VATICANO: El más siniestro puntal imperialista

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La falsa revolución de MADONNA: Eurovisión, cultura hegemónica y resistencia


Si la cantante palestina Rim Banna, fallecida recientemente, simbolizó la cultura de la resistencia -nos dice el periodista Ramzy Baroud-, Madonna simboliza la cultura hegemónica globalizada.

Rim Banna, la famosa cantante que puso música a la poesía palestina más emotiva, falleció el 24 de marzo de 2018, a los 51 años. Rim captó la lucha por la libertad del pueblo palestino de la manera más digna y melodiosa. Cantaba como los ángeles.


Cuando Rim murió, todos los palestinos la lloraron. Aunque unos pocos medios internacionales publicaron la noticia de que el cáncer la venció a una edad relativamente temprana, en realidad no tuvo mucha cobertura. 

Tristemente, la muerte de un icono de la resistencia cultural de Palestina que había inspirado a toda una generación, empezando con la Primera Intifada de 1987, apenas fue considerado un evento digno de conmemoración y reflexión, incluso entre quienes dicen apoyar la causa palestina.

Compárese a Rim con Madonna, una “artista” a la que sólo ha interesado su engrandecida fama personal y hacer dinero, que defiende los valores morales más degradantes y vende entretenimiento barato al más bajo común denominador para mantenerse en la cúspide del mundo de la música el mayor tiempo posible.

Si Rim tenía una causa, Madonna no tiene ninguna.

Y si Rim simbolizaba la resistencia cultural, Madonna simboliza la cultura hegemónica globalizada -en este caso, la imposición de la cultura consumista occidental al resto del mundo.

La cultura hegemónica define la relación de Estados Unidos y otras culturas occidentales con el resto del mundo. No es cultura en el sentido de los logros intelectuales colectivos de estas sociedades, sino un conjunto de herramientas ideológicas y culturales de que se valen las clases dominantes para mantener su dominación sobre los menos favorecidos, colonizados y oprimidos.

Que una Madonna pro-israelí decidiera actuar en Israel, como ha hecho varias veces en el pasado, para el festival de Eurovisión, sabiendo lo que ella es y lo que defiende, no puede sorprender a nadie; después de todo, en su concierto de septiembre de 2009 en Tel Aviv, cantó arropada en una bandera de Israel.

Claro que es importante recordar a los artistas de su calibre y a los concursantes que representan a 41 países que tienen una responsabilidad moral con la ocupada y oprimidaPalestina.

Y también es importante poner en evidencia los incansables esfuerzos de Israel por enmascarar el apartheid y los crímenes de guerra que comete en Palestina.

En efecto, no debería permitirse que Israel siga blanqueando con este tipo de espectáculos las violaciones de derechos humanos que comete en una Gaza bajo asedio, donde a los niños palestinos se les dispara y mata diariamente sin remordimiento y sin responder legalmente por ello.

Pero, por otro lado ¿No están los eventos musicales como Eurovisión en el centro del programa cultural globalizador de Occidente, cuyo solo propósito es imponer una visión capitalista del mundo, donde la cultura occidental sea consumida como una mercancía al igual que el sandwich de McDonald o un par de vaqueros Levi?

Pedirle a la sexageneria Madonna que no entretenga el apartheid israelí puede ser bueno como estrategia mediática, ya que ayuda a poner el acento, aunque sea momentáneo, en un tema que de otro modo no habría hecho titulares.

 Sin embargo, enfocando demasiado a Madonna y los derechos humanos que supuestamente defiende corremos el riesgo de validarla a ella y los valores consumistas que representa. Más aún, con ello estamos también dejando de lado la resistencia cultural de Palestina, motor de la tenacidad de más de un siglo de lucha.

En respuesta a las críticas recibidas, Madonna dijo: “Nunca dejaré de actuar sólo por complacer la agenda política del alguien, ni dejaré de pronunciarme sobre las violaciones de derechos humanos dondequiera que se produzcan”. Esta puede parecer una respuesta “poderosa” a quienes tratan de disuadirla. De hecho, Madonna es experta en presentarse como alguien que se guía por la moral, aunque nunca traduce tal moralidad en nada significativo.

 Durante la Marcha de Mujeres sobre Washington en 2017, Madonna se dirigió “a nuestra rebelión, a nuestro rechazo como mujeres a aceptar esta nueva era de tiranía, donde no sólo las mujeres están en peligro, sino toda la gente marginada”. La Revista Rolling Stone calificó este discurso de “empoderado”.

 Pero, claro, las mujeres palestinas, libanesas y sirias-que han pagado un alto precio por la ocupación, la guerra y la marginación de Israel- no están incluidas en la falsa revolución de Madonna. Y, encima, es probable que, después de cantar y bailar en el jubiloso Israel del apartheid, se la represente como la Rosa Parks del arte revolucionario.

Hacer pasar los trucos escénicos de Madonna como verdadera cultura, mientras se ignora totalmente la cultura palestina, es lo mismo que si un académico abordase la descolonización desde el punto de vista del colonizador, no del colonizado. Las naciones no pueden liberarse realmente del esquema mental colonial sin que sus narrativas se sitúen en el centro de la política, la cultura y otros aspectos del conocimiento.

Decía el intelectual antifascista Antonio Gramsci: “El error del intelectual consiste en creer que uno puede saber sin entender y, aún más, sin sentir y apasionarse”.

Apelar al sentido moral de Madonna sin sumergirnos apasionadamente en el arte de Rim Banna no hará, a la larga, ningún bien a los palestinos. En último término, sólo abrazando la cultura y la resistencia palestinas mantendremos a raya los mensajes culturales egoístas, hegemónicos y baratos de las Madonnas del mundo.

Fuente:


VÍDEO RELACIONADO:
http://canarias-semanal.org/art/25301/la-falsa-revolucion-de-madonna-eurovision-cultura-hegemonica-y-resistencia

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