Pablo Gonzalez

La guerra silenciosa de los talibán por retomar el control de Afganistán


Los talibán, el enemigo internacional número uno tras los ataques de la Torres Gemelas, parecía haber pasado a un segundo plano, más después de que en 2014, Estados Unidos y sus socios anunciaran una “salida responsable” de Afganistán, dejándola en manos de una corrupta e inoperante élite política encabezada por Asharf Ghani Ahmadzai.

El auge del terror del Estado Islámico había copado hasta la fecha las crónicas rojas de la prensa internacional y los atentados más mediáticos de Oriente Medio. Sin embargo, la conquista de Kunduz, en el noreste de Afganistán, ha vuelto a poner de relevancia al grupo yihadista.

Aquella retirada militar anunciada por Barack Obama dejó al descubierto la debilidad de un Gobierno títere, con más detractores que partidarios entre la población civil. En especial en Kunduz, uno de tradicionales bastiones de los talibán en el norte del país, en donde la mayoría de la población es de origen pastún, la misma de aquellas regiones en las que surgió el germen del grupo terrorista.

A principios de esta semana, su nuevo líder, el mulá Mohamed Mansur confirmó la conquista de la ciudad, en manos hasta entonces de las precarias tropas gubernamentales, casi las únicas que protegían la ciudad.

A diferencia del Estado Islámico, por ejemplo, muy del gusto por la puesta en escena para que sus atrocidades tengan mayor repercusión global, la peculiaridad de los ataques de los talibán reside en su capacidad para hacer creer que son menos devastadores de lo que realmente son, como demuestrala toma de Kunduz, que sin ser especialmente rotunda, ha resultado crucial a nivel estratégico.

La guerra de la propaganda

Sin la repercusión de sus rivales del Estado Islámico, la guerrilla talibán ha seguido su avance sin ocupar las portadas de los periódicos, recuperando numerosos territorios y haciéndose con las simpatías de parte de la población, que como ellos jamás aprobaron la injerencia de Estados Unidos, cuando se les expulsó del poder en 2011.

Sin embargo, el auge de los talibán y la recuperación de aquellas zonas antes ocupadas por las fuerzas gubernamentales, no solo se ha debido a la retirada paulatina de las tropas extranjeras, sino también por su exitosa labor en otra guerra: la de la propaganda.

Más allá de la cuestión étnica, y de la debilidad del Gobierno, la cúpula terrorista ha sabido transmitir a la población local la imagen de que se está disputando una guerra de valores tradicionales de la sociedad afgana contra los opresores extranjeros, que intentan inculcar los suyos con su injerencia en los asuntos del país.

La amenaza del Estado Islámico

El Estado Islámico no solo se ha convertido en una amenaza para la seguridad internacional. Los talibán también han sentido su expansiva ola de terror.

No solo ansían las zonas que tradicionalmente han controlado sino que además han visto como muchos de sus milicianos se unían a las filas de la organización terrorista suní.

Sin ir más lejos, el mulá Mansur tuvo que llamar a la unión en numerosas ocasiones tras ser investido como nuevo jefe del grupo, tras la controvertida muerte del anterior líder, el mulá Omar, por una supuesta infección tuberculosa.

La pujante participación criminal del Estado Islámico en el concierto internacional, que tras Siria e Irak ha puesto sus sangrientas aspiraciones en Afganistán, y las posibles divisiones en el grupo talibán por la designación de Mansur, al que sus detractores acusan de reformista, explican muchas de estas deserciones.

Las reservas del opio, la guerra por la financiación

Pero si por algo el Estado Islámico se ha fijado en Afganistán es porque allí se encuentra una de las fuentes de financiación que podrían perpetuar un poco más el gran negocio de la guerra: el opio.

Afganistán es el principal productor de esta droga y desde la invasión de Estados Unidos en 2001 lleva aumentando sus hectáreas dedicadas a este cultivo, unas 250.000, según la Oficina de Naciones Unidas contra la Droga y el Delito, estando muchas de ellas en manos de los talibán.

Las cuantiosas cantidades que se derivan de su venta en el exterior, el opio y la heroína afgana ocupan el 95% del mercado mundial, es suficiente para mantener cualquier guerra.

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