Pablo Gonzalez

Trump y la política antiinmigrante



Urge un replanteamiento, desde los países del Sur

No vale la pena hablar de Donald J. Trump, porque carece de propuestas serias y de posibilidades reales de conseguir la candidatura del Partido Republicano para competir por la Presidencia de Estados Unidos de América (EUA), en las elecciones de noviembre 2016.

 Menos cuando se trata del bufón de la película, como en 2008 lo fue John McCain con Barack Obama. Participan para elevar los ánimos de las elecciones en lo que se acercan los tiempos propicios para que aparezcan los buenos. 

Es más, por el Republicano el político que va tras la candidatura y tiene más presencia hasta ahora (no por ello ganador) es Jeb Bush. En tanto por el Partido Demócrata, no digamos la exsecretaria de Estado, Hillary Clinton, como el otro demócrata que asoma ya su candidatura, el vicepresidente de Obama desde 2009 a la fecha, Joe Biden. Sin futurismos, pero al parecer la competencia estará entre estos dos: “Jeb & Joe”, la fórmula. Mas para Latinoamérica, ni demócrata no republicano, de sendos partidos meten leña ahí en donde les huele a “patio trasero” y ven afectados sus intereses. 

Lo había dicho en este espacio y lo sostengo, si no fuera porque para que volteen a verlo está utilizando un discurso antiinmigrante, racista y xenófobo, particularmente contra mexicanos en ese país. Esto es, con tal de ganar adeptos entre los republicanos identificados más con la derecha radical del espectro de su partido, sin olvidar que en ese país ningún candidato llega a la presidencia si no es con el voto de la primera minoría que es latino, especialmente mexicano. 

Para comenzar, valga recordar, ¿acaso alguien olvida que EUA es un país formado de inmigrantes, europeos que llegaron a este Continente a iniciar nueva vida con aspiraciones de pronta riqueza? La fiebre del oro californianio es buen ejemplo de ello. También, ¿hasta cuándo aquilatarán los gobernantes, los políticos, empresarios, agricultores (de las plantaciones del sur) y banqueros, la importancia de la mano de obra barata que ha representado el inmigrante de origen mexicano, igual que centroamericano? El reclamo es para México que no ha defendido a los connacionales —los consulados brillan por su ausencia—, desde que los gobiernos neoliberales (1982 a 2015) no atinan aplicar los principios de la política exterior, tradicional, del país por décadas. Los tiempos nuevos no lo justifican. 

Por eso ahora resulta que, como en cada proceso electoral en EUA el tema migratorio, de paso los connacionales que avivan la esperanza de ser reconocidos y legalizados (¿a quién le conviene si lo que importa es que sean mano barata, con salarios de hambre y sin servicios sociales?), sufre manoseos cíclicos político-electorales. Ahí está ahora Trump, alegando tener propuestas para resolver el “problema” de la inmigración. 

Sin entrar a las ofensivas declaraciones vertidas desde que está en campaña, valga citar algunas líneas de su planteamiento. En su página web de campaña o propaganda, bajo el título “Inmigration reform that will make America great again” (http://bit.ly/1EvT3Ja), establece como los “tres principios básicos” que le desarrolló un equipo especializado. 

La propuesta de reforma se basa en: Una nación sin fronteras no es una nación; Una nación sin leyes no es una nación; Una nación que no sirve a sus propios ciudadanos no es una nación. Por ello propone para los puntos 1: debe haber un muro en la frontera sur; 2) las leyes aprobadas de acuerdo con nuestro sistema constitucional de gobierno deben hacerse cumplir; 3) cualquier plan de inmigración debe mejorar empleos, los salarios y la seguridad para todos los estadounidenses. 

Y con argumentos como: “somos el único país en el mundo cuyo sistema de inmigración pone las necesidades de otros países por delante de la nuestra. Eso debe cambiar…”, agrega una exigencia: “México debe pagar el muro”. Esto huele a imposición como próxima política de Estado, gane quien gane. ¡Claro que no será Trump! Pues dado que no hubo en décadas propuesta alguna de los sucesivos gobiernos de México —menos desde los países centroamericanos cuyos migrantes cruzan este país sobre “la bestia”—, para solucionar el asunto los gringos proponen la contención mediante la ampliación de muro. 

Barreras y más barreras, como salida a un problema originado por la rúbrica del llamado Consenso de Washington, cuyos ejes son las políticas del Fondo Monetario Internacional y el Banco Mundial desde que se impuso en Latinoamérica el modelo neoliberal con las privatizaciones, la desregulación económica y financiera que acompañó el proceso de concentración y oligopolización de las economías de la región. Todo a cuenta del empobrecimiento de la población, porque la austeridad se encargó de bajar salarios y tirar a la basura el poder adquisitivo del mismo —líderes sindicales coludidos—, aparte el desempleo y subempleo que ha obligado a la mano de obra a un proceso de pauperización continua. 

Ese proceso sorprendió, desde los años 80 y 90 a la fecha, a muchos países otrora llamados “en desarrollo, “subdesarrollados” o “emergentes” en los cuales dicho proceso de desestructuración social arrasa. Es cuando crecen como caldo de cultivo fenómenos como el crimen organizado en todas sus facetas, y el se propagan las pandillas (desde los años 40 en Los Ángeles) como la MS-13 Mara Salvatrucha y la MS-18 en países como El Salvador, Honduras y Guatemala, por cierto originadas en Los Ángeles durante los años 80 también por migración al “norte” por las guerras en la región alentadas desde Washington. Es decir, un proceso de doble rasero. O bien provocado por las políticas neoliberales, o como secuelas del mismo en los países también llamados “pobres”, y las guerras locales, llamadas de “baja intensidad”. 

¡Qué va! Luego entonces, sin responsabilizarse de nada, ni asumir culpabilidad alguna, los gobiernos de EUA se sorprenden ahora que la inmigración crezca. Hay que recordarles que aumenta en tanto caen las oportunidades en sus propios países, México incluido. Por ello indigna que personajes como Trump pretendan hacer creer que del sur entran a “su territorio” (México no olvida que le fue arrebatado medio país), y “los líderes de México se han estado aprovechado de los Estados Unidos mediante el uso de la inmigración ilegal para exportar el crimen y la pobreza de su propio país (así como de otros países de América Latina)”, y con ello “delincuentes que cruzan nuestra frontera ilegalmente sólo para ir a cometer horribles delitos contra los estadounidenses” (¡tamaños infundios de los asesores de Trump!). 

Seguir el discurso no vale la pena, insisto, salvo para indicar la vileza con la que por un lado se construye un discurso y por el otro seguramente se sustentará una política de rechazo a la inmigración desde el sur, ampliando el muro de la ignominia en estos tiempos que la globalización —así se restriega el mensaje— rompe barreras entre los países para todo menos la mano de obra. Lo cierto es que a los inmigrantes en suelo estadounidense, ni se les puede calificar de criminales, como tampoco de ser vándalos ni culpables de la pobreza o pauperización creciente de los propios ciudadanos a los que en plenas calles de Nueva York se les acabó el American way of life. La economía está al borde del colapso y arrasará con todo. 

De adoptarse como política migratoria por los gobiernos de EUA, los perjudicados son los propios países emisores, tema de las remesas (no siempre ligado al lavado, como se presume) incluido. Los gobiernos de México y Centroamérica deberán rechazar conjuntamente los planteamientos de Trump y negociar a partir de los beneficios para la economía estadounidense —que con mayores a los beneficios sociales como la educación y la salud que se les proporciona—, la estancia legal de los connacionales que están allá no por gusto sino para las oportunidades que acá les han sido arrebatadas. Urge un replanteamiento desde los países del sur. Elementos sobran, para que personajes como Trump y Cía., no pretendan embaucarnos.

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