser humano es en sí mismo una representación de Lucifer, ya que posee los sentidos, las emociones, la sensibilidad, la psiquis y los sueños. Como aquél, busca entender para qué ha venido al mundo, intenta comprender quién es Dios y requiere de una libertad que no esté subyugada a los designios marcados por entidades que no siempre comprende.

 No es extraño que, con postulados como los anteriores, Dan Brown plasme a través de su relato la idea de que los Illuminati tienen una vinculación luciferista, dado que buscan el conocimiento, defendiendo la supremacía de la ciencia por encima del dogma. Ahora bien, salvo contados casos, el luciferismo no recurre, como sí lo hace el satanismo, a la violencia y a la trasgresión de las leyes gubernamentales y civiles.

En la estela de la Revolución Francesa y las invasiones napoleónicas, la Europa del siglo XIX se convirtió en semillero de diversas sociedades secretas y grupos conspirativos, algunos de los cuales fueron decisivos en los grandes cambios políticos y sociales de dicho siglo.

 La sociedad secreta de los Carbonarios, surgida en el sur de Italia durante la ocupación napoleónica, tenía como símbolo el carbón, al que veían como «capaz de purificar el aire y alejar de las estancias las bestias feroces».

El movimiento Carbonario surgió en Ñapóles a comienzos del siglo XIX, llegando también a operar en Francia, Portugal y España.

 Su ideología básica era luchar contra las autoridades civiles y religiosas. Su creencia se basaba en alcanzar la libertad de acción más allá de lo que pudieran dictaminar los poderes establecidos.

Se reunían en secreto en pequeñas chozas que recibían el nombre de «repúblicas». Sus miembros, pertenecientes a la clase alta y media alta, se organizaban en una jerarquía de logias que mantenían una estructuración paralela formada, por un lado, por la población civil, y por otro, por las fuerzas armadas.

Aunque era una sociedad secreta que poseía raíces esotéricas, algunos de sus miembros tenían relación con la Masonería y los Illuminati, por lo que prácticamente el grupo Carbonario era una sociedad conspirativa de carácter político.

 Entre sus miembros más destacados se contaron Giuseppe Garibaldi, el gran luchador por la independencia y la unidad italiana; y Giuseppe Mazzini, mentor del anterior y fundador de la logia revolucionaria de «La Joven Italia», vinculada a otras sociedades libertarias conjuradas en la formación de «La Joven Europa».

 Dichas cons-piraciones quedarían plasmadas en una serie de cartas que mantuvo Mazzini con Albert Pike, el líder del Ku Klux Klan, tal como antes hemos indicado.

El origen de la Santa Garduña es legendario, y es anterior al surgimiento de los Illuminati. Se funda como un grupo guerrillero y político, también en cierta forma místico.

 Según su leyenda fundacional, tras la invasión árabe a España, San Apolinario, un devoto ermitaño, experimenta una visión de la Virgen de Córdoba. La aparición le advierte que la invasión de los musulmanes se debe a un castigo divino, por la dejadez y la falta de atención para con las obligaciones litúrgicas.

 La Virgen conmina a San Apolinario a que reúna en su nombre a personas de bien, que deberán dejarse guiar por la Biblia y tendrán la misión de atacar a los invasores árabes, a sus posesiones y sus familias.

Aunque la historia oficial sitúa al movimiento secreto de la Garduña en el siglo XIX, lo cierto es que existen crónicas que nos hablan de sus antecesores, actuando ya entre los siglos XVI y XVII como secretos colaboradores de la Inquisición, participando en las ejecuciones de árabes y judíos, y apropiándose de sus bienes.

Los garduños usaban la Biblia como libro oráculo. Antes de planificar un ataque o tomar una decisión, abrían el libro sagrado al azar y buscaban en él una frase o pasaje inspirador, y después pasaban a la acción.

En tiempos más modernos los garduños se erigen como un grupo político que persigue la resistencia contra la dominación napoleónica. Tras la retirada de los franceses, se convierten en una sociedad de corte liberal formada por miembros acaudalados e influyentes.

 Su poder e ingerencia eran notables. Tanto es así que en el año 1821 el gobierno del rey español Fernando VII detiene al Gran Maestre Francisco de Cortina, pretendiendo así descabezar a la Orden.

El 25 de noviembre de 1822, Cortina es ejecutado en Sevilla, y junto a él, 16 mandatarios de la Santa Garduña.

Este hecho provoca que los supervivientes de la persecución pasen a la clandestinidad y muchos de ellos huyen a América del Sur, donde reestablecen su Orden y colaboran en las revoluciones independentistas.

Está comprobada la influencia de la Masonería en la emancipación de buena parte de las colonias españolas.

 Partiendo de la base de que el masón Francisco de Miranda intentó una revuelta en Venezuela, que también eran masones los libertadores Simón Bolívar y José de San Martín, y que los masones Hidalgo y Castillo inician en 1810 el proceso de la independencia de México, cabe suponer que los miembros de la Santa Garduña estuvieron en estrecha colaboración con ellos, realizando cuantas acciones fueran oportunas para lograr sus fines.

Otra sociedad la constituyeron los llamados Poderosos Caballeros Negros. Se trata de una sociedad secreta que presuntamente bebió en las fuentes de los Illuminati y que tuvo ciertas vinculaciones con la Masonería.

Era una orden fundada en el 1815 por un profesor berlinés, con el objeto de luchar contra la invasión napoleónica.

De ser cierta esta historia que nos ha llegado, cabe preguntarse si es posible que hubiera masones entre sus filas, cuando el propio Napoleón estaba adherido a la logia masónica de Hermes.

Los Comuneros eran otra sociedad secreta que nació en 1821 en el seno de la Masonería, y que toma su nombre de los Comuneros castellanos que se alzaron contra el Emperador Carlos I en el siglo XVI.

Los nuevos Comuneros afirmaban que el objeto esencial de su existencia era conservar, por todos los medios que tuvieran a su alcance, la libertad del género humano, y concretamente los derechos del pueblo español contra los abusos del poder, así como auxiliar a quienes por esa causa padecieran desgracias.

 Los Conciencíanos se declaraban enemigos de la Iglesia. Aunque en teoría era una asociación de pensadores progresistas, todo parece indicar que en su interior se albergaba un grupo secreto de notable influencia librepensadora, que muchos han visto como satanistas en tanto negaban la existencia de Dios.

 En realidad se trató de un grupo protestante de influencia local, que en 1764 redactó en París unos estatutos bastante explícitos respecto de sus creencias. Declaraban la no existencia de Dios, ni tampoco la del Demonio. Los Concienciarios creían que era preciso despreciar a los miembros de la Iglesia, a los que consideraban manipuladores.

 Defendían que la ciencia y la razón debían reemplazar a los sacerdotes y magistrados. Su filosofía de acción era vivir honestamente, unido a una conciencia global del todo, dejando de lado lo que marcaban los libros sagrados, en especial la Biblia que, según ellos, estaba llena de «fábulas y contradicciones».

Planteaban no dañar a nada ni a nadie, salvo que fuera preciso «dar a cada uno lo suyo y lo que en justicia le corresponda».

Los Decembristas fueron unos conspiradores aristócratas. De nuevo se trata de un grupo presuntamente secreto y de carácter local, aunque supuestamente influenciado por seguidores de la sociedad Illuminati. Estaba conformado por nobles revolucionarios rusos, que cuestionaban el absolutismo del zar y propiciaban una monarquía constitucional.

A través de los grupos que fueron creando y de su poder económico, lograron escalar posiciones en la política rusa.

 El nombre proviene de la fecha de su primer levantamiento, el 21 de diciembre de 1825, para impedir el ascenso al trono del zar Nicolás II.

Esta asonada fue duramente reprimida y la sociedad Decembrista se hizo todavía más oculta, sin embargo su actividad desde la sombra siguió latente. Fundaron varias sociedades secretas que dependían de la Orden, como por ejemplo «Sociedad del Norte», «Sociedad de los Eslavos Unidos» y «Sociedad del Sur».

 Se cree que más tarde se disgregaron en pequeños grupos conspirativos. Los Hijos Blancos de Irlanda surge de un grupo local de conspiradores irlandeses cuyos primeros testimonios datan de 1761.

 Era una sociedad secreta que se había inspirado en la Masonería, tanto para su organización como para intentar alcanzar determinadas esferas de poder político. Tuvo dos ramas: una más contemplativa y especulativa, que hizo incursiones en el esoterismo y el espiri-tualismo iniciático; y otra mucho más dura, ansiosa de pasar a la acción en contra del poder establecido, para lo cual no dudaron en incendiar casas, derribar cercas y atacar a los grandes terratenientes.

 Por otra parte, desafiaban las normas religiosas impuestas, de-fendiendo la libertad del hombre por encima de los mandatos de la Divinidad.

Se ha culpado a las sociedades secretas de estar detrás de acontecimientos como la Independencia de Estados Unidos, de la Revolución Francesa, así como de los levantamientos que propiciaron la independencia de los países sudamericanos, de la Revolución Soviética, de las guerras mundiales, de la caída del Muro de Berlín y la Perestroika de Gorbachov, por no hablar de conflictos más recientes, como las crisis del Golfo Pérsico que han provocado las dos guerras de Iraq.

Antes de afirmar que todos estos acontecimientos respondieron a tramas de las sociedades secretas y de sus intereses, deberíamos dejar un margen a la duda. Pero lo cierto es que los datos con que se cuenta hacen que sea poca la duda .

La Revolución Francesa no se produjo de la noche a la mañana. Se fue gestando lentamente mediante tramas y complots que culminaron, al menos a grandes rasgos, en una Revolución que implicó el derrocamiento de Luis XVI, el fin de la monarquía en Francia y la proclamación de la Primera República.

El motivo proclamado para justificar la Revolución fue que los gobernantes, entendiendo como tales a la nobleza, el clero y la burguesía, eran incapaces de solucionar los problemas que Francia tenía desde.hacía tiempo.

 El país era cada vez más pobre, al tiempo que se dotaba de más ideología y capacidad cultural. Estos factores provocaron que aquéllos que no estaban en el poder mirasen a quienes sí lo tenían como injustos merecedores de todo tipo de agravios.

 No deja de ser significativo que el eslogan «Libertad, igualdad y fraternidad» que ostentaba la Masonería de la Logia de Francia, bastante anterior a la Revolución, fuera el lema ideológico de sus instigadores. Todo parece indicar que a los intelectuales, financieros y políticos que habían sido iniciados en las sociedades secretas, les resultaba muy interesante poner en marcha un complot capaz de cambiar las estructuras sociales y políticas que dominaban hasta entonces.

El rito escocés de la Masonería fue introducido en Francia a mediados del siglo XVIII por militares y aristócratas que se ocuparon de que la logia, en cuyas filas se encontraban los Illuminati, estuviera perfectamente infiltrada en la sociedad.

 Pese a que Luis XVI había amenazado con encarcelar en La Bastilla a quien perteneciera a cualquier tipo de sociedades secretas, que cada vez le resultaban más peligrosas, éstas seguían creciendo, incluso a través de otras oedenes seguidoras de filosofías templarías y rosacruces. El ideario masón resultaba muy atractivo para un pueblo subyugado y empobrecido.

 Se estima que en vísperas de la Revolución había alrededor de 60.000 masones en Francia. Una cantidad reducida pero trascendental, si tenemos en cuenta que ocupaban las capas altas de la burguesía y estaban prácticamente a la cabeza de los círculos donde se generaban nuevas ideas y opiniones.

Si a todo ello le añadimos que el proyecto Illuminati era la erradicación de los reinos, la abolición de la propiedad privada y la eliminación del poder del clero, se puede pensar que todos estos aspectos eran adecuados para ser concretados a través de la Revolución.

Otro dato importante es la gran cantidad de movimientos estratégicos que se realizan entre las logias masónicas, que radicalizan sus posiciones políticas al tiempo que generan planes para debilitar la monarquía y el gobierno. En ese momento se crean sociedades como «Los Amigos de la Verdad», destinadas a realizar un plan de reforma social que inspira la Revolución Francesa.

Otra sociedad es la denominada «De las Nueve Hermanas», que busca la creación de un sistema alternativo al de la educación clerical. En estas organizaciones participarán activamente personajes que impulsarán la independencia de EE. UU., como el presidente Benjamín Franklin, filósofos encabezados por Voltaire, y esoteristas como el conde de Cagliostro o el médico Franz Mesmer, autor de la teoría de la sugestión magnética. Cuando tras el alzamiento revolucionario de 1789 se constituye la Asamblea Nacional, el 80 % de los asambleístas son masones.

 El resultado de la Revolución implicó que la Asamblea proclamase la libertad religiosa, anulase los derechos de la monarquía, optase por la declaración de los derechos del hombre, y se generase una guardia especial constituida por milicias populares, en las cuales se habían infiltrado miembros de las principales sociedades secretas, con la misión de velar por la seguridad y mantener los preceptos de los gobernantes en la sombra.

Los resultados de la Revolución Francesa no cuadraron al cien por cien con lo pretendido por las principales sociedades secretas que estaban detrás desde el comienzo. Aunque la primera transformación del Estado francés fue convertirse en Monarquía Constitucional, las revueltas resultaban imparables y el pueblo parecía estar tomando el mando, lejos de las instrucciones de los gobiernos en la sombra.

 Se proclamó la primera República y se encarceló a Luis XVI y a su familia. En 1793 el rey es condenado a muerte y decapitado, como otros cientos de condenados, mediante el invento del médico masón Joseph Ignace Guillotin, bautizado como «la guillotina».

Ante aquella situación no prevista, los poderes en la sombra necesitaban buscar entre sus acólitos a alguien que tomara el mando. Y se escogió al brillante general Napoleón, héroe popular y miembro fiel de la Masonería.

En el mismo año en que decapitaron al rey Luis XVI, Córcega declaraba su independencia de Francia. Bonaparte, que era teniente coronel de la guardia nacional en Córcega, huyó al continente con su familia.

 A partir de ese momento comenzó su meteórica carrera. Ascendió a general con veinticuatro años, y dos años más tarde salvó al gobierno revolucionario de una insurrección en París.

En 1796, fue nombrado comandante del ejército francés en Italia, donde luchó contra Austria y sus aliados y conquistó para su país la República Cisalpina, la República Ligur y la República Transalpina, según él mismo las bautizó.

 Poco después comandó una expedición a Egipto, que en aquel entonces estaba dominado por los turcos.

Conquistó el país del Nilo, reformó la administración y la legislación egipcias, abolió la servidumbre y el feudalismo y dejó en la tierra de los faraones a un buen grupo de eruditos franceses, con la misión de estudiar la milenaria historia de Egipto, así como realizar excavaciones arqueológicas.

 Cuando regresó a Francia, Napoleón se unió a una conspiración contra el gobierno jacobino y participó en el golpe de Estado en noviembre de 1799. Se establece un nuevo régimen en el que Napoleón dispondrá de poderes prácticamente absolutos. Crea una Constitución en 1802 y se proclama emperador dos años después, cuando ya casi toda Europa había caído a sus pies.

Para los investigadores de lo conspirativo, la Europa napoleónica y el imperio que consiguió construir fue posible gracias a la sabia intervención de varios seguidores de los Illuminati. Recordemos que lo que había perseguido siempre esta ancestral sociedad secreta era un gobierno mundial, y aquello parecía ser un buen comienzo, ya que el propósito de Napoleón Bonaparte no era otro que crear una federación europea de pueblos libres.

Pero no sólo los masones e illuminati estaban interesados en Napoleón. A espaldas del emperador, otra sociedad secreta menos conocida, y aún más extraña, gestaba una trama oculta. Se trataba de sentar en el trono francés a la dinastía merovingia de los primeros reyes de Francia, e impulsar que su dominio englobara a toda Europa.

Los grupos que estaban detrás de la trama figuran la primera obra de Dan Brown, El Código Da Vinci. Nos referimos al Priorato de Sión, la hermandad secreta precursora de la Orden de los Pobres Caballeros de Cristo, más conocidos como Orden del Temple.

 Los templarios, según parece, tenían la misión de preservar la descendencia de la sangre real que portaba el hijo de Jesús y María Magdalena, cuya descendencia se había extendido generación tras generación hasta fundar la dinastía de los reyes merovingios.

La idea resultaba un tanto inverosímil. Meroveo, el legendario jefe bárbaro, cuyo nombre tomó la dinastía franca asentada en la Galia, era un pagano de origen germánico, que poco o nada pudo tener que ver con los presuntos hijos de Jesús.

El emperador Napoleón no sabía cuan cerca de sí tenía la sangre real merovingia. Según la leyenda, los miembros del Priorato de Sión se ocuparon de producir un encuentro fortuito entre Napoleón y Josefina, que videntes, magos y conspiradores se encargarían de avivar para que fructificase y conseguir que ambos se casaran. Marie-Joséphe Rose Tascher de la Pagerie, más conocida como Josefina, era la viuda del vizconde de Beauharnais, que había sido guillotinado durante la Revolución. Fruto de ese matrimonio habían nacido dos hijos, Eugenio y Hortensia, que pertenecían a la dinastía merovingia por herencia de la familia de su ajusticiado padre.

Con la boda y la posterior adopción por parte de Napoleón de los hijos de su esposa, la dinastía merovingia volvía a estar en el trono de Francia. Es más, la niña, Hortensia de Beauharnais, llegaría a ser la esposa de Luis I Bonaparte, hermano de Napoleón, al tiempo que madre del creador del segundo Imperio Francés, Napoleón III.

 Seguir diciendo que Colón descubrió América ha pasado a ser una ingenuidad. Los habitantes de aquellas tierras hacía tiempo que esperaban la vuelta de los Viracochas, que personificaban a los dioses blancos que los habían visitado en el pasado.

Una de las historias al respecto afirma que la primera llegada de europeos al Nuevo Continente acontece en el año 877. Se trataba de unos monjes irlandeses pertenecientes a una orden secreta conocida como «Culdea», cuyos datos se han perdido en la historia.

 A éstos les siguen los navegantes vikingos, quienes, según la leyenda, en primer lugar se asentaron en Canadá y posterirmente se desplazaron hacia México, para expandirse por algunas zonas de Centroamérica.

 Los vikingos habrían trazado mapas primigenios del Nuevo Continente, que se supone consultó Colón antes de realizar sus viajes. Sostienen algunas crónicas que estos mapas acabarían en manos de la orden militar del Temple.

La orden militar del Temple, tras la caída del reino de Jerusalén y al sentirse amenazada su permanencia, establecería negociaciones con los vikingos y crearía una primera ruta para poder asentarse en el Nuevo Mundo, mucho antes que Colón.

 Y también con anterioridad a ese acontecimiento, se habrían refugiado en América aquéllos a los que el Priorato de Sión había encomendado la misión de velar por la Sangre Real.

 El conde de Sant Clair, que mantenía excelentes relaciones con los templarios, ordenó en 1446 edificar una capilla que se levantó en Escocia a diez kilómetros de Edimburgo.

La capilla, además de numerosa simbología esotérica, tiene relieves esculpidos en sus muros en los que se observan mazorcas de maíz y plantas americanas que en aquella fecha no se conocían en Europa.

Recordemos que el descubrimiento «oficial» de América aconteció el 12 de octubre de 1492, es decir, 42 años después de la fundación e inauguración de la citada capilla.

Los primeros colonos que arribaron al continente americano, después del Descubrimiento, tenían más de un motivo para embarcarse en aquella aventura transatlántica. Uno de las razones que más pesaba era seguramente la persecución a la que estaban sometidos en el continente europeo.

En España, Francia, Portugal, Inglaterra, Italia, y otros reinos europeos, había muchísimas personas perseguidas por el poder establecido. Gran parte de ellas vieron en los viajes al Nuevo Continente una forma de reiniciar su vida. Se trataba de condenados por sus creencias religiosas, políticas o filosóficas, pero también por haber cometido delitos comunes en sus países de origen.

A muchos de ellos se íes conmutaba la pena a cambio de que se establecieran en las colonias de América. Y muchos, tanto los que marcharon voluntaria como involuntariamente, se encargaron de «preparar el terreno» para crear el destino oculto urdido por las conspiraciones de las sociedades secretas.

Una de ellas fue la «Orden de la Búsqueda», que supuestamente se habría establecido en América en 1625;, y a la más tarde pertenecería Benjamín Franklin. Otra fue la Orden del Yelmo, con vinculaciones templarías. Poco después llegarían los illuminati y los masones, por no hablar de los rosacruces.

El gran objetivo de los Illuminati había sido siempre la creación de un nuevo orden mundial, y el Nuevo Continente parecía ser campo el perfecto para lograrlo. Todo parece indicar que los Illuminati, ya fuera a través de sus propios recursos o mediante infiltraciones en otras sociedades secretas, tejieron los hilos necesarios para configurar lo que se ha dado en llamar «el destino secreto de Estados Unidos». Para tal fin contaron también con la singular ayuda de la denominada «Orden del Yelmo».

 En ella, se habría enrolado un personaje ya mencionado antes. Se trataba del filósofo inglés Francis Bacon, que tuvo vinculaciones con el ocultismo, el esoterismo, la filosofía hermética y el movimiento Rosacruz.

Muchos ocultistas consideran que Bacon fue una de las muchas encarnaciones con que se manifestó el conde de Saint-Germain, que era supuestamente inmortal. La leyenda del conde de Saint-Germain se forja en el apropiado escenario de los Cárpatos, donde nació su protagonista el 26 de mayo de 1696.

 Al parecer pudo ser hijo del último soberano de Transilvania, y no ha faltado quien vea en él al auténtico conde Drácula. Saint-Germain estudió cabala y alquimia, materias en las que sobresalió. Se decía que a través de dichas disciplinas había logrado obtener grandes poderes mágicos.

 En 1758 Madame Pompadour se interesa por sus hazañas y, tras conocerlo, queda «subyugada por su fuerza y poder, capaz de mostrar maravillas imposibles para un simple mortal».

El aprecio que siente la gran favorita por Saint-Germain hace que lo lleve ante Luis XV, quien lo introducirá en la corte. Lo que más maravilló a los cortesanos, al margen de que el conde aparentaba unos treinta años en lugar de los sesenta y dos que tenía, fue su comportamiento en la corte.

 No comía, no bebía y jamás se le veía dormir ni mostraba cansancio. Además, dado el esplendor con que se vestía y los bienes de que parecía disfrutar, de los que nadie conocía el origen, pronto corrió el rumor de que poseía increíbles secretos alquímicos que le daban el poder de mutar el plomo en oro. Pero ese dato no es más que una pincelada en su misterio.

En este tiempo, justo antes de la independencia y posterior fundación de Estados Unidos, existe una verdadera pugna por el poder entre la Iglesia Católica y las sociedades secretas de la época, y en especial los Illuminati.

El motivo es que el clero estaba haciendo todo lo posible por expandir el catolicismo en el Nuevo Mundo, intento que las distintas sociedades veían como una amenaza para sus impulsos libertarios e iniciáticos.

 Durante este periodo, la Masonería se implanta en las trece provincias británicas del continente, lo que al paso de los años dará como resultado una gran proliferación de nuevas órdenes, con sus intereses políticos, sociales y económicos.

En los albores de 1776 las colonias británicas estaban casi abandonadas por su metrópolis, que ya no podía hacer frente a las ansias de poder de los colonos.

Esto genera que el 4 de julio de 1776 se efectúe la Declaración de Independencia de las 13 colonias británicas de América del Norte. De los 56 firmantes de dicha declaración, 53 son masones.

 Tras la Independencia, es preciso instaurar nuevos símbolos capaces de aglutinar los diversos componentes de la nueva nación. Uno de los más populares, que ha ido sufriendo cambios, es el dólar, en que algunos aspectos de su simbología resultan intrigantes.

El Gobierno Federal aprobó la ley monetaria de 1792 que en principio establecía dos patrones de valor, un dólar de plata y otro de oro, que sólo circuló entre 1849 y 1889. Al tiempo, se adopta el sistema métrico decimal, que consideraban mucho más fácil que el sistema británico. Pero esto no es lo más curioso.

 Lo sorprendente es que para el diseño de los símbolos que aparecieron en el dólar, y que todavía se mantienen hoy, se contó con el asesoramiento tanto de masones como de los illuminati.

El fénix fue la criatura alada que se estampó en los primeros dólares, en tanto que simbolizaba el renacer de las cenizas al tiempo que se trata de un símbolo hermético. En 1841 el Fénix, que había simbolizado el pájaro nacional de Estados Unidos, fue sustituido por el águila, un símbolo solar egipcio.

Cuenta la tradición que originalmente el ave fénix poseía en su cola plumas de color rojo y azul, colores que, como sabemos, aparecen en la bandera de Estados Unidos, que presentaba también las 13 estrellas que correspondían a los 13 estados de entonces. Esas estrellas, con sus 5 puntas, son un símbolo masón.

 El águila de los dólares tiene 9 plumas en su cola, número que se corresponde con los grados del rito masónico de York, dominante en aquella época en el territorio americano. Sus alas muestran respectivamente 32 y 33 plumas, aludiendo así a los grados del rito escocés.

 Con la pata derecha, el águila sostiene una rama de olivo, símbolo de la espiritualidad, la reflexión y el pensamiento. Con la pata izquierda, sujeta 13 flechas que aluden a la acción y la transmutación.

 El símbolo que surge de combinar ambas patas es una alegoría entre las dos fuerzas que siempre están en conflicto, pero que dependen la una de la otra. Así representarían, entre otras cosas, la luz y la oscuridad; la guerra y la paz; la apertura y la cerrazón; el sentido público y el sentido privado o secreto.

El águila sostiene en su pico un pergamino en el que está escrita en latín la leyenda E Pluribus Unum, en clara alusión a la necesidad de integrar y agrupar a las gentes de las antiguas colonias que ahora eran una sola nación.

 También puede leerse como lema de la doctrina Illuminati de hacer de todas las naciones una sola.

En la mitad izquierda del dólar observamos el que ha venido a llamarse símbolo por excelencia de los Illuminati. Se trata de una pirámide truncada en cuya base, y en números romanos, aparece la fecha 1776, que es la fecha de la Declaración de Independencia del país.

 En lo alto de la pirámide vemos un triángulo con un ojo, el símbolo illuminati que también aparecerá en los blasones masones a partir del momento en que aquéllos pasan a formar parte de sus filas.

El ojo resplandeciente del triángulo situado encima de la pirámide era para los Illuminati una alegoría de la capacidad de estar a la vez en todas partes, viendo con claridad y sin la posibilidad de cometer errores al observar el entorno, al igual que Dios.

En la parte superior del ojo, a izquierda y derecha, leemos Annuit Coeptis, que puede traducirse como «Él favorece nuestro comienzo».

En definitiva, se trata de una leyenda que pretende indicar claramente que los objetivos se han cumplido. Ellos, los Illuminati, están en la cúspide. Rodeando la base de la pirámide aparece la leyenda Novus Ordo Seculorum, que se traduce como «Nuevo Orden Secular», y que en la actualidad se traduce como «Nuevo Orden Mundial».

En el centro del billete, por encima de la palabra «One», podemos leer «In Got we trust» que quiere decir «en Dios confiamos».

 Esto puede parecer un contrasentido, dado el carácter no religioso de las órdenes imperantes, pero indicar que la divinidad no es patrimonio de una religión en concreto. La pirámide truncada está formada por 72 piedras. Algunos han visto en ellas los 72 escalones de la Escalera de Jacob.

 Ello implicaría que estuviese relacionada con el judaismo y la tradición cabalística. Por otra parte, la pirámide está inacabada, lo que podríamos interpretar como que la construcción del país está en marcha y no tiene límites.

Otro de los aspectos de la pirámide es que, al estar truncada, carece de esta gran piedra en la cúspide que se supone tendría la misión de proyectar las energías, al tiempo que atrae el poder de las fuerzas cósmicas. Como vemos, el poder de las sociedades secretas llegó al continente americano.

Precisamente, la tierra del «nuevo orden mundial», tan en boga en los últimos tiempos, nació con la creación del dólar.

Hay quienes dicen que estamos viviendo en los albores de la Tercera Guerra Mundial. Para responder a esta pregunta tenemos que irnos a finales del siglo XIX, a fin de darnos cuenta de que lo peor todavía está por llegar.

 Esta tercera gran contienda, que involucraría a todo el mundo, fue programada, a través de una carta, el 15 de agosto de 1871, por dos miembros de la sociedad secreta de los Illuminati, que hoy se guarda en el Museo Británico de Londres.

Albert Pike y Giuseppe Mazzini eran altos miembros de los Illuminati que mantenían una fluida correspondencia, a través de la cual generaban conspiraciones. El primero, autor de la carta, además de ser illuminati pertenecía a la Masonería.

El segundo, que también era illuminati, estuvo vinculado con el movimiento revolucionario del Rissorgimento italiano y con la sociedad secreta de los Carbonarios. Albert Pike (1809-1891), fue general del ejército confederado durante la Guerra Civil norteamericana. Dentro de su pertenencia a la Masonería, en concreto a la del rito escocés, alcanzó el cargo de Soberano Gran Inspector General en Estados Unidos, desde el año 1859 hasta su fallecimiento.

La vinculación de Pike con las sociedades secretas y el esoterismo no acaba aquí, ya que es también autor del libro de filosofía masónica Morales y Dogmas de la Masonería. Además, se cree que tuvo vinculaciones con otra sociedad conocida como Los Comuneros, a la que pertenecía Giuseppe Mazzini. Mazzini (1805-1872), era un político que, una vez terminada la carrera de derecho, se consagró a la lucha nacionalista que perseguía la unidad de Italia y la eliminación de cualquier dominación extranjera.

 Encabezó movimientos políticos republicanos contra el absolutismo monárquico de la Restauración.

 En 1828, Mazzini ingresó en la sociedad secreta de Los Carbonarios, participando con ellos en la frustrada insurrección de 1821, que le llevó a pasar varios años en la cárcel.

 En 1831 fundó «La Joven Italia», un movimiento político revolucionario que fue reprimido por la policía piamontesa al año siguiente. Mazzini, que contaba sólo 27 años, fue condenado a muerte, por lo que huyó de Italia en dirección a Marsella y posteriormente a Londres.

 En 1834 funda con otros jóvenes nacionalistas exiliados la sociedad secreta denominada «La Joven Europa», que pretendía crear un gran movimiento revolucionario que fuera capaz de unir a toda Europa bajo una confederación republicana.

La singularidad de la carta radica en que Albert Pike efectúa referencias sobre el correcto desarrollo para alcanzar los objetivos de los Illuminati.

 Se trata de la generación de tres guerras mundiales, capaces de propiciar un nuevo orden mundial que dará como resultado el fin de la concepción del mundo basada en el pluralismo y la democracia.

 Primero se preparaba la Primera Guerra Mundial

El conflicto real comenzó oficialmente el 28 de julio de 1914. En apariencia, se trataba de un simple enfrentamiento entre el Imperio Austro-húngaro y Serbia, que acabó por ser una contienda en la que participaron 32 naciones.

 Cabe destacar que entre ellas, Reino Unido, Francia, Italia, EE. UU. y Rusia, conocidas como «Potencias Asociadas», lucharon contra una coalición de los denominados imperios centrales que integraban, entre otros, Alemania, Austro-Hungría, el Imperio Otomano y Bulgaria.

 La guerra finalizó en 1918. Al margen de la gran cantidad de muertos que implicó la contienda, supuso una «reordenación territorial». Veamos cuáles eran los objetivos de losIlluminati respecto de esta contienda. En un pasaje de la carta, escrita en 1871, cuarenta y tres años antes de la primera gran contienda mundial, podemos leer: “La Primera Guerra Mundial se deberá generar para permitir a los Iluminados derrocar el poder de los zares en Rusia y transformar este país en la fortaleza del comunismo ateo.

Las divergencias provocadas por los agentes de los Iluminados entre los imperios británico y alemán, y también la lucha entre el pangermanismo y el paneslavismo, se debe aprovechar para fomentar esta guerra. Una vez concluida, se deberá edificar el comunismo y utilizarlo para destruir otros gobiernos y debilitar las religiones“.

El texto era increiblemente profético. En marzo de 1917 la Revolución Rusa supone la abdicación del zar Nicolás II. El comunismo estaba ya despertando. Al margen de ese hecho, la guerra sirvió para disgregar en buena parte el pangermanismo, la doctrina que defendía la unión y supremacía de los pueblos de origen germánico.

 El fin de la Primera Guerra Mundial supuso que Alemania cediera parte de su territorio a Bélgica, Checoslovaquia, Dinamarca, Francia y Polonia. En cuanto al paneslavismo, que era una tendencia política que aspiraba a la confederación de todos los pueblos de origen eslavo, también fue afectado. Los eslavos son el grupo étnico más numeroso de Europa.

En la actualidad están distribuidos en los Balcanes, Montes Urales, Biclorrusia, Rusia, Ucrania, Polonia, República Checa, Eslova-quia, Serbia, Croacia y Bulgaria. Sólo hace falta recordar la mencionada reordenación geográfica que padeció Europa tras la Primera Guerra Mundial, para darnos cuenta de que la prevista disgregación de los poderes eslavos fue todo un éxito.

Si la descripción de los planes de la primera contienda resulta sorprendente, otro tanto acontece con la referencia a la Segunda Guerra Mundial, que estalla en 1939. En sus inicios fue un enfrentamiento bélico entre Alemania y una coalición conformada por Francia y el Reino Unido, que acabó por implicar a casi medio mundo.

Lo que en principio era una guerra europea, incorporó también a Estados Unidos y la entonces Unión Soviética, y acabó por llegar a Asia y África.

 El conflicto no concluiría hasta 1945, dando como resultado que desde aquel momento se creó un primer «nuevo orden mundial», dominado por el bloque de la antigua URSS por un lado, y Estados Unidos por el otro. Ambas potencias, apoyadas por sus países satélites y aliados, pronto entraron en una prolongada «guerra fría». Volviendo a las cartas «proféticas» de Pike, éste describía la necesidad y objetivos del conflicto sesenta y ocho años antes de que aconteciera:

“La Segunda Guerra Mundial deberá fomentarse aprovechando las discrepancias entre los fascistas y sionistas políticos. La lucha deberá iniciarse para destruir el nazismo e incrementar el sionismo político, con tal de permitir el establecimiento del Estado soberano de Israel en Palestina.

 Durante la Segunda Guerra Mundial se deberá edificar una Internacional Comunista lo suficientemente robusta como para equipararse a todo el conjunto cristiano. En este punto se la deberá contener y mantener, para el día en que se la necesite para el cataclismo social final“.

La Segunda Guerra Mundial supuso el fin del nazismo y, por supuesto, la creación del Estado de Israel que fue declarado Estado independiente el 14 de mayo de 1948. A finales del siglo XIX el número de judíos en Palestina era casi testimonial, ya que se calcula que en 1845 había 12.000, mientras que en 1914 su número creció hasta los 85.000.

 Tras la Primera Guerra Mundial, el «mandato de Palestina» aprobado por la ONU, que en aquel momento recibía el nombre de Sociedad de Naciones, encargó al Reino Unido la gestión política de Palestina y la preparación de lo que sería el futuro Estado de Israel.

 Los británicos dominaron la zona hasta 1948 y la comunidad judía se multiplicó por diez, especialmente a partir de 1930, a raíz de la persecución a la que fueron sometidos por la Alemania nazi. En 1947 la situación del Reino Unido, tras la guerra, era tan precaria, que fue necesario renunciar a ciertos privilegios sobre las tierras de Palestina.

Como resultado de ello, los británicos decidieron buscar asesoramiento en la comunidad internacional.

 Y, en sesión especial, obtuvieron la respuesta. Así, el 29 de noviembre de 1947, la Organización de Naciones Unidas adoptó un plan de partición que preveía dividir Palestina en un Estado árabe y otro judío, con Jerusalén como zona internacional bajo jurisdicción de la ONU.

Otro de los objetivos marcados en la carta de Pike era edificar un poderoso escenario comunista. La Primera Guerra Mundial supone la caída de los zares, y a partir de la Segunda Guerra Mundial se observa la expansión de la antigua URSS. Stalin, junto a Roosevelt y Churchill, jefes de gobierno de Estados Unidos y Gran Bretaña, se reúnen en Teherán en 1943 para generar la estrategia militar y política de lo que será Europa tras la guerra.

Posteriormente habrá otras conferencias como las de Yalta y la de Postdam.

Tras estas reuniones, las potencias vencedoras de la contienda establecieron una serie de zonas de ocupación en Europa.

 La parcela oriental le correspondió a la URSS. De esta forma, la zona oriental de Alemania que, hasta la caída del Muro recibía el nombre de Alemania del Este, pasó a estar bajo la influencia del comunismo soviético. Además, quedarían también bajo la influencia soviética otros países como Yugoslavia, Checoslovaquia, Rumania y Bulgaria, así como parte de Polonia y zonas de Prusia oriental. La Internacional Comunista «suficientemente robusta» que pretendían los Illuminatisería un hecho.

Pero la última gran contienda del proyecto Illuminati todavía no ha comenzado. No hay una fecha clara que determine cuándo estamos inmersos en un conflicto bélico a escala planetaria, pero el 11 de septiembre de 1990, curiosamente 11 años exactos antes de los atentados de las Torres Gemelas, George Bush padre habló de la necesidad de crear un nuevo orden mundial.

 Estas declaraciones se produjeron poco antes de la denominada Primera Guerra del Golfo.

 Otra fecha plausible para encauzar la Tercera Guerra Mundial en el calendario es la del 11 de septiembre del 2001, al producirse el atentado contra las Torres Gemelas de Nueva York.

 De hecho, muchos titulares de prensa esgrimían el concepto Tercera Guerra Mundial a la hora de explicar lo que estaba pasando. No sabemos si la invasión de Afganistán, la de Irak, los atentados de las Torres o el conflicto de Israel y Palestina forman parte de esta Tercera Guerra Mundial.

Lo cierto es que el caldo de cultivo se corresponde bastante con lo que escribió Pike en 1871: “La Tercera Guerra Mundial se deberá fomentar aprovechando las diferencias promovidas por los agentes de los Iluminados entre el sionismo político y los dirigentes del mundo musulmán.

 La guerra debe orientarse de forma tal que el Islam y el sionismo político se destruyan mutuamente, mientras que otras naciones se vean obligadas a entrar en la lucha, hasta el punto de agotarse física, mental, espiritual-y económicamente“.

Si no tuviéramos la perspectiva que nos da el tiempo, podríamos pensar que se trata de elucubraciones proféticas. Pero cuando el contenido de unas cartas del siglo XIX nos habla de las dos guerras mundiales del siglo XX y de una posible Tercera Guerra Mundial, no podemos menos que asombrarnos.

Respecto a los textos que se refieren al tercer conflicto global, merece la pena observar que, tras el atentado del 11-S en Nueva York, y el del 11-M en Madrid, Bin Laden y Al Qaeda parecen representar la parte musulmana de la destrucción a la que alude Pike.

 El conflicto palestino-israelí sigue sin encontrar solución, y no se vislumbran mejoras en un futuro inmediato.

Hay otro aspecto a resaltar. Pike pretende que «otras naciones se vean obligadas a entrar en la lucha, hasta el punto de agotarse, física, mental, espiritual y económicamente».

 Un año después de la Guerra del Golfo, las voces en contra de aquella operación, no solamente se alzan en Estados Unidos, sino que también lo hacen en los países aliados tradicionales. En paralelo, el terrorismo islamista tiene más fuerza y mayor arraigo.

Resulta sobrecogedor pensar que todo ello pudo ser urdido a finales del siglo XIX, por unos conspiradores que buscarían el caos mundial.

 Una catástrofe que se deja entrever en la obra Angeles y demonios.

 Los illuminati desaparecen oficialmente de la historia en el siglo XVIII, tras la presunta disolución de la Orden. Sin embargo, conforme avanza el tiempo y como por arte de magia, aparecen vinculados a sociedades secretas que participan en todo tipo de tramas. ¿Quiénes fueron sus herederos?

Los Illuminati generarán numerosas ramificaciones. Algunas de ellas participarán directamente en el nacimiento de la Liga Comunista y acabarán vinculándose con la Primera Internacional.

 Otros, que supuestamente preferían el lado esotérico de la vida, como Rudolf von Sebottendorff, se decantarán por seguir actividades espirituales, llegando a fundar distintas sociedades secretas de carácter esotérico.

 Una de ellas, creada en la década de los años veinte, fue la sociedad secreta Thule. En los albores de ésta sociedad, su secretario de actas fue un personaje que tiempo más tarde haría temblar al mundo. Se trataba de Adolf Hitler.

En 1918, cuando tras la derrota en la Primera Guerra Mundial, la deprimida sociedad alemana estaba notablemente influenciada por el ocultismo, nació el grupo Thule.

Su inspirador fue el ocultista Rudolf von Sebottendorff, un personaje que usó diferentes nombres en función de las actividades que realizaba.

 Así, bajo el alias de Rosenkrautz, el mismo nombre que tuvo el fundador oficial de los rosacruces, actuó como coordinador de una organización secreta turca denominada Luna Roja.

 Estudió astrología, simbología, cabala y ocultismo y se cree que fue el responsable de buena parte de la filosofía esotérica que se introdujo en el nazismo.

 La nueva sociedad secreta, cuyo nombre pretendía exaltar el legendario reino de Thule, que para muchos era la Atlántida, era una organización de carácter antisemita a la que pertenecieron, entre otros, Adolf Hitler y su lugarteniente Rudolf Hess.

Merece la pena destacar que el escudo de dicha sociedad es una esvástica situada tras una reluciente espada vertical que representa la fuerza de la transmutación y el cambio de los roles establecidos.

 Al año de su fundación, uno de los miembros de Thule, Karl Haushofer, crea una orden secreta paralela con el nombre de «Hermanos de la Luz», cuyo objetivo era perpetuar el conocimiento mágico y esotérico. Haushofer había mantenido relaciones con diferentes corrientes místicas y tuvo un papel muy relevante entre los miembros de Thule y sobre el Partido Nazi.

De hecho se cree que fue él quien introdujo la idea de «refundar» una nueva Alemania basada en la pureza de la raza y la antigua tradición oculta precristiana.

Hemos visto lo que significaron las guerras mundiales, probablemente orquestadas por sociedades secretas. Hemos visto ya que Giuseppe Mazzini fue un conspirador illuminati a la vez que masón.

Pero su función no acaba en la correspondencia con Pike. Mazzini fue el fundador de la Logia Pl, un grupo oscuro de corte secretista, que supuestamente tenía vinculaciones con los movimientos políticos de carácter revolucionario, al tiempo que presuntamente se relacionaba con el esoterismo iniciático.

 De dicha logia, poco después, surgió otro grupo bastante más peligroso. Se trataba de la Logia P2, siglas que definen al grupo «Propaganda Dos», que ha sido acusado de protagonizar numerosos atentados terroristas, de introducirse secretamente en la Santa Sede y, según se dice, de preparar y llevar a cabo el asesinato de Juan Pablo I.

Tras la Segunda Guerra Mundial, los movimientos neofascistas quedaron disgregados en distintos grupos que más tarde intentarían pasar a la «política democrática», pero sin perder sus bases y conceptos fascistas.

 De hecho las tramas de conspiración política estuvieron a la orden del día en Italia durante toda la década de los cincuenta.

Y, finalmente, en 1964 y en 1970 hubo dos intentos concretos de desestabilizar el régimen parlamentario, que fueron presentados como desórdenes político-estudiantiles. Pero a partir de 1977 las cosas empiezan a cambiar y las sucesivas oleadas de agitación social dan lugar a la creación de grupos más radicales de extrema derecha.

 De esta forma, en 1979, nacen «Terza Posizione» y «Nucli Armati Rivoluzionari». En apariencia se trataba de grupos estudiantiles fascistas, pero la trama iba más allá. Quien dirigía dichos grupúsculos era el poder en la sombra, y buena parte de esa sombra estaba poblada por sociedades secretas, entre otras la de los illuminati.

En los años ochenta la Logia P2 decide pasar a la acción. El 2 de agosto de 1980 se lleva a cabo un atentado en la estación de tren de Bolonia, donde mueren 85 personas y hay otras 200 heridas. En diciembre de 1984 otro atentado, esta vez contra el expreso de Roma-Milán, arrojará un saldo de 16 muertos.

Las investigaciones concluyeron que tras aquellos atentados podían estar no sólo los servicios secretos, sino también una logia de supuesto carácter masónico. Su nombre era «Propanganda Due» (P2). Su fundador era Licio Gelli y su misión acabar con el poder establecido en la República de Italia.

La P2 había estado dirigiendo, desde principios de los sesenta, todo tipo de acciones terroristas con el fin de crear desestabilización política para conseguir su particular «Nuevo Orden. Licio Gelli tenía influyentes contactos con el Vaticano, que le permitían sus planes utilizando la estructura de la Iglesia.

 Disponía de notables relaciones, no sólo entre las jerarquías eclesiásticas, sino también en la CÍA y el KGB. Gelli había sabido convencer a más de un ámbito de poder.

 Las investigaciones que se hicieron tras la desarticulación de la P2, comprobaron que, además de miembros del Vaticano, había jefes de las fuerzas armadas de Italia, entre ellos treinta generales y ocho almirantes.

 Por si esto no fuera bastante, pertenecía también a la logia el jefe de los servicios secretos, así como una serie de empresarios notablemente vinculados con los medios de comunicación.



La logia de Gelli fue disuelta por el parlamento italiano. Tras la «desarticulación oficial» de la P2, su fundador fue acusado de varios delitos de los que salió airoso. Incluso a finales de los 90 fue definitivamente absuelto de los cargos de conspiraciones contra el estado italiano. Si bien se le otorga la paternidad de la expresión «nuevo orden mundial» a George Bush padre, en realidad no le corresponde a él.

 Ya aparece algo muy similar en el dólar de presunto diseño masónico-illuminati. Pero si buscamos referentes más contemporáneos, vemos que en 1968 Nelson Rockefeller, tras introducirse en el ala liberal del Partido Republicano y presentarse como candidato en las elecciones de ese año, dijo que si alcanzaba la presidencia trabajaría con todas sus fuerzas para «obtener la creación de un nuevo orden mundial». Nelson Rockefeller fue masón.

 Los buscadores de tramas ocultas en la historia afirman que supo rodearse de asesores que estuvieron vinculados a los Illuminati y, de hecho, la Orden Gran Logia Rockefeller al igual que la Orden de Skulls & Bones, con vinculaciones con la familia Bush, son una muestra de ello.

En relación con el conflicto entre los Illuminati y la Iglesia que aparece en la obra Ángeles y demonios, es interesante resaltar que en agosto de 1969, al volver de un viaje por América Latina, Rockefeller envió un informe al presidente Nixon en el que le dicía: «la Iglesia Católica ha dejado de ser un aliado de confianza para nosotros y la garantía de estabilidad social en el Continente Sudamericano…

Debemos estudiar la necesidad de sustituir a los católicos por otros cristianos en América Latina, apoyando grupos fundamentalistas».

 En la búsqueda de un gobierno mundial aparecen un gran número de instituciones compuestas, no sólo por las principales fortunas del mundo, sino también por personas dotadas de grandes capacidades de mando.

En la actualidad la visión que se tiene de estos grupos es que son asociaciones empresariales, financieras, o que tienen misiones de asesorías en las relaciones exteriores de numerosos países.

Sin embargo, la cosa parece ir más allá, y si bien no es posible afirmar que dichas instituciones estén gobernando el mundo, todo apunta a que son utilizadas como tapaderas por algunos de sus miembros que sí son los que manejan los hilos.

El Club Bilderberg está considerado como el club de los dueños del mundo. Sus actos aparentemente no son muy conocidos, ya que no suelen difundirse al público.

Está formado por jefes de gobierno, banqueros, presidentes de multinacionales, dueños de medios de comunicación, etc, y su costumbre suele ser la de encerrarse unos días antes de que lo haga el G8, es decir, el grupo de los ocho países más ricos e industrializados del mundo (Alemania, Canadá, EE. UU., Francia, Italia, Japón y Reino Unido, más Rusia desde 1997).

Son muchos los que piensan que el Club Bilderberg es la rama secreta del G8, aunque en apariencia simplemente sea ía de un club más, formado por exquisitos miembros. El Club Bilderberg se fundó oficialmente en mayo de 1954 en Holanda, concretamente en Oosterbeek, y tomó su nombre del hotel en que se reunieron por primera vez. No obstante se supone que ya existía en la sombra desde años atrás y estaba formado por miembros de distintas sociedades secretas.

Su creador fue el príncipe Bernhard de Lippe-Biesterfeld, que pertenecía a la Casa de Orange-Nassau, actual familia real de Holanda. Su nombre había aparecido ya en la prensa, no con motivo de la fundación de un club, sino nada menos que por haber sido oficial de las SS de Hitler y miembro del Partido Nazi.

El príncipe Bernhard ya poseía extraños negocios especulativos en la época de los nazis. Bernhard decidió crear un club de élite que aglutinara a los principales poderes del mundo. Entendía que en la nueva época el poder ya no estará exclusivamente en la religión ni tampoco en la política, sino en ambas, pero también en el mundo industrial, económico y de la empresa.

Presidió el singular club hasta el año 1976 y durante todo este tiempo se buscó aumentar el entendimiento entre Estados Unidos y el continente europeo.

El príncipe Bernhard legó posteriormente la presidencia a Alec Douglas Home (1903-1995), que fue un relevante político británico que permaneció en la Cámara de los Comunes hasta 1945. En 1951 fue ministro de Estado para Escocia, y en 1955 pasó a coordinar las relaciones con la Commonwealth.

 Por último ascendió al cargo de primer ministro el 19 de octubre de 1963, permaneciendo al frente del gobierno durante un año. Otro punto interesante en la biografía de este personaje es que, entre los años 1970 y 1974, fue secretario del Foreign Office, que es la institución encargada de controlar la política exterior del Reino Unido.

Tras Douglas Home, presidió el Club un político alemán; Walter Scheel, que durante la Segunda Guerra Mundial sirvió en la Luftwaffe, operando con la unidad Nachtjagdgeschwader. Terminó la contienda con el grado de Teniente primero y condecorado con la Cruz de Hierro. Según la revista Der Spiegel, Walter Scheel se hizo miembro del Partido nazi en 1942. La Comisión Independiente de Historiadores criticó en su informe publicado en octubre de 2010 que Scheel no había admitido su afiliación al partido nazi hasta muchos años después de su nombramiento como ministro de Relaciones Exteriores.

En 1953 fue elegido miembro de la Cámara de los Diputados alemana, más conocida como Bundestag.

Entre los años 1961 y 1966 fue ministro para la Cooperación Económica y el 1 de julio de 1974 llegó a presidente Federal, manteniendo dicho cargo hasta 1979. Scheel mantuvo la jefatura del Club Bilderberg hasta 1985, fecha en la que fue sustituido por Eric Roll, presidente de un notable grupo bancario, el S. E. Warburg. Otro de los presidentes destacables fue Peter Rupert que popularmente era conocido como Lord Carrington que fue secretario general de la OTAN así como ex ministro de varios gobiernos británicos.

 Como vemos, el club no tiene sino influyentes y poderosos miembros. Pero, ¿podemos considerar que es realmente un centro de conspiraciones? Se dice que quien entra en el Club Bilderberg al poco tiempo logra ascender.

La suya será una ascensión política y social a nivel internacional, siempre que la persona en cuestión acate los consejos que recibirá de los miembros dominantes de dicho club. Una muestra de este éxito lo tenemos en Clinton y en Blair, que ingresaron en el club poco antes de ser escogidos presidente y primer ministro de sus respectivos países. Como curiosidad debemos indicar que, al parecer, el dirigente del PSOE español, Pedro Sánchez, ha sido invitado a la próxima reunión del Club.

 Como toda sociedad secreta que se precie, el Club no publica anuncios para captar socios. Entrar en esta institución no es fácil, ya que son «ellos», al igual que los Illuminati, los que escogen a los candidatos. Se supone que el proceso de selección se basa en los intereses que tiene el club en sus proyectos a escala global.

 Un comité de dirigentes supervisores es el encargado de seleccionar a las cien personas que serán invitadas en la próxima convocatoria. Los invitados tendrán que guardar en secreto su asistencia.

 Ésta es una norma indispensable para mantener buenas relaciones con el club, que además en sus reuniones cuenta con la colaboración en seguridad no sólo de la CÍA, sino también del servicio secreto israelí, el Mossad.

Nadie sabe oficialmente cuándo se reúnen. Tampoco se efectúan ruedas de prensa o comunicados oficiales. Los encuentros de los miembros del club sirven para abordar aspectos políticos y financieros.

 El nuevo orden mundial está presente en dichas reuniones. Sería de suponer que con la cantidad de personajes importantes que se congregan en las reuniones del Bilderberg, hubiese presencia de la prensa.

Pero, sorprendentemente, el secretismo es lo que domina. Todo parece indicar que los miembros del Club vuelven a casa con una posición tomada, y las instrucciones siempre suelen ser bastante claras.

En caso de duda, sólo hay que llamar al Club. A través de diferentes medios de comunicación se ha tenido constancia de algunos de los «sabios consejos» que se han vertido en el Club.

 Por ejemplo, se le acusó de estar tras el bombardeo ruso sobre Chechenia.

Al parecer los responsables de la OTAN que eran miembros del club, autorizaron en reunión secreta a otro miembro, el presidente ruso Putin, a atacar la región rebelde.

 Pero no siempre los consejos del Club son acatados.

En 2003 se filtró la noticia de que Donald Rumsfeld, secretario de Defensa de Estados Unidos y uno de los clásicos asistentes a las reuniones del Club, había asegurado tras los atentados del 11-S a las Torres Gemelas, que no invadiría Irak.

Sin embargo, sí lo hizo. El resultado causó tal malestar en el Club Bilderberg, que Colin Powell tuvo que dar explicaciones a sus miembros respecto a las operaciones militares en Irak. Si el Club Bilderberg nos parece sospechoso de influir en los destinos del mundo, otro tanto sucede con la organización fundada por uno de sus miembros y que popularmente recibe el nombre de Comisión Trilateral.

 En julio de 1973 un miembro de la mítica familia financiera Rockefeller decide fundar un grupo, la Trilateral, que estará formado por la élite de la política y la economía mundial. David Rockefeller tenía el objetivo de que dicha organización fuera selecta y contara sólo con los mejores. Se trataba de crear un organismo privado que aunara los esfuerzos de Estados Unidos, Europa y Japón, en lo que a materia social y política se refiere.

De algún modo se trataba de poder regir los destinos del mundo más allá de las fronteras y los gobiernos. Curiosamente esta decisión recuerda bastante a la que pretendía el fundador de los IIluminati. David Rockefeller quería un gobierno mundial más allá de los estados.

Tanto en la década de los setenta como en la actualidad no es la política la que maneja los hilos, sino las finanzas.

La Comisión Trilateral era una forma de anular la autonomía de los países y de crear un gran bloque del primer mundo capaz de regir los destinos del segundo y el tercer mundo. En la Trilateral no entraban América Central y del Sur, ni tampoco África ni los países asiáticos. Sólo Japón estaba llamado a ser el representante de Oriente.

En su fundación inicial se explícita: “Esta comisión se crea con el fin de analizar los principales temas a los que debe hacer frente Estados Unidos, Europa del Oeste y Japón“.

Entonces todavía no se había producido la caída del Muro de Berlín y la Perestroika. Los miembros de la Comisión reúnen más de 200 personalidades provenientes de las tres regiones y comprometidos en diferentes áreas.

 Muy parecido en su funcionamiento al Club Bilderberg, la Comisión Trilateral, dotada de una discreción absoluta, no ofrece ruedas de prensa ni sus miembros conceden entrevistas sobre sus reuniones.

 Sin embargo, sí suelen publicarse unos documentos oficiales sobre distintos temas abordados.

Dichos informes son elaborados por equipos de expertos que informan al mundo sobre «aquello que hay que hacer más allá de las soberanías nacionales y las fronteras».

 De hecho uno de los fines de la Comisión Trilateral es «manejar adecuadamente la gobernabilidad mundial». Una de las ideas que desde sus inicios pretende poner en práctica la Trilateral, es la consecución de un nuevo orden mundial, que recuerda mucho a los objetivos de las sociedades secretas.

Para conseguir este nuevo orden los miembros de la Trilateral no dudan en efectuar declaraciones y dar «consejos» a los gobiernos, pero también a las instituciones mundiales, asesorando al respecto de la globalización, la economía, los intercambios financieros entre países ricos y pobres, etc.

Los miembros de la Trilateral defienden que ellos están más allá de los poderes establecidos, y que son quienes están «en mejores condiciones para planificar y construir la arquitectura mundial».

Tras los atentados del 11-S la Trilateral insistió en la necesidad de un orden internacional distinto y una respuesta global al proyecto.

Poco después el presidente Bush proclamaba que se erigía en paladín universal de la democracia y que atacaría al terrorismo en cualquier lugar del mundo.

Estados Unidos declaró en aquel momento la guerra al terrorismo, y la «limpieza» comenzó en Afganistán. La excusa fue atrapar a Bin Laden, que supuestamente fue asesinado bastantes años más tarde. Eso sí, la búsqueda permitió que Estados Unidos crease un gobierno afgano a su criterio.


En aquella reunión de la Trilateral estuvieron presentes, entre otros, varios miembros del gobierno Bush, como Colin Powell, secretario de Estado; Donald Rumsfeld, secretario de Defensa; y Richard Cheney, vicepresidente. Tiempo después, mientras se mantenía la presencia americana en Afganistán, le tocó el turno a Irak y los tres citados afirmaron tener pruebas de que el gobierno de Sadam Hussein poseía armas de destrucción masiva.

 La guerra de Irak vendría a continuación.

 El nuevo orden mundial y la «justicia» global eran imparables. A diferencia de otras organizaciones la Trilateral es más discreta que secreta. En apariencia el esoterismo y las teorías de la conspiración mundial son ajenos a ella. Es una institución conocida por todo el mundo, algo así como un «consejo de sabios experimentados». Sin embargo son muchos los que ven en la Trilateral la cara visible y de otros que están detrás, como el Club Bilderberg o incluso esferas relacionadas con sociedades secretas clásicas como los illuminati, la Masonería y otras. Vivimos en un mundo globalizado.

 Es cierto que sigue habiendo fronteras y estados, pero si analizamos con frialdad los principales «clubs» del mundo vemos que, más allá de los estados, sus fronteras y banderas, parece haber un destino marcado por sus dirigentes, que se reúnen en agrupaciones aparentemente inocentes y que miran las cosas desde una perspectiva supranacional.

 Los tentáculos de las sociedades secretas, de los verdaderos dueños del mundo, están por todas partes. Con la popularización de internet y el acceso a la TV vía satélite, hemos conseguido empequeñecer nuestro planeta.

 Es cierto que cada vez tenemos más recursos a nuestro alcance. También es verdad que gozamos de una capacidad de información muchísimo mayor que la que tuvieron nuestros padres y abuelos. Sin embargo, dichas ventajas no son unidireccionales.

Dicho de otra manera, creernos más libres sólo por tener acceso a la información es estar equivocados. Las sociedades secretas, pero también los servicios de información y los propios gobiernos, se valen de una sociedad tecnológica para controlarnos.

 Podemos ser espiados por medio de algo tan inocente como el número de una cuenta bancaria o una tarjeta de crédito; a través de los servidores de internet y de todos los programas que los diferentes distribuidores de contenidos introducen en nuestros ordenadores.

Los que manejan los hilos desde la sombra, tienen la capacidad de saber a qué hora nos conectamos a la red, qué tipo de navegación hacemos, qué periódico virtual hemos leído. También pueden descubrir nuestros gustos musicales, políticos, sociales y hasta sexuales.

Si el seguimiento por internet es implacable, no digamos ya otras fuentes, como los datos de la inscripción a la Seguridad Social, los registros de Hacienda, o el empadronamiento en un municipio.

 Nuestro teléfono móvil puede ser detectado vía satélite con un margen de error de poco más de un metro. Pensar que somos libres y que vivimos en un mundo libre en una sociedad como la nuestra, es una paradoja.

 Tiene más libertad de movimientos que nosotros cualquier habitante del mal llamado Tercer Mundo. Sus conversaciones no son tan fáciles de capturar. Visto el panorama, de una cosa podemos estar seguros: el «Gran Hermano» de Orwell no es sólo una novela sino la realidad en la que estamos viviendo.

El proyecto illuminati era conquistar el mundo después de tres grandes contiendas. Dos ya han acaecido. El inicio de la tercera sería provocar «batallas cruentas».

 ¿Quizá se trata del terrorismo? Tras la tercera contienda, siempre según los proyectos illuminati, debería producirse la destrucción del Cristianismo, que es el objetivo de la trama del libro Angeles y demonios.

 Tras dicha época de convulsión llegaría el momento de la redención, del nuevo tiempo, de la «iluminación de las mentes».

 Sería el tiempo de Lucifer, quien para los Illuminati no es en absoluto una figura diabólica, como la define la Iglesia, sino un símbolo de la elevación.

 Según ellos, Lucifer es el auténtico portador de «La Luz».

El complot no ha hecho más que empezar. Las sociedades secretas han tejido los hilos capaces de conducir a la humanidad durante los próximos siglos. En la documentación de los illuminati encontramos párrafos reveladores:

 “Arrojaremos a los nihilistas y ateístas y provocaremos un cataclismo social que mostrará claramente a todas las naciones el efecto del ateismo absoluto, origen del salvajismo más sangriento. Entonces, por doquier, la gente forzada a defenderse contra la minoría de revolucionarios, exterminará a estos destructores de la civilización“.

Según losilluminati, las multitudes, desilusionadas con el cristianismo, recibirán la verdadera luz a través de la manifestación universal de la doctrina de Lucifer, seguida por la destrucción del cristianismo y del ateismo, ambos conquistados y destruidos al mismo tiempo…

Los grupos de la conspiración mundial están actuando en todas partes. Nadie repara en ellos. Sin embargo, todo parece indicar que estamos bajo el mandato de un poderoso e invisible gobierno mundial que persigue, continúa y sustenta la idea de un ex jesuita alemán llamado Adam Weishaupt, fundador de los Illuminati.

 Algunos investigadores opinan que losIlluminati ya están en las filas de la curia vaticana.

Teóricamente, la Comisión Trilateral está formada por un grupo de personas que representan las más altas finanzas y el mundo de los negocios y la política de Estados Unidos, Europa y Japón. Pero lo que no todo el mundo sabe es que desde la Trilateral se establecen nexos de unión y colaboración con la Masonería.

Lo que tampoco se reconoce oficialmente es que detrás de la Masonería estén los Illuminati. Los investigadores del mundo de la conspiración afirman que el llamado nuevo orden mundial es en realidad la puesta en práctica de uno de los símbolos por excelencia de los Illuminati: la pirámide que aparece en los billetes de un dólar. Y el presidente Washington era masón, así como también lo era su rival, Thomas Jefferson. Los miembros del club Bilderberger, fundado en 1954 e integrado por los 500 hombres más influyentes del mundo, estarían en la base de esta pirámide.

Por encima de ellos encontraríamos el llamado «Consejo de los 33», formado por los grandes maestres masones de más alta graduación de todo el mundo. Sobre estos masones hallaríamos el gran consejo de los 13 Grandes Druidas. Sobre ellos actuaría un estamento denominado «El Tribunal», compuesto por personas desconocidas.

Todos los consejos, grupos y estamentos referidos estarían gobernados por alguien sin nombre que poseería el grado 72 de los cabalistas. Este alguien recibiría el nombre de «El Illuminati», el omnipotente gran hermano elucubrado por Weishaupt y anunciado nuevamente en 1949 por George Orwell en su novela profética 1984.

El 1 de agosto de 1972 uno de los mandatarios de esta pirámide lanzó una frase críptica, que muchos han querido ver relacionada con la caída de las Torres Gemelas: «Cuando veáis apagarse las luces de Nueva York, sabréis que nuestro objetivo se ha conseguido». ¿Fueron las Torres del World Trade Center las señales que marcan el cambio del mundo?

Dado todo lo antes indicado, ¿hay alguna posibilidad para la esperanza? Unos pocos analistas, en relación con el típico coro de voces que únicamente pronostican las crisis cuando ellas ya están ocurriendo, han percibido que la situación económica y financiera internacional se ha vuelto, silenciosamente, alarmante.

 Si, además, introducimos el grave problema energético, que explica el afán de invadir Irak contra viento y marea, resulta obvio que la crisis definitiva no sólo no parece ser evitable, sino que los tiempos pueden estar mucho más cercanos de lo que las transitorias bonanzas en los mercados pueden augurar. Obviamente los cambios no se van a producir sin costos. Éstos hoy no pueden evaluarse. Sólo puede pensarse que muy probablemente serán superiores a los alguna vez vividos por las actuales generaciones.

 Puede que esto no guste, pero la alternativa sería nada menos que la profundización de la globalización a niveles desastrosos para las mayorías populares.

Puede resultar paradójico, pero todo indica que la estocada mortal al poder de la élite la dará, en algún momento aún incierto del tiempo, el propio “dios” creado por ella misma. Como en el Dr. Frankenstein, la élite ha contribuido a desarrollar un ser que se apresta a volverse en contra de su propio creador y merendárselo. Ese ser no es otro que el mercado.

A veces la propia realidad nos sorprende y parece proporcionar datos paradójicos o premonitorios.

Por ejemplo, pocos parecen haber reparado en que si se recorre Wall Street, en Manhattan, en el mismo sentido del Sol, o sea de este a oeste, finaliza en un muy extraño lugar.

Sobre todo resulta extraño por tratarse del centro financiero del mundo. Wall Street no termina en el agujero que dejaron las Torres Gemelas en su caída precipitada el 11 de septiembre de 2001. WallStreet termina en el pequeño y lúgubre cementerio colonial de Saint Paul, al lado de una ruinosa, oscura y casi siempre cerrada o vacía iglesia.

Allí, en ese cementerio, muy anterior a la globalización y al mundo de las finanzas, bajo unas descuidadas y viejas lápidas cuyos nombres y fechas ya ni se leen, debido al paso del tiempo, yacen los únicos restos, las únicas “calaveras y huesos” que hoy descansan en paz en Manhattan.

Fuentes:

René Chandelle – Mas Alla De Angeles Y Demonios – El Secreto De Los Illuminati
Dan Brown – Ángeles y Demonios
David Icke – El Mayor Secreto
Louis Pauwels & Jacques Bergier – El Retorno de los Brujos
Robert Lomas – El Colegio Invisible
Lynn Picknett y Clive Prince – La revelación de los templarios
William Bramley – Dioses del Edén
Jan Van Helsig – Las Sociedades Secretas y su Poder en el Siglo XX

https://oldcivilizations.wordpress.com/2015/07/24/el-curso-de-nuestra-historia-ha-sido-planificada-por-sociedades-secretas/

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