Los primeros años
José Stalin, cuyo nombre original era Iosif Vissarionovich Dzhugashvili, nace el 21 de diciembre de 1879 en el pueblo de Gori, en Georgia.
Fue el único de cuatro hermanos en sobrevivir a la infancia.
Su padre, Vissarion Dzhugashvili, era un zapatero alcohólico.
Su madre, sirvienta, aportaba los escasos recursos económicos con la esperanza de que el joven José se instruyera.
Tras terminar sus estudios básicos en una escuela local, cuando cumplió los catorce años, gracias a una beca, su madre pudo matricularlo en el Seminario de Tiflis, que en aquella época era la única posibilidad de estudiar para los pobres.
Sin ninguna clase de ingresos lleva allí una vida austera, dedicada por entero al estudio, revelándose como un alumno brillante.
José, "Soso" para sus amigos, estaba en desventaja.
Las lecciones no eran en su lengua materna, el georgiano, sino en un idioma extranjero: el ruso, que debió aprender junto al latín y el griego, materias tradicionales de una escuela ortodoxa.
"Aunque mis padres no eran educados, nunca me trataron mal. Pero en el seminario teológico ortodoxo al que yo asistía era diferente.
En protesta por el ultrajante régimen y los métodos jesuíticos prevalecientes en el seminario, estaba listo para convertirme, y de hecho lo hice, en un revolucionario, un creyente en el marxismo como una enseñanza realmente revolucionaria", diría después.
Dzhugashvili se volvió ateo en el seminario al estudiar a Darwin y, al leer el Manifiesto Comunista, comprendió que había que organizarse y luchar por los de su clase.
Pronto la rebeldía natural que incubaba su generación tomó en él una forma consciente.
En 1895, con apenas 16 años, entró en contacto con los grupos de militantes desterrados en el Cáucaso.
En su cuarto año se unió a Mesame Dasi, un grupo secreto que abogaba por el socialismo y el nacionalismo georgiano.
Expulsado del seminario en mayo de 1899, cuando iba a graduarse, dio clases y trabajó en las oficinas del Observatorio de Tiflis.
Pero abandonó este trabajo en mayo de 1901, cuando estaba a punto de ser arrestado.
En la clandestinidad
En el verano de 1900 entra en contacto con V. Kurnativski, uno de los iskristas que Lenin envía a Tiflis para impulsar la difusión del periódico que debía llevar a la reorganización del Partido y a la lucha contra las tendencias economicistas y conciliadoras.
José Dzhugashvili se pone inmediatamente a la tarea y transmite las consignas leninistas. Fruto de esa nueva línea, organiza en agosto una huelga masiva en los talleres ferroviarios de Tiflis, que señala el tránsito desde los círculos de estudio hacia la agitación y el trabajo político de masas.
El joven Dzugashvili se une al Partido Socialdemócrata de Georgia en 1901 y se dedica de tiempo completo al trabajo revolucionario, primero en Tiflis y luego en Batum, donde ayuda a organizar huelgas y manifestaciones.
Así inicia una vida de dedicación y privaciones. Vivió y escribió bajo muchos seudónimos, de los cuales sus favoritos fueron Koba (un héroe popular del folclor georgiano, que significa "El Indomable"), y, desde 1913, Stalin ("el de acero").
En 1901, aparecieron sus primeros artículos en el periódico clandestino Brdzola (La Lucha), publicado en Bakú. Fue arrestado por primera vez en Batum el 18 de abril de 1902 y deportado a Siberia en 1903, de donde se escapó para reaparecer en Tiflis en 1904, en un ciclo que repitió varias veces antes de 1917.
Se ve obligado a pasar a la clandestinidad, a vivir con documentación falsa, eludiendo siempre las persecuciones policiales y a expensas de los recursos de las organizaciones revolucionarias locales, primero en Georgia, luego en el Cáucaso y finalmente en toda Rusia.
Aún conocido como Dzhugashvili fue considerado como un revolucionario "extraordinariamente peligroso", el más perseguido por la policía secreta zarista.
Fue el bolchevique más veces encarcelado y el que más veces se fugó de las mazmorras, convirtiéndose en la auténtica columna vertebral del Partido en el interior de Rusia, en el ejecutor material de la política revolucionaria leninista en el corazón del imperio zarista.
Dzhugashvili, a diferencia de sus compañeros de conspiración, que valoraban particularmente la brillantez intelectual y la maestría en la palabra escrita y hablada, empezó a mostrar un interés especial por los problemas prácticos y la organización partidaria.
Esta predilección le llevó a unirse al puñado de socialistas georgianos que apoyaban el bolchevismo, como fue bautizada la concepción de Lenin de un partido socialista clandestino centralizado y altamente disciplinado, y ayudó a propagar los puntos de vista de Lenin en la prensa clandestina local.
No fue lo suficientemente prominente, sin embargo, para asistir a la reunión que fundó la Organización Bolchevique Georgiana en 1904 ni al tercer congreso nacional del Partido Socialdemócrata en abril de 1905.
En junio de 1904 se casó con Yekaterina Svanidze, una joven campesina.
El feliz matrimonio, fue típico de las convencionales uniones que contraían los radicales georgianos, a diferencia de sus colegas rusos. Su esposa murió el 10 de abril de 1907, dejando un hijo, Yakov. Hacia 1905, Dzugashvili llevaba la vida de un típico joven revolucionario de provincia.
La revolución rusa de 1905 aceleró su ascenso y marcó su ingreso a las márgenes del movimiento nacional.
En 1905 estaba encargado de la organización del Partido en Tiflis y era coeditor del periódico de los trabajadores del Cáucaso, con sede en Tiflis. Sus artículos eran fácilmente identificables por su estilo exegético y su defensa feroz del bolchevismo.
Dzugashvili también ayudó a organizar asaltos y expropiaciones de fondos para sostener al Partido. En 1907 trasladó su base a Bakú, donde los trabajadores explotados de la industria petrolera se convirtieron en el principal apoyo de los bolcheviques en todo el Cáucaso.
Durante los siguientes cuatro años, alternó la vigorosa actividad revolucionaria con la cárcel y el destierro en el norte de Rusia. Ingresó en la escena nacional como delegado del Cáucaso en la primera conferencia nacional de los bolcheviques, en Tammerfors, Finlandia, en diciembre de 1905 (en la cual conoció a Lenin); y en abril de 1906 en el IV Congreso ("de Unificación") del Partido Socialdemócrata Ruso en Estocolmo (Suecia).
En abril de 1907 sale de nuevo de Rusia para participar en el V Congreso del POSDR en Londres. Rosa Luxemburgotambién participó en este Congreso en representación de Polonia y Alemania, apoyando las tesis leninistas, excepto en un punto: no estaba de acuerdo con las expropiaciones y asaltos a mano armada que practicaban los destacamentos armados bolcheviques, cuestión en la que los leninistas quedaron en minoría.
Este tema era muy importante, como expuso Lenin, porque formaba parte de la preparación de la insurrección armada.
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De regreso al interior, Stalin se encuentra con que el 3 de junio el gobierno zarista había disuelto la II Duma con la excusa de que los diputados socialdemócratas habían fomentado un complot a mano armada. La mayor parte de los diputados fueron condenados a la deportación y a trabajos forzados. Comenzaron los terribles años de la reacción stolypiana. La primera revolución rusa había terminado con una derrota.
Stalin tiene entonces que combinar el trabajo legal con la clandestinidad, organizando la denuncia de la campaña de intoxicación y creando los primeros núcleos armados de autodefensa que debían hacer frente a las paramilitares Centurias Negras desatadas por el zarismo.
En enero de 1910 Stalin es nombrado delegado del Comité Central y, a pesar de que no había cumplido aún los 30 años, le conceden plenos poderes.
Desde entonces abandona el marco regional del Cáucaso y asume la dirección práctica de toda la organización en el interior de Rusia, en las condiciones más rigurosas de clandestinidad, preparando el traslado al interior de las tareas organizativas del POSDR.
Pero no puede cumplir esta misión porque en marzo es otra vez detenido y enviado a prisión.
En diciembre de 1911, Stalin fue deportado a Vologda. En enero de 1912, los bolcheviques celebran la VI Conferencia Nacional del POSDR en Praga, expulsan a los mencheviques y eligen un nuevo Comité Central. Stalin es escogido para dirigir el trabajo clandestino en Rusia.
En marzo de 1912, Dzugashvili, habiendo escapado del destierro, llega a San Petersburgo y ayuda a organizar Pravda, el nuevo periódico de los bolcheviques, que apareció por primera vez el 5 de mayo de 1912.
Asistió a reuniones partidarias en Cracovia a finales de 1912 y se reunió con Lenin en Viena en enero y febrero de 1913 para escribir, por encargo de éste, un importante estudio, El marxismo y la cuestión nacional, que formuló la posición de los bolcheviques sobre las minorías nacionales.
De Viena viaja a París, donde imprime las conclusiones de la reunión del Comité Central y, finalizado su trabajo, regresa clandestinamente en febrero a Petersburgo para reorganizar con Sverdlov la publicación de Pravda conforme a los debates mantenidos en el Comité Central.
Tampoco esta vez la policía zarista concede facilidades: detiene a Stalin gracias a una de las peores infiltraciones que padecieron los bolcheviques, la del presidente de su grupo parlamentario Malinovski.
Con Stalin cae detenido también Sverdlov. Años después Malinovski fue desenmascarado como confidente y los bolcheviques fueron objeto de una dura campaña difamatoria, tanto por parte de la prensa como de los mencheviques, pretendiendo así ocultar que la policía sólo se infiltra en las organizaciones revolucionarias para desmantelarlas, mientras apoya y sostiene a los reformistas y colaboracionistas.
Stalin es desterrado a Krasnoiarsk, de ahí a la región de Turujansk y finalmente a Kureika, dentro del círculo polar ártico, de donde ya no podrá fugarse. Cuatro largos años permanecerá deportado, aunque en diciembre de 1916 lo trasladan de nuevo a Krasnoiarsk, de donde saldrá gracias a la revolución de febrero de 1917
Stalin en 1917
La abdicación del zar el 15 de marzo de 1917, llevó a Rusia a un caos social y político aún mayor. Tras regresar del exilio a Petrogrado el 25 de marzo de 1917, Stalin se une a la redacción de Pravda, entonces dirigida por Lev Kamenev.
Pero sus posiciones políticas, tras varios años de destierro, no responden a las necesidades de la revolución en aquel momento.
Stalin, como el resto de la dirección bolchevique en el interior, continúa hablando de "república democrática" y de "presionar" al gobierno provisional para exigirle la apertura inmediata de negociaciones de paz. Stalin estaba anclado en el pasado, mientras las posiciones leninistas habían dado un salto adelante gigantesco, lo mismo que toda la situación, interna e internacional.
Sin embargo, tras el regreso de Lenin a Rusia en abril, Stalin acepta el punto de vista de éste sobre la necesidad de derrocar el gobierno interino ruso, el retiro de la guerra, y la revolución social. Además de su intensa labor partidaria, continúa como editor de Pravda, ayuda a organizar el exilio provisional de Lenin después del abortado levantamiento de julio, representa (junto con Sverdlov, Molotov y Ordzhonikidse) a Lenin y preside el VI Congreso (clandestino) del Partido Bolchevique, del 26 de julio al 3 de agosto en Petrogrado.
Este congreso diseñó los planes para derrocar el gobierno provisional burgués que había removido al zar en febrero de 1917 pretendiendo levantar las exigencias de obreros, campesinos y soldados por "paz, pan y libertad", pero que trabajaba secretamente por mantener a Rusia en la guerra y por la restauración de la monarquía.
Stalin apoya totalmente a Lenin en los grandes debates partidarios de septiembre y octubre, incitando a la toma bolchevique del poder. Cuando se toma la decisión de derrocar al gobierno provisional, Stalin es escogido por Lenin para dirigir el centro del Partido que lidera el levantamiento.
Stalin, protagonista directo de aquellos hechos y más ecuánime juzgando a Trotski de lo que la propaganda imperialista nos ha presentado, narraba así el papel de Trotski en aquellas jornadas: "Estoy lejos de negar el papel indudablemente importante desempeñado por Trotski en la insurrección.
Pero debo decir que Trotski no desempeñó, ni podía desempeñar, ningún papel particular en la insurrección de octubre, y que, siendo presidente del Soviet de Petrogrado se limitaba a cumplir la voluntad de las correspondientes instancias del Partido, que dirigían cada uno de sus pasos".
Más adelante añade: "Trotski peleó bien en el periodo de octubre. Pero en el periodo de octubre no sólo Trotski peleó bien; ni siguiera pelearon mal gentes como los eseristas de izquierda, que entonces marchaban hombro con hombro con los bolcheviques.
Debo decir, en general, que en el periodo de la insurrección triunfante, cuando el enemigo está aislado y la insurrección se extiende, no es difícil pelear bien.
En esos momentos hasta los elementos atrasados se hacen héroes. Pero la lucha del proletariado no es una ofensiva continua, una cadena de éxitos constantes. La lucha del proletariado tiene que pasar también por sus pruebas y sufrir sus derrotas.
Y verdadero revolucionario no es quien da muestras de valor en el periodo de la insurrección triunfante, sino quien, peleando bien cuando la revolución despliega una ofensiva victoriosa, sabe asimismo dar muestras de valor en el periodo de repliegue de la revolución, en el periodo de derrota del proletariado; quien no pierde la cabeza y no se acobarda ante los reveses de la revolución, ante los éxitos del enemigo; quien no se deja llevar del pánico ni cae en la desesperación en el periodo de repliegue de la revolución".
Stalin durante los primeros años del régimen soviético
En el nuevo régimen soviético, establecido el 7 de noviembre de 1917, Stalin recibió el relativamente poco importante cargo de comisario (ministro) de las nacionalidades, que conservó en los siguientes cinco años.
En esta función dictó decretos, manejó los asuntos de las minorías nacionales en Rusia, y ayudó a diseñar las primeras constituciones soviéticas de 1918 y 1924.
Como muchos de los otros líderes, se encargó de diversas posiciones tras el estallido de la guerra civil en junio de 1918, entre ellas las de inspector general del Ejército Rojo y comisario político. Con Grigori Ordzhonikidze, también georgiano, inició, en febrero de 1921, la reconquista de Georgia independiente.
Stalin desempeña un destacado papel en la guerra civil. Junto a Sverdlov, Stalin asesoró a Lenin en los planes de defensa y participó en los combates como comandante en varios frentes.
En junio se desplazó a Zaritsin para restablecer el avituallamiento del Ejército Rojo del sur. Luego aquella ciudad recibió por ello el nombre de Stalingrado. En mayo de 1919 asumió el mando del Ejército Rojo en Petrogrado para frenar la ofensiva contrarrevolucionaria de Yudénich.
En junio dirigió también el consejo militar revolucionario del frente oeste y en septiembre le nombraron presidente del consejo militar revolucionario del frente sur, donde derrota al ejército reaccionario de Krasnov.
El 24 de marzo de 1919, Stalin se casó por segunda vez, con Nadezhda Aliluyeva, la hija de 18 años de un viejo amigo y revolucionario georgiano, Sergo Aliluyev. Con ella tuvo dos hijos: Vasili (1919) y Svetlana (1925).
Después de terminarse la guerra civil y de entrar en el periodo de edificación pacífica de la economía, no había ya razón para mantener en pie el severo régimen del comunismo de guerra, impuesto por las circunstancias de la guerra y del bloqueo.
La reanimación de la industria constituía una tarea de primerísimo orden, pero no era posible lograr esto sin interesar en ello a la clase obrera y a sus sindicatos. Se produjo en el seno del Partido un nuevo debate, en el que se pusieron de manifiesto las erróneas concepciones de Trotski acerca del papel de los sindicatos en la sociedad socialista.
Mientras Trotski era partidario de imponer una burocracia militarizada sobre los sindicatos, Lenin y Stalin eran partidarios de que se organizaran de manera democrática.
El 8 de marzo de 1921, inauguró sus tareas el X Congreso del Partido. El Congreso hizo el balance de la discusión sobre los sindicatos y aprobó por una mayoría aplastante la plataforma leninista.
En su discurso de apertura del Congreso, Lenin declaró que esta discusión representaba un lujo intolerable. Señaló que el enemigo hacía su juego con la lucha intestina y la discordia dentro del Partido Comunista.
(Stalin junto a Vladimir Lenin, en la foto de la derecha)
El X Congreso consagró una atención especial al problema de la unidad del Partido, ordenando la inmediata disolución de todos los grupos fraccionales; bien entendido que el incumplimiento de los acuerdos del Congreso acarrearía la expulsión indiscutible e inmediata del Partido.
El X Congreso tomó también el importantísimo acuerdo de pasar a la nueva política económica (NEP). Aunque la NEP fue un retorno parcial a la economía de mercado, y permitió un cierto desarrollo de la pequeña burguesía y de los pequeños propietarios en el campo, aseguró una sólida alianza económica entre la clase obrera y los campesinos para la edificación del socialismo.
En marzo de 1922 se reunió el XI Congreso del Partido, en el cual José Stalin fue nombrado Secretario General, cargo desde donde despliega un metódico trabajo de organización y dedicación a las tareas administrativas del mismo en una etapa muy difícil por la incorporación masiva de miles de nuevos militantes revolucionarios sin experiencia política.
Fue Comisario del Pueblo para el Control del Estado entre los años 1919 y 1923, encargado de reestructurar la administración pública y el funcionamiento de los nuevos servicios públicos.
En mayo de 1922 Lenin sufrió la primera hemorragia cerebral. Mientras estaba incapacitado, Zinoviev, Kamenev y Stalin se hicieron cargo del Partido y el gobierno.
La construcción del socialismo
El 21 de enero de 1924, tras larga enfermedad que lo inmovilizó totalmente, Lenin deja de existir. Stalin, junto con Zinoviev y Kamenev, fue elegido para la máxima responsabilidad en la dirección del Partido y en el gobierno del país.
Al interior de la dirección bolchevique había varias facciones. Lenin había combatido igualmente a los derrotistas mencheviques y colaboradores de clase cuando eran del mismo partido. Ahora, la dirección de Stalin enfrentaba el mismo reto, con bazas más altas: el futuro de la primera república obrera y campesina.
Stalin sostuvo el legado de Lenin frente al sectarismo de izquierda de Trotski y contra la desviación de derecha, apoyada por otros que no creían que la revolución pudiera triunfar en la construcción del socialismo y que estaban dispuestos a capitular ante la reacción local e internacional.
No había otra alternativa. La Guardia Blanca y los ejércitos intervencionistas extranjeros habían sido aplastados en la guerra civil pero el gran levantamiento en los otros bastiones imperialistas, que predecían los trotskistas como condición para el socialismo, no ocurrieron.
El levantamiento revolucionario en Alemania y Hungría fue ahogado en sangre. Se habían fundado partidos comunistas en el movimiento obrero de Europa y el resto del mundo pero la socialdemocracia prevalecía.
Como Stalin escribió en 1927, "nuestros hermanos de Europa occidental no quieren aún tomar el poder, y estamos obligados a hacer lo mejor que podamos con nuestros propios medios".
Al frente del Estado socialista, ante el descenso de la productividad agraria a finales de la década de los 20, Stalin reaccionó con el abandono de la NEP y el inicio en 1929 de un programa de colectivización acelerada, dirigida contra los kulaks (campesinos ricos).
(Stalin junto a León Trotski, en la foto )
En respuesta, muchos hacendados quemaron sus cosechas para evitar la incautación del Estado, pero la política socialista del gobierno acabó imponiéndose en medio de una áspera lucha de clases en la que participaron millones de campesinos hambrientos.
El proceso de industrialización desarrollado durante la década de 1930 fue un éxito extraordinario que elevó a la URSS al nivel de otras potencias industriales. La industrialización sacó a Rusia de un atraso económico de varias décadas con respecto a las grandes potencias occidentales, y de paso demostró la validez de las teorías comunistas.
Supuso la construcción en la década de los treinta de un gran número de grandes fábricas, altos hornos, embalses y refinerías de petróleo. El objetivo era incrementar año tras año la producción, no sólo cumpliendo sino aun superando los planes quinquenales fijados desde el gobierno.
El paro desapareció y los obreros espontáneamente comenzaron a trabajar los sábados gratuitamente para ampliar el bienestar de toda la sociedad.
La agricultura fue colectivizada y los codiciosos kulaks fueron liquidados como clase.
Se establecieron inmensas industrias nuevas en toda la Unión Soviética, el país fue electrificado, se estableció la educación universal y un servicio nacional de salud que fue la envidia del resto del mundo.
En los años 30, mientras el mundo capitalista se tambaleaba al borde del colapso económico y las clases dominantes en ciertas partes de Europa establecían dictaduras bajo la forma del fascismo, la Unión Soviética acababa con el desempleo y establecía una constitución que le garantizaba a cada ciudadano soviético trabajo, educación, ciencia y cultura.
Stalin fue un gran revolucionario y un gran organizador. Pero también fue un notable popularizador del pensamiento marxista-leninista e hizo algunas contribuciones importantes a la ciencia del socialismo.
Su desarrollo de la teoría marxista-leninista de la cuestión nacional sentó las bases para los cambios revolucionarios que transformaron al Imperio zarista, que era una cárcel de pueblos, en una Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas en la cual cada uno, sin importar nacionalidad, credo o cultura, vivía en igualdad y armonía.
Los Fundamentos del leninismo de Stalin, escritos en 1924, siguen siendo la mejor introducción al marxismo-leninismo.
En defensa de la URSS
En los años 30, la guerra se sentía cerca. Los fascistas, los elementos más agresivos de la clase dominante alemana e italiana, se preparaban para la guerra.
Los soviéticos sabían que se desataría otra agresión. O todos los imperialistas se unirían contra ellos, como en la Guerra Civil, o algunos de ellos atacarían, como eventualmente ocurrió.
Esto hizo que el afán de industrializar el país fuera mayor.
Stalin lo planteó así en 1931: "¿Estáis dispuestos a que nuestra patria socialista sea vencida y pierda su independencia? ...Estamos entre cincuenta y cien años por detrás de los países avanzados.
Tenemos que salvar esa separación en diez años. ¡O lo hacemos, o acaban con nosotros!".
Mientras el Partido dirigía la campaña por la producción, otros al interior de la dirección conspiraban por la caída de la Unión Soviética.
La burguesía no cesaba en su empeño de volver hacia el pasado y ponía en juego todas sus armas.
El 1 de diciembre de 1934, el dirigente bolchevique Serguéi Kirov fue asesinado, destapándose una tupida red de oportunistas y especuladores con estrechos vínculos con los imperialistas extranjeros. Miles de ellos, incluso infiltrados dentro del Partido y en puestos dirigentes del nuevo Estado, fueron detenidos y enviados a los campos de trabajo.
Aunque mucho se ha especulado, las cifras reales fueron hechas públicas en 1990 por dos historiadores soviéticos que tuvieron acceso a los archivos de la Seguridad del Estado.
De acuerdo con Zemskov y Dugin, en 1934 había 510.307 personas en los campos de trabajo, entre prisioneros comunes y políticos. El número de prisioneros políticos osciló entre 127.000 en 1934 y un máximo de 500.000 durante 1941 y 1942, en plena guerra.
De 1936 a 1939 la cifra de presos se había elevado a 839.406 y a 1'317.195 respectivamente.
El número mayor de detenidos en los campos de trabajo en la época de Stalin fue en 1951 cuando llegaron a ser 1'948.158.
La mayoría eran delincuentes comunes. Los sentenciados por delitos políticos totalizaban 579.878.
La mayoría de ellos colaboradores de los nazis. 334.538 fueron declarados culpables de traición.
Para poner esto en perspectiva, la población de la Unión Soviética en 1939 era de 170 millones. Debe notarse también que en época de Jruschov, el líder soviético que más hizo para denigrar y ensuciar la memoria de Stalin, la población en los campos de trabajo aún era de unos dos millones.
Las masas cerraron filas alrededor del Partido. En 1935, un minero del carbón, Alexei Stajanov, sobrecumplió su meta de trabajo en un 1.400%, dando inicio al movimiento stajanovista, en el que millones de trabajadores emularon entre sí para cumplir y superar las metas establecidas en los planes quinquenales, elevando dramáticamente el nivel de vida y la capacidad de defensa del pueblo soviético.
La gran guerra contra el fascismo
La Unión Soviética se esforzó en prevenir a las potencias occidentales del ataque que se les vendría encima, proponiendo a sus gobiernos respectivos la necesidad de establecer acuerdos internacionales de seguridad colectiva con el fin de frenar la expansión fascista.
Pero estos países, si bien nunca cerraban el camino de las conversaciones, no hacían sino tratar de alargarlas lo más posible con objeto de utilizarlas para presionar a Hitler con la amenaza de un cerco y una poderosa alianza contra Alemania.
Finalmente, la Unión Soviética firmó un pacto de no agresión con los alemanes en 1939, evitándole al pueblo soviético los horrores de la guerra por dos años más. La máquina de guerra nazi invadió Europa occidental y luego dirigió su ataque contra la tierra de los Soviets en 1941.
Hitler y la Wehrmacht creían que la Unión Soviética iba a caer como un castillo de naipes bajo su guerra relámpago. Esperaban que las masas soviéticas recibieran a los nazis con los brazos abiertos como sus liberadores. Lo que encontraron fue una resistencia feroz.
Cuando los ejércitos alemanes atacaron a la URSS en junio de 1941, Stalin tomó personalmente el mando de la fuerzas armadas soviéticas.
Con la ayuda de un pequeño comité de defensa (gabinete de guerra), tomó las principales decisiones militares, políticas y diplomáticas durante la guerra. Persiguió la victoria con habilidad, determinación y coraje crecientes, permanenciendo en el Kremlin cuando los ejércitos de Hitler estaban a las puertas de Moscú, ordenando una fantástica evacuación de las plantas industriales de la Rusia europea al oriente, consiguiendo recursos de las potencias occidentales, seleccionando cada vez más comandantes militares de primer orden, y desarrollando una estrategia militar cada vez más efectiva, incluyendo las notables contraofensivas de Moscú, Stalingrado y Kursk.
Levantó la fuerza y la moral de su pueblo apelando a sus sentimientos patrióticos y religiosos tradicionales, y conduciendo correctamente la complicada diplomacia de las conferencias de Teherán, Yalta y Postdam.
Los jóvenes soviéticos en el Ejército Rojo, los partisanos, y los trabajadores de fábricas y campos, se unieron al Partido en defensa de su patria soviética. Más de 20 millones murieron en la lucha.
El Ejército Rojo aplastó el poder del ejército nazi en una lucha épica de sacrificio, sufrimiento y heroísmo, que terminó en 1945 con la toma de Berlín y el Führer nazi muerto por sus propias manos en su búnker.
La derrota de la Alemaniza nazi y del imperio japonés se debió en gran medida a los esfuerzos de la Unión Soviética, un hecho reconocido por los políticos británicos y norteamericanos en esa época, pero echado al olvido en cuanto finalizó la guerra.
La victoria soviética sólo fue posible gracias a las medidas tomadas bajo la dirección de Stalin en los años 30. Sin una rápida industrialización, la Unión Soviética no hubiera podido resistir los golpes de los invasores nazis. Sin las purgas, los nazis hubieran encontrado muchos colaboradores. La derrota del fascismo fue el mayor logro de la dirección de Stalin.
La alternativa, un mundo dominado por Hitler e Hirohito, hubiera llevado a la humanidad a un retroceso de cientos de años.
Los últimos años de Stalin presenciaron el impulso de la reconstrucción en un mundo de posguerra bastante diferente. En Europa oriental el socialismo había triunfado y en Asia se había levantado el pueblo chino, ganando su propia guerra civil y estableciendo la República Popular China en 1949.
Las llamas de la revolución se habían extendido a Corea y Vietnam. El pueblo de África y Asia rompía las cadenas del colonialismo europeo. Y la Unión Soviética era capaz de contener las amenazas de los imperialistas, ahora dirigidos por los Estados Unidos.
En una década los soviéticos igualaron su tecnología de cohetes y bombas.
José Stalin murió el 5 de marzo de 1953. El pueblo de la Unión Soviética fue sacudido por la tristeza. Los dolientes formaron una columna de 16 en fondo y diez millas de largo, que marchó por las heladas calles de Moscú para despedir a Stalin. Cientos de millones de personas en todo el mundo rindieron homenaje al dirigente soviético.
El legado de Stalin
De entre los revolucionarios ninguno ha dejado un balance comparable al suyo: a su Patria de adopción, Rusia, la convirtió en la gran potencia que había dejado de ser por los devaneos y las extravagancias de los últimos zares, recuperando casi todos los territorios perdidos por culpa de Nicolás II (incluidos los que Lenin hubo de abandonar en el tratado de Brest-Litovsk, 1918); formó un bloque de estados, encabezados por Rusia, que abarcaba casi el tercio de la humanidad, desafiando al imperialismo; derrotó a Alemania; legó un país fuerte y próspero, en vías de recuperación de los estragos de la guerra, con una cadena de países asociados.
Pese a las turbulencias de los últimos años (disidencia de Tito, oscilante política en el Oriente medio, dificultades en el avispero coreano), en 1953 había un movimiento comunista mundial de muchos millones de luchadores revolucionarios, unidos, disciplinados, que comulgaban con una ideología, con una fe ardiente en la causa del comunismo, con un espíritu desprendido, altruista, generoso, de pasión y tesón, de empeño, de sacrificio, de abnegación, que, en todo eso, superaba, con creces, a cualquier movilización de masas que haya habido en la historia.
A su muerte dejó también realizaciones palpables y tangibles: estructuras de poder consolidadas; una potente industria moderna; un eficiente sistema de planificación económica que había pulverizado los pronósticos de los agoreros; un edificio legislativo avanzado, fundamentado en la constitución de 1936; un bloque político-militar del Elba a la península Indochina que -pese a su aplastada inferioridad tecnológica, científica, industrial, económica, y armamentística frente a la apabullante superioridad imperialista- podía tener en jaque a los enemigos y defender con éxito la paz y la posibilidad de seguir construyendo la nueva sociedad más igualitaria y menos injusta.
Stalin no estableció el régimen de partido único en Rusia. Ese régimen surgió de la durísima guerra civil de 1918-22.
Cuando, tras la 2ª guerra mundial, Stalin pudo imponer un rumbo determinado a la mayor parte de los estados de Europa oriental, quiso que no hubiera allí partido único.
En la áspera lucha intestina del Partido bolchevique, Stalin no fue ni tierno ni benigno hacia las fracciones que quedaron en minoría (ni más ni menos que como seguramente habrían obrado los jefes de esas fracciones si hubieran obtenido la mayoría).
Las revoluciones no son suaves ni risueñas para los revolucionarios.
De esos episodios, de las duras purgas del decenio de 1930-40, surgió la leyenda negra de un Stalin tirano, odiado y temido por sus súbditos.
Los historiadores pueden aferrarse, cada uno, a sus prejuicios, a sus puntos de vista sesgados, a sus convicciones irracionales, mas tienen que contrastar todo eso -gústeles o no- con los datos de los archivos, con las exploraciones del terreno, con los métodos científicos de inspección de los restos materiales, fuentes que ahora son libremente exploradas y explotadas, contribuyendo a disolver la leyenda negra como se disuelve un azucarillo en el agua del mar.
Stalin sale victorioso de esa confrontación. Ya no volverá a tener fervorosos e incondicionales seguidores; ya su nombre no llevará al heroísmo y al sacrificio de la vida por una causa justa a miles de luchadores; ya no suscitará desbordamientos de amor colectivo rayano en la histeria.
Sus obras no serán estudiadas con esa mezcla de fe, razón y emoción que jamás han podido recabar las escrituras de ninguna religión, ni la Biblia ni el Corán, ni los dichos del Buda ni los libros sibilinos.
Y es que, a diferencia de todos esos escritos, los de Stalin inspiraban no sólo creencia, sino también convicción argumentada. La revelación estaba basada en la inferencia.
Todo eso pasó y no volverá. No volverá nunca nada comparable a aquella monolítica congregación intercontinental de los combatientes del comunismo científico y de la revolución proletaria mundial.
Ni siquiera volverá Rusia a las fronteras de 1905, que Stalin logró aproximadamente restituirle.
Pero sí volverá el prestigio de Stalin como un hombre de progreso y un estadista inteligente y hábil, como un racional planificador, como una persona de hondas convicciones, de pasión por una causa; pero también alguien sensato, prudente, realista, que desconfiaba de los soñadores y de aquellos para los que las cosas son fáciles.
En los años siguientes, gran parte del trabajo de Stalin fue desbaratado.
Elementos revisionistas y corruptos que habían accedido subrepticiamente a la dirección empezaron a atacar los logros de Stalin y lo construído bajo su liderazgo. Abrieron así el camino a los traidores ocultos que llegaron a la cima y dirigieron la contrarrevolución que destruyó la Unión Soviética en 1990.
La Unión Soviética se ha disuelto. Las antiguas repúblicas soviéticas, incluyendo a Rusia, están dirigidas por camarillas pro-capitalistas salidas casi en su totalidad del corrupto aparato de Partido que floreció tras la muerte de Stalin. Los obreros y campesinos viven en una pobreza desconocida desde los días del zar. Las ciudades están dominadas por mafiosos y especuladores, y las relaciones feudales están regresando a muchas de las áreas rurales.
Pero la memoria de Stalin está de regreso en Rusia y las otras repúblicas. Todos los genuinos movimientos comunistas defienden su nombre.
Los viejos, que vivieron bajo el liderazgo de Stalin, llevan su retrato en las manifestaciones.
Nadie lleva afiches de Jruschov ni de Brezhnev. El traidor Gorbachov es una de las personas más despreciadas en Rusia.
Si queremos comprender el fenómeno Stalin, lo primero que tenemos que preguntarnos es: ¿cuál fue el contexto social de ese hombre, es decir, qué mundo le tocó a él vivir?
La respuesta, en unas cuantas palabras, es básicamente la siguiente: la horrenda realidad del zarismo, la protesta espontánea y desprotegida frente a la miseria y la injusticia, la vida en la clandestinidad, el destierro y la permanente y agobiante labor política, las abrumadoras desgracias personales, la paciente labor constructiva de organización, la infausta guerra civil, la lucha encarnizada por la orientación del nuevo país y la destrucción de la oposición, los terribles y agotadores procesos de nacionalización de la tierra e industrialización a marchas forzadas, las grandes purgas de infiltrados, espías y enemigos potenciales, las colosales tensiones del frente diplomático, la más cruenta guerra de todos los tiempos y la necesaria expansión hacia Occidente.
En términos humanos, el espectáculo del cual José Stalin fue testigo es el de alrededor de 60 millones de muertos.
En circunstancias como estas, lo que sólo a un débil mental o a un hipócrita demagogo se le podría ocurrir sería culpar o acusar en forma descontextualizada a un individuo por desenvolverse exitosamente en condiciones tan poco envidiables. Por eso, lo que ya es hora de entender es que, en el fondo, lo horroroso de la vida de Stalin no es su actuación o su persona, sino las circunstancias en las que tuvo que desempeñarse.
Por extraño que ello pueda parecer, Stalin no llegó nunca a ostentar un cargo similar al de jefe de Estado o de posición suprema en la jerarquía gubernamental soviética.
En rigor no hubo en aquella época en la URSS -a tenor de sus sucesivas constituciones- ningún cargo individual de jefatura estatal, ningún Presidente de la Unión o Primer Magistrado, porque esa función fue asumida por un órgano colegiado, el Presidium del Soviet Supremo -según el espíritu colectivista que profesaba el fundador de aquellas instituciones, Vladimir Lenin (inspirado probablemente en el modelo helvético, toda vez que había vivido unos cuantos años exiliado en Suiza).
Ese Presidium, esa presidencia colegiada, elegía un coordinador o presidente (concretamente, Kalinín durante buena parte de la jefatura política de Stalin); ese presidente era, de alguna manera, el nº 1 del Estado. En períodos posteriores Breznev y Gorbachov ocuparon ese puesto ya como jefes del Estado soviético (Jruschov no llegó a serlo).
Lenin sólo había sido primer ministro (presidente del Consejo de Comisarios del Pueblo), y ese mismo cargo lo ocupó Stalin en los últimos años de su vida (antes lo había desempeñado Molotov).
Stalin fue siempre para todos sus seguidores -muchos millones en todo el planeta- 'el camarada Stalin'. Nunca recibió ninguna denominación deferencial o respetuosa (al revés de Mao Tsetung, llamado en China 'el Presidente Mao' desde la Revolución Cultural de 1966). Salvo sus rimbombantes títulos militares ('mariscal y Generalísimo de la Unión Soviética'), ningún nombramiento le incumbía más que provisionalmente.
Y como persona, sobresale por sus propios méritos. En primer lugar, era un hombre valiente.
No muchos se atreverían a escapar completamente solos de las prisiones zaristas del norte de Siberia y a caminar cientos de kilómetros por la estepa helada con el único fin de reincorporarse a la lucha social.
En segundo lugar, Stalin tenía grandes dotes de organizador: congregaciones estudiantiles, células de sabotaje, grupos de resistencia obrera, corporaciones partidistas, órganos de represión, redes diplomáticas, etc., todas esas formas (y muchas más) de acción coordinada se beneficiaron de su destreza. En tercer lugar, Stalin era un hombre con genuinos ideales políticos.
Es evidente hasta para el más despreciable de sus denostadores y calumniadores que ni en sus peores momentos hubiera sido posible «comprar» a Stalin.
Éste pertenecía a esa minúscula familia de humanos formidables que, independientemente de sus convicciones, no están dispuestos a hacer concesiones, no transigen, no negocian, no claudican. Así son los serios y los puros y Stalin era uno de ellos.
En cuarto lugar, Stalin era, en el marco de una perspectiva particular y asumida conscientemente, un hombre de teoría.
Su célebre ensayo sobre las nacionalidades no ha sido en lo esencial superado, sus consideraciones de materialismo histórico son siempre ilustrativas y, aunque limitadas, sus especulaciones sobre las relaciones entre el lenguaje y el pensamiento son magníficas.
Evidentemente no era, en el sentido más purista y estrecho de la expresión, un «académico» (pero ¿qué académico podría organizar un plan quinquenal, dirigir el contraataque en Stalingrado o conducir las negociaciones con Churchill en Teherán?).
La mejor manera de concluir este perfil biográfico, es con las propias palabras de Stalin:
"No son los héroes los que hacen la historia, sino que es ésta la que hace a los héroes; por lo tanto, lejos de ser los héroes los que crean el pueblo, es el pueblo el que crea a los héroes e impulsa el progreso de la historia. Los héroes, los grandes hombres, pueden desempeñar un papel importante en la vida de la sociedad sólo en la medida en que sepan comprender acertadamente las condiciones del desarrollo de la sociedad, comprender cómo modificarlas para mejorarlas". Historia del Partido Comunista (Bolchevique) de la U.R.S.S., Moscú, 1938.
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