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Gramsci y el fascismo, historia de una resistencia

**** Sara Minervini y Gerardo Perrotta entrevistaron a Luciano Canfora (miembro del Consejo Editorial de Sin Permiso) a propósito de su último libro sobre Gramsci y el fascismo

El pasado 22 de enero se cumplieron 125 años del nacimiento del gran marxista sardo; el pasado 27 de abril, 79 años de su muerte.

Hablar de Antonio Gramsci, con independencia del motivo y de la ocasión, es siempre tocar un nervio vivo de la historia italiana del siglo XX. 

Muchos han buscado administrar y, sobre todo, interpretar su legado moral e intelectual, pero hacer un juicio de balance resulta empresa ardua, acaso imposible. 

El carácter ético de la inteligencia, del espíritu, de las reflexiones de este “pensador herético” rebasa cualquier definición: proponérsela, y no por casualidad, termina siempre en algún tipo de instrumentalización.

El primer y fundamental paso para, cuando menos, aproximarse a la figura de Gramsci es tomar en cuenta esa vastísima cultura tan suya, inserta en una formidable autonomía de juicio, una heterodoxia crítica que el marxismo, matriz de su filosofía política, lejos de confinarla, abrió, en cambio, a horizontes de libertad de pensamiento nunca antes surcados, tampoco, con toda probabilidad, luego de su muerte el 27 de abril de 1937 bajo el largo encarcelamiento a que lo había sometido el régimen fascista.

Con motivo del 125 aniversario de su nacimiento (Ales, 22 de enero de 1891), hemos entrevistado a Luciano Canfora, profesor emérito de filología clásica en la Universidad de Bari y estudioso de Gramsci.

Usted abre su libro Gramsci en la cárcel y el fascismo (Salerno Editore, 2012) refiriéndose a la reflexión de Antonio Gramsci sobre la libertad. ¿Podríamos empezar tratando de detallar un poco la noción de libertad de Gramsci?

El concepto de libertad es la clave de bóveda de todo nuestro pensamiento filosófico, de Homero en adelante. Gramsci es representante de una corriente filosófica que se llama socialismo, en particular el de inspiración marxista, que transfiere la idea de conflicto entre las clases a todos los aspectos de la realidad y de la existencia. 

Teniendo esto en cuenta, la cuestión de la libertad, que el liberalismo resuelve en términos abstractos, individualistas, es, en cambio, para Gramsci la cuestión de independizar de la necesidad a las clases oprimidas, dependientes, subalternas. Se trata, así pues, de un concepto historizado y arraigado en el contexto del conflicto social.

A propósito de la libertad personal, Gramsci rechazó la vía más sencilla, la de la petición de gracia, calificándola de “suicidio”. ¿Qué habría significado, en la economía del pensamiento intelectual de Gramsci, solicitar la gracia al fascismo?

Es preciso empezar diciendo que el Partido Comunista, que era el adversario principal, y el más combativo, del fascismo, había dado a los militantes caídos en manos enemigas y encarcelados la instrucción de que la solicitud de gracia podía hacerse instrumentalmente, normalmente declarándose arrepentidos de las culpas por las cuales habían sido condenados a cambio de la excarcelación. 

Tras salir de la cárcel, los militantes que eran combatientes en servicio permanente desaparecían y pasaban a la clandestinidad para reemprender la actividad de lucha. 

El fascismo conocía esa directriz, razón por la cual le resultaba un tanto embarazoso resolver concretamente los casos: si se acepta la petición de clemencia, el opositor se escapa; si se rechaza, se ponen en causa las razones mismas por las que debería admitirse la gracia, el arrepentimiento. 

El caso es que Gramsci se dio cuenta de que el suyo era un caso aparte, que no guardaba relación con el de los militantes que conseguían evadirse instrumentalmente declarándose arrepentidos. 

Y eso lo condujo a la elección ética de no dar ese paso humillante y, por otra parte, a la elección política de no conceder al fascismo una formidable carta consistente en jactarse ante el mundo entero del arrepentimiento de su principal adversario.

Uno de los momentos más duros de la vida de Gramsci en prisión, y al que usted se refiere en su libro, fue darse cuenta de haber sido víctima de “un organismo mucho más vasto” de condenadores. ¿Cómo fue posible, en su opinión, una tal conjunción de fuerzas tan heterogéneas movidas de consuno contra Gramsci? ¿Qué las animaba? 

La frase que Gramsci escribe a su cuñada Tania reza así: “yo he sido condenado por el tribunal especial en 1928, pero me ha condenado un tribunal más grande de condenadores, y de esta maniobra de mayor alcance forma parte también la ‘extraña’ carta que he recibido de Ruggero Grieco, etc…”. 

Sobre esa base se puede discutir mucho, investigar… Gramsci llegó a convencerse de que una parte del partido del que él había sido la cabeza lo prefería en la cárcel. ¿Por qué razón? Admitiendo que estamos en el plano de las conjeturas –él nunca pudo escribir claramente su diagnóstico, siempre tuvo que limitarse a alusiones—, podemos imaginar que, para el partido, tener un mártir tan insigne resultaba un instrumento político particularmente eficaz.

 Quienes no se daban cuenta de que la agitación en el exterior o las tentativas de contacto con el detenido –que violaban determinadas reglas carcelarias— podían empeorar su situación, se desinteresaron de este aspecto de la cuestión. Deseaban que quedara claro ante el mundo entero que un insigne intelectual, la cabeza de los comunistas italianos, era un detenido político, detenido por sus ideas. 

Es natural que quien se encuentra en la posición en que se hallaba Gramsci se sienta instrumentalizado: añádase a eso el hecho de que la posición personal de Gramsci respecto de la evolución de la política soviética había despertado ya alarmas cuando, en octubre de 1926, había expresado discrepancias con el modo en que la mayoría del partido comunista ruso se imponía a la minoría. 

Esa voz disidente, que no lo era en relación con la línea, sino con el método, tuvo probablemente su efecto. Hace poco ha salido un libro importante de un autor italiano, Giorgio Fabre (El intercambio: cómo Gramsci no fue puesto en libertad, Sellerio, 2015), en donde se demuestra cómo, en cambio, los soviéticos trataron reiteradamente de sacarlo de la cárcel. Pero el gobierno italiano siempre contestó negativamente: sólo aceptó el atenuamiento de las condiciones de cárcel, su ingreso en una clínica y la libertad condicional, pero no restituirle la plena libertad. 

De manera que la idea de todos esos condenadores es una idea totalmente equivocada, una idea que él se formó sobre interpretando algunos episodios o, acaso, leyendo entre líneas. A mí no me resulta aceptable esta idea de una gran conjura a costa suya; creo más bien que una parte del partido –no Togliatti, sino otros— veía políticamente con buenos ojos que él siguiera dentro como una forma de visualización extrema del carácter opresivo del fascismo italiano.

Particular relieve ha adquirido la “extraña” carta que recibió en 1928 Gramsci escrita por Ruggero Grieco, una carta que habría podido agravar mucho su posición. El propio Gramsci llegó a preguntarse: “¿Se trató de una villanía, o de un acto de irresponsable ligereza?”. Usted que ha estudiado como nadie esta carta y en el marco de las acciones contra Gramsci, ¿cómo lo interpreta?

Yo he prestado mucha atención a esa carta durante mucho tiempo con varios estudios. Al comienzo, avancé la hipótesis de que se trataba de una falsificación, cosa de todo punto posible, habida cuenta de que el original ya no existe, nunca se encontró; sólo hay distintas fotografías hechas en la jefatura de policía de Milán. (...) ¿Se trata, así pues, de una falsificación?

 Ahora creo que no. Porque otras cartas posteriores de Grieco tiene el mismo carácter, la misma tipología. Hubo, efectivamente, por parte de Grieco la voluntad de enviar una carta provocadora, en el sentido de que habla de política como si Gramsci siguiera siendo un dirigente aún en el cargo, cuando había sido condenado precisamente acusado de ser un dirigente político. 

El elemento que aún resulta difícil de comprender es por qué la carta está llena de inexactitudes fácticas, de datos erróneos. Hace algunos años, en 2009, se publicó un artículo de un gran estudioso italiano, D’Alessandro, en Studi Storici, revista del Instituto Gramsci.Pues bien; este artículo, que habla del “procesote” que terminó en la condena de Gramsci, reconoce que aquella carta está llena de cosas extrañas, de contradicciones y sinsentidos. Porque Grieco era una persona de todo punto racional, un dirigente destacado, una persona instruida. La pregunta es: ¿por qué le da por escribir así? 

Y yo todavía me pregunto si estas cosas extrañas no forman parte de la provocación. Dicho lo cual, surge una segunda cuestión: ¿por qué estas cartas fueron reveladas tan tarde, en 1968, por Spriano, cuando su existencia era bien sabida desde el comienzo, desde 1928, y el propio Gramsci se refirió expresamente a ellas en su cartas? Se trata, pues, de un arcano, de un secreto de partido. Hasta que no aparezca la ficha sobre Ruggero Grieco de la policía política –todavía no se ha encontrado—, no llegaremos a tener una comprensión verdadera y cabal de la “extraña” carta.
(...)

En la cárcel, Gramsci define el fascismo como “revolución pasiva” de un futuro potencialmente muy largo y destinado a cumplir un papel histórico parecido al jugado por el liberalismo en el siglo XIX. Este error de prospectiva, ¿viene sólo del pesimismo dimanante del encarcelamiento, o hay razones políticas e históricas más de fondo?

Él habla de revolución pasiva del siglo XX; de modo parecido al liberalismo que, tras 25 años de revolución francesa y Napoleón, fue la revolución pasiva del siglo XIX. Pero ¿qué quiere decir “revolución pasiva”?

 Quiere decir una modificación lenta, molecular, de la realidad en dirección renovadora, pero no actuada de manera espectacularmente rápida, como ocurre en las revoluciones. En ese sentido es pasiva: es un proceso histórico lento, pero que transforma en un sentido de progreso. Se trata de una concesión muy fuerte al papel histórico del fascismo, una concesión notabilísima, que él funda en la investigación que está desarrollando en la cárcel sobre el corporativismo como tercera vía entre el liberalismo salvaje y el colectivismo soviético. 

¿Por qué lo consideramos nosotros un error de prospectiva? 

Porque sabemos cómo terminó, porque sabemos que con la entrada en escena del nacionalsocialismo alemán y su carácter agresivo-imperialista, bélico, a cuyo carro se sube Mussolini, aquel proceso que podía parecer de largo plazo se acelera y termina transformándose en una guerra gigantesca que puso patas arriba al mundo entero. Pero Gramsci había ya muerto en ese momento, no llegó a percibir ese giro, aun cuando –ya se ha dicho— en losCuadernos de cárcel se presta una atención muy particular al fenómeno del nacionalsocialismo alemán. 

En otro libro que escribí poco después, siempre sobre el período de detención de Gramsci, Espías soviéticos y fascismo (Salerno Editore, 2012), destaqué lo que, me parece, no ha recibido suficiente atención hasta ahora, y es a saber: las investigaciones desarrolladas por Gramsci sobre el caso alemán. Porque comenzó a percatarse de que algo estaba cambiando en relación a lo que él pensaba en el 32, cuando escribió la frase citada, algo que era muy importante. 

Hay, naturalmente, un elemento de verdad en lo que dice, si nos ponemos en la óptica de 1932 y tratamos de no pensar en lo que sucedió después: en el sentido de que el fascismo, no obstante la violencia con que llegó al poder, al presentarse como genuina revolución nacional en contraposición con las revoluciones de tipo bolchevique-internacionalista, ha transformado la realidad económica del país, por ejemplo, con la creación del I.R.I. [Instituto para la Reconstrucción Industrial], o sea la participación pública en el desarrollo de la industria, buscando una tercera vía entre el liberalismo clásico (que no está de ningún modo dispuesto a hacer concesiones al mundo del trabajo, sino que se limita a perseguir el beneficio) y el colectivismo, que trae consigo una extrema violencia expropiadora, algo que Gramsci dice del modo más claro. Ese elemento de tercera vía que connota el fascismo, afecta también al pensamiento económico-social, por ejemplo, del mundo católico. 

Hoy vivimos en una época en la que continuamente se pide la intervención del Estado en momentos de crisis, como pasó con la crisis económica iniciada en 2007 y que todavía dura. Así pues, aquel núcleo de pensamiento que Gramsci lee en el fascismo de los años 30 no es una invención suya. Es un hecho. Luego, los desarrollos ulteriores tendrán que ver con la política exterior, con la política de potencia, pero todo eso trasciende al análisis. 

El análisis se refería a la novedad específica que el fascismo les ofrecía al llegar al poder y estabilizarse en torno al proyecto corporativo.


El otro elemento sobre el que se funda la reflexión gramsciana sobre Mussolini es el del “cesarismo”, identificando en Mussolini la solución “cesarista” de la crisis italiana. Se trata de una reflexión que ha sido a menudo instrumentalizada. ¿Podríamos tratar de delimitar sus contornos más precisamente?

El cesarismo es un concepto del que Gramsci se sirve insistentemente, y al que vuelve más veces, ampliando el texto originario en que lo introdujo. 

Es, pues, un concepto que él se toma muy a pecho. En el mundo de la Tercera Internacional, del bolchevismo, en cambio, el cesarismo se usaba, por así decirlo, con corriente alterna. Por ejemplo, contra Trotsky: se lo acusaba de tener “aspiraciones cesaristas”, es decir, de bonapartismo. 

Y Trotsky reaccionaba afirmando que Stalin representaba el Termidor de la revolución, es decir, el freno en sentido conservador de la revolución. Marx, en su época, escribió que el cesarismo era un concepto inútil para la realidad contemporánea. En las Lecciones sobre el fascismo, Togliatti dice que el cesarismo es una categoría vitanda. 

De modo que el hecho de que Gramsci se sirva de ella es un signo de gran originalidad en relación con su propia tradición política-cultural, una anomalía. Y el hecho de que él no sea un ortodoxo subordinado a una doctrina, sino más bien un pensador original es enteramente mérito suyo. 

Cuando incluye a la figura de Mussolini, en aquella página famosa sobre el cesarismo, como uno de quienes han representado una solución de compromiso entre revolución fallida y reacción incapaz de recuperar el poder, no es una concesión; es una interpretación bastante convincente del papel histórico que al menos durante una década llegó a jugar Mussolini en nuestro país, situándose indudablemente en el vértice de un movimiento que se presentaba como revolucionario, sí, pero de otro tipo, como un “gran mediador”. Como dice Gramsci, una solución cesarista es la que se afirma y afianza cuando ninguno de los contendientes puede vencer o prevalecer. 

Yo no puedo creer que ese diagnóstico parezca errado o resulte instrumental, ni tampoco se puede decir que se trate de una concesión a la figura moral y política de Mussolini; es una interpretación de todo punto legítima de un hecho nuevo en la dinámica política de nuestro país.


La atención prestada por Mussolini a Gramsci seguirá incluso después de la muerte de este último (baste recordar el episodio del artículo aparecido el 12 de mayo de 1937 en la primera plana de Il Messaggero,en el cual se reprochaba a Gramsci haber terminado “sus días en una soleada clínica de Roma”). ¿Qué razones animaban a ese encarnizamiento post mortem?

Hubo incluso más. No sólo el artículo sin firma aparecido en Il Messaggero, sino el artículo, esta vez firmado, publicado en Popolo d’Italia, en el que se reproducían literalmente las palabras de un anarquista, Ezio Taddei, que era en realidad un medio espía de la OVRA [policía política del régimen fascista], y quien se refería con insultos a los presuntos privilegios de que habría gozado Gramsci en la cárcel.

 ¿Qué pretendía Mussolini con esta operación? En parte, dar a entender que el tipo de tratamiento que habría tenido Gramsci habría sido, al menos hasta cierto punto, distinto del habitualmente dispensado a los detenidos políticos. “Sabed”, dice al mundo a través de su periódico, “que lo hemos tratado bien”. La polémica va también contra los soviéticos: en la URSS se termina fusilado, si se es disidente político; en la Italia fascista, llegado el caso, uno puede terminar hasta bien atendido en una clínica. 

¿Por qué está provocación? Porque, entretanto, las relaciones entre Italia y la Unión Soviética habían empeorado a causa de la Guerra de Etiopía; los soviéticos se adhirieron a las sanciones contra nuestro país recomendadas por la Sociedad de Naciones, lo que disgustó a Mussolini al punto de que considerara caduco el pacto de amistad italiano-soviética firmado en 1933 y se reagudizara la polémica. Por eso saca la cuestión de Gramsci, para decir que el fascismo es mucho más humano que el régimen comunista. 

Lo que duele es que se haya utilizado el artículo de un anarquista publicado en un periódico anarquista impreso en Norteamérica, L’adunata dei refrattari. Probablemente, Mussolini sabía quién era ese Taddei, y yo creo haber contribuido al conocimiento de este hombre en el libro citado citado, Gramsci in carcere e il fascismo.

Entre las notas más interesantes de los Quaderni gramscianos, están las dedicadas al americanismo y el fordismo, sobre las que ya en los años 70 llamó la atención el historiador Franco de Felice. Mucho más recientemente, esas mismas notas han dado pie a interpretaciones políticas que han hecho hablar de un Gramsci “liberal”. ¿Hasta qué punto le parecen fundadas esas lecturas?

Un Gramsci liberal, para nada. Es una definición errónea, porque liberal quiere decir una cosa de todo punto distinta, y la cultura política de Gramsci anda lejísimos de aproarse al liberalismo. 

Quien diga esto, no puede aportar argumentación seria. Me imagino que aquí se hace también referencia a las polémicas recientes sobre “el cuaderno faltante”, en el cual cuaderno, de cuya existencia estoy persuadido, se hablaba de cosas que ignoramos porque no hemos sido capaces de encontrarlo. Hacer conjeturas sobre el contenido de ese cuaderno faltante es metodológicamente absurdo. 

Pero es muy importante haber señalado que todos los indicios convergen en la constatación de que ese cuaderno estaba y ya no está. Cuando, en abril de 1945, Togliatti afirma que los cuadernos han llegado a Roma, dice que son 34; en cambio, nosotros disponemos de 33. 

Es claro que falta uno. Pero inventarse lo que está escrito allí, es cosa harto distinta. Inventarse, además, que se trataba de una opción tardía por el liberalismo es todavía más arbitrario. Las páginas de los cuadernos que podemos leer son en este sentido inequívocas, y me refiero particularmente a una, en el Cuaderno 11 –El número y la calidad de los regímenes representativos—, que es un texto gramsciano fundamental, en los antípodas de la mentalidad y de la práctica del liberalismo político.


En 1947, Croce describía así a Gramsci: “apertura hacia la verdad viniera de donde viniera, escrúpulo de exactitud y de ecuanimidad y afectuosidad del sentir”. Casi 70 años después de esa descripción, ¿usted cómo describiría hoy a Gramsci?

Muchas de estas fórmulas que Croce acuñó me parecen pertinentes y muy apropiadas. La gentileza un poco menos, porque Gramsci fue un fiero polemista. Croce dijo esas palabras en la recensión, publicada en La Crítica, de la primera edición de las Cartas, y es obvio que en las cartas, exclusivamente dirigidas a familiares, todo lo que dice Croce es la pura verdad. 

Pero cuando salió el primero de los Cuadernos de cárcel, El materialismo y la filosofía de Benedetto Croce,Croce se negó a reseñarlo, porque no compartía en absoluto el contenido, muy polémico, del análisis que Gramsci hacía de su pensamiento filosófico. En fin, yo diría que comparto las palabras definitorias que usted citaba de Croce, añadiendo por mi parte su carácter de polemista implacable.

En Literatura y vida nacional, Gramsci analizó, y en algunos casos, avaló, algunos de los fenómenos literarios que luego han influido en la evolución de la literatura italiana. ¿De qué modo se puede decir que la literatura italiana de la posguerra ha dialogado con una personalidad tan limpia y aguda como la gramsciana?

La figura de Gramsci, desde el punto de vista filosófico, político y literario, ha influido en nuestra cultura durante medio siglo. 
La operación de Togliatti, que publicó los 33 Cuadernos, transformándolos en libros y facilitando su lectura al convertirlos en genuinos ensayos, tuvo un impacto decisivo en la cultura italiana. Tampoco los adversarios han podido dejar de tenerlos en cuenta. Yo estoy convencido de que la evolución de la literatura italiana luego del 45 va estrechísimamente ligada al pensamiento y a las enseñanzas de Gramsci. 

La editorial Einaudi, que publicó los Cuadernos por expresa voluntad de Togliatti (no, pues, una editorial del partido, sino una editorial cultural), ha publicado también tantos y tantos volúmenes de literatura italiana que se hacen eco de lo que se lee en los Cuadernos: autores, desde Bilenchi hasta Calvino, literalmente impregnados de los Cuadernos. Yo diría que la literatura italiana ha sido, por muchos decenios, gramsciana.

¿Qué queda del legado político e intelectual de Gramsci?

En mi opinión, la crítica, siempre valiosísima, del llamado mecanismo parlamentario democrático electivo que es el fetiche, dígase así, de nuestros regímenes políticos actuales, que fingen creer que nuestros sistemas son democráticos. Lo que son, en realidad, es mecanismos electorales dominados por élites de potentados. Gramsci ha escrito páginas fundamentales y todavía muy válidas para desvelarlo.

Entrevista a Luciano Canfora, miembro del Consejo Editorial de Sin Permiso

En SinPermiso –

Traducción para www.sinpermiso.info: Ventureta Vinyavella

Luciano Canfora miembro del Consejo Editorial de SINPERMISO, es un historiador marxista italiano y el más importante clasicista europeo vivo.

Fuente:

Colectivo Acción Directa Chile –Equipo Internacional
Mayo 11 de 2016

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