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El engaño de las cartas envenenadas con ántrax


WALTER GOOBAR / MIRADAS AL SUR – Un libro recientemente publicado en EE. UU. revela la conspiración que siguió a los atentados del 11-S con el envío de cartas contaminadas con bacterias. Esta maniobra posibilitó la sanción del acta patriótica y legitimó el Estado policial y la invasión a Irak.

Bajo los escombros de las Torres Gemelas quedó sepultada la historia deuna conspiración nacional en torno a las cartas envenenadas con ántrax que permitieron la sanción del Acta Patriótica, que convirtió a los EE.UU. en un Estado policial, según sostiene Graeme MacQueen en el libro El engaño del ántrax, publicado recientemente por la editorial estadounidense Clarity Press.

Especialistas vestidos con inquietantes trajes contra la guerra química y bacteriológica hicieron su aparición en una escena cargada de alarma y paranoia. Realidad o ficción, el hecho es que las cartas con polvo blanco recibidas a lo largo y ancho de EE.UU. paralizaron el funcionamiento de centros neurálgicos de ese país y provocaron una psicosis nacional.

 Pero lo cierto es que desde que surgió el primer caso de ántrax, las autoridades estadounidenses ofrecieron informes contradictorios sobre la naturaleza y el origen de las infecciones, al igual que sobre qué o quiénes estarían detrás de la propagación intencional de la bacteria.

.Al principio del brote los expertos del gobierno informaron que la primera víctima, Bob Stevens, empleado de la compañía American Media Inc. (AMI), en Boca Raton, se había contagiado el virus durante un viaje de caza. En ese momento se dijo que enviar el virus mediante un paquete de correo requería un nivel tal de sofisticación y acceso privilegiado a cultivos de la bacteria que era virtualmente imposible de realizarlo.

.En otra de las contradicciones –o equivocaciones–, el Centro Nacional para el Control de Enfermedades (CDC) informó que otras cinco personas con acceso al edificio de AMI habían dado positivo a la exposición de la bacteria. Poco después, la agencia federal se retractó.

Poco después de los atentados del 11 de septiembre de 2001, se produjo en EE.UU. una serie de ataques con cartas envenenadas con ántrax que dejaron un saldo de cinco muertos y decenas de personas infectadas. Inicialmente se atribuyó este acto terrorista a fundamentalistas musulmanes y sus partidarios y se utilizó el tema para justificar las invasiones de Afganistán e Irak.

También fue utilizado para vencer toda resistencia a la aprobación del Acta Patriótica, que estaba siendo presentada al Congreso de EE.UU.

En octubre de 2001, una de las hipótesis que ganó terreno fue la del agresor doble, la afirmación de que Al Qaeda estaba llevando a cabo los ataques con el apoyo de Irak, pero los científicos independientes descubrieron que las esporas de ántrax provenían de un laboratorio nacional en EE.UU. que sirve a las comunidades militares y de inteligencia; no de Al Qaeda o Irak.

A continuación, el FBI rápidamente afirmó que un individuo era responsable de los ataques y comenzó ruidosamente en busca de este “lobo solitario”. En 2008, la pesquisa señaló al doctor Bruce Ivins, que había estado trabajando en una vacuna contra el ántrax en el Instituto de Investigación Médica del Ejército de EE.UU. (Usamriid) en Fort Detrick, en Maryland, como el “asesino del ántrax”. Aunque el FBI sigue comprometido con la hipótesis de Ivins, el caso se fue desintegrando en los últimos tres años.

Como resultado del acoso por parte del FBI, Ivins se suicidó, pero su caso revela que el programa para uso del ántrax como arma bacteriológica había pasado a la clandestinidad cuando Nixon ordenó la destrucción de las armas biológicas en 1969, pero que durante la década del ’90 la CIA estuvo directamente involucrada en el desarrollo de dos programas clandestinos con ántrax como arma y un método de promover la dispersión a través de la adición de silicio a las esporas. El libro de MacQueen presenta un cúmulo de evidencias para sostener las siguientes conclusiones:

.Los ataques con ántrax fueron llevados a cabo por un grupo de autores, no por un “lobo solitario”. Los ataques fueron, por lo tanto, el resultado de una conspiración, por definición, un plan por dos o más personas, hecho en secreto y que resulta en un acto ilegal.

.El grupo que llevó a cabo este crimen contaba con información privilegiada dentro del aparato estatal estadounidense.

.Estos insiders fueron las mismas personas que planearon los ataques del 11-S.

Los ataques con ántrax fueron decisivos para facilitar la toma del poder absoluto por parte del Poder Ejecutivo del gobierno a través de la intimidación de la sociedad civil y el Congreso de Estados Unidos. 

Los ataques fueron diseñados para lograr la redefinición de la política exterior, la sustitución de la Guerra Fría con un nuevo y agresivo escenario de conflicto mundial, la Guerra Global contra el Terror.

Los ataques con ántrax se produjeron en un momento crucial en la historia de EE.UU. MacQueen sostiene que no era en absoluto necesario definir los eventos del 11-S como un acto de guerra. En efecto, a la luz del hecho de que ningún Estado parecía haber llevado a cabo los ataques, era francamente peculiar llamarlo un acto de guerra, como lo fue peculiar para EE.UU.

Sin embargo, no sólo se declaró el estado de guerra, sino que el 26 de octubre George W. Bush firmó el Acta Patriótica.

Entre los blancos de las cartas con antrax se encontraban dos senadores demócratas, Thomas Daschle y Patrick Leahy, que se mostraban críticos a la sanción del Acta Patriótica.

Durante ese mismo mes, Bush dio su aprobación a la primera ley de espionaje interno por la NSA, que implicó el fin del derecho a la privacidad y de las garantías individuales.

El primer ataque militar contra Afganistán tuvo lugar dos días después de la muerte de la primera víctima del ántrax: Robert Stevens murió por inhalación de ántrax en la Florida, y en ese momento ya se estaba preparando la invasión de Irak.

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