
La sentencia no la dio ni un analista, ni un gurú.
Salió de la boca del belga Jacques Rogge, poco antes de cumplir en el
mes de julio su décimo año como presidente del Comité Olímpico
Internacional, cuando fue interrogado por un diario español sobre el
futuro del movimiento atlético.
De la época de su antecesor, el español Juan Antonio Samaranch,
heredó el fenómeno del dopaje y la entrada del deporte profesional en el
seno del COI.
Desde entonces, las autoridades olímpicas han tenido que
cerrar filas junto a las federaciones internacionales y otras entidades,
para enfrentar un nuevo flagelo: las apuestas y los arreglos.
Noticias de escándalos, sanciones y sospechas relacionadas con
apuestas ilegales en el fútbol, el tenis o el baloncesto, por citar solo
algunos deportes, son cada vez más frecuentes en los medios de
comunicación de todo el planeta.
En una reunión organizada a principios de año por el COI, Rogge
reconoció que según datos ofrecidos por la Interpol, el negocio de las
apuestas ilegales en el deporte mueve alrededor de 140 000 millones de
dólares anualmente.
Y lo peor es que detrás de cada «jugada» se esconde
el rostro de mafias muy bien organizadas.
El mejor disfraz
Los problemas de corrupción en el deporte no son nuevos.
Como una de
las grandes referencias en la memoria colectiva perdura el escándalo que
sacudió a las Grandes Ligas del béisbol estadounidense en 1911.
Ese año, ocho jugadores de los Chicago White Sox fueron expulsados de
por vida del béisbol por aceptar sobornos para perder intencionalmente
la Serie Mundial que jugaron frente a los Cincinnati Reds.
Mucho ha llovido desde entonces, y no pocos atletas, federativos o
árbitros han interpretado los papeles de villanos en nuevas historias.
Lo novedoso ha llegado con el nacimiento de las casas de apuestas en
Internet, que se encargan de gestionar el mayor volumen de transacciones
de este tipo.
Y estas también reciben su castigo.
Por eso la casa Beltfair, una de las más conocidas, decidió anular
todas las apuestas de un partido de tenis en los octavos de final del
torneo de Sopot, entre el argentino Vasallo Argüello, número 87 del
ranking por esos días, y el ruso Davydenko, en la cuarta posición.
Tras ganar el primer set y caer en el segundo, el ruso decidió
retirarse por una supuesta lesión, justo cuando se recibía un volumen
inexplicable de apuestas a favor de la victoria del argentino.
A partir de ese momento, la colaboración entre las casas de apuestas
con las diferente federaciones internacionales se ha hecho muy estrecha,
e incluso el vínculo se extiende hasta los organismos encargados de
perseguir y castigar tales prácticas.
Sin embargo, algunos casos deben haber pasado inadvertidos.
En otros
solo con el paso del tiempo se han conocido tejes y manejes, como
sucedió con el árbitro alemán Robert Hoyzer, quien en 2005 confesó haber
ayudado a una red de mafias que controlaban apuestas a través de
Internet para amañar partidos de la Champions, la entonces Copa UEFA, y
de algunos juegos entre selecciones.
La más reciente mancha apareció en el Calcio italiano, donde el
equipo Atalanta fue castigado con seis puntos antes de comenzar la
presente campaña, al verse involucrado en fraudes relacionados con las
apuestas.
En la misma trama fueron castigados el capitán del Bergamo, Cristiano
Doni, y el portero del Benevento, Marco Poloni, aunque el más
sobresaliente de los acusados fue el ex internacional italiano y ex
capitán del Lazio, Giuseppe Signori, suspendido por cinco años.
A la caza
Al ex director ejecutivo de INTERPOL, Chris Easton, le ha encargado
la FIFA dirigir la lucha desde ese organismo contra las especulativas
apuestas.
«Nos encontramos en estado
de guerra», dijo recientemente a la prensa el australiano, quien
contará con un fondo inicial de 20 millones de euros para establecer una
oficina de información anónima el próximo año.
También ofrecerá un
programa de amnistía para los jugadores, funcionarios y árbitros que
colaboran en la tarea.
Para el encargado de llevar adelante este programa, las mafias se han
enquistado en el deporte porque este genera extraordinarias ganancias
de todo tipo, y las apuestas ilegales son una gran parte del pastel.
«Ya
los criminales pueden ganar más dinero arreglando partidos que
traficando drogas», sentenció.
Y no le falta razón, pues ellos tienen menos probabilidades de ser
descubiertos operando desde las redes.
De ahí que la tarea, en medio de
un deporte cada vez más comercial, resulta un enorme desafío para las
autoridades.
El fenómeno de la manipulación de resultados ya es de alcance global y
el pedido de auxilio se extiende hasta los Gobiernos.
«Se han dado
casos en Japón con el sumo, y hasta en el criquet.
Nadie está a salvo»,
reflexionó recientemente Rogge, visiblemente preocupado porque en los
Juegos Olímpicos aparezca en breve alguna «bola escondida».
Raiko Martín
raiko@juventudrebelde.cu
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