La reforma 'No Child Left Behind' está muy lejos de alcanzar los objetivos fijados por George Bush
Uno de los institutos más famosos de Los Ángeles pierde una media de 800 estudiantes entre 12 y 13 años cada curso escolar
Anthony, con el número tres en la mano, espera el resultado de la lotería en un colegio de Washington, D.C. En la otra costa, Emily esconde los nervios flanqueada por sus padres. En Nueva York, las madres de Bianca y Francisco buscan sus números entre los resultados. Y en Los Ángeles, Daisy cruza los dedos hasta saber si está un paso más cerca, o más lejos, de convertirse en enfermera. O médico. O veterinaria.
Ninguno de los protagonistas de Esperando a Superman, estrenado este fin de semana en Estados Unidos, tiene más de 12 años. Por mucho empeño que pongan estos cinco niños o sus padres en obtener una buena educación, ya saben que llegar a la universidad es también cuestión de suerte. Esperando a Superman es el último documental de Davis Guggenheim -el autor de Una Verdad Incómoda- y llama la atención sobre la situación del sistema educativo de Estados Unidos.Desde la calidad de los profesores, el condicionante del entorno urbano de los colegios, los sindicatos de profesores, el gobierno federal hasta el entramado de distritos escolares que cambian las reglas a su gusto. Y con ellas, el futuro de los estudiantes.
El documental sigue la suerte de cinco chavales y sus familias cuando deciden que su colegio pública no es suficientemente buena y deciden probar suerte con las llamadas “escuelas charter”.
La educación privada está fuera del alcance. Representando a los responsables del fallo del sistema están Michelle Rhee, la consejera de educación que ha revolucionado el Distrito de Columbia; Geoffrey Canada, una especie de Superman que decidió echarse al hombro la educación de la peor sección de Harlem y Randi Weingarten, presidenta de la Federación de Profesores Norteamericanos.
Guggenheim retrata los problemas del sistema norteamericano hilando anécdotas de tono triste a indignante. Y vuelta a empezar. La profesora dice que Francisco tiene problemas de lectura, pero lee cada noche con su madre. La profesora no ofrece tutorías.
En Nueva York, Bianca se queda sin fiesta de graduación de la guardería porque su madre no pudo pagar los 500 dólares mensuales de matrícula. Se niega a que estudie, a sus 5 años, en una escuela pública.
Y entre anécdota y anécdota, un aliño de estadísticas que puede cortarle la digestión a cualquiera con un poco de interés en el futuro de Estados Unidos.
“Este sistema educativo se creó en los años 70 pensando que nosotros le íbamos a vender los cepillos de dientes a China”, lamenta Canada, director de Harlem Children’s Zone. “Nunca se nos ocurrió que China nos acabaría vendiendo los cepillos a nosotros”.
En 2020, Estados Unidos tendrá más de 120 millones de puestos de empleo cualificado, pero menos de 50 millones de norteamericanos tendrán la preparación suficiente como para ocuparlos.
El país invierte más del doble de dinero en un preso que en un estudiante de una escuela pública.
En Nueva York, según muestra el documental, los profesores acusados de mala conducta esperan a diario en una sala hasta que llega su juicio. El retraso en las vistas orales le cuesta al sistema estatal -dado que siguen cobrando su sueldo hasta obtener una sentencia- unos 65 millones de dólares al año.
En Illinois, uno de cada 57 médicos y uno de cada 97 abogados pierden su licencia, pero sólo uno de cada 2.500 profesores pierde su titulación por las reglas que imponen los sindicatos.
Hay estados en los que algunas cosas no funcionan. Sólo hay uno donde no funciona nada, dice el documental y gritan las estadísticas: la capital, Washington. Es tal el estado de las escuelas públicas en el Distrito de Columbia que Obama declaró esta semana que estaba fuera de toda consideración que sus hijas hubieran acudido a una de ellas.
En California, los padres de Emily pensaba que después de pagar casi un millón de dólares por la casa, la niña recibiría una educación acorde con los precios de la zona.
Pero Emily está a punto de convertirse en una víctima más de la separación por niveles que tanto funcionaba en el Estados Unidos de los setenta. Las distintas cualidades de los estudiantes permitían separarlos para orientar su preparación hacia puestos de trabajo más o menos exigentes.
Aunque quiera estudiar ciencias, Emily no tiene buenas notas, ha sido colocada en una de las ramas de peor nivel, con peores profesores y con menos posibilidades de aprobar las pruebas que, seis años más tarde, podrían abrirle las puertas de la universidad.
Por eso Emily, como miles de estudiantes norteamericanos cada año, se inscribe en una lotería. Si tiene suerte, entrará en una de las escuelas charter de las que tanto se habla estos días en Estados Unidos.
Financiadas con dinero público, pero con total independencia de las reglas impeustas por los distritos escolares, muchas ‘escuelas charter’ carecen del sistema de enseñanza por niveles y obligan a todos sus profesores a asegurar el 100% de aprobados en todas las clases.
Antes de esperar a Superman, algo en el sistema educativo estadounidense empezó a funcionar al revés. Canada se lamenta: ¿Qué pasaría si impusiéramos como principio que no quede ni un sólo niño atrás?” Lo que parecía un principio de la educación, en 2010 es un sueño.
Precisamente “Que no quede un sólo niño atrás” -No Child Left Behind- es el título de una reforma legal lanzada por George Bush en 2002 junto con el fallecido Ted Kennedy. La ley tenía como objetivo el 100% de comprensión lectora y en matemáticas en todas las escuelas del país. Quedan cuatro años.
Después de ocho trabajando para consolidar esta reforma, la mayoría de los estados bailan entre el 20 y 30 por ciento de estudiantes con un nivel aceptable para su edad.
Y el 70 por ciento de los niños de 12 años no sabe leer con el nivel que le corresponde.
“O los niños son más estúpidos cada año, o hay algo mal en el sistema de educación”, sentencia Canada. Uno de los personajes más críticos del documental es este director de una escuela charter de Harlem.
Eligió los peores bloques de este barrio al norte de Central Park, en Nueva York. Sus estudiantes conocen a más gente que haya estado en la cárcel que los que han ido a la universidad, explica Canada. “Los niños están creciendo aferrados al último resorte, y ni siquiera saben por qué”, explica.
Guggenheim presta especial atención en el documental a la lacra que el sistema impone a los estudiantes por querer favorecer a los profesores. Cuando los sindicatos unieron fuerzas para protegerse de las influencias políticas y los cambios de gobierno, se aseguraron que lograrían la permanencia tras dos años de trabajo en las aulas.
El peso de los sindicatos hace prácticamente imposible expulsar a un profesor que no haga su trabajo, evaluar sus resultados o hacer que asuman la responsabilidad de un error o negligencia. Aunque un profesor no enseñe, expulsarle es en muchos casos una utopía.
Esperando a Superman hace un retrato bastante negativo del trabajo de los sindicatos sin mostrar el punto de vista de los profesores. La plaga de escuelas que son incapaces de retener a sus estudiantes , apodadas como “alcantarillas educativas” o “fábricas de abandono escolar”, hiere los barrios más pobres de las ciudades.
Uno de los institutos más famosos de Los Ángeles pierde una media de 800 estudiantes entre 12 y 13 años cada curso escolar -nuestro tercer y cuarto de la ESO. Y Guggenheim lanza una pregunta al aire: ¿el deterioro de las escuelas arrastra a los vecindarios o al revés?
Mientras alguien encuentra la respuesta, el modelo de las escuelas charter aparece en este documental como una posible solución. El ejemplo de Harlem parece perfecto, con estudiantes de una de las zonas más pobres y conflictivas de Estados Unidos que obtienen mejores resultados que la media nacional.
Pero Guggenheim acaba admitiendo que sólo una de cada cinco escuelas charter puede considerarse un éxito.
El retrato de Esperando a Superman concluye con un sincero “el sistema de educación está roto, y parece imposible de arreglar”. Es la frase lapidaria que después invita a los espectadores a compartir la película a través de internet. Compartir el mensaje, la preocupación, el desastre.
De momento, ha conseguido que todas las televisiones norteamericanas emitieran programas especiales sobre el sistema educativo esta semana.
Los periódicos le han dedicado igual o más atención que al estreno de la película sobre Facebook. Oprah Winfrey sentó en su programa a Michelle Rhee. Al día siguiente, Mark Zuckerberg entregaba en el mismo plató un cheque de 100 millones de dólares al Consejero de Educación de Newark.
Si era una estrategia para maquillar el retrato tan negativo que hace La Red Social de su creador, sólo lo sabe él. Pero las escuelas públicas de Newark y del resto del país, necesitan algo más que un superman con 100 millones de dólares en la chistera.