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Evocación del “Che” desde su tiempo


El mío es, al igual que de otros tantos jóvenes radicales de la época, una experiencia, un recuerdo de fuego grabado en el corazón de varias generaciones. Su muerte -su asesinato en manos de un sicario de la CIA-, nos conmovió de pies a cabeza.

  En el verano de 1967 la juventud del mundo que vivía ya en la efervescencia de todos los mayos del 68, se congregaba para leer, hablar y discutir sobre el «Che» prácticamente, en todas las universidades del mundo se hicieron actos, en muchas fábricas se hicieron hojas y en todas partes donde latían las «brasas» de la inquietud, se habló sobre él, sobre el significado de su muerte…

También en numerosos centros sociales y parroquias catalanas se organizaron «homenajes». Recuerdo uno celebrado en el Centro Social «La Florida», en L´Hospitalet del Llobregat. Era una sala de «Caritas Diocesanas», y la convocatoria se había hecho públicamente con unos carteles improvisados. Aquel día su sala de actos aparecía rebosante como nunca. 

Se podían ver trabajadores militantes de Comisiones, a universitarios y muchachos y muchachas del barrio y de los institutos que, por primera vez, eran testigos de algo semejante.

 De un acto que desafiaba a las autoridades franquistas que estaban representadas por una pareja de guardias civiles que trataban de ser afables. El silencio estaba cargado de sentimientos, y los oradores, gente de diversos partidos y colectivos, desgranaron su evocación. Y para el final, un cierre con lecturas de poemas, uno de: ellos de Julio Cortázar.

Ya hacía tiempo que el «Diario» del «Che» que comenzaba con aquella cita de José Martí: -«Es la hora de los hornos, y solo se ha de ver la luz»- pasaba de mano en mano, había una edición ilegal efectuada en Francia, pero otra eral legal y tenía su sede en Bilbao. Y en las interminables discusiones sobre como transformar el mundo/cambiar la vida se sentían los ecos de los escritos del «Che», algunos de ellos aparecidos en la mítica revista Ruedo Ibérico. «Ruedo Ibérico» había publicado un año antes su extraordinario «especial» dedicado a Cuba, y en el que se reproducían trabajos de algunos de los escritores, artistas, filósofos y novelistas, más famosos del momento. 

No olvidaré nunca el artículo de un tal Mario Vargas Llosa que explicaba la revolución a través de una conversación con una muchacha campesina orgullosa de acceder a la lectura y a un trabajo digno, a una vida con sentido como decía Fidel. Que los pobres leyeran, trabajaran, comieran y fueran conscientes de su dignidad como personas era, de entrada, parte de la comida (¿que era la Utopía sino la comida, cultura y la dignidad de Ios pobres?). Que un pequeño país que habla sido el «burdel» de los Estados Unidos osara decir «NO» y empezara a andar su propia historia, como el «primer territorio libre de América Latina», nos alimentaba aquel espíritu que Jean-Paul Sartre proclamaba que solamente podía estar a la izquierda.

En aquel entonces, a mucha gente Franco le parecía poco menos que eterno, aunque los portugueses lo tenían mucho peor. El capitalismo parecía estabilizado en la fórmula keynesiana. Se hablaba de «milagros económicos» por doquier, el mundo surgido tras la Ilª Guerra Mundial se sostenía por el «equilibrio del terror», en el Este el «socialismo real» parecía irreversible, y los apólogos del «realismo» no podían por menos que tomarse a broma a aquel médico argentino que se había hecho cubano y que se encuentra al servicio usufructuarios socialistas

Quizás se pueda entender esta actitud como un «puritanismo»» excesivo, pero en la práctica esta manera de ver las cosas tantas veces falsamente pregonadas (como en la China de Mao), está llena de sentido común. De lecturas y conocimientos de primera mano. De may que el «Che» llegue a participar en debates marxistas de altura junto con economistas tan reputados como Charles Bettelheim o Ernest Mandel. Lo suyo es un humanismo que al contextual izarse en la realidad sé hace socialista al tiempo que subvierte el «socialismo» economicista que se justifica al margen de las personas. Las fuerzas productivas no son las maquinas ni los planes económicos, son los hombres y las mujeres que luchan en busca de un propósito nuevo (o viejo, según se mire), el propósito de la dignidad del trabajo. Su socialismo es pues concreta, personal, no se casa con ningún «interés superior» de los ciudadanos y ciudadanas somos todos, y por decirlo con palabras de Antonio Machado: «nadie es mas que nadie”.

Es por esta radicalidad moral, esta coherencia entre la palabra y los hechos, por lo que, a pesar de todos los esfuerzos de los intelectuales domésticos del desorden establecido, el «Che» no ha podido ser cuestionado, al menos no más que un «romántico» o un «soñador». Se ha intentado ver crueldad en su trato de comandante con las tropas de Batista, y de vez en cuando sale alguien que trata de conseguir algún premio «demostrando» que fue un «fanático», pero al final, no queda nada. El Sistema no tiene, éticamente hablando, por donde cogerlo. El «»Che» fue noble hasta en la guerra, nunca ambicionó ningún cargo, no se llevó nada 4 sus bolsillos, no se sentó en ningún Olimpo dirigente.

Tampoco se detuvo ante los Dioses del momento. Nadie como él denunció desde las tribunas institucionales el colonialismo que subyugaba a los pueblos, nadie como él habló tan claramente del genocidio -y ecocidio- cometido contra el pueblo vietnamita, y tampoco nadie desde un cargo institucional criticó con tanta claridad la organización «soviética» que entonces parecía «intocable» para ¡a mayoría de las izquierdas. Hoy se pueden leer como «proféticas» sus denuncias de aquellas concepciones que sometían a las personas a la razón de Estado, y que, por lo mismo, resultaban ineficaces y obsoletas. También se pueden leer sus críticas a la burocracia, a los cargos y funcionarios que se creían depositarios de dicha razón de Estado, a los doctrinarios que se creían poseedores de la verdad, «oficial» por supuesto.

Con este rigor moral abierto y alegre, con una dulzura y una ironía que no escondían exigencia, el «Che» llegó a ser amado, pero también temido por los que le rodeaban. Su ejemplo pues es, de un lado enaltecedor, pero de otro, una acusación contra los que hablaban del socialismo y de la igualdad en vano.

Estaba impulsado por una pasión que se alimenta de una visión del mundo que no soporta la miseria y las injusticias sociales impuestas por el egoísmo social, el «Che» no confía en la acción estrictamente política ya largo plazo tal como la llevaban los partidos de izquierdas en América Latina. Le queman las imágenes de la geografía del hambre, de aquel Vietnam «trágicamente solo» (o sea olvidado por la URSS y China) bajo el «nalpam», y tiene prisa, impaciencia, y llama a crear, dos, tres, muchos Vietnams. Los condenados del mundo de los que hablaba Frantz Fanon, no pueden esperar. Entonces Cuba se la hace pequeña, y marcha, primero al Congo y luego a Bolivia, allí cree encontrar el «eslabón más débil» de las cadenas que oprimen a los pueblos, y hablaba de la patria latinoamericana.

Sin embargo ahora casi nadie se acuerda de sus héroes económicos ni de sus mitos de papel, mientras que el «Che» sigue presente en nosotros, y para nosotros a través de biografías como la de Paco Ignacio Taibo, «»Ernesto Guevara, también conocido como el Che» (Ed. Planeta),.Taibo dice que fue una frase de Ernesto Cardenal -«A veces ni el Che puede ser como el Che»- la que le dio la clave de un personaje que se resiste a ser asimilado como «un símbolo hueco» a través de todo un montaje integrador -no muy diferente al que se suele erigir para mellar el contenido de todos los mitos revolucionarios- de millones de fotos, carteles, camisetas y frases hechas, y al que hay que mirar de frente: como uno de los nuestros. El «Che» no fue ningún Supermán como ironiza el último Fernando Savater, ni nada por el estilo aunque mantuvo en vilo a todo el personal del Pentágono ya todos los «milicos» bolivianos, ningún santo aunque el padre del positivismo Auguste Compte lo habría incluido entre sus santos laicos. El «Che» fue un hombre de su tiempo, alguien que empezó desafiando su asma y. acabó desafiando al «Monstruo» que hablaba José Martí (EEUU) que encarcelaba a los pueblos oprimidos. De él escribe Taibo: «Tenía prisa por vivir. Siempre estuvo probándose a sí mismo, llevándose al límite, pero no porque buscara la muerte, sino porque que quería ver hasta dónde podía llegar».

Se puede afirmar que «»el secreto» del «Che» era su extraordinaria capacidad ge autoexigencia, alguien que cree en ¡a voluntad humana como punto determinante para cumplir los objetivos, sean personales o colectivos. En este sentido, el «Che» representó alguien que se enfrentó a sus limitaciones, a las miserias de su tiempo. Era por esto, y por la calidad de sus actos y de sus convicciones, un «hombre nuevo» o un «hombre humano» para decirlo con palabras de César Vallejo, alguien que había llegado a poder hablar al mundo, y lo hizo de una manera muy diferente a como hablaban los «amos del mundo». Sus armas estaban pues en su interior, su fuerza radicaba en el ejemplo. Los militares y agentes de la CIA que siguieron su rastro en Bolivia sabían que su peligrosidad radicaba en esto, y al asesinarlo, trataron de escarmentar con su cadáver a la juventud «contestaría» del mundo.

Ernesto Guevara fue una persona que desembocó en la acción política desde profundas convicciones morales, desde una experiencia directa en realidades y situaciones que le alumbran la conciencia. Es lo que constituirá más tarde el pilar más sólido de sus concepciones igualitarias y de su idea del socialismo como culminación de lo humano. En este sentido, los movimientos, los partidos o el Estado no serán más que unos instrumentos, y no unos fines en si mismos. Algo con lo que reorganizar la sociedad para alcanzar la necesaria justicia económica, una vía para reformar a los seres humanos, tantas veces envilecidos bien por la necesidad económica más elemental, y sobre todo por la ambición de acaparar.

Se puede por lo tanto hablar sin el menor astibo de cinismo, de un impulso ético, de una ética concreta, incardinada con una causa que apunta contra el Mal Social. Desde este punto de vista, el «Che» entra en la historia junto a tantos y tantas reformodores/as, al lado de una gente que luchó contra su tiempo, que fueron a contrapelo de los valores dominantes. Su rigor le lleva en un momento de su vida a no aceptar ni la más pequeña actividad económica privada, pues cree ver en ella la hiedra del capitalismo, o sea una forma de egoísmo propietario, de insolidaridad. La suya es pues una pobreza voluntaria, no tiene nada más y nada menos que lo es como persona. Pero este impulso ético no le impide entrar en el riesgo de la acción, y trata de encontrar para Cuba una vía de desarrollo económico que para acelerar la historia escoge la única vía que cree posible, la lucha armada a través de un «foco» que se extiende, como la chispa que puede extender el fuego en la llanura, al decir de un ­poeta ruso. La revolución no solo es necesaria, también es posible, y piensa en los esquemas que le llevaron a entrar en La Habana en 1959.

Nuevamente aparece nítidamente su condición ética, su enorme indignación moral que comunica a la juventud del mundo, su sentido voluntarioso de la vida. Pero el cálculo político no es su fuerte, y en el Congo se verá sumergido en un laberinto tribal y político que no puede comprender, no todos los que luchan son Lumumbas o Malcom X en aquella Bolivia ocupada por su propio ejército, meros mercenarios al servicio de los que pagan, su planteamiento «foquista» aparece como prematuro, la izquierda radical boliviana no ha tenido tiempo de reponerse mientras que los comunistas oficiales hablan el idioma de la burocracia. Sin embargo, también en este «error» se trasluce su grandeza, su fuerza. Su actuación, repetimos, quita el sueño al Pentágono, su ejemplo anima a nuevos combatientes, y en el mundo, todos los reformadores y reformadoras aprenden el mapa boliviano.

Su muerte no es el principio del silencio, todo lo contrario. Desde entonces, allí donde hay una revuelta, una indignación contra la injusticia, puede aparecer su efigie como un símbolo inequívoco. y lo que no deja de ser curioso, su efigie, su nombre y su obra será respetada por todas aquellas izquierdas fragmentadas hasta el cansancio. y cuando se reúnen todos para discutir, es posible encontrar Un momento de aliento común con el «Che», quizás para hablar de uno de sus escritos, quizás para escuchar algunas de las canciones que le dedicaron. Canciones y escritos que todavía palpitan y no solamente en el recuerdo.

Tantos años después de su muerte, como en todos los aniversarios anteriores, volveremos a evocar con el mismo sentimiento de calor y de proximidad al «Che», nuestro «Che». y al hablar de nuevo sobre este imito necesario -cómo lo llama Eduardo Galeana-, imprescindible, diríamos, para recuperar nuestra salud crítica y moral. y lo haremos sobre su vida y la obra de alguien que se opuso con inteligencia, voluntarismo y generosidad ilimitada al desorden establecido. Nos volveremos a encontrar como entonces con un ejemplo lleno de vida que nos ayudará a encontrar respuesta en un momento histórico en el que el «fascismo exterior USA» aparece como más prepotente y más legitimado que nunca y en un país donde el gobierno es fuerte con los débiles y débil con los fuertes…Pero desde el rigor moral, el sentimiento de indignación frente a la injusticia, y la voluntad transformadora que nos enseñó el «Che», aprenderemos luchar de nuevo con la firme convicción de que antes que el dinero y el poder, están las personas. Antes que los imperios están los pueblos. Antes que los poderosos, que los intereses creados, antes siempre está la verdad.

Éste es el hombre que llamamos Ernesto «Che» Guevara (Rosario, Argentina, 1928-Bolivia, 1967). Este hombre que ha sido comparado con los gigantes del Renacimiento y que ocupa por derecho propio, un lugar prominente entre los grandes revolucionarios de todos los tiempos, ha sido ocultado bajo una hojarasca mítica destinada a quitar hierro a su mensaje según el ­cual la «obligación de todo revolucionario es hacer la revolución». Estudiante de medicina, comandante de la guerrilla, presidente del Banco Nacional ­de Cuba, ministro de Industria, guerrillero en Bolivia, el «Che» poseía una dimensión menos conocida: la de un marxista creador. Su padre era médico. Asmático desde muy joven, estudiante de medicina, tiene una obsesión: conocer el continente latinoamericano. Cumple su objetivo en parte, visita Chi­le, Perú, Brasil, Colombia, Venezuela, para volver con el fin de concluir la carrera de medicina con una tesis sobre las alergias.

En 1953, reemprende el periplo latinoamericano interrumpido, y cuando pasa por Guatemala se encuentra con el proceso revolucionario que encabeza Jacobo Arbenz y que le ha de marcar notablemente. Allí conoce a los apristas –en cuyo seno hay un ala marxista–, y a los cubanos del Movimiento «26 de Julio»; él mismo se hace marxista, pero no simpatiza con el comunismo oficial. Es testigo de cómo la intervención contrarrevolucionaria movida por los yanquis corta el proceso insurgente democrático-nacional guatemalteco sin que la burguesía «nacional» oponga resistencia. El «Che» forma parte de los exiguos núcleos de resistencia. Se refugia en la embajada argentina durante dos meses, en compañía de su primera mujer, la «aprista» Hilda Gadea. Luego parte para México, donde tiene que trabajar en múltiples oficios para sobrevivir. Entra en contacto con el grupo de Fidel Castro que se prepara para emprender la guerrilla contra Batista y se incorpora a él. Preparado por el coronel Alberto Bayo, el grupo está preparado en 1956 para coger el «Gramma» y marchar hacia Cuba.

La lucha se presentará mucho más difícil de lo que se preveía en un principio, pero después de un comienzo desastroso lo que queda del grupo guerrillero se hará fuerte en sierra Maestra. Allí descubren la necesidad de prepararse mejor y la importancia del apoyo del campesinado que se convertirá en el soporte de la primera fase de la revolución. En la guerrilla, el «Che» participa como médico –ayudando incluso a los soldados de Batista, a los que los guerrilleros reeducaban por la persuasión- y como combatiente. Juega un papel especial en la preparación de las pequeñas industrias que han de servir de abastecimiento. Es nombrado comandante y firma el «Manifiesto de Sierra Maestra» que proclama la necesidad ineludible de una reforma agraria. El foco guerrillero se ha ido ampliando, aunque fracasa en su conexión con la ciudad. Tras la fracasada ofensiva de Batista, el «Che» se responsabiliza de la toma de Santa Clara, capital de las Villas, lo que logrará coincidiendo con la huida de Batista. Su experiencia anterior, su formación marxista heterodoxa y su influencia en el grupo dirigente, harán del «Che» uno de los hombres básicos para que el curso democrático-nacional de la revolución cubana se amplíe hacia un contenido obrero y socialista.

En 1960 escribe La guerra de guerrillas. en la que establece el siguiente esquema. «1º. Las fuerzas populares pueden ganar una guerra contra el ejército; 2º. No siempre hay que esperar que se den todas las condiciones para la revolución; el foco insurreccional puede crearlas; 3º En la América subdesarrollada, el terreno de la lucha armada debe ser fundamentalmente el campo «. Este esquema se convertirá en ley para los innumerables grupos guerrilleros que se desarrollaran en todos los países del continente. aunque en Chile, Uruguay y otros sitios la guerrilla será fundamentalmente urbana­; no contarán con algunos de los aspectos fundamentales de la experiencia cubana.

Tales son, la relativa indiferencia del coloso yankee que luego aprendió como un proceso democrático debía transcrecer a su fase iniciaol socialista y, el arraigo de la guerri­lla tanto en el campo –fundamentalmente en la primera fase– como en la ciudad, que jugará el papel de motor en la segunda fase. Su trayectoria cubana, o sea, dicho en palabras del «Che»: «…la posibilidad de triunfo de las masas populares de América Latina está claramente expresada por el camino de la lucha guerrillera, basada en el ejército campesino, en la derrota del ejército en lucha frontal, en la toma de la ciudad desde el campo, en la disolución del ejército como primera etapa de la ruptura total de la superestructura del mundo colonialista interior». Solamente encontraría una traducción, por lo demás bastante original, en la revolución nicaragüense.

Con el mismo traje de guerrillero, el «Che» interviene en uno de los centros neurálgicos de la nueva etapa revolucionaria: la economía socialista. Dirigente improvisado de la Banca Nacional en 1961, pasó poco tiempo después a ser nombrado ministro de Industria. Para salir del subdesarrollo y el monocultivo, la revolución ha de priorizar la industria sobre la agricultura, lo que conllevará graves problemas, así, aunque en 1963 se torna a dar prioridad a la agricultura con la Segunda Ley de Reforma Agraria, el proceso industrializador se ha iniciado ya potenciando la minería y ha posi­bilitado la aparición de las industrias necesarias para un desarrollo más intensivo de la agricultura. El problema cardinal de la industrialización plantea una controversia sobre la forma de realizar la fase de transición al socialismo.

Esta controversia, conocida como El debate cubano (Laia, se desenvuelve entre 1963 y 1965 y participan en ella junto al «Che», varios economistas cubanos -Alberto Mora, Luis Alvarez Rom, Marcelo Fernández Font y dos teóricos europeos, el estalinista Charles Betelheim que defiende la ­teoría del valor para la economía de transición y el trotskista Ernest Mandel que crítica esta postura. El «Che», aunque no niega la posible operatividad inicial del valor y de las categorías mercantiles, define la planificación como la esencia de la economía socialista, como el método más idóneo para crear el hombre nuevo, una finalidad que la burocracia ha suprimido. Insiste en que la contradicción fundamental entre el principio planificador y la ley del valor, debe de ser resuelta progresivamente por la abolición de los vestigios de la sociedad mercantil. Su modelo de socialismo se basa más en los grandes ideales del socialismo que en la experiencia soviética. Reivindica el humanismo socialista, ya que entiende que el hombre es la expresión viviente de la lucha de clases, y la conciencia revolucionaria, la participación activa de las masas, su voluntarismo, han de ser fundamentales para crear una nueva sociedad, «Para construir el comunismo, dice, simultáneamente con la base material hay que hacer el hombre nuevo». 

Por ello, no niega «la necesidad objetiva del estímulo material», pero considerando que hay que tener en cuenta que estos estímulos «imponen su propia fuerza en las relaciones entre los hombres. No hay que olvidarse que viene del capitalismo y está destinado a morir en el socialismo». Defiende el humanismo como parte del marxismo, entiende que El Capital incluye «una denuncia de la deshumanización del capitalismo -y la posibilidad de ser sobrepasado por una sociedad donde los hombres. controlen racionalmente las cosas- es uno de los temas cruciales de la obra principal de Marx, tema que no contradice su carácter científico, sino que, por el contrario, se encuentra dialécticamente ligado a ella».

Después de una gira por diversos países de Asia y África –entre ellos Argelia, donde al parecer el «Che» participó brevemente en la guerrilla-, desaparece del escenario y escribe una carta de despedida al CC del PC cubano: hay que decir que todas las conjeturas que se han hecho sobre sus divergencias con Fidel no se han podido mostrar todavía. Se traslada –estamos en 1966- a Bolivia donde ve un eslabón débil en la cadena imperialista y en ­donde espera reconducir la lucha guerrillera en todo el continente.

 Desconfía totalmente del reformismo y de las vías parlamentarias y tiene como ob­jetivo desbloquear la revolución cubana, ampliar el frente vietnamita, ese Vietnam «tristemente solo». 

Las condiciones no se presentan propicias, el campesinado boliviano no se parece al cubano, los «rangers» están mucho más preparados que los soldados de Batista, el PC boliviano boicotea la lucha, aunque esto también ocurrió en Cuba-con el movimiento en la ciudad llega tarde, en un momento cumbre anota en su Diario: «El Gobierno se desintegra rápidamente.

Lástima -piensa- no tener 100 hombres más en este momento». Una vez detenido el 8 de octubre de 1967, es asesinado. Su muerte, como la de Rosa Luxemburgo, conmovió el mundo, 

Desde entonces el «Che» es un símbolo que vive como uno de los grandes referentes de la gente que no se resigna al viejo mundo por más que cambie su piel y nos quiera emborrachar con las glorias del consumismo.

https://kaosenlared.net/evocacion-del-che-desde-su-tiempo/

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