Pablo Gonzalez

Los sueños rotos de la transición sudafricana


Si bien las condiciones y libertades civiles y políticas han mejorado visiblemente desde el gobierno de Nelson Mandela, las condiciones económicas son hoy en día en Sudáfrica incluso peores que décadas atrás.

DIAGONAL

Dos décadas después del final formal del apartheid en Sudáfrica ya no existen autobuses ni comercios para “europeos” y “no europeos”, no es obligatorio para la población “no europea” portar pases para salir de sus áreas restringidas y los niveles de represión han disminuido notablemente. No obstante, la mayoría de la población negra y mestiza continúa sobreviviendo en las mismas zonas en las que se la confinó, conviviendo diariamente con la falta de servicios, el hacinamiento y la pobreza. La segregación racial se puede sentir en cada barrio, escuela o restaurante.

Si bien las condiciones y libertades civiles y políticas han mejorado visiblemente desde el gobierno de Nelson Mandela (1994-1999), extendiéndose el derecho al voto a toda la población, así como los de libre circulación y reunión, las condiciones económicas son hoy en día incluso peores que décadas atrás. Los niveles de pobreza, desempleo y desigualdad son mayores que en 1994 y buena parte del país se pregunta a dónde huyeron los sueños emancipadores regados durante décadas con sangre negra.

Para algunos autores como Sampie Terreblanche, profesor emérito de la Universidad de Stellenbosch y autor de Historia de la desigualdad en Sudáfrica: 1652-2003, esta realidad es consecuencia de la transición que vivió el país entre 1988 y 1999, en la que el acuerdo de las viejas élites política y económica con el Congreso Nacional Africano de Nelson Mandela permitió la continuidad de las relaciones de poder desiguales preexistentes. Desde entonces el 10% más rico del país ha visto aumentar su capital, mientras más de la mitad de la población sigue atrapada en la pobreza.

La transición

A diferencia de otros países africanos de la región austral, Sudáfrica logró liberarse del régimen del apartheid por medio de una transición negociadaentre el Partido Nacional, en el poder desde 1948, y diversas organizaciones sociales y políticas, entre las que destacó el Congreso Nacional Africano por su peso en el proceso. Como resultado de estas negociaciones, el último Gobierno del apartheid, presidido por F. W. de Klerk, convocó las primeras elecciones democráticas en la historia, aprobando una constitución interna y el marco legal que determinarían el camino de la subsiguiente transición. El Gobierno liderado por Mandela, elegido presidente en las elecciones de 1994, completó dicho proceso promulgando la Constitución sudafricana y las bases políticas y económicas que han regido el país desde entonces.

"Los niveles de pobreza, desempleo y desigualdad son mayores que en 1994 y buena parte del país se pregunta a dónde huyeron los sueños emancipadores"

Esta transición estuvo fuertemente condicionada por el clima de violencia que vivió el país durante aquellos años y que en algunas zonas se extendió hasta 1999. Entre 1978 y 1994 el Gobierno sudafricano implementó una estrategia de militarización y represión de las comunidades negras sin precedentes, en muchas ocasiones en connivencia con organizaciones políticas negras aliadas, como el Inkatha Freedom Party, con el objetivo de dividir a la población y debilitar los movimientos de liberación.

Estos últimos, a su vez, como respuesta a dicha estrategia y con el apoyo de los países recién liberados de la región, renovaron su campaña militar y política contra el régimen tanto dentro como fuera de las fronteras de Sudáfrica. Esta situación de guerra civil, pero fundamentalmente la represión estatal y las masacres cometidas por Inkatha, pusieron en riesgo en múltiples ocasiones las negociaciones y tuvieron un importante peso en su resultado final por el deseo del Congreso Nacional Africano, y de Nelson Mandela en particular, de evitar el derramamiento de más sangre.

Unido al contexto anterior, la extrema dificultad de lograr una victoria militar tanto por parte del Ejército sudafricano como de los movimientos de liberación, el colapso económico sufrido por el país en la década de los 80 o su aislamiento y la presión internacional contra el apartheid –con la notable ausencia de EE UU y Gran Bretaña– llevaron a ambas partes a negociar. No obstante, ésta fue una negociación desigual.

Los poderes económico y político, en manos de la élite blanca, lograron mantener sus privilegios y posición de poder en el terreno económico, evitando ser declarados responsables de sus actos pasados y limitando decisivamente el alcance del proceso transicional. La desaparición de la Unión Soviética, aliado fundamental de las guerrillas de liberación africanas, y la presión internacional por la adopción de medidas económicas neoliberales restringieron aún más dicho alcance.

La nueva Sudáfrica

En 1994 Nelson Mandela fue proclamado primer presidente negro de la República de Sudáfrica. En su programa de campaña, inspirado en la histórica Carta de las Libertades de 1955, aunque con menor ambición que ésta, el Congreso Nacional Africano defendía la igualdad de derechos para todos los sudafricanos independientemente de su género, raza, religión o etnia, y declaraba como uno de sus principales objetivos superar el legado de desigualdad e injusticia creado por siglos de colonialismo y décadas de apartheid. Para ello defendía la necesidad de redistribución de la riqueza del país y de una reestructuración económica. 

Éstas ideas fueron concretadas y puestas en marcha mediante la aprobación del Programa para la Reconstrucción y el Desarrollo (RDP por sus siglas en inglés), el cual incluía un amplio plan para la realización de derechos básicos y la redistribución de parte de la riqueza del país, así como medidas de desarrollo económico desde una perspectiva de mercado y orientadas a la exportación internacional de materias primas.

"A pesar de las voces que defendían no pagar la deuda contraída por el apartheid durante décadas, el nuevo Gobierno decidió no suspender el pago"

El RDP, sin embargo, tuvo un alcance muy inferior al prometido. Por un lado, el Congreso Nacional Africano heredó un estado en bancarrota y fuertemente endeudado, lo que impidió que se implementasen muchas de sus medidas. Además, a pesar de las voces que defendían no pagar la deuda contraída por el apartheid durante décadas, el nuevo gobierno –de unidad nacional por mandato constitucional– decidió no suspender el pago, condenando al fracaso a los programas de redistribución y derechos socioeconómicos.

Por otro lado, la necesidad de nueva financiación y las presiones internacionales para que el gobierno de Mandela se integrase rápidamente al orden económico neoliberal mundial llevaron a la aprobación de un nuevo programa económico, conocido como Crecimiento, Empleo y Redistribución (GEAR por sus siglas en inglés) en 1996. El GEAR, a diferencia de la estrategia anterior, tuvo una orientación neoliberal muy fuerte, defendiendo una mayor desregulación de la economía, la privatización de servicios públicos, una mayor liberalización, una mayor búsqueda de la inversión extranjera, austeridad fiscal, recortes en el gasto público y en salarios. El GEAR se convirtió así en un factor determinante de la transición sudafricana y del aumento de la pobreza, la desigualdad y el desempleo en el país desde 1994.

En paralelo a las medidas anteriores, el nuevo gobierno aprobó distintas estrategias de restitución y redistribución de la tierra, cuya vigencia y trabajo se extienden hasta nuestros días. Fruto de sucesivas leyes como la Ley de Tierras para Nativos de 1913 o las diversas leyes de Áreas para Grupos, las cuales confinaron a la población “no europea” a áreas y reservas restringidas, durante los años de la transición se calcula que el 87% del territorio sudafricano estaba en manos blancas (menos del 10% del total de la población nacional).

Los esfuerzos de restitución y redistribución, no obstante, fracasaron una vez más debido principalmente al enfoque de libre compraventa consagrado en ellos, al establecimiento de compensaciones económicas sustitutivas y a la orientación exportadora y de mercado utilizada. Como resultado, más de 20 años después de la llegada de la democracia representativa al país, la distribución anterior del territorio no ha sido prácticamente modificada, mientras la mayoría de la población rural y urbana no tiene tierra para cultivar ni para vivir.

Nunca más

“Nunca, nunca y nunca más esta hermosa tierra volverá a vivir la opresión de unos sobre otros, ni a sufrir la indignidad de ser la vergüenza del mundo”. Con estas palabras cerró Nelson Mandela su discurso inaugural como presidente de Sudáfrica, llenando a la mayoría de su población de esperanza en un futuro distinto. Este futuro de transformación de las condiciones de vida, sin embargo, nunca llegó para la mayoría de la población negra y mestiza, que sigue soñándolo décadas después.

En las zonas rurales del país, que constituyen la mayoría de su territorio, aún reinan las grandes explotaciones agrícolas y ganaderas, en las que los animales de cría tienen decenas de hectáreas para pastar. Junto a ellas, compartiendo lindes y en ocasiones hasta terreno, se esconden las chabolas de material reciclado en las que sobrevive la mayoría negra de sus trabajadores. Al mismo tiempo, en los empobrecidos centros rurales negros heredados del apartheid (bantustanes) el hacinamiento, la corrupción y falta de oportunidades empujan a sus habitantes más jóvenes a migrar a la ciudad o a las minas.

Nunca, nunca y nunca más esta hermosa tierra volverá a vivir la opresión de unos sobre otros, ni a sufrir la indignidad de ser la vergüenza del mundo”, dijo Nelson Mandela

En los núcleos urbanos, los barrios residenciales de clase media y alta, blanca en su mayoría, conviven sin inmutarse con los barrios abandonados en los que se amontona la población más pobre, así como con las grandes extensiones de chabolas e infravivienda que suelen rodear a las ciudades y en las que viven la mayoría de los trabajadores de sus casas, comercios y negocios. En las regiones mineras, sus trabajadores malviven con sueldos de miseria en los alrededores de las explotaciones de carbón, oro, diamantes o platino.

En todo el país estas realidades se mezclan con la falta de recursos básicos para la vida de sus habitantes más pobres, como agua, electricidad o alimentos, así como con los innumerables muros y alambradas electrificadas que protegen las propiedades residenciales, agrícolas, ganaderas, turísticas o mineras. La población más pobre se ve así obligada a migrar estacionalmente o por largas temporadas, o a viajar varias horas diarias a las ciudades para ser explotada por un sueldo indigno que, a pesar de la aprobación del salario mínimo en 1994, no es suficiente para cubrir sus necesidades fundamentales.

Para Sampie Terreblanche, esto demuestra que en Sudáfrica se reemplazó el sistema inmoral e inhumano del apartheid por otro sistema político-económico tan inmoral e inhumano como el anterior, basado en una visión capitalista neoliberal de la democracia. 

En este nuevo sistema, se permitió a la élite blanca sudafricana y a sus corporaciones, especialmente a las del sector minero-extractivo, mantener e incluso ampliar sus riquezas y propiedades, obtenidas a lo largo de siglos de expolio del país.Asimismo, la apertura del territorio a la inversión extranjera entregó un gran poder a las compañías transnacionales, nuevamente en su mayoría asociadas al sector minero-extractivo.

Al mismo tiempo, los programas económicos de los distintos gobiernos del Congreso Nacional Africano han promovido la creación de una pequeñísima élite económica negra, en cuyas filas se encuentran altos funcionarios y miembros del gobierno con sus inversiones en los sectores económicos estratégicos del país. 

A pesar de la cercanía de la lucha por la liberación,esta élite parece haberse olvidado de sus orígenes y del sufrimiento de los ciudadanos más pobres, a los que se dirige con desprecio. Éstos, negros y mestizos en su mayoría, pero entre los que también hay población india y a los que se ha sumado la clase más baja entre los ciudadanos blancos fruto de la caída del régimen que los protegía, forman una mayoría inexistente para el Estado e invisible para el resto del mundo.

Hoy, más de dos años después de la muerte de Nelson Mandela, los sudafricanos negros y mestizos siguen haciéndose las mismas preguntasque varias décadas atrás y luchando por los mismos derechos, nunca conseguidos. 

Dos de esas luchas están protagonizadas por los habitantes de las chabolas de algunas de las mayores ciudades del país y por los estudiantes de algunas de sus universidades. En el primer caso, el movimiento social Abahlali baseMjondolo lucha por los derechos de los millones de personas que se hacinan y sobreviven en la pobreza por todo el país. En el segundo, los estudiantes negros nacidos en democracia visibilizan y tratan de borrar el gran legado de racismo e injusticia heredado del apartheid.

Como denuncian a diario Lovelyn Nwadeyi y otros líderes de este movimiento estudiantil, el racismo en Sudáfrica sigue tan vivo como hace décadas en cada detalle de la vida cotidiana y los ciudadanos blancos disfrutan en su mayoría de unas condiciones de vida privilegiadas, negadas al resto de las personas y fruto del anterior régimen de opresión y explotación. 

Estas luchas incipientes abren un nuevo camino en Sudáfrica hacia una segunda liberación y, en palabras de Steve Biko, hacia la conquista de una verdadera humanidad. 

El camino, no obstante, siempre es incierto.

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Publicado por Odio de Clase

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