EEUU: La Doctrina Trump y el Nuevo Imperialismo MAGA

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EEUU: La doctrina del shock y un foso de cocodrilos

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**Hay al menos dos lecturas en cada mensaje de Trump: el asunto sobre el cual está llamando la atención, y el asunto del cual pretende desviarla. Entender y explicar ambas puede ser nuestro acto de resistencia

Un miércoles por la mañana amanecimos con la noticia desde Estados Unidos: mediante un comunicado oficial se anunciaba que un grupo de inmigrantes indocumentados, tras ser detenidos y arrestados, serían trasladados a un centro de detención erigido a la intemperie, haciendo uso de recursos similares a los del alojamiento en los campamentos militares y en condiciones que podrían estar en violación de los derechos de los detenidos. La narrativa del comunicado y forma en que se describía a quienes serían trasladados al lugar era denigrante y deshumanizante.

Aunque el lector podría pensar que estoy hablando del anuncio de Alligator Alcatraz, el centro de detención-foso de castillo con cocodrilos cuya construcción anunció el presidente Donald Trump hace unas semanas, en realidad estaba recordando lo ocurrido el 4 de febrero de 2009, cuando el sheriff Joe Arpaio, aguacil del condado de Maricopa, Arizona, anunció que su “centro de detención” para inmigrantes, consistente en una serie de carpas militares instaladas al aire libre, con limitado acceso a los servicios básicos, recibiría a un grupo de inquilinos. 

A la violación de derechos humanos de los inmigrantes alojándonos en esas condiciones en una zona de clima extremoso, se sumaba el hecho de que el sheriff decidió vestir a quienes estarían detenidos ahí con un uniforme a rayas negras y blancas, como los antiguos trajes de prisión, que dejaban visible la ropa interior rosada, una proyección de lo que muchos hombres consideran humillante para otros congéneres. 

El día del traslado de los detenidos a la nueva prisión, apodada Tent City, el sheriff los hizo caminar por las calles del centro de la ciudad de Phoenix utilizando el recurso conocido como “chain gang”, una larga cadena que unía a los 220 hombres por el tobillo. 

Los medios, convocados a temprana hora, reprodujeron esta imagen a lo largo de varios días por todo el país.

Si la deshumanización es una característica que está en el ADN político de este país, la crueldad es el sello de la casa que ha venido a añadir la presencia de Trump

Consideré pertinente recordar este episodio hace unos días, cuando el propio Trump presentó triunfalmente ante los medios de comunicación las instalaciones de su nuevo centro de detención, ubicado en una zona pantanosa de Florida —que, en efecto, entre su fauna cuenta con cocodrilos—, construido en tan solo 8 días y planeado para recibir a cerca de 3 mil detenidos.

 Es claro que muchas de las cosas que hace el presidente, especialmente en su segundo mandato, podrían parecer la ocurrencia única de un narcisista antisocial —no uso estas palabras a la ligera; hay testimonios de expertos que han realizado este diagnóstico—; sin embargo, muchas de las cosas que estamos viendo en Estados Unidos son situaciones que ya habían ocurrido con anterioridad. 

Si la deshumanización es una característica que está en el ADN político de este país, la crueldad es el sello de la casa que ha venido a añadir la presencia de Trump.

Aunque la Tent City de Arpaio fue desmontada en 2017 por el sheriff que lo sucedió, el hecho de que un hombre como este haya podido operar en Arizona como un rey de mano dura durante 25 años —reelegido por cinco veces consecutivas— aterrorizando a los inmigrantes con detenciones ilegales y escenográficas para mantener su popularidad y su imagen de “mano dura”, nos dice que la fórmula ha estado ahí por mucho tiempo, y que funciona: durante más de dos décadas las familias inmigrantes en el condado, en particular aquellas con miembros con estatus migratorio irregular, vivieron bajo la zozobra del arresto y la posible deportación, y sin la certeza de poder acudir a las autoridades, personificadas mediáticamente en Arpaio, cuando tuvieran que denunciar algún delito o exigir la protección de un derecho.

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Cada vez que el presidente abre la boca o escribe algo en sus redes sociales, hay al menos dos lecturas en su mensaje: el asunto sobre el cual está llamando la atención, y el asunto del cual pretende desviarla

Ya desde su primera campaña a la presidencia Trump solía compartir esta característica con Arpaio, la teatralidad y el carácter performativo de su campaña; imposible olvidar el descenso por la escalera dorada de la Trump Tower en 2015 ni los eventos de campaña durante el 2016, en algunos de los cuales el propio Arpaio apareció en escena con Trump.
Sheriff Joe Arpaio

 La diferencia entre un personaje y otro es que, tras un primer gobierno y una segunda campaña presidencial, Trump ha pulido su habilidad para utilizar esta capacidad performativa en su favor no solo en términos de popularidad y legitimidad, sino para controlar el relato; cada vez que el presidente abre la boca o escribe algo en sus redes sociales, hay al menos dos lecturas en su mensaje: el asunto sobre el cual está llamando la atención, y el asunto del cual pretende desviarla. 

Si algo hay que reconocerle, es que en el manejo de la escena mediática —que hoy se traduce en poder político—, no hay otro mejor que Donald Trump.

Es bien sabido que la estrategia que el presidente aplica al pie de la letra es la llamada “doctrina del shock”, la teoría que sostiene que los gobiernos y las élites económicas aprovechan las crisis —guerras, desastres naturales o colapsos económicos— para imponer políticas impopulares de libre mercado o de restricción de las libertades mientras la población está en estado de conmoción y desorganización. 

En los casi 20 años que han transcurrido desde que la profesora canadiense Naomi Klein planteara esta teoría, individuos como Victor Orban en Hungría, Nayib Bukele en El Salvador o Javier Milei en Argentina la han perfeccionado, pero el caso de Trump ha ido más allá en dos sentidos: el primero, que no solo aprovecha el escenario caótico o de crisis, sino que lo provoca; el segundo, que pone en escena dos o tres escenarios y los mueve a una velocidad que anula cualquier capacidad de reacción o resistencia por parte de sus adversarios.

Este patrón de provocación-desorden-intento de reacción-nueva provocación resulta claro y evidente cuando uno ve los titulares de los diarios y noticieros y el feed en las redes sociales: en solo una semana se puede soltar de golpe una tontería sobre Groenlandia, otra sobre Panamá, una amenaza arancelaria y un anuncio deportaciones masivas, y los medios brincan de un tema al otro sin profundizar en nada, sin darse tiempo para entender, y sin poner atención al desenlace —que en ocasiones, como ocurrió con la semana que cito, fue un subreportado veredicto de culpabilidad emitido en una corte en contra de Trump, diez días antes de su toma de posesión. Seis meses después, en la última semana de junio, mientras buscábamos entender qué pasaba en Los Ángeles el presidente atacaba una instalación nuclear en Irán.

Me parece que la forma de resistencia más extrema consiste en seguir haciendo lo que el periodismo en las sociedades democráticas tiene como su primera responsabilidad: entender, para luego explicar

Todas estas cosas, y otras que no nos está dando tiempo de registrar, siguen ocurriendo aunque dejemos de hablar de ellas; la gran mayoría no están ocurriendo por primera vez, sino que reciben un golpe de luz cuando el que maneja las luminarias decide que ahora le conviene que las veamos. 

Cuando recibí la invitación para escribir este artículo, el tema era la construcción de la resistencia en Los Ángeles; en unos días el ángulo cambio a Alligator Alcatraz, y mientras escribía los medios buscaban la explicación y a los responsables por las inundaciones que han dejado más de 100 muertos en Texas. 

Unos minutos antes de dar “enviar”, me empiezan a llegar las imágenes de las fuerzas federales volviendo a montar un performance de terrorismo contra la ciudadanía en Los Ángeles, esta vez en el muy concurrido y escenográfico MacArthur Park.

En este contexto, me parece que la forma de resistencia más extrema consiste en seguir haciendo lo que el periodismo en las sociedades democráticas tiene como su primera responsabilidad: entender, para luego explicar. 

Entender, para que podamos encontrar aquello que tenemos en común para construir nuestras resiliencias en comunidad. 

Dedicar tiempo, recursos, inteligencia, a entender de dónde viene lo que estamos viviendo para preservar la memoria que nos permitirá explicarlo no solo ahora, sino en los años por venir. 

Entender para educar, y educar no solo como una apuesta al futuro, sino como un instinto de preservación en el presente: si ahora mismo la agenda del shock hace que cambiar el mundo parezca una tarea imposible, por lo menos lograremos que el mundo no nos cambie a nosotros.

https://www.diario-red.com/opinion/eileen-truax/doctrina-shock-foso-cocodrilos/20250708120000050654.html

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