Andrea Forero sostiene un retrato de Teófilo Forero, asesinado hace 30 años.
Andrea Forero cuenta cómo vivió la muerte de su padre y el exterminio de la Unión Patriótica. Dice que para perdonar necesita verdad.
El domingo 26 de febrero de 1989 Andrea, de nueve años, le hizo una pataleta a su padre, Teófilo Forero, dirigente del Partido Comunista.
Tenía su maleta lista para irse con él. Cuando Teófilo le dijo que no la podía llevar rompió en llanto y se colgó de una de sus piernas.
A su mamá le tocó arrancarla y él partió.
Esa fue la última vez que lo vio con vida: al otro día fue asesinado junto a José Antonio Sotelo, integrante de la misma colectividad, y Leonilde Mora, su primera esposa.
Los siguientes dos días Andrea faltó al estudio, pero al tercero asistió a la escuela.
No les contó a sus compañeros que su papá había sido asesinado. Teófilo le enseñó que nunca podía hablar de lo que escuchaba en las reuniones del Partido.
Las instrucciones de Teófilo se debían a la persecución contra la izquierda. Andrea nació en la cárcel El Buen Pastor debido a que su mamá estaba presa por repartir volantes que invitaban a movilizaciones sociales. Luego vio cómo caían uno por uno los integrantes de la Unión Patriótica.
El exterminio generó tal impacto en ella que les tuvo fobia a las flores rojas hasta el 2009.
Hoy se conmemoran treinta años del asesinato. A mediodía miembros del Partido Comunista irán hasta el Cementerio Central a honrar la memoria de Teófilo.
Andrea Forero habló sobre su infancia, con su mamá en la cárcel, el legado de su padre y la persecución que ha padecido por ser hija de un dirigente cuyo nombre retomaron las Farc para bautizar una columna móvil.
¿Qué recuerda de la lucha de su papá?
Mi infancia fue estar en el mitin, en el pliego de peticiones, en las movilizaciones. No recuerdo estar en el parque con mis padres.
Yo hacía parte de Pioneritos, con todo el proceso de los niños que después iban a ser parte de la Juventud Comunista. Lo recuerdo muy disciplinado. Por eso era el organizador del Partido Comunista.
¿Cómo fue su vida después del asesinato de su padre?
Es un antes y un después muy profundo. Mientras estaba con mi papá las condiciones económicas, las condiciones afectivas eran otras. Había una estabilidad.
Cuando él muere todo se desdibuja. Mi madre tuvo que irse un tiempo, yo estuve sola, pasé a la casa de otra persona. Realmente mi vida fue muchas casas, o sea que tengo muchas familias.
Se desdibuja inclusive lo económico a lo más agudo. Pasar de tener todo a no tener nada. Pasar de tener las mejores condiciones a tener los zapatos rotos. Pasar de estar en muchos espacios a “mejor no salgas”.
Y también la indiferencia: “Un niño solo no importa, prefiero no meterme ahí”. Esos temas no se tocan. Y mi familia materna ha sido muy conservadora frente a eso. Ese tema no se toca: “Te estás callada, te estás quieta”.
Un tiempo me fui al Sumapaz, mi abuelo materno vivía en la montaña más hermosa. Me enviaron un poco por allá para bajarle un poco el tono a la situación.
A casa siempre llegaban sufragios, coronas de flores mientras estaba mi padre.
Mi madre, también dirigente sindical de Asociación Nacional de Trabajadores de Hospitales y Clínicas. Siempre mi vida en la escuela u otros espacios era como si nada estuviera ocurriendo.
En la Plaza de Toros la Santamaría durante la preparación del primer Paro Cívico Nacional, en 1977. / Archivo particular
¿Cómo se vinculó al Partido?
Él salió de Natagaima (Tolima) después de una arremetida de los chulavitas contra su familia: ingresaron a su casa, rompieron todo, abusaron de las mujeres que vivían allí y él decidió salir a Bogotá con la curiosidad de explorar qué es ser revolucionario. Empezó a entrar a los espacios de dirigencia política. Era algo secreto porque en su momento el comunismo en Colombia no era bien visto, era perseguido.
¿Su mamá cómo terminó en la cárcel?
Hacia el 76 él conoció a mi madre, una mujer campesina del Sumapaz que también era inquieta, pero un poco inocente frente a la realidad. Mi papá fue su maestro político. En diciembre de 1978, en un momento de revuelta estudiantil, estaban repartiendo unas chapolas (volantes) y a ella la cogió presa la Policía. Estaba embarazada de mí y yo nací en El Buen Pastor. Él tenía otro hogar, yo tengo dos hermanos mucho mayores. Mi padre tuvo que asumirme, entonces pasé por muchas casas. En ese momento era concejal y no sabía qué hacer con una bebé. Igual iba conmigo de asamblea en asamblea, de mitin en mitin.
¿Qué recuerda de la vida en su casa?
Tenía unos siete años y recuerdo muy bien que en la casa siempre había hogueras enormes de libros. Quemaban libros marxistas, leninistas, todos los relacionados con socialismo y comunismo, porque se avisaba que posiblemente habría allanamientos. Los recogían, los ponían en el patio, les regaban gasolina y los prendían.
Cuando llegaban a avisar que iba a haber allanamiento, lo primero que yo hacía era ir y coger los libros que a la vista más me llamaban la atención por sus colores.
Rescaté muchos, los cogía, los metía en mi maleta de la escuela, me los llevaba al colegio y los dejaba en la biblioteca de una tía, donde almorzaba. Hace año y medio hicimos un almuerzo familiar y yo le dije al esposo de mi tía que si hace treinta años le hubieran hecho un allanamiento todavía estaría preso porque yo guardé muchos libros comunistas en su casa y no se dio cuenta (risas). Son libros que conservo con mucho amor después de que los recogí de esa casa como en el 94 o 95.
¿Cuál es su reflexión para un país en el que hay tanto odio?
Mi mensaje es que realmente es la base popular la que tiene el poder, pero terminamos eligiendo lo mismo: la guerra. Somos pocos los hijos que hemos seguido, que hemos reconstruido la historia, no ha sido fácil. Los hijos e hijas somos los que debemos construir la historia, hemos vivido en carne propia la guerra, el aniquilamiento, la pérdida de nuestros padres, el desarraigo, el miedo y sin embargo estamos ahí.
No podemos permitir que las historias se repitan y en este momento se están repitiendo: los líderes sociales están siendo asesinados. Ya no en la magnitud de esos días, porque recuerdo en mi infancia un muerto diario, un velorio diario. En su momento tuve mucha fobia por las flores.
Una de las amenazas que le llegó a Teófilo Forero en medio del plan de exterminio contra la Unión Patriótica.
Explíqueme eso...
Yo crecí en ese espacio. Siempre después hubo un velorio y yo estaba ahí siendo tan pequeña. Había muchas flores rojas y eso me generó un choque emocional muy fuerte. Asociaba flores con muerte y no solo con la de mi padre, sino con la de muchos amigos que hicieron parte de mi vida. Mi familia era el Partido, mi familia eran esos compañeros y sentí en un momento que me fui quedando sin nada. El golpe más fuerte fue la muerte de mi padre, una ruptura profunda.
¿Esa fobia persiste?
No. Trabajé mucho eso y el perdón, que es fundamental. En el 2009 eso cambió porque alguien me regaló un ramo muy grande de flores y era rojo. Era una persona que yo quiero mucho y pensaba que me las regalaba con amor, pero yo las veía con muerte. A mi papá le encantaban las flores rojas, entonces yo pongo muchas flores rojas en la casa. Empecé a despertar ese sentimiento bonito no desde la muerte, sino desde la vida.
¿Qué sintió cuando las Farc bautizaron una columna móvil con el nombre de su papá?
Mi papá acompañó el intento de proceso de paz entre Belisario Betancur y las Farc. Es ahí cuando lo asesinan y las Farc utilizaron su nombre. Siento que lo utilizan por el buen ejercicio político de él, en su memoria. Fue un dirigente que intentó hacer el canal entre el Estado y la insurgencia, pero fue fallido, no tuvo resultado. No me molesta porque en este país ni el Estado ni los gobiernos de turno van a reconocer la dirigencia política que lucha por los derechos de su pueblo.
¿Eso les ha generado dificultades?
Hay personas que me han dicho que soy una comandante. Un día me encerraron, duré ocho horas encerrada; me retuvo un grupo paramilitar que se movía por Ciudad Bolívar. No sé cómo estoy acá.
¿Perdonó a los asesinos de su padre?
Lo que pasa es que es importante reconocer que es un crimen de Estado. Puede haber muchos autores materiales, en algún momento se señaló a Pimpina, que era mano derecha de Pablo Escobar, a Alberto Santofimio. Hasta no saber la verdad no perdonamos. La Corte Interamericana se llevó cien casos emblemáticos, dentro de ellos el de mi padre y le está solicitando al Estado que reconozca que fue un crimen de Estado. Muy difícilmente el Estado lo va a reconocer, porque es la institucionalidad la que tiene la mano metida en esto.
¿Cuál cree que es el legado de su papá?
Uno, su espíritu revolucionario. Dos, la disciplina que él tenía en todos sus espacios. Tres, el compromiso con lo que asumas. Él tenía un gran compromiso con su Partido, con mi Partido. Nuestro legado es y será siempre la lucha por lo popular, por la garantía social, por la reivindicación de los derechos. Hacer parte de un Partido tan perseguido y decir “seguimos aquí a pesar de eso” ya es ejemplo.
¿Cuál es su mensaje para los autores intelectuales del asesinato?
No lo voy a decir desde el dolor, pero creo que si queremos construir país hay que dejar que haya otras formas de gobierno incluyentes. Mientras sigan estos tipos de gobierno, siempre diré que el crimen de mi padre es un crimen de Estado, seguirá existiendo la injusticia, la desigualdad. Mi mensaje para esos sujetos es ese: que en algún momento, tarde o temprano, habrá justicia. Nosotros sabemos quién fue, cómo fue y por qué fue.
La justicia tarda pero llegará en algún momento.
“Esta foto retrata la ternura de mi papá”, dice Andrea al mostrar esa fotografía en la que salen juntos. /Archivo particular