Durante las dos últimas décadas, el Medio Oriente ampliado ha sido teatro de sangrientas guerras que destruyeron 5 Estados de esa región.
Pero en Líbano, los propios libaneses se han encargado de garantizar la destrucción de su país, sin darse cuenta de lo que hacían.
La resistencia libanesa no ha logrado impedir el derrumbe del país. Queda demostrado que es posible ganar una guerra sin tener que librarla.
En sólo meses se ha derrumbado Líbano –país que a menudo nos presentaban, erróneamente, como «el único Estado democrático árabe» o como «la Suiza del Medio Oriente». Una ola de manifestaciones contra la clase política (en octubre de 2019), una crisis bancaria (en noviembre de 2019), una crisis sanitaria (julio de 2020) y una monstruosa explosión en el puerto de Beirut (agosto de 2020) han hecho desaparecer bruscamente la clase media al provocar la caída del nivel de vida de los libaneses en un 200%.
Los libaneses opinan que todo eso se debe a la administración catastrófica del país por parte de la clase política, a cuyos dirigentes consideran profundamente corruptos… exceptuando únicamente al jefe del grupo confesional del cual es miembro el libanés con quien usted esté conversando. Ese absurdo prejuicio denota el grado de intolerancia de los libaneses en general y también oculta la realidad.
Desde los tiempos de la ocupación otomana [1], en particular desde la independencia –en 1942– y más aún desde la guerra civil que duró desde 1975 hasta 1990, la población libanesa no ha logrado convertirse en una Nación [2] y sigue siendo un amontonamiento de comunidades confesionales.
La Constitución libanesa y los Acuerdos de Taif reparten todos los cargos políticos, e incluso los empleos en el sector público, en función de cuotas otorgadas a cada comunidad confesional, sin tener en cuenta las capacidades reales de las personas que ocupan esos puestos.
Cada comunidad obedece a sus propios jefes, generalmente antiguos “señores de la guerra” encumbrados durante la guerra civil, personajes a quienes la «comunidad internacional» ha otorgado su reconocimiento.
Esos personajes, como los senadores de la Roma antigua, han administrado por su cuenta los fondos que las antiguas potencias coloniales entregaban para cada una de sus comunidades confesionales, otorgándose a sí mismos grandes porciones de esos fondos y enviándolas al exterior mientras redistribuían en Líbano grandes sumas de dinero para conservar su “clientela”. Por consiguiente, hoy resulta totalmente contradictorio –y estúpido– acusarlos de corruptos… después de haberlos ensalzado durante décadas por hacer lo que hoy se les reprocha.
Estados Unidos y la Unión Europea alimentaron ese sistema nefasto.
El presidente del banco central libanés, Riad Salamé, era celebrado como el mejor administrador de los fondos que afluían al Líbano desde el mundo occidental… y hoy lo acusan de haber escamoteado un centenar de millones de dólares, desviándolos hacia sus cuentas bancarias personales en Reino Unido.
Hoy se sabe que, en su momento, la Alta Representante de la Unión Europea, Federica Mogherini, pretendía otorgar al Líbano una «ayuda» para resolver la llamada «crisis de la basura» ayudando a los dos ex primeros ministros, Saad Hariri y Najib Mikati, a malversar un centenar de millones de dólares de esa «ayuda» [3].
Los únicos que siguen sin darse cuenta de todo eso son los libaneses, que han sido mantenidos durante 80 años en un estado de inconciencia política y siguen sin entender lo que vivieron durante la guerra civil.
¿Cómo puede alguien no darse cuenta de que el derrumbe del Líbano llega después de las guerras impuesta a Yemen, Siria, Libia, Irak y Afganistán?
¿Cómo podemos dejar de ver que, en 2001, el secretario de Defensa de Estados Unidos, Donald Rumsfeld, y su consejero, el almirante Arthur Cebrowski, recomendaban adaptar los objetivos de las fuerzas armadas estadounidenses a las necesidades del naciente capitalismo financiero?
Rumsfeld y Cebrowski creían necesario destruir los Estados en los países del «Gran Medio Oriente», o «Medio Oriente ampliado» –sin importar que fuesen “amigos” o “enemigos”– para que ninguno de esos países estuviese en condiciones de oponerse a la explotación de los recursos de la región por parte de las transnacionales yanquis [4].
Si se reconoce que los conflictos armados que han destruido 5 Estados de la región son parte de la «guerra sin fin» (sic) proclamada por el presidente George Bush hijo, y que esa guerra aún se mantiene, también hay ser capaz de ver que en Líbano no ha sido necesario recurrir a la guerra para destruir el Estado.
Dada la comprobada eficacia de la resistencia libanesa en el campo militar, lo conveniente era tratar de alcanzar ese objetivo por medios no militares que escaparan a la vigilancia del Hezbollah.
En abril de 2019, ya todo estaba decidido, así lo demuestra la respuesta estadounidense a la delegación libanesa que visitó el Departamento de Estado en aquel momento [5].
Cuatro potencias aliadas entre sí en contra de Líbano –Estados Unidos, Reino Unido, Israel y Francia– desempeñaron un papel determinante en el plan.
El Pentágono fijó el objetivo: destruir el Líbano y explotar los yacimientos de gas y de petróleo, según el plan del embajador Frederic C. Hof.
El gobierno británico determinó el método [6]: manipular a la generación libanesa que no vivió la guerra civil para así desplazar el sistema actual sin reemplazarlo. Los especialistas británicos en propaganda organizaron la supuesta «revolución de octubre», movimiento que –al contrario de la imagen que proyectó– no tiene absolutamente nada de espontáneo [7].
Israel se encargó de destruir la economía gracias a su control de todas las comunicaciones telefónicas libanesas (exceptuando la red privada del Hezbollah) y a su implantación en el seno del sistema bancario mundial. Puso en crisis el sistema bancario libanés al convencer a los cárteles sudamericanos de la droga para que retiraran bruscamente todos los fondos que habían depositado en los bancos libaneses. Y también privó al país de su pulmón económico –el puerto de Beirut– bombardeándolo con un arma de nuevo tipo [8].
Por su parte, Francia propuso privatizar todo lo que pueda ser privatizado y trajo nuevamente al escenario a Saad Hariri para que se encargue de hacerlo. París se dedicó a presentar un bonito discurso mientras marginaba al Hezbollah [9].
Vendrán ahora 20 años de saqueo del país, principalmente de sus yacimientos de hidrocarburos, mientras que los libaneses seguirán arremetiendo contra una serie de chivos expiatorios e ignorando a sus verdaderos enemigos. Actualmente, el puerto israelí de Haifa ya ha reemplazado parcialmente el de Beirut. Incluso es posible que el Líbano acabe dividiéndose –la parte que se encuentra al sur del río Litani pasaría a ser parte de Israel [10].
Sin embargo, es importante no olvidar que la coalición que conforman Estados Unidos, Reino Unido, Israel y Francia no es una alianza de Estados iguales entre sí sino una banda que actúa bajo las órdenes de Estados Unidos. En Libia, Estados Unidos fue el único en beneficiarse con el botín petrolero.
A pesar de las promesas de Washington a sus compinches, estos últimos recibieron sólo migajas. Lo mismo puede suceder en Líbano. Ninguno de los aliados logrará sacar provecho del crimen que han perpetrado en común.
[1] Los libaneses no reconocen al Imperio Otomano como una potencia colonial. Nota del Autor.
[2] Por definición, al no ser una Nación el Líbano tampoco puede ser una democracia ni una república. Nota del Autor.
[3] «Denuncian a Federica Mogherini, Saad Hariri y Najib Mikati por malversación de fondos europeos», Red Voltaire, 24 de enero de 2020.
[4] «El proyecto militar de Estados Unidos para el mundo», por Thierry Meyssan, Red Voltaire, 22 de agosto de 2017.
[5] «La administración Trump contra el Líbano», Red Voltaire, 2 de mayo de 2019.
[6] Una filtración de documentos oficiales británicos así lo demuestra, ver Complete infiltrating Lebanon (65,11 Mo). Ya es evidente que los resultados esperados han sido alcanzados: el grado de sufrimiento de los libaneses alcanza proporciones tales que ya no logran percibir el origen de sus problemas ni las soluciones a su alcance, cf. “Taking Lebanon’s Pulse after the Beirut Explosion”, Michael Robbins, Arab barometer, 15 de diciembre de 2020.
[7] «Los libaneses, prisioneros de su Constitución», por Thierry Meyssan, Red Voltaire, 22 de octubre de 2019.
[8] «Israel juega con los nervios de los libaneses», Red Voltaire, 30 de septiembre de 2020.
[9] «La pésima pieza de teatro del presidente Macron en Líbano», por Thierry Meyssan, Red Voltaire, 29 de septiembre de 2020.
[10] «¿Hacia una división del Líbano?», Red Voltaire, 9 de octubre de 2020.
https://www.voltairenet.org/article211876.html