Pablo Gonzalez

Nicaragua: Nota de duelo: El GÜEGÜENSE ha muerto


Los caraceños nos enorgullecemos de contar en nuestro acervo atávico (folklore, le llaman muchos) ciertas danzas coloniales que resumen el sincretismo rebelde de las nuevas razas, surgidas del choque de culturas y genes en que devino la Conquista española de América.

Alrededor de nuestros engalanados parques municipales o rumbo al “tope” de Santos, veíamos la “danza del gigante”, la “danza del toro-huaco”, la “danza de los diablitos y la muerte quirina”, la “danza de las Inditas”, “la danza de los chinegros”, pero sobre todo la “danza del macho-ratón”, que según la docta opinión de nuestro más grande musicólogo- folclorista, don Salvador Cardenal A., es solo una pequeña parte rescatada del olvido.

Con sus ocho sones(“Entrada”, “Ronda”, “Villancico”, “Corrido”, “San Martín”, “Las damas”, “Los machos” y “El borracho”, de los catorce que dicen algunos que tuvo) ejecutados por un pequeña banda de músicos con instrumentos culturalmente sincréticos, que ejecutan diestramente pito, violín y guitarra, mientras otro ataca sincopadamente su tamborcillo de cuero crudo.

La música suena casi ahogada en la parefernalia de los chischiles de latón de los danzantes.

Estos músicos de medio tiempo de origen campesino, ejecutan los sones en estilo vulgar (no musicalmente culto), pero con ritmo alegre, alternando con aires caballerescos y a veces con marcada burla o imitando la onomatopeya del microcosmos rural. Ese es el recuerdo que atesoro de mis años pueblerinos.

Los diriambinos desarrollaron su versión callejera, utilizando sólo la parte danzaria y suprimiendo los diálogos, acompañando sus festividades en honor a su patrono, San Sebastián.

Pero fue el genio creador e investigativo del maestro Ronald Abud Vivas quien llevó la danza de los machos a los escenarios, combinando lo popular y lo académico, creando elaboradas coreagrafías, vestuarios vistosos y adecuando su música básica, orquestándola según los requerimientos de un arte mayor y mayor.

En la escuela aprendimos que así como las danzas habían sido rescatada del olvido por el mismo pueblo, la otra parte, la comedia-bailete fue “ descubierta” en la meseta caraceña por un doctor alemán de visita por Nicaragua, que luego cedió los manuscritos a su yerno, Daniel Garrinson Brinton (Médico, lingüista, etnógrafo y quien sabe cuantas cosas más), el cuál los estudió, documentó, tradujo del náhuatl-nica al inglés y publicó, como hallazgo antropológico y cultural, en su natal Filadelfia en 1883.

De esta manera, la obra fue rescatada de una agonizante tradición oral de la que venia desde el siglo XVI y llevada a la Academia, teatros y escuelas y fue reconocida como la primera obra intelectual de la hstoria de Nicaragua. Lo trágico de esta historia es que míster Brinton despreció (“por española”, según don Salvador Cardenal) la música original que acompañaba los parlamentos, condenándola así, al olvido total.

La música original del Güegüense desapareció, para ser sustituida por música ecléctica europea del siglo XVIII, con aires de minué, villancicos y toques de diana españoles ,marchas en modo mayor ,en modo menor y hasta en ” seis por ocho”, que es el punto de partida del mas tarde llamado “Son nica”. Así fue que me enteré que los sones escuchados en mi niñez, habían sido impostados siglos atrás.

A la profesora Carmen Salmerón, la distinguían dos cosas: Su enciclopédico conocimiento sobre literatura universal y su infinita capacidad pedagógica. Ella nos hizo leer (y a veces representar en las tablas) al “Güegüense o macho ratón” hasta convencerse que lo habíamos aprendido a odiar con convicción.

Un viejo mestizo, comerciante “medio-pelo”, burlesco, avaro, mentiroso, que soñaba enclasarse a través de la unión marital de su hijo legítimo (El otro era solo entenado) para librarse de tributos y “escupir en rueda” con los del Poder. Este es el protagonista de aquél guión de autor anónimo.

El Gobernador peninsular (autoritario y estúpido), sus alguaciles, la pretendida castellana y sus damas locales y tres animales de carga, giraban (entre bailetes y diretes) alrededor de temas concretos de la realidad colonial, entremezclados con sátira social y la parodia, muy propia del teatro burlesco del Siglo de Oro español.

Los parlamentos del viejo Güegüense son un monumento a la sorna, el sarcasmo, la ironía y al abuso trópico, acompañados de una hiperbólica gesticulación, más propia de un bribón, que del pretendido modelo fundacional del ciudadano nicaragüense que algunos nos han querido encasquetar.

Pero hay " otro" Güegüense!

Los nicaragüenses (siempre divididos hasta en las cosas más simples), hemos dado dos interpretaciones al contenido de una obra de teatro popular de aquella ya lejana época, Por un lado, los “progresistas” hemos creído descubrir en esa temprana obra cómica del ingenio popular nica, el germen de la protesta social en contra del statu quo colonial y la continuidad de la rebeldía aborigen, iniciada por los caciques Diriangén, Agateyte, Tenderí y otros grandes nombres de nuestra estantería heroica nacional.

Esto da una lógica de conectividad histórica(cierta o no) a la subsecuente oleada de luchadores sociales, transformándose en una especie de Fuente Castalia de la Resistencia y la Revolución, donde beberán Cleto Ordoñez, El Coronel Estrada, Zeledón, Sandino, las generaciones guerrilleras de los Cuarentas y Cincuentas, hasta llegar a Carlos Fonseca y Daniel Ortega.

Por otro lado, la burguesía criolla, basada en las conclusiones de sus” brillantes” intelectuales granadinos y leoneses (Vean que no digo “conservadores y Liberales”), durante dos siglos ha hecho correr ríos de tinta, en el afán de convencernos de que el Güegüense somos todos, que está en nuestros genes, que es una marca nacional indeleble, que puede - a conveniencia- ser ocultada pero jamás borrada de nuestra praxis social y ¡Claro! hasta el quehacer político cotidiano.

Esta “teoría” casi elevada a “doctrina”, nos enseñaba que al llegar la definición sincera ( en este caso del patriotismo y amor sincero a nuestro pueblo, la paz y el progreso), el Güegüense se desdoblaba desde lo más hondo de nuestra nicaraguanidad y fingiendo sordera, abocinando las manos sobre su oreja, preguntaba " cuál patria, cuál pueblo, cuál paz y cuál progreso?", mientras afuera los tres machos sonando sus cónicos chischiles brincaban y bailaban alegremente.

Menos más que la UNESCO solo incluyó al “Güegüense o Macho- ratón” como Patrimonio Intelectual de la Humanidad por el valor cultural y antropológico de la Obra y no por la pretendida definición del Ser nacional del mito burgués.

Pues este año pareciera que el viejo tramposo y avaro se quedó en alguna parte de su ruta de comercio o se murió desnucado al caer de una de sus bestias. No regresó con sus espejitos, plumas y chucherías.

Parece que los nicas nos exorcizamos de tan incómodo habitante de nuestro ego recóndito, sembrado en nuestro subconciente cultural por los ideólogos conservadores, al mejor estilo del " Nicaragüensense" de Pablo Antonio Cuadra.

Sin luto, celebramos este año el fallecimiento del antihéroe, que parecía que todos llevábamos dentro.

Descanse en paz ese Güegüense infame!

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