Nicaragua: “Oenegé” de Javier Meléndez Quiñónez facturó C$88 millones anuales

El bloqueo de Cuba: crimen y fracaso

El huracán como instrumento de análisis de la sociedad


“Un acontecimiento de este tipo es como el acto de lanzar un adoquín a un charco, haciendo remover el fondo cenagoso”. George Duby.

Introducción

Las personas relacionan siempre el huracán a una catástrofe por el impacto de facto que tantos de ellos han ocasionado, muchas veces puntual y que deja casi siempre la notoriedad de un nombre o un topónimo asociado al acontecimiento de triste recordación. 

Un huracán como el de Santa Cruz del Sur en 1932 marcará para siempre el imaginario y la cultura del lugar y sus instituciones —incluso el de todo un país—, aun cuando existan estudios que ilustran que, de todas las víctimas anuales de eventos extremos en un país tan inmenso como puede ser los Estados Unidos de América —aquejado prácticamente de casi todas las variantes de desastres naturales—, a los huracanes, de conjunto con terremotos e incendios solo le corresponde aproximadamente el 5%, mientras que a otras ocurrencias metereológicas como las olas de calor u olas de frío les concierne el 19% y 18% respectivamente. (1)

Este artículo no trata sobre el huracán en sí ni es una interpretación de la teoría de las catástrofes de René Thom, (2) sino que aborda el acto de aprovechar la conmoción tras el paso del fenómeno para hurgar en el comportamiento de determinadas instituciones e individuos, de explotar los discursos resultantes aludidos en el estallido de información documental que deja tras sí el dramatismo de una catástrofe a partir de algunos ejemplos. 

La motivación para su escritura se debe a la publicación del Anuario de Estudios America- nos de 2005 titulado Las crisis en la Hispanoamérica colonial como instrumento de análisis histórico. 

Cuando entre varios especialistas de diferentes disciplinas retorna la oportunidad de analizar y diseccionar mitos y realidades de una de las caras del desastre —el huracán— como un ente que puede ser abordado desde más de una arista, salvan- do las lógicas distancias, se da continuidad al destacado contrapunteo que protagonizaron Voltaire y Rousseau tras la catástrofe de Lisboa en 1755: Mitología y Filosofía, o confrontación de los fenómenos y conceptos naturales o científicos y los sobrenaturales tratando de explicar un mismo fenómeno.

Un método, el acto y las actitudes

En 1984 Carlo Cipolla publicó un elocuente trabajo que, tomando como pretexto una epidemia de peste que asoló a un recóndito paraje, hace una magistral disección de la sociedad florentina del siglo XVII respecto a ciencia y creencias religiosas, tomando como eje la posición que adoptan las instituciones civiles y la Iglesia, (3) lo que contribuyó a que varios estudiosos en Europa (4) y América Latina (5) dieran continuidad a esa tendencia o método de análisis histórico. (6)

Tomemos como ejemplo relativamente reciente el paso del huracán Katrina en 2005 por Nueva Orleáns, el cual constituyó un gran desastre y una crisis de proporciones desacostumbradas para un país del llamado primer mundo.

 Por maravillas de la modernidad —el satélite y la Internet— un ciudadano de cualquier rincón del planeta podía contemplar a las miles de víctimas del fenómeno atrapadas en su abandono sin electricidad, agua potable y alimentos, diques destruidos, casas e inmuebles bajo las aguas, escenas dantescas teniendo por escenario un hacinado estadio, hospitales sin evacuar, un estado de violencia incontrolable, barrios periféricos saturados de una pobreza que no acostumbra verse en noticiarios, guardias nacionales al extremo de un puente impidiendo el paso a centenares de personas casualmente, o no tan casualmente, de raza negra en su mayoría, y aquellas repetidas peticiones de socorro del alcalde Ray Nagin que ponían al descubierto una gran falta de coordinación entre Washington, el Estado de Luisiana y la Alcaldía de la ciudad.

La catástrofe había destruido un orden precedente, que la prensa y otros medios se encargaron de mostrar cuán huérfano estaba para enfrentar un desastre de aquella magnitud. Katrina fue entonces un juicio a voces por todas partes del mundo con millones de analistas intercambiando o exponiendo criterios. 

Después, la verdad acompañada de numerosas evidencias iría afluyendo del barro y las aguas turbulentas en coincidente razón con muchos de aquellos analistas: la indiferencia del Gobierno, el desmantelamiento llevado a cabo en los últimos veinte años de agencias dedicadas a aliviar la pobreza o ayudar durante los desastres, la responsabilidad derivada de guerras en Afganistán e Irak, y la incompetencia y falta de preparación para enfrentar la crisis; contundentes verdades que no pudieron ser encubiertas ni por los más serviles medios.

Se trata entonces de utilizar todas las fuentes de información posibles para develar un comportamiento; el ejemplo anterior podría también ilustrarse mediáticamente temporizando un mapa sinóptico del huracán en su avance por el Caribe, mientras los noticiarios televisivos observados en esos días informaban de las vacaciones del presidente en su rancho en Crawford, ver horas después a un George Bush definiendo el fenómeno como “un disturbio temporario” y centrando su entrevista en Good Morning America solo en el hecho de no permitirle oportunidades a los saqueadores, o contestar, ante la sugerencia de la periodista de ABC Diane Sawyer de que fueran las compañías petroleras quienes financiaran la reconstrucción de Nueva Orleáns, que lo que se debía hacer era enviar dinero en efectivo a las organizaciones caritativas; un escenario listo para recibir las palabras del entonces máximo dirigente de los republicanos en la Cámara de Diputados del Congreso, Dennis Hastert, que dejaron muy mal parado al Gobierno al afirmar que no tenía sentido gastar dólares de las rentas internas para reconstruir la ciudad y que “sería mejor usar tractores y arrasarla”, teniendo que retractarse ese mismo día de ellas. (7)

¿La misma historia?

Los archivos con las evidencias que aportan las fuentes primarias constituyen un candidato ideal para apoyar la tesis de este artículo. 

En una publicación de unas treinta páginas de pequeño formato sobre el huracán de 1846 o tormenta de San Francisco de Borja, (8) catalogado como el más destructivo que haya acontecido en San Cristóbal de La Habana hasta hoy, debieron consultarse unos 450 expedientes y alrededor de 15 publicaciones periódicas.

 Tras ser devastada la ciudad, el puerto y los barrios extramuros, la información gravitaba tras peticiones de ayuda —individuales o colectivas— a instituciones gubernamentales o religiosas, querellas entre vecinos, discursos de la prensa oficialista o de personajes de la ciencia, el gobierno o el clero, cartas personales de habitantes de la Isla y de viajeros ocasionales, crónicas de eruditos en publicaciones periódicas, informes de jueces pedáneos al Capitán General o de este al Ministro de Ultramar, actas de reuniones del Ayuntamiento, bandos, reales cédulas, suscripciones para la colecta de los damnifica- dos, etc., por lo que prácticamente en casi todos los fondos documentales de las instituciones vivas de entonces se da fe del acto y las actitudes del entramado oficial y de las personas.

Según los estudiosos se pueden hacer preguntas básicas: ¿con qué instituciones, con qué personas y con qué eficacia se hizo frente al desastre?, o ¿cómo interpretan los contemporáneos la tragedia y cómo sintieron sus consecuencias? 

A estas interrogantes, las autoridades gubernamentales respondieron con la publicación de infinidad de bandos, decretos y órdenes para dirigir la vida de los particulares por un lado, y por otro, las instituciones religiosas celebraron innumerables misas y rosarios, pero ni unas ni otras aportaron fondos importantes. 

El discurso del gobierno colonial se centró en lo que consideraba su obligación: la reconstrucción de los edificios administrativos y militares, el mantenimiento del orden público y la defensa de la propiedad privada. 

¿Acaso la Real Hacienda se encontraba en un momento crítico y no disponía de fondos?, eso lo desmiente el propio censo de ese año 1846 o Cuadro estadístico de la siempre fiel Isla de Cuba correspondiente al año 1846, además de poderse contrastar con las estadísticas de 1841 a la fecha. 

De los destrozos del huracán no hablaré aquí, pues no es tema principal las estadísticas para este artículo, pero quien desee remontarse en el tiempo y dejar correr la imaginación, puede hacerlo en la contemplación del perturbador cuadro de Federico Mialhe con una vista del puerto de La Habana y parte de la ciudad que conserva nuestro Museo Nacional de Bellas Artes sobre aquel fatídico suceso.

A las pocas horas del paso del huracán el Capitán General expresaba en carta a la península: “Haré uso de todos los re- cursos en el posible alivio de tamaña des- gracia”,9 lo cual se reflejó literalmente en el paquete de acciones que siguieron a la retórica: - A la composición de los edificios públicos se destinó a la población penal de la entonces magnificada Real Cárcel de la Punta. - El primer acuerdo del cabildo dictado por el Síndico Procurador General fue cantar un tedéum o himno en acción de gracias al todopoderoso por haber librado a los sobrevivientes de mayores males. 

Realmente se hizo misa, sermón, procesión y el tedéum, lo cual se convocó por los periódicos. - Se decidió que durante dos meses no aumentara el precio de los productos más de lo que era el día antes del huracán (alimentos, ladrillos, tejas, maderas y clavos). - 

El Capitán General autorizó excepcionalmente a los dueños de casas a efectuar sus reparaciones en madera contrario a las ordenanzas y disposiciones existentes para la ciudad. - Ante la magnitud de la catástrofe, el Gobierno Superior Civil resolvió crear una Junta que reuniera y distribuyera las cantidades de dinero que se recaudaran voluntariamente para socorrer a los ciudadanos más necesitados.

El 31 de diciembre de 1846 —a solo dos meses del azote de un huracán de categoría 5 en la escala Saffir-Simpson según los entendidos en la materia— el Capitán General en carta al Ministro de Ultramar declaraba: “las medidas que contribuyan al posible alivio de los males sufridos, ya en su tiempo tuvieron lugar sin lastimarse en lo más mínimo los intereses del erario, y con ellos y el buen aspecto que presenta la considerable zafra que se hace actualmente, me lisonjeo que en el total de productos, la riqueza pública de esta isla no sufrirá desmejora alguna en el año inmediato”.(10) A tamaña aseveración podría hacérsele una simple pregunta: 

¿Cómo se costeó la reparación de los edificios públicos si solamente en los muelles, según expresara Jacobo de la Pezuela, el costo ascendió a 122.917 pesos fuertes?, una pregunta que si se acompaña del análisis de los presupuestos de esos años y se advierte que en ninguno hay acápites para gastos extraordinarios de desastres, el lector coincidirá que el tema es digno de toda una investigación.

Debió resultar sumamente patético por aquellos días de heridas latentes por la tragedia, que al abrir el oficialista Diario de la Habana el lector —tocado también por la desgracia— se encontrara que coincidían en un mismo número las peticiones de colectas para los damnificados del huracán de La Habana con las dirigidas a los damnificados de un terremoto en la lejana región de Murcia. La ironía también se ceba en el desastre cuando aquel huracán recibió un nombre que para buena parte de la propia Iberoamérica se invocaba como Santo Patrón protector contra temblores, borrascas y tempestades entre otras cosas.

Cuando a comienzos del año 2009 el Estado cubano endureció un grupo de medidas para contrarrestar el enriquecimiento ilícito que grupos de personas hacían con las miserias y carencias de otros, el tema llovía de vuelta sobre mojado desde aquel lejano 1846 por obra de Miguel Rodríguez Ferrer en su magnífica Naturaleza y civilización de la grandiosa Isla de Cuba, de 1876, poniendo de manifiesto, según Desiderio Herrera, que en medio de las fuerzas desbocadas del huracán, un hombre recolectando tablas y arrancándolas de las propiedades y acaparándolas en una habitación; hombres subidos a los tejados mientras otros abajo las recibían, todo para venderlas después a altísimos precios todos esos materia- les de construcción; a algunos de esos seres se les veía atisbando las casas abandonadas o afectadas para saquearlas.(11) Es la misma lección histórica de las ruinas de Pompeya en que ladrones quedaron atrapados con el producto de sus fechorías bajo la lava y las cenizas volcánicas del Vesubio.

Una parte del análisis que no se puede dejar escapar es el uso del temor y el pánico colectivo ya que el miedo se construye socialmente. Cuando el primer acuerdo del cabildo cristalizó en el tedéum, sencillamente se estaba dando cumplimiento a una de las leyes del Reino que expresaba: Cuando la necesidad sea urgente, debe el cabildo acordar rogativa pasando oficio sobre esto al superior eclesiástico, poniéndose de acuerdo para señalar día y hacer la convocatoria para que asistan los vecinos, haciendo que todos concurran a implorar el auxilio de la divina clemencia, […], debiendo asistir todo el cabildo vestido de negro.(12) 

El sistema estaba diseñado para que en la comunidad, en un momento de desastre convergieran todas las clases sociales en gesto común a compartir el gran problema, habilitando una “unidad” social favorecida por una sociedad católica educada en el miedo a morir sin el sacramento: un constructo barroco que sin lugar a dudas reforzaba en la mayoría una identidad local a la sombra de respuestas sobre el origen sobrenatural de un fenómeno.

Viajando en el tiempo hacia atrás en nuestros archivos se puede conseguir relacionar hechos de una manera extraordinaria. Resulta interesante constatar como la ya mencionada ciudad de Nueva Orleáns al paso de Katrina en 2005 repetía una tragedia vivida el 24 y 25 de agosto de 1780 cuando fue prácticamente destruida.(13) En paralelismo temporal su gobernador Bernardo de Galves —como George W. Bush— se encontraba lejos del lugar de los hechos, en La Habana, entonces ajustando sus planes militares para las tropas que irían a guerrear contra los ingleses; las peticiones de socorro que se hicieron a La Habana para alimentos y materiales de construcción —tal cual hizo Ray Nagin, el actual alcalde de Nueva Orleáns a su gobierno— nunca llegaron. En aquella lejana fecha no hubo el saqueo de 2005, pero las autoridades se vieron forzadas a tomar medidas, entre otras cosas poniendo precios topados a los alimentos y materiales de construcción entre otros varios renglones a causa de algunos comerciantes que no se solidarizaron con sus semejantes buscando la forma de obtener ganancias de la desgracia ajena. En la documentación aparecen explícitos los listados de comerciantes testificando aquel comportamiento “humano”, donde figuran algunos apellidos ilustres de aquella urbe de marcado origen francés.(14)

José Ramos Bosmediano, en un artículo de opinión muy interesante publicado en el órgano alternativo Rebelión resumió magistralmente la tragedia última de Nueva Orleáns expresando como El Katrina encontró una ciudad “abierta” para ser arrasada en el más breve tiempo, sin posibilidades de atenuar su fuerza y la fuerza de las aguas. En esta primera percepción hay dos elementos. Uno, el propio huracán, la fuerza natural que no se puede detener ni dirigir por donde uno quisiera, por lo menos hasta el estado actual de la ciencia y la tecnología de la física. El otro es el factor humano, la posibilidad de prevenir los espacios culturales urbanos para hacer frente a los efectos de las fuerzas naturales […]. Aquí estamos con el problema de la fuerza humana aplicada al manejo del Estado y del poder político para organizar la sociedad en beneficio de la población, lo que nos conduce a una sociología política aplicada a un evento fortuito (huracán, terremoto, etc.) de carácter natural pero previsible en sus efectos y espacios de incidencia. Si la “guerra preventiva” que practica hoy Estados Unidos utiliza la lógica de la predicción, que además es un elemento fundamental del conocimiento científico (Mario Bunge), sería incomprensible que para el Katrina no haya operado la misma lógica.(15) 

Y más adelante sentencia:

 ¿Quiénes fueron, en casi absoluta mayoría, los muertos en New Orleáns? Los más pobres y un sector de la población medianamente acomodada. Esa población más pobre pertenecía, en gran parte, a la parte negra de la demografía estadounidense, como ocurre con la desocupación, los bajos niveles de escolaridad y otros índices que definen grandes desigualdades sociales…. Estos elocuentes fragmentos decidí colocarlos literalmente pues no los podría condensar mejor.

Otras aristas que merecen escrutarse

Un tipo de dualidad mítica es el de los habitantes yucatecos de Chetumal —en una de sus acepciones Chaactéemal o Allí donde bajan las lluvias— donde la percepción que dejó el huracán Janet en 1955, es haber sido una consecuencia de la deforestación que trajo la explotación del caucho y las maderas preciosas, al quedar literalmente arrasada una ciudad donde aún se habla de las casas voladoras, refiriéndose a las pocas que sobrevivieron tras ser arrancadas de su lugar de origen y aterrizar en otro. La ciudad se reconstruyó y en 1998 cuando el Mitch estaba a sus puertas toda la población invocaba a Dios en rezos y promesas, muchos de rodillas en rogación a San Judas Tadeo —Santo Patrono de esa ciudad— y cómo justamente frente a la ciudad aquel cambió de dirección,(16) resurgió con reforzado ímpetu en toda su inmensidad el mito divino del huracán en un amplio sector de la población.

Sería un análisis demasiado estrecho pensar que las catástrofes a que tienden a ir acostumbrándonos los ecos de tantos nefastos octubres es un simple cobro de cuentas del planeta a los desafueros del hombre —al decir del filósofo francés Michel Serres—,(17) más por suerte ello puede analizarse o compensarse con el método científico y toda la inflación documental que arrastra tras sí el desastre. Darle una oportunidad al optimismo y la esperanza reposa en las sabias palabras atribuidas a Lao Tse, por estar más allá del acto y las actitudes: Un huracán no puede durar mucho tiempo y la civilización moderna es un huracán. Solo limando aristas y suavizando esquinas del pensamiento humano podrá salvarse la civilización. Los desastres también ponen de manifiesto que una ciudad además de casas, edificaciones y vecinos tiene su alma; a medida que una población o comunidad es más antigua, que tiene su propia historia y tradiciones, resulta más difícil de abandonar por sus habitantes ya que en su perímetro no solo están enterrados antepasados, sino que hay una memoria colectiva propia y, por eso, para mucha gen- te abandonar su parcela o solar implica desarraigo. ¿Cuántas veces fue arrasado el poblado de Playa Cajío en la costa sur habanera?, ¿cuántas veces se ha inundado Batabanó tras un huracán? Eso es tan válido para Batabanó como para la ciudad de México, a la que el dominio español intentó trasladar y los habitantes se negaron y la Corona lo que tuvo que hacer fue mandar a desecar el lago que rodeaba la ciudad; todo eso también se conserva en los archivos.

Epílogo inconcluso

Las crisis, especialmente las provocadas por los mal llamados desastres naturales y que en el caso de los huracanes pueden tener dualidad en sus consecuencias para la sociedad, pueden ser aprovechadas como un medio de reflexión único para el investigador o el historiador de lo que realmente existe tras las apariencias, pues emergen como resultado de momentos de máxima tensión en la sociedad, que suelen quedar grabados en la memoria a través de instituciones y personas; una relación proporcional entre el tamaño y el impacto de la catástrofe con el número de referencias documentales, entendiendo el documento en su más amplia acepción. El discurso de un documento siempre puede estar sujeto a la manipulación política, por eso resulta saludable el fenómeno que aquí hemos llamado inflación documental, al dar la posibilidad de consultar las más disímiles fuentes que describan desde los más variados puntos de vista los aconteceres que pueden acompañar a un desastre.

En el año 2005 expresaba que con cada ocurrencia de los ciclones tropicales “sobreviene la tan antigua batalla del hombre ante la naturaleza, una batalla ante la que siempre habrá que acudir con la estrategia más adecuada”; si se rasga adecuadamente el velo que acompaña al huracán desde su formación hasta sus últimos efectos, ese término que se repite hasta la saciedad de desastre natural comienza a perder todo lo que tiene de natural y se empieza a ver todo lo natural que puede resultar el desastre. En Cuba, ubicada en un contexto insular con una especie de fatalismo natural para la segunda mitad de sus ciclos anuales, a pesar de cuán preparada se encuentra para enfrentar este tipo de desastre, el huracán continúa siendo difícil de desmitificar a causa de una vulnerabilidad históricamente acumulada por la construcción social que tiene el riesgo, pero tanto en el pasado como en la actualidad este constituye un instrumento de observación de la realidad social, convirtiéndose en una oportunidad para cuestionar o contrastar cualquiera de los modelos de desarrollo por los que ha transitado la nación, al estar todos igualmente signados a lo largo de la historia por el paso de los huracanes.

Notas:

1) Resultados publicados en el International Journal of Health Geographics y comentados en: Pablo Rodríguez Palenzuela: Desastres naturales y percepción de riesgo. http://pablorpalenzuela.wordpress.com/2008/12/27/ desastres-naturales-y-percepcion-del-riesgo/. (Consultado: 27 de diciembre de 2008).

2) “La teoría de las catástrofes permite elaborar modelos matemáticos capaces de ser aplicados al estudio de cualquier sistema dinámico y de cualquier proceso evolutivo, y explicar cómo se producen cambios bruscos en sistemas aparentemente estables. Es decir, explica las catástrofes, o los cambios abruptos y radicales, no lineales, que determinan que un sistema experimente una transición discontinua cualitativamente distinta hacia otro estado como consecuencia de variaciones continuas”. Yunia Hernández: “Impacto social de las teorías científicas. Criterios para reflexionar”, en Santiago, No. 113, 2007, p. 78.

3) Carlo M. Cipolla: ¿Quién rompió las rejas de Monte Lupo?, Muchnik Editores, Barcelona, España, 1984.

4) Bartolomé Bennassar: Les catastrophes naturelles dans l’Europe médiévale et moderne, Presses Universitaires du Mirail, Université de Toulouse-Le Mirail, Toulouse, Francia, 1996.

5) Virginia García Acosta: Historia y Desastres en América Latina, CIESAS, México.

6) Tendencia que data de los años cuarenta del siglo XX por el geógrafo norteamericano Gilbert White y reforzada en los ochenta y noventa por Harry Quarantelly, Russell Daynes y George Duby.

7) Tomado de World Socialist Web Site, en: http://www.wsws.org/es/articles/2005/sep2005/span-s09.shtml(Consultado: 9 de septiembre de 2005).

8) Véase Jorge Macle: “La tormenta de San Francisco de Borja”, en Boletín del Archivo Nacional, No. 12, 2000, pp. 75-107.

9) Archivo Nacional de la República de Cuba. Fondo: Reales Cédulas y Órdenes 315/156.

10) Archivo Nacional de la República de Cuba. Fondo: Reales Cédulas y Órdenes 403/156.

11) Lo expuesto aparece reflejado en los pies de las páginas 368 y 369 de la referida obra.

12) Novísima recopilación de las Leyes de España, mandadas formar por Carlos IV en 1805, Tomo I, Libro Primero, Ley XX.

13) Véase Jorge Macle: “Ecos en el tiempo: a propósito del huracán Katrina”, en Palabra Nueva, No. 45, Año XIV, La Habana, octubre de 2005, pp. 72-74.

14) Archivo Nacional de la República de Cuba. Fondo: Gobierno General 26368 / 510.

15) José Ramos Bosmediano: “Sociología política de los desastres naturales”, en: http://www.rebelion.org/ noticia.php?id=55471 (Consultado: 30 de agosto de 2007).

16) Eliana Cárdenas Méndez: “La percepción social del riesgo, lo contingente y lo indeterminado: el caso de los huracanes y suicidios en Quintana Roo”, Actas del X Coloquio Internacional de Geocrítica, Universidad de Barcelona, 26-30 de mayo de 2008. En: http://www.ub.es/geocrit/-xcol/88.htm (Consultado: 27 de diciembre de 2008).

17) Michel Serres: El contrato natural, Ediciones Pretextos, 1991, 205 pp.

geógrafo cubano, trabaja en el Archivo Nacional de la República de Cuba.

http://www.sinpermiso.info/textos/el-huracan-como-instrumento-de-analisis-de-la-sociedad

Related Posts

Subscribe Our Newsletter