El califato tiene productores teatrales bastante estrictos.
Han escrito un sórdido y salvaje guión. Nuestro trabajo es responder cada una de sus frases.
Nos comprenden lo suficiente para saber qué diremos. Así que decapitaron a James Foley y amenazan con hacer lo mismo con uno de sus colegas.
¿Qué es lo que hacemos? Exactamente lo que predije hace 24 horas: convertir la muerte de Foley en una nueva razón para seguir bombardeando el califato del Isil.
¿Y qué más nos provocaron hacer, o al menos al presidente estadunidense de vacaciones? Una guerra en estrictos términos religiosos, que es exactamente lo que ellos querían.
Barack Obama, antes de volver al campo de golf, informó al mundo que ningún Dios justo permitiría (al Isil) hacer lo que el grupo hace a diario.
Ahí lo tienen: Obama convirtió la barbarie del califato en una batalla interreligiosa entre dioses rivales; el nuestro (occidental) y el de ellos (el Dios de los musulmanes, claro). Esto es lo más que Obama se ha acercado a rivalizar con la necia reacción de George W. Bush cuando, al referirse al 9-11, afirmó que nos batiríamos en una cruzada.
Ahora, claro, Obama no se refirió al Dios musulmán de la misma forma en que Bush no tenía la intención de mandar a miles de guerreros cristianos a caballo a las tierras bíblicas de Medio Oriente. De hecho, Bush sólo envió guerreros en tanques y helicópteros.
Obama mencionó también que las víctimas del califato son “musulmanas en su inmensa mayoría, con lo que dio a entender que el califato ni siquiera es musulmán, pese a que su entusiasmo por intervenir en Irak a principios de este mes no fue por ayudar a esos miles de pobres musulmanes, sino porque le preocupaba que cristianos y yazidíes fueran perseguidos.
Y, desde luego, existía el peligro potencial de que hubiera víctimas estadunidenses, hecho que los hombres de Abú Bakr Bagdadi comprendieron muy bien. Por eso asesinaron al pobre James Foley. No porque fuera periodista, sino por ser estadunidense; uno de los estadunidenses a los que Obama prometió defender en Irak.
Independientemente de si a Obama se le olvidó que había rehenes de nacionalidad estadunidense en Siria, el intento de rescate llevado a cabo por el ejército de Estados Unidos al menos prueba que sabían que Foley estaba en Siria. Pero, ¿por qué el Isil está en Siria? Pues para derrocar al gobierno de Assad, claro, que es lo mismo que nosotros intentamos hacer, ¿cierto?
¿Qué demonios hizo que Obama creyera que puede decir a los musulmanes lo que un Dios justo puede o no puede hacer? El presidente que lamentó la guerra de Bush en Irak, pero que no se da cuenta de que millones de musulmanes en Irak no creen que un Dios justo acepta la invasión estadunidense a su país en 2003, o que decenas de miles de iraquíes han sido asesinados por las mentiras de Bush y de Blair.
Quedé anonadado cuando escuché a Obama decir: Algo en lo que todos nosotros (sic) podemos estar de acuerdo es que un grupo como el Isil no tiene cabida en el siglo XXI.
Es el mismo discurso pedante que el viejo bribón de Bill Clinton usó para dirigirse al Parlamento jordano después del impopular tratado del rey Hussein con Israel; cuando afirmó que todos los grupos musulmanes que se opusieron al acuerdo estaban formados por hombres del pasado.
Por alguna razón, en verdad creemos que los musulmanes de Medio Oriente necesitan que les contemos su historia y les expliquemos qué los beneficia o los perjudica.
Los musulmanes que están de acuerdo en que el asesinato de Foley fue un repugnante crimen contra la humanidad fueron insultados por un cristiano que les dijo que un Dios justo aprobaría o desaprobaría. Y quienes apoyaron el asesinato estarán aún más convencidos de que Estados Unidos es, muy justificadamente, enemigo de todos los musulmanes.
En cuanto al siniestro verdugo británico John, me inclino a pensar que vivió entre Newcastle, Tyne o Gateshead, pues dado que he pasado tiempo en Tyne creí haber escuchado una pizca del acento característico de esa región.
Pero John bien puede ser francés, ruso o español. No es que algo de pronto lo volviera; se trata de un fenómeno que afecta a muchos otros jóvenes, y miles harán lo mismo que él.
¿Cómo fue que, por ejemplo, un australiano permitió que su hijo posara con la cabeza decapitada de un soldado sirio? (Un militar que servía en el ejército de Assad, cuyo gobierno juramos derrocar).
¿Y cómo han respondido nuestros servicios de seguridad a esto? Con sus tonterías habituales, dando a entender que el simple hecho de ver vía Internet esa horrenda ejecución podría constituir un crimen terrorista. ¿Qué clase de idiotez es esta?
Personalmente, encuentro igualmente ofensivo filmar –para luego mostrar por televisión– el asesinato en masa de seres humanos mediante bombardeos. Pero aún así los mostramos, ¿no es así? Repetidamente se nos invita a observar en nuestras pantallas de televisión los aviones y drones haciendo blanco en las supuestas posiciones de los combatientes del Isil e imaginar su muerte dentro de la bola de fuego que calcina sus vehículos. El que no podamos ver sus rostros no lo hace menos obsceno.
Claro, sus actividades son lo opuesto a aquello por lo que luchaba Foley, pero ¿en verdad todos son milicianos? Aún no hemos escuchado esa aberrante maldición lingüística: daño colateral, pero estoy seguro de que pronto lo haremos.
¿Qué harán nuestros jefes de seguridad? ¿Convertir en crimen terrorista ver los videos de las acciones militares estadunidenses?
Lo dudo, a menos que en las filmaciones se muestre el sangriento asesinato de muchos civiles. Entonces sí que podrían argumentar, con justa razón, que al verlos se alienta el terrorismo. Y entonces tendríamos que dejar de cubrir las guerras.
Robert Fisk
© The Independent
Traducción: Gabriela Fonseca
La Jornada
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