Pablo Gonzalez

50 años de la segunda invasión de EEUU a R. Dominicana


La intervención militar de Estados Unidos en la República Dominicana que comenzó el 28 de abril de 1965 fue objeto de numerosas condenas en su momento, tanto en América Latina como en Estados Unidos. 

Su propósito fue evitar “una segunda Cuba”, pero las autoridades norteamericanas, en especial el presidente Lyndon B. Johnson, fueron mucho más allá de los hechos objetivos al especular sobre la posibilidad de que los comunistas se hicieran del poder. 

El imperativo de evitar esa segunda Cuba distorsionaba su capacidad de reunir información veraz y analizarla.

Santo Domingo.– Un día como hoy, y por orden del presidente de Estados Unidos, Lyndon B. Johnson, se produjo la segunda intervención de Estados Unidos a República Dominicana -la primera se prolongó de 1916 a 1924- con un desembarco de 400 infantes de la Marina norteamericana, con el pretexto de proteger el perímetro de la embajada de Estados Unidos y la supuesta salvación de vidas de ciudadanos estadounidenses.

Esta segunda ocupación militar se prolongó bajo el fuego explosivo y la resistencia viril y dominicanista hasta 1966. A la denominada Operación Power Pack y a los primeros marines, más tarde se unieron los miembros de la denominada 82 División Aerotranspostada del Ejército de Estados Unidos.

El antecedente inmediato la proclama del retorno a la Constitución de 1963 promulgada por el presidente Juan Bosch y su reposición al poder, luego del golpe de Estado que se produjo el 25 de septiembre de ese mismo año.

Con la asonada golpista fueron fracturadas todas las iniciativas democráticas alcanzadas por la gestión de Bosch y mutilados los preceptos más progresistas plasmados en la Constitución de 1963.

Los dominicanos se levantaron en armas al fraguarse la Revolución de Abril, que contó con el liderazgo de los coroneles Francisco Alberto Caamaño Deñó y Rafael Tomás Fernández Domínguez.

A los antecedentes de dominación del Gobierno de facto del triunvirato y su desconocimiento de la Constitución de 1963, el descontento social iba en aumento, y las manifestaciones de ese descontento movilizaron gran parte de la población que, con la idea de la reposición de Bosch al poder constitucionalmente elegido, culminó en lo que más tarde los constitucionalistas llamarían una Guerra Patria.

Estados Unidos temía que en República Dominicana se forjara otra Cuba, lo que configuraba una situación difícil, dado el antecedente de Fidel Castro y sus barbudos y, dada, de igual modo, la posición estratégica del país.

Hombres como Francisco Alberto Caamaño Deñó, el coronel Ramón Manuel Montes Arache, comandante de los Hombres Rana de la Marina de Guerra, el coronel Rafael Tomás Fernández Domínguez, y otros, que se lanzaron en la zona constitucionalista a luchar contra un orden establecido, que lesionó la soberanía nacional, levantaron la antorcha para mostrar al mundo una decisión indoblegable de lucha por el decoro, a pesar de la sangre derramada de cientos de hombres y mujeres en las calles del país.

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Los costes de la intervención de 1965

Los costes de la intervención de 1965 no se han calculado debidamente. Los costes humanos y materiales fueron importantes, pero fueron los costes intangibles los que fueron especialmente elevados. La intervención en la República Dominicana redujo las probabilidades de éxito de las reformas pacíficas que muchos funcionarios estadounidenses deseaban ver en América Latina. Algunos conservadores latinoamericanos --sobre todo en Centroamérica-- llegaron a la conclusión de que Estados Unidos no iba a permitir que triunfaran los movimientos reformistas. Muchos de los latinoamericanos comprometidos con el cambio democrático se convencieron de que Estados Unidos iba a oponerse incluso a esas reformas, y que por consiguiente valdría la pena unir fuerzas con la extrema izquierda.

La intervención dominicana tuvo también graves consecuencias dentro de Estados Unidos. La escandalosa falta de transparencia del gobierno de Johnson agravó la desconfianza entre la administración y muchos líderes de opinión, contribuyendo a la crisis de credibilidad que acabó inspirando la reacción estadounidense ante Vietnam.

Donde más serios fueron los costes intangibles fue en la República Dominicana. La intervención intensificó la fragmentación política y la dependencia de Estados Unidos, e hizo más difícil el desarrollo de instituciones políticas efectivas. Irónicamente, una de las principales contribuciones resultó de la reforma inmigratoria de ese año en EEUU, cuya consecuencia fue un aumento de la inmigración dominicana, con el consiguiente flujo de remesas, experiencias e ideas.

La relativa facilidad para terminar la intervención

En el caso de la República Dominicana, varios aspectos singulares ayudan a explicar la facilidad con la que Estados Unidos pudo terminar la ocupación. Dos reconocidos líderes políticos --Juan Bosch y Joaquín Balaguer—contribuyeron a resolver la crisis mediante la convocatoria de nuevas elecciones. La excepcional prudencia mostrada por el presidente provisional, Héctor García-Godoy, y el embajador estadounidense, Ellsworth Bunker, permitieron la rápida partida de las fuerzas norteamericanas. Si después Estados Unidos hubiera enviado sus tropas a Haití --que no tenía instituciones ni grupos políticos sólidos, ni figuras políticas de peso--, habría sido más difícil partir, como sucedería posteriormente en Irak y Afganistán.

La experiencia dominicana indica con claridad que Estados Unidos necesita diseñar métodos alternativos para perseguir sus objetivos, sobre todo ayudando a fomentar el desarrollo político, social y económico de los países y territorios más cercanos geográficamente, con los cuales el país está tan estrechamente relacionado.

La enorme diferencia entre las relaciones de Estados Unidos con sus vecinos más próximos y el resto de sus relaciones internacionales ha sido evidente desde hace mucho tiempo, pero ha adquirido especial importancia durante los últimos 50 años. Las nociones históricas de soberanía significan cada vez menos, aunque se sigan proclamando a voces.

Los problemas derivados de la creciente interacción de Estados Unidos y sus vecinos --tráfico de personas, drogas y armas, inmigración, medio ambiente, salud pública, turismo médico y prestaciones sociales y de sanidad transferibles, catástrofes naturales, política policial y vigilancia de fronteras-- son retos especialmente complejos para las dos partes.

 Estas difíciles cuestiones, internacionales e internas al mismo tiempo, se complican aún más en los países con muy escasa capacidad estatal --Guatemala, Honduras y Haití en particular--, con quienes se hace aún más necesario mantener una estrecha cooperación por el bien de los pueblos de ambos lados, una necesidad que crece año tras año.

Cincuenta años después de la intervención de 1965 en la República Dominicana, producto de la obsesión de Washington con Fidel Castro, no solo ha llegado el momento de tener una relación de mutuo respeto con Cuba sino también de desafiar otras mentalidades enquistadas y encontrar respuestas más creativas a la persistente interdependencia entre los países de la Cuenca del Caribe y Estados Unidos.

Abraham F. Lowenthal, catedrático emérito en la Universidad de Southern California e investigador titular no residente de la Brookings Institution, fue fundador y director del Programa Latinoamericano del Woodrow Wilson Center y del Diálogo Interamericano.

Traducción de María Luisa Rodríguez Tapia

http://internacional.elpais.com/internacional/2015/04/27/actualidad/1430137692_940954.html

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