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La otra historia de Siria

 En el momento de abandonar la escena, la secretaria de Estado Hillary Clinton defendió su trabajo en una entrevista concedida al New York Times [1]. 
 
Y como complemento, agregó varias confidencias deslizadas en «off» a los periodistas, que a su vez las incluyeron en un artículo aparte [2].

Preocupada por conservar sus posibilidades para la elección presidencial de 2016, la señora Clinton se esforzó en hacer recaer sobre el presidente Barack Obama la responsabilidad de su propio fracaso en Siria. 
 
Al cabo de 2 años de guerra secreta, los grupos armados que debían justificar una intervención de la OTAN, o incluso derrocar ellos mismos el régimen sirio, han perdido su aureola de «revolucionarios» y se han ganado la reputación de fanáticos. 
 
El presidente Bachar al-Assad, quien se mantiene vivo y en su puesto, se ha hecho más ineludible que nunca. La diplomacia estadounidense, que constantemente anunciaba la «caída del tirano» para la próxima semana, se ha puesto en ridículo. 
 
Mientras que Rusia y China, después de abofetear por 3 veces al Departamento de Estado con sus vetos en el Consejo de Seguridad de la ONU, son las grandes ganadoras.

Todo ello se debe, según la secretaria de Estado saliente, a que no se hizo lo que ella proponía. Junto al director de la CIA David Petraeus –su ex enemigo convertido en su aliado–, Hillary Clinton había presentado a la Casa Blanca, a fines de junio de 2012, un plan de apoyo militar a los grupos combatientes. 
 
Pero el presidente Obama, preocupado únicamente por su propia reelección, rechazó cobardemente ese programa y favoreció el Comunicado de Ginebra negociado por Kofi Annan.

Se trataba de retomar el control del asunto ya que los subcontratistas (Francia, Reino Unido y las monarquías del Golfo) lo estaban haciendo mal. 
 
Esos países recurrieron a impresentables yihadistas.
 
 La secretaria de Estado trabajaba, por el contrario, para «crear una oposición legítima que hubiese servido, a través de negociaciones, para deslegitimar al presidente al-Assad».
 
 Para arreglar los errores de los subcontratistas, la señora Clinton había propuesto que Estados Unidos armara y dirigiera directamente a los grupos combatientes.

Al comparecer ante la Comisión de Servicios Armados del Senado, el general Martin Dempsey, jefe del Estado Mayor, confirmó la existencia de ese plan. 
 
Y agregó que tanto él como el secretario de Defensa Leon Panetta era favorables a dicho proyecto.

La verdad es menos elegante. 
 
Al admitir que trabajó para derrocar el gobierno sirio mediante la creación de «una oposición legítima», o sea «democrática y multiconfesional», la señora Clinton reconoce que esa oposición no existía ni existe hoy en día. Mejor aún, reconoce que la legitimidad estaba y sigue estando del lado del presidente al-Assad.

Al hacer que se publique que ella presentó en junio un plan de intervención al presidente Obama, la señora Clinton reconoce que ella siempre se opuso al Comunicado de Ginebra. 
 
Y todo indica que quienes lo sabotearon en aquel momento fueron, efectivamente, ella y David Petraeus. Contrariamente a lo que ella declara, las preocupaciones electorales de Barack Obama no lo llevaron a rechazar ese el plan. 
 
Más bien lo llevaron a no tomar medidas inmediatas contra los saboteadores del Comunicado de Ginebra. Lo que hizo la Casa Blanca fue esperar hasta después de la reelección de Obama para forzar la demisión del general Petraeus. 
 
Y es posible que también haya hecho algo para neutralizar a Hillary Clinton y mantenerla durante todo un mes lejos del Departamento de Estado.

Las revelaciones del general Dempsey sobre su propio apoyo, y el de Leon Panetta, al plan de injerencia de la señora Clinton son también una manera de protegerse.
 
 Sólo que, al tener responsabilidades diferentes, la señora Clinton y el general Dempsey no “abren el paraguas” de la misma manera. 
 
Declarar que ellos estaban dispuestos a intervenir equivale a mostrar que no son ellos los responsables del fiasco en Siria. 
 
Pero el hecho es que fueron ellos, después de los vetos rusos y chinos, quienes validaron la tesis de que era posible derrocar el gobierno sirio recurriendo masivamente al uso de los Contras.

En todo caso, el hecho mismo de que los dirigentes salientes en Washington estén tratando de justificarse viene a confirmar que Washington ya ha pasado la página. 
 
Obama cambia de equipo y también de política.
 
por Thierry Meyssan 

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