A cuatro años de la invasión de la OTAN, la Yamahiriya de Gadafi, que se dejó seducir por los cantos de sirena de los embajadores de “buena voluntad” del imperialismo que nunca le perdonó su afrenta, dista terriblemente de ser aquella donde sus habitantes gozaban de educación, cuidado médico y otros servicios públicos gratuitos que la hacían la envidia de muchos ciudadanos de otros países africanos.
Ahora, después de 25,000 incursiones aéreas, 10,000 ataques aéreos, una lluvia de 30,000 bombas y 120,000 muertes y la destrucción de su infraestructura y de su tejido social -parte del envidiable costo de la operación más exitosa en la historia de la OTAN-, Libia efectivamente ha sido violentamente retornada a la Edad de Piedra.
De acuerdo a un amplio reportaje del Washington Times, las alegaciones utilizadas por el gobierno de Obama como justificación para lanzar la invasión sobre Libia resultaron ser falsas. Según lo revelado por funcionarios de EE.UU en varias audiocintas secretas revisadas y autenticadas por el diario, fue la visión estrecha de la Sra. Clinton la que condujo a los Estados Unidos a una guerra innecesaria sin sopesar adecuadamente las preocupaciones de la comunidad de inteligencia.
El principal argumento de la señora Clinton fue que Gadafi estaba a punto de emprender un genocidio contra la población civil en Benghazi, donde se concentraba el poder de los rebeldes. Sin embargo, funcionarios de inteligencia no pudieron corroborar esas inquietudes y de hecho estimaron que era improbable que Gadafi se aventurara a correr el riesgo de provocar la ira del mundo cometiendo una masacre, según le dijeron funcionarios al Times.
Como resultado, el secretario de Defensa, Robert Gates y el Almirante Mike Mullen, Jefe del Estado Mayor Conjunto, se opusieron tenazmente a las recomendaciones de la señora Clinton para usar la fuerza. Fue la señora Clinton quien en última instancia se encargó de persuadir a Obama, los aliados de la OTAN y las Naciones Unidas para que autorizara la intervención.
El 17 de marzo del 2011, el CSNU aprobó la resolución 1973 que autorizaba la intervención militar en Libia. Obama explicó que el objetivo era salvar las vidas de quienes protestaban pacíficamente en favor de la democracia y se encontraban en peligro de ser reprimidos brutalmente por el dictador libio Muamar al-Gadafi.
Aseguró Obama que Gadafi no solo ponía en riesgo el impulso de la Primavera Árabe que había depuesto a los regímenes autocráticos de Túnez y Egipto, sino que también estaba en camino de perpetrar un baño de sangre en la ciudad libia de Benghazi donde se había iniciado el levantamiento. “Sabíamos que si esperábamos un día más sufriría una masacre que habría resonado en toda la región y manchado la conciencia del mundo”, declaró el presidente Obama cuyo gobierno había sido el principal propulsor de la resolución.
Dos días después de la autorización, demandada por el gobierno de Obama, los EE.UU y sus aliados de la OTAN establecieron una zona de exclusión aérea a lo largo de Libia y empezaron a bombardear las fuerzas de Gadafi. En octubre 2011, siete meses más tarde, las fuerzas rebeldes con el sostenido apoyo de occidente se apoderaron del país y asesinaron a Gadafi.
Cuatro años más tarde, Libia el país que antes de la invasión contaba con el nivel de vida más alto en África, yace en ruinas, destruida por el intervencionismo “humanitario”, esa demoniaca construcción liberal convertida en la fascinación del hombre blanco Occidental esmerado en llevar, o mejor dicho imponer, sobre los rincones más oscuros de la tierra la democracia y libertad, valores que brillan como luces en el faro de la excepcional civilización occidental.
Inmediatamente después de la victoria militar y el brutal asesinato de Gadafi, todos los artífices de la criminal campaña contra Libia celebraban triunfantes su hazaña declarando: “La operación de la OTAN en Libia ha sido correctamente aclamada como una intervención modelo”. El New York Times, cuyas páginas editoriales desde un principio habían apoyado la guerra se expresaba similarmente, “las tácticas de EE.UU en Libia pueden ser un modelo para otros esfuerzos”, y aunque reconocía que era prematuro considerar la guerra un éxito completo para los intereses de Estados Unidos, el diario neoyorkino hacía notar que los eventos le habían proporcionado a los experimentados asesores de Obama la oportunidad de atribuirle una victoria clave a la doctrina de Obama para el Medio oriente, la cual había sido ampliamente denigrada por sus críticos como “liderando desde atrás”.
En el Rose Garden de la Casa Blanca, Obama -el guerrero renuente- vociferaba, “sin un solo soldado estadounidense en el campo de batalla, hemos logrado nuestros objetivos”.
Liberales proponentes de las guerras humanitarias, se auto-felicitaban como visionarios humanitarios y castigaban a sus oponentes por ser timoratos y demasiado cínicos a cerca de las virtudes del poderío estadounidense. Líderes británicos y franceses se paseaban en Libia como todos unos héroes conquistadores, mientras oficiales estadounidenses y canadienses celebraban la victoria con pomposas ceremonias. Pero fue sin duda Hillary Clinton, la principal artífice de la guerra contra Libia y la eliminación de Gadafi, la que se ganó el premio en el show de la hienas. Al enterarse de la muerte de Gadafi a manos de una turba de “combatientes por la libertad”, no pudo contener su emoción, presuntuosa y con vulgar carcajada dijo: “Vinimos, vimos, él murió”.
Hoy en día muchos de aquellos liberales que entusiastamente apoyaron a los “revolucionarios” libios y los bombardeos humanitarios de la OTAN, a manera de una mean culpa a medias, con desilusión admiten el fracaso de la misión liberadora de occidente, sin embargo, no dejan de considerar lo loable de su intención y aunque el pretendido sueño democrático en Libia se haya convertido en una pesadilla en la que proliferan las bandas de islamistas armados hasta los dientes que siembran el terror por todas partes, ellos aseguran que el pueblo libio y el mundo están mucho mejor ahora sin la presencia del dictador Gadafi, de la misma manera que Iraq sin Saddam Hussein.
Sin embargo, la Yamahiriya sin Gadafi, que se dejó seducir por los cantos de sirena de los embajadores de “buena voluntad” del imperialismo que nunca le perdonó su afrenta, dista terriblemente de ser aquella donde sus habitantes gozaban de educación, cuidado médico y otros servicios públicos gratuitos que la hacían la envidia de muchos ciudadanos de otros países africanos.
Ahora, después de 25,000 incursiones aéreas, 10,000 ataques aéreos, una lluvia de 30,000 bombas y 120,000 muertes y la destrucción de su infraestructura y de su tejido social -parte del envidiable costo de la operación más exitosa en la historia de la OTAN-, Libia efectivamente ha sido violentamente retornada a la Edad de Piedra.
Según la revista liberal The New Yorker, en la Libia post Gadafi no hay manera de exagerar el caos. Dos gobiernos reclaman legitimidad, las milicias armadas se han apoderado de las calles. La electricidad esta frecuentemente fuera de servicio, la mayoría de los negocios están paralizados, los ingresos del petróleo, el mayor recurso del país, se han reducido en más de un 90%. Unas 3,000 personas han muerto como consecuencia de los combates en el último año, y aproximadamente 1/3 de la población del país ha huido hacia Túnez.
Según la citada revista, lo que ha seguido al derrocamiento del tirano –derrocamiento propiciado por los ataques aéreos de la OTAN- es la tiranía de una peligrosa y generalizada inestabilidad. Vale aclarar que The New Yorker es uno de esos medios que después de la debacle de Libia exhiben una suerte de mea culpa a medias.
En similares términos describe la situación en Libia post-Gadafi la revista del elitista Council on Foreing Relations, Foreing Affairs:
“La calidad de vida en Libia se ha degradado bruscamente como consecuencia del derrumbe de la economía. Esto se debe principalmente a que la producción de petróleo del país, el elemento vital, permanece deprimida como resultado del prolongado conflicto.
Antes del conflicto, Libia producía diariamente 1.65 millones de barriles de petróleo, cantidad que se redujo a cero durante la intervención de la OTAN. Y aunque la producción temporalmente recuperó un 85% de su anterior cuota, desde que los cesionistas se apoderaron de los puertos petroleros del este en agosto del 2013, la producción ha promediado apenas un 30% de su nivel de preguerra.
Los continuos combates han ocasionado el cierre de aeropuertos y puertos marítimos en las dos ciudades más grandes de Libia, Trípoli y Bengazi. En muchas ciudades, los residentes tienen que sufrir masivos cortes del fluido eléctrico –hasta 18 horas en Trípoli.
La reciente privación representa un marcado descenso para un país que el Índice de Desarrollo Humano de la ONU tradicionalmente ubicaba como el que tenía el nivel más alto de vida de toda África.
Libia que mucho antes de la intervención imperialista de la OTAN (antes del 9/11) era un aliado importante de los EE.UU en el combate al terrorismo trasnacional, tal y como lo dijera el jefe del Comando de África en 2009, se ha convertido hoy en día en un feudo de bandas islamistas armadas que se disputan el control del territorio.
Según Foreing Affairs que lamenta el fracaso de una intervención bien intencionada, una de las "consecuencias no previstas" de la intervención en Libia ha sido la amplificación de la amenaza del terrorismo que se origina en el país. Como resultado de la intervención de la OTAN en 2011, Libia y su vecino Mali se han convertido en santuarios terroristas.
Otros países del Norte de África como Mali, según el New York Times, se han convertido en campo de operaciones de grupos de afiliados de Al Qaeda que también ha armado y financiado a islamistas en el norte de Nigeria.
Pero eso no es todo, también en Burkina Faso el desastre causado por la OTAN ha servido para avivar los conflictos étnicos mortales y en Níger ha habido un crecimiento del Islam radical. Otra de las consecuencias no previstas ha sido que el problema del terrorismo ha sido exacerbado por la filtración de armas del arsenal de Gadafi a grupos de islamistas en el Norte de África y el Medio Oriente, se estima que muchas de esas armas letales, como los llamados MANPADS, han terminado en manos de grupos como Boko Haram, incluso se han encontrado en Argelia y Egipto.
Sin embargo, una de las más desastrosas consecuencias no previstas por los estrategas del imperialismo, un boomerang que se estrelló en pleno rostro de la arrogancia imperial, fue el ataque contra el consulado de EE.UU en Benghazi el 12 de septiembre de 2012.
Irónicamente el ataque fue perpetrado por los mismos “combatientes por la libertad”, que después pasaron a ser terroristas, que tan fervientemente habían apoyado y evitado que el tirano coronel los exterminara como ratas -no olvidar que ese fue el falso pretexto utilizado, sobre todo por la walkiria Clinton, para atacar a Libia.
Como una suerte de justicia poética, en el ataque al consulado estadounidense murió el embajador Christopher Stevens, considerado como uno de los principales operativos de la CIA en Libia y quien fuera a la larga el primero en contactar a los rebeldes que serían apoyados por la OTAN para derrocar a Gadafi. Según el Wall Street Journal, el embajador Stevens estaba al menos enterado del tráfico de armamento pesado (saqueado del arsenal de Gadafi) que iba dirigido a los rebeldes sirios y que se originaba en la sede del consulado que en esencia funcionaba como el cuartel de operaciones de la CIA en Benghazi.
Obviamente la operación del tráfico de armas en el consulado no era una consecuencia no prevista, era parte de lo que el New York Times elogió como “las tácticas de EE.UU en Libia que pueden ser un modelo para otros esfuerzos”, en este caso el esfuerzo era la desestabilización de Siria y el derrocamiento o la eliminación física de Bashar Al Assad.
De acuerdo a Foreing Affairs, en marzo de 2011 el levantamiento en Siria era todavía en su mayor parte no violento con pocas víctimas fatales, sin embargo, después de que los rebeldes libios con el auxilio de OTAN tomaran la iniciativa, los revolucionarios sirios recurrieron a la violencia en el verano de 2011, quizás, según la revista, esperando atraer una intervención similar. “Es similar a Benghazi” le dijo en ese momento un rebelde al Washington Post, agregando luego, “necesitamos una zona de exclusión aérea”.
El resultado fue una masiva escalada del conflicto resultando en por lo menos 1,500 muertes por semana a principios de 2013. Hasta ahora, en lo que va de la guerra que los grupos de mercenarios yihadistas armados, entrenados y financiados por occidente libran en contra del gobierno de Siria, ya han perecido más de 200,000 personas, mientras que el número de refugiados ha llegado a niveles alarmantes y la destrucción de su territorio es inconmensurable.
Cuatro años después del asalto de la OTAN, utilizando el falso pretexto de proteger a la población civil del inminente baño de sangre que el rabioso coronel Gadafi estaba a punto de llevar a cabo, Libia es ahora un Estado fallido, un hecho reconocido incluso por aquellos que entusiastamente apoyaron la intervención.
La situación de los derechos humanos es ahora peor de lo que era bajo el gobierno de Gadafi. Antes de que interviniera la OTAN la guerra civil en Libia estaba a punto de terminar a un costo de aproximadamente 1000 vidas, desde entonces, sin embargo, Libia ha sufrido 10,000 muertes adicionales como resultado del conflicto. En otras palabras la intervención de la OTAN parece haber incrementado en 10 veces el número de muertes violentas.
En un plazo de 7 meses la misión “humanitaria” de Occidente destruyó toda semblanza del orden que existía durante el gobierno de Gadafi. Hoy en día Libia en un país ingobernable, el caos es total.
En un periodo de 4 años han existido 7 primeros ministros y existen dos gobiernos paralelos cada uno reclamando legitimidad. Aparte de la existencia de decenas de milicias y grupos de delincuentes armados, existen 2 fuerzas militares compuestas por islamistas y antiguos militares que se disputan el control del país.
Y para terminar de completar el fiasco, una de los más notorios islamistas que figuras como el furibundo belicista -y amigo de terroristas- John McCain tuvo a bien limpiar sus antecedentes terroristas y elevarlo a la categoría de “combatiente por la libertad”, Abdelhakim Belhadj, ex integrante de al Qaeda, se ha convertido en el comandante del Estado Islámico de Irak y el Levante (ISIS) en Libia.
Este acontecimiento por si solo sirve para desmontar la farsa de la guerra contra el terrorismo y sirve también para dejar en claro la intención de lo que en realidad se esconde detrás de estas perversas misiones bélicas con tinte de humanitarias.
Contrario a lo argumentado por los apologistas del intervencionismo humanitario, en Libia se implementó un nuevo modelo de agresión imperialista. Se ensayó un nuevo modelo de destrucción, de generar el caos, el sectarismo religioso y la ingobernabilidad de manera que cualquier semblanza de gobernabilidad y estabilidad democrática sea jamás alcanzada.
Porque para los fines de dominación del imperialismo esa es la mejor manera de prolongar la guerra (en beneficio del complejo militar industrial) y el saqueo de las riquezas de estos países ubicados en zonas de vital interés geopolítico en donde se libra una intensa batalla entre las grandes potencias que compiten por el establecimiento y control de zonas de influencia.
Somalia, Afganistán, Irak, Libia, Siria y Ucrania sobresalen como ejemplos de ese diseño destructivo imperialista.
Publicado por La Cuna del Sol
USA.