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El Frente Sandinista de Liberación Nacional (FSLN) surge de la necesidad histórica de liquidar a la dictadura somocista (instalada en el poder por la intervención militar yanqui) y construir una Sociedad de nuevo tipo en Nicaragua, más inclusiva y con un rol preponderante del pueblo nicaragüense en la conducción de su propio destino.

  Una organización político-militar que vanguardiza el combate en montañas, ciudades y pueblos y luego de la toma del poder revolucionario, los grandes retos socio-políticos y el desarrollo económico de nuestro país.

Un largo y heroico camino de casi sesenta años de lucha ininterrumpida, regada con la sangre de los más generosos hombres y mujeres que ha producido esta tierra, convertidos en guerreros por necesidad histórica, por convicción clasista y unidos dentro de una Organización verdaderamente revolucionaria, que ha sobrevivido y triunfado gracias a la sabiduría que da la experiencia, la interpretación correcta de cada coyuntura y sobre todo, la claridad de sus objetivos.

Desde el primero de enero de 1959 los movimientos guerrilleros revolucionarios de latinoamericanos encontraron en la Revolución cubana el más grande y fiel aliado en sus luchas contra las élites oligárquicas, los gorilatos y el Capitalismo. 

Sin embargo, este apoyo cubano al esfuerzo de liberación nacional, antidictatorial o/y anti- sistémico estaba sujeto a una condicionalidad política, impuesta a su vez por la dinámica del enfrentamiento global (en el interín de la Guerra Fría) entre la URSS y el imperialismo yanqui: El apoyo financiero, militar, político o de cualquier tipo estaba dirigido a aquellos movimientos y organizaciones de clara pertenencia o nexo con los Partidos comunistas o socialistas latinoamericanos afines al PCUS o que no ponían en riesgo el tenue balance de intereses y esferas de influencia de las superveniencias militares en conflicto.

Este no era el caso del Frente Sandinista, así que la Organización revolucionaria fundada por el Comandante Carlos, en gran parte de su existencia tuvo que auto-financiarse, “gerenciar” los costos de la lucha contra la dictadura somocista a sangre y fuego, principalmente mediante recuperaciones a establecimientos bancarios, los pequeños botines de guerra (dinero en efectivo, armas y municiones principalmente), el soporte de la población, la red de organizaciones de apoyo, colaboradores y de vez en cuando, de relaciones internacionales. 

La resistencia urbana clandestina y semi-legal se “especializó” en ese tipo de asaltos para sufragar las necesidades de la guerrilla en la montaña y el funcionamiento de toda la estructura, muchas veces a costa de la vida o la libertad de valiosísimos cuadros. 

Estas pequeñas pero frecuentes operaciones de tipo militar, además de su propia importancia y necesidad, dieron el entrenamiento y acrisolaron el temple y efectividad que sería tan necesario en operaciones de mayor envergadura, organización y proyección con las cuales la joven organización político-militar sandinista asombraría a toda Nicaragua y al mundo.

Pero además de perseguir objetivos financieros, las operaciones de asalto también cumplieron con otros -no menos importantes- propósitos: La propaganda del movimiento, elevar la moral de la propia militancia, el rescate de combatientes y colaboradores sandinistas de las cárceles y la eliminación de elementos altamente nocivos de la GN y sus estructuras auxiliares en la ciudad y la montaña.

La primera de estas operaciones de rescate de cuadros encarcelados, sería la fallida (por eventualidades y no por mala organización o ejecución) misión de liberación de las cárceles ticas del Comandante Carlos Fonseca y seguidamente, el exitoso secuestro de un avión comercial por parte de un comando sandinista, que concluyó con el rescate del propio compañero Secretario General y otros compañeros de un penal costarricense.

Sin embargo, la más importante operación de un comando sandinista estaba por venir.

Los duros golpes propinados por la guardia nacional y los órganos de inteligencia de la dictadura somocista a las estructuras del FSLN en las heroicas jornadas guerrilleras de Pancasan y Zinica y a la Resistencia urbana, los cambios en el entorno político internacional (profundización de la Guerra Fría, adecuación de la Política exterior de la URSS, el Campo Socialista y la misma Cuba, decaimiento de la lucha de los pueblos ante la ofensiva de la ultra-derecha internacional, caída del Cte. Ché Guevara, etc.) y los procesos dialécticos de discusión a lo interno del FSLN) obligaron a que la dirigencia del Frente Sandinista hiciera (a principios de los años setenta) un replanteamiento táctico y estratégico de la lucha. 

En lo táctico, una evaluación del desempeño de los dos frentes principales (montaña y ciudad) de lucha, la reconstrucción de redes de apoyo y de la estructura misma de la Organización, el aseguramiento financiero, el entrenamiento militar y político-ideológico de sus cuadros (dentro y fuera del país), reclutamiento de nuevos combatientes, creación de organizaciones intermedias, reestructuración del mando y otras.

En lo estratégico: La discusión sobre asuntos doctrinales militares y políticos (el énfasis en la importancia de la guerrilla en la montaña, el trabajo con las masas, resistencia urbana, aliados internacionales y nacionales, etc.), sin variar los planteamientos políticos e ideológicos de fondo del sandinismo. 

Las resoluciones tomadas por el mando sandinista de esa época (con el Comandante Carlos Fonseca a la cabeza), en la práctica se manifestaron en un periodo de inacción ofensiva del FSLN contra la GN y la dictadura somocista en su conjunto, conocida hoy como el “Período de acumulación de fuerzas en silencio”, cuyos resultados -positivos y negativos- podemos analizar en otro momento, aunque resulta necesario decir que los acontecimientos políticos y de otra índole ocurridos en el país y en el mundo durante los cuatro años que duró esta fase de la lucha sandinista, desencadenaron eventos que precipitaron el fin de la “acumulación de fuerzas” y obligaron al FSLN a retomar la ofensiva contra la dictadura militar somocista. 

El destructor terremoto de Managua, en diciembre de 1972, dos años consecutivos de sequía en el país, los problemas de gobernabilidad, luego de pactos fallidos entre la oligarquía y el somocismo, el descarado robo de la ayuda internacional a las víctimas del sismo por parte de la dictadura y un proceso electoral viciado que terminaría -al final del año 74- con la “elección” de Anastasio Somoza Debayle como Presidente de Nicaragua, hicieron del primer tercio de la década del setenta una etapa de rompimiento entre la clase política tradicional y la burguesía, por un lado y la dictadura somocista por el otro.

El modelo empezaba a resquebrajarse.

Sin embargo, estos años son muy difíciles para el Frente Sandinista, marcados por terribles masacres de colaboradores de la guerrilla en las montañas por parte de la GN y jueces de mesta y un enorme acoso a las estructuras organizativas y los combatientes en campos y ciudades por parte de los órganos de seguridad del régimen, que incluso llevó a que el propio dictador, Anastasio Somoza, proclamara “el exterminio total de la subversión sandino-comunista” en todo el país. 

Bajo estas condiciones, el FSLN realiza una enorme y meticulosa reconstrucción de redes organizativas clandestinas, la base de apoyo de la lucha urbana, crea y fortalece organizaciones intermedias y de bases, se acerca a los movimientos y comunidades cristianas, a sacerdotes (adeptos a la -por entonces- novedosa “Teología de la liberación”) y a otras organizaciones anti-somocistas. 

Con sigilo, el Frente Sandinista reorganiza las escuadras guerrilleras y continua el trabajo con la base campesina en la montaña e inicia la creación de nuevas rutas de abastecimiento a la guerrilla, infiltra desde el extranjero a la mayoría de cuadros exiliados o que fueron enviados a entrenamiento al extranjero a finales de los años sesenta; reorganiza el mando y se dispone a dar por terminada la “acumulación de fuerzas en silencio” de una manera rotunda y decide pasar a la ofensiva.

En resumen, la coyuntura socio-política y económica del país y razones de orden interno, obligaron al Frente Sandinista a planificar y ejecutar una operación político-militar de gran envergadura, que comprometía los esfuerzos de TODA la organización, el involucramiento de los máximos responsables de la ciudad y la montaña, los cuadros intermedios y sus combatientes más curtidos y de probada convicción revolucionaria. Según testimonio del Comandante Tomás Borge, tal operación fue tempranamente sugerida por el Comandante Carlos Fonseca.

Entre algunas de aquellas razones de orden interno, podemos señalar la necesidad de detener el proceso de rompimiento (división) de la unidad de la organización, iniciado alrededor de 1970, por asuntos de orden táctico, mando y doctrinario; moralizar a la militancia sandinista y rescatar la confianza en el triunfo sobre la dictadura, al mismo tiempo, infundir simpatía hacia la lucha del FSLN por parte del pueblo trabajador nicaragüense; romper el aislamiento mediático en que la dictadura tenía sumido al FSLN, conseguir una ventaja psicológica sobre el enemigo y exponer los crímenes de la dictadura militar somocista y su GN ante el mundo, tratar de atraer aliados, apoyo material y político dentro y fuera del país a la causa sandinista y claro está, rescatar de las cárceles a importantísimos cuadros sandinistas, fundamentales para el fortalecimiento y aumento de las posibilidades de triunfo del Frente Sandinista sobre la dictadura militar somocista. 

Al igual que la preparación de la guerrilla de Pancasan en el 67, el asalto a un objetivo de importancia (que por avatares de la historia resultó ser la casa del connotado funcionario somocista, José María “Chema” Castillo, donde se realizaba una fiesta con invitados de alto valor para el éxito de la misión) requirió del esfuerzo conjunto de los mejores recursos humanos y casi toda la disponibilidad financiera del Frente Sandinista.

El asalto fue ejecutado por el comando “Juan José Quesada” (operación denominada posteriormente como “Diciembre Victorioso”) compuesto finalmente por trece compañeros al mando del Comandante Eduardo Contreras, hombre de gran carisma y compromiso revolucionario, entrenado en los campamentos de los patriotas palestinos de Al Fatah en Oriente Medio. 

Toda la Dirección Nacional del FSLN de ese tiempo, los mandos de la ciudad y la montaña, su Secretario General desde su exilio en Cuba, los cuadros de alto nivel presos en las cárceles somocistas (principalmente los Comandantes José Benito Escobar y Daniel Ortega) se involucraron en los preparativos de la misión. 

Fueron dejadas a un lado las contradicciones ya existentes entre los grupos dirigenciales, que más tarde se fracturarían dando origen a la división de la Organización en Tendencias contrapuestas. 

Las estructuras de la ciudad y la montaña aportaron sus mejores combatientes (ideológica, política y militarmente), escogidos con una rigurosidad extraordinaria y entrenados con dureza y meticulosidad por el Comandante Tomas Borge, mientras los combatientes clandestinos y legales realizaban importantísimas tareas de apoyo, inteligencia y vigilancia para garantizar el éxito de la misión. 

Se combinaron los guerrilleros más experimentados del Frente, como el Comandante Germán Pomares (que ya había participado en el asalto a la cárcel de Alajuela) con cuadros jóvenes muy motivados y lo más importante: La participación de cinco compañeras (de las cuales, al final, tomaron acción en el asalto solamente tres por asuntos tácticos y de seguridad) que garantizaban el cumplimiento del compromiso de la mujer nicaragüense en la Revolución.

El éxito del asalto a la casa de Chema Castillo e 27 de diciembre de 1974 tuvo una importancia capital desde el punto de vista táctico, estratégico, propagandístico y moral para el FSLN. La organización daba un salto cualitativo, retomaba la iniciativa y se convertía en el centro de la atención política, mediática y emocional del pueblo nicaragüense, moralizaba a los combatientes y colaboradores de la montaña y la ciudad, llegaba con ánimo de permanencia a los titulares de ocho columnas de la prensa nacional e internacional y abría la posibilidad de un reencuentro entre los mismos sandinistas. 

Si bien los objetivos, las características especiales de la planificación, conformación y ejecución y los resultados concretos y subjetivos de la operación, hoy llamada “Diciembre Victorioso” ejecutada por el heroico comando guerrillero “Juan José Quesada”, con el esfuerzo prácticamente de todo el FSLN de entonces, hacen que esta sea la más destacada acción político-militar de la historia del FSLN, aunque a mi parecer, lo más importante de la misma fue el esfuerzo sincero de la dirigencia sandinista por detener el fraccionamiento de la Organización y buscar su unidad y aunque perentoriamente este objetivo no fue alcanzado, el éxito de la misión construyó en los jefes y cuadros la base psicológica suficiente para el reencuentro logrado cinco años más tarde, al mismo tiempo que puso al FSLN en ruta -difícil pero constante- hacia la victoria total sobre la dictadura somocista y su GN y el inicio de la construcción de la nueva Sociedad nicaragüense. 


En 22 de agosto de 1978, en condiciones históricas muy diferentes, el FSLN realizaría otra obra de arte de la ejecución exitosa de un asalto de fuerzas- comandos guerrilleras de cualquier época y en cualquier parte del mundo.

Sin embargo, aunque esta acción político-militar tiene similitudes con algunos objetivos y elementos de planificación del asalto a la casa de Chema Castillo, cuatro años atrás, las diferencias saltan a la vista.

La operación Muerte al somocismo ejecutada casi a la perfección por el comando sandinista “Rigoberto López Pérez”, fue realizada sobre un objetivo de gran valor mediático y político, el Palacio Nacional en Managua, donde -entre otras instituciones y ministerios del Estado y gobierno- sesionaba el Congreso bicameral del régimen somocista.

 Un grupo de 25 combatientes seleccionados, entrenados en los alrededores de la Capital, dirigidos por el Comandante Edén Pastora Gómez (guerrillero de gran trayectoria de combate, aunque de bajo perfil, que al igual que el comandante Eduardo Contreras, luego de dirigir exitosamente el asalto, recibiría reconocimiento mediático mundial y pasaría a desempeñar altas responsabilidades a lo interno de la Organización), que ejecutaron la misión con precisión, eficiencia y entrega inaudita, alcanzando casi todos los objetivos planteados por el mando.

 La operación contó con gran apoyo logístico de parte de la estructura partidaria y sería solicitado por el FSLN -otra vez- la mediación del entonces arzobispo de Managua, Monseñor Miguel Obando. Hasta ahí las similitudes.

El desafortunado proceso de ruptura de la unidad del FSLN y su fragmentación en Tendencias, alcanza su punto más álgido en junio de 1976 con la creación de la Tendencia tercerista o Insurreccional que desarrolla un amplio y bien formulado plan que persigue la toma definitiva de la iniciativa estratégica de la lucha contra la dictadura somocista, mediante la insurrección armada del pueblo en las principales ciudades de Nicaragua, la lucha en las fronteras, la creación de una retaguardia poderosa en el extranjero que provea de recursos financieros, armas y campamentos de entrenamiento y refresco, un frente político y diplomático dinámico y comprometido, con la participación de la burguesía anti-somocista nicaragüense, gobiernos y líderes progresistas mundiales. Todo bajo la dirección de los líderes del Tercerismo. 

Las acciones ofensivas iniciadas en 1977 en San Carlos, Cárdenas, Masaya y la apertura del Frente Norte al mando de los Comandantes Daniel Ortega y Víctor Tirado, con resultados militares concretos de mejor o menor calificación, tienen en cambio, un efecto mediático y moral superlativo y de vital importancia para los días de victorias sobre la GN que se avecinan, cumpliendo con las tesis y objetivos de la dirección nacional del Tercerismo que empieza a coordinar acciones de gran envergadura en el terreno con las otras dos Tendencias del FSLN.

Pero se necesitaba una acción de impacto mundial que acompañara los esfuerzos político-diplomáticos e iniciara una dinámica de apoyo logístico y político de mayor envergadura para armar a los miles de combatientes populares que se fueron sumando a la insurrección y para que –internamente- detonara y acrisolara la acción armada ininterrumpida en ciudades y pueblos hasta lograr la victoria final.

Es la Tendencia tercerista, sus jefes y combatientes (a pesar de existir planes en marcha similares de la GPP) la que planifica y ejecuta el asalto, esta vez aunque con menos entrenamiento, con mejores armas y la determinación desde el inicio de un objetivo concreto: El Palacio Nacional.

 No existen otras motivaciones de carácter unitario y aunque la operación cumple con la mayor parte de sus objetivos (sobre todo el rescate de las cárceles del régimen de una apreciable cantidad de cuadros de todas las Tendencias del Sandinismo), no podemos decir que de su enorme éxito dependió la formidable insurrección del pueblo nicaragüense (como algunos jefes suponían) que para entonces se encaminaba, vanguardizado en su conjunto por el FSLN, hacia la liquidación total del sistema de opresión, que durante casi medio siglo, los asesinos del General Sandino y más de cincuenta mil héroes y mártires, habían construido con el apadrinamiento yanqui.

En resumen, estas dos brillantes operaciones político-militares del FSLN, con sus analogías y particularidades, son parte de la historia de lucha del FSLN y el pueblo nicaragüense, ideadas, planificadas y ejecutadas por hombres y mujeres (lastima los que abandonaron sus ideales) comprometidos con nuestra Organización y nuestro pueblo, que siguen luchando por el bien común y el Socialismo en nuestro país.

¡Honor y Gloria a nuestros héroes y mártires!

Edelberto Matus.

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