
Estados Unidos, Francia y Reino Unido allanan el camino para una intervención militar «humanitaria» contra Damasco.
Para ello acuden a la fórmula aplicada en Libia, pero la escalada podría llegar hasta Irán
La cruzada contra Muammar al-Gaddafi en Libia ha validado nuevas
recetas para aplicar la vieja concepción de derrocar a jefes de Gobierno
y regímenes.
Las principales potencias presentan ahora la «protección
de civiles» y la «defensa» de los derechos humanos y la democracia como
el motor que los impulsa a lanzar sus bombas sobre naciones soberanas e
independientes, siempre ricos reservorios de recursos naturales o con
una posición estratégica para controlar rutas de comercio o servir de
muro de contención a otros países que pudieran lacerar su hegemonía.
La estrategia se monta con el acompañamiento imprescindible de una
agresiva maquinaria mediática, encargada de preparar el terreno con la
difusión de historias sobredimensionadas, cuya trama ya se hace
repetitiva: un supuesto dictador «reprime» a su pueblo y Occidente, que
se presenta como gendarme de la seguridad internacional, le confía a la
Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN) la misión de
bombardear esas naciones.
Por supuesto, no puede ser una decisión
caprichosa y arbitraria.
Ya antes se han encargado de lograr el viso de
legalidad de Naciones Unidas, donde solo unos pocos deciden el futuro
del mundo y, coincidentemente, son estos los interesados en la guerra en
estado de incubación.
Así sucedió con Libia. Las primeras protestas en Bengasi se
convirtieron en pocos días en un grupo armado antigubernamental, gracias
a la ayuda diplomática y militar de las principales potencias (Estados
Unidos, Francia y Reino Unido), y a las manipulaciones mediáticas.
Con
el cabildeo diplomático, estos países obtuvieron el apoyo de la Liga
Árabe, y en el Consejo de Seguridad ganaron una resolución ambigua, que
les permitió llevar a cabo una guerra abierta por el cambio de régimen,
en nombre de la «protección» de civiles.
Ahora esta hoja de ruta exitosa en Libia, pues ya los opositores
armados tienen el control de casi todo el país y las principales
compañías de los Estados agresores compiten por el petróleo y demás
riquezas, pudiera constituir uno de los planes para Siria que más se
hojea en la mesa del Pentágono y en las de los mandatarios europeos
Nicolas Sarkozy y David Cameron.
Washington, Londres y París han declarado su abierto interés por un
cambio de régimen en Siria y por derrocar al presidente Bashar al-Assad.
En este caso, también desde el inicio las grandes transnacionales de la
información han exagerado no pocos de sus reportes, y ocultado otras
condiciones que develan la naturaleza de un conflicto alimentado desde
el exterior.
Si bien es cierto que en la nación árabe se cocían muchos
ingredientes que podían llevar a una ola de disturbios —más en un
contexto donde el polvorín «prodemocrático» ha derrocado a dictadores en
otros países cercanos (Túnez y Egipto)—, no se pueden desestimar los
hechos que prueban la injerencia de Estados Unidos, sus socios europeos y
países de la misma región (Arabia Saudita) en los asuntos internos
sirios, para insuflar más fuego y darle al panorama la connotación de
una «crisis humanitaria».
Esa será otra vez la justificación para una
intervención abierta, incluso militar, como hicieron en Libia.
Desde el inicio de las protestas en Siria hace seis meses, las
grandes corporaciones mediáticas han ignorado la existencia de elementos
armados en las movilizaciones y las denuncias del Gobierno de Damasco
sobre el tráfico de armas en las fronteras, con el claro objetivo de
potenciar la inestabilidad.
De hecho, el Departamento de Estado norteamericano se ha reunido con
miembros de la oposición residentes en el extranjero, y el embajador
estadounidense en Damasco, Robert Stephen Ford, se ha dedicado a
establecer contactos con estos grupos desde su llegada a la capital
siria, en enero de 2011, como han denunciado las autoridades de Damasco.
Incluso ha trascendido de otras fuentes que uno de los primeros pasos
de la ofensiva militar de la OTAN en esa nación sería armar a opositores
o a elementos islamistas radicales «inyectados» en las manifestaciones,
proveyéndoles de cohetes antitanque y antiaire, morteros y
ametralladoras pesadas, para golpear a las fuerzas del Gobierno.
El ataque de insurgentes armados contra instituciones
gubernamentales, civiles desarmados y contra las mismas fuerzas de la
policía ha tenido como objetivo provocar la respuesta de las fuerzas
armadas, para así dar la imagen de una población civil que urge de una
OTAN que la «proteja» mediante su «intervención humanitaria».
Recientemente Washington, París y Londres han elevado su tono
amenazante contra Bashar al-Assad, al punto de pedir su renuncia.
Si en
un inicio fueron más cautelosos en ese sentido, se debió a que pensaron
que podrían enderezar la dirección de Damasco a su favor.
Pero resultó
todo lo contrario. Al-Assad se ha mantenido firme y ha denunciado la
componenda de las grandes potencias.
El tono de Occidente ya sabe a pólvora.
El ministro francés de
Relaciones Exteriores, Alain Juppé, acusó al Gobierno sirio de crímenes
contra la humanidad.
Y ya se aprobó en el Consejo de Derechos Humanos de
Naciones Unidas una condena a Damasco claramente injerencista, que
según otras naciones podría empeorar la crisis en la nación árabe.
Aunque Estados Unidos, Francia y Gran Bretaña no pudieron alcanzar una
resolución en el Consejo de Seguridad debido a la oposición de China y
Rusia, con derecho al veto, no renunciaron a sus planes y continuaron el
cabildeo diplomático.
Hoy ya tienen en su bolsillo a la Liga Árabe,
organización que una vez más parece que se apresta a cumplir otro papel
nefasto ante los conflictos de la región, posicionándose a favor de las
agresiones de Occidente.
También las grandes potencias han coordinado la aplicación y el
recrudecimiento de sanciones económicas contra Damasco, medidas que
siempre propugnan contra los países que tienen en la mira.
No es casual
que las naciones agredidas militarmente o en vísperas de serlo, resulten
sometidas a este tipo de política.
Pero hay más. El embajador ruso ante la OTAN, Dmitri Rogozin, alertó
sobre las intenciones del bloque militar de lanzar un asalto sobre Siria
que sirva de puente para agredir a Irán.
«La soga alrededor de Irán
está apretándose.
El plan militar contra Irán está en camino.
Y estamos
ciertamente preocupados por la intensificación de una guerra a gran
escala en esta inmensa región», dijo.
Algunos expertos como el ex
general francés Jean Rannou validan la factibilidad de un ataque de la
OTAN contra Siria.
Según su análisis, la Alianza detectaría primero, con
la tecnología de satélite, las defensas aéreas sirias; después aviones
de guerra, en un mayor número que los empleados contra Libia, saldrían
de una base del Reino Unido en Chipre y pasarían unas 48 horas
destruyendo los misiles tierra-aire de la nación árabe.
La OTAN
comenzaría entonces un bombardeo abierto contra los tanques y las tropas
de tierra.
Viejos planes
El proyecto estadounidense de atacar a Siria no data de hace seis meses, cuando comenzaron las protestas en esa nación.
En 2007 el general Wesley Clark recordó una conversación sostenida en
1991 con el entonces subsecretario de Defensa, Paul Wolfowitz, en la
que este indicó que Estados Unidos tenía entre cinco a diez años para
eliminar a los «regímenes clientes» de los soviéticos, es decir, Siria,
Irán e Iraq, antes que «se levantase» la próxima superpotencia a
desafiar la hegemonía occidental, en clara referencia a Rusia.
Estos países, además de Libia, Somalia y Sudán, también estaban
identificados por el Pentágono como objetivos de una gran campaña
militar para cinco años.
Si se analiza la lista, se podrá ver que en
varios de estos escenarios, las indicaciones de Wolfowitz se han ido
cumpliendo. Iraq está ocupada desde 2003; Libia sufre los bombardeos de
la OTAN hace seis meses; y las aguas somalíes están custodiadas por
buques de guerra con el pretexto de la piratería.
Y aunque Sudán no fue
atacado, Washington, después de varios años financiando a las fuerzas
que se oponían a Omar Hassan al-Bashir, apostó a la fragmentación, lo
que continúa haciendo con el apoyo a las fuerzas de Darfur que se
enfrentan al Gobierno central.
Irán sigue en la mira, pero para llegar allí es necesario pasar por
Siria, su aliado, y enemigo irreconciliable de Israel. El eje
Damasco-Teherán-Hezbolá constituye un muro de contención contra la
hegemonía de Estados Unidos e Israel en el Medio Oriente.
El ex
presidente George W. Bush, que prácticamente puso a su país en guerra
contra todo el mundo después del 11 de septiembre de 2001, aseguró en
sus memorias (Decision Points, referenciadas por The Guardian) haber
ordenado al Pentágono que planificara un ataque contra las instalaciones
nucleares iraníes, y que consideró la posibilidad de realizar un ataque
encubierto a Siria, a petición de Israel.
En esa misma línea estaba su
vicepresidente, Dick Cheney, quien dio el macabro consejo en junio de
2007.
Tampoco fue casual el nombramiento de Robert Stephen Ford como
embajador de Estados Unidos ante Damasco, a inicios de este año, cuando
las manifestaciones en Egipto pedían la renuncia del dictador Hosni
Mubarak, escenario que junto al de Túnez ha sido aprovechado por
Washington para sembrar la inestabilidad en otras naciones, en lo que ha
dado en llamarse «Primavera árabe».
En su oscuro expediente curricular, Stephen ostenta el «mérito» de
haber sido mano derecha de John Dimitri Negroponte en Iraq, durante
2004-2005.
En ese entonces, como embajador en Bagdad, Negroponte fue una
ficha clave para la creación de grupos paramilitares encaminados a
acabar con la insurgencia en ese país, ocupado por EE.UU. desde 2003.
Esa receta ya había sido exitosa en la década de los 80 del pasado
siglo, cuando la Administración Reagan creó y financió los escuadrones
de la muerte en Centroamérica, cuya misión fue cazar y asesinar a los
guerrilleros y acabar con su base social.
Con estos antecedentes, no sorprenden las acusaciones de Damasco
denunciando el involucramiento de Estados Unidos en las revueltas.
Sobre
todo, luego de que Stephen visitara, junto al embajador francés Eric
Chevallier, la ciudad de Hama, escenario de grandes protestas, para
expresar a los pobladores su compromiso y apoyo.
Siria y otras naciones han levantado su voz para denunciar lo que se
cocina, pero muchos prefieren callar, lo que los hace cómplices.
Jorge L. Rodríguez González
jorgeluis@juventudrebelde.cu
jorgeluis@juventudrebelde.cu