Por Vincenzo Basile//
En memoria y por el respeto de las decenas de millones de personas exterminadas por el poder imperial.
Porque el genocidio y la sangre derramada no tienen colocación política
A lo largo de su breve estancia en este pequeño planeta, el ser humano, consciente o inconscientemente, libra una ardua lucha contra el conformismo y los cánones impuestos por algún poder establecido que se presenta con el fastidioso rostro de quien lleva la verdad o la única visión posible del mundo.
Es quizás parte intrínseca de la naturaleza humana, oponerse a lo que se impone, como un niño que le responde mecánicamente que no a las insoportables órdenes de sus padres.
Una imagen casi emblemática de esta lucha diaria contra la imposición, me ha llegado observando la actuación de algunos ciudadanos de Cuba, país donde gobierna un controvertido poder – aclamado por muchos y detestado por otros – que ha pasado las últimas cinco décadas aduciendo a la hostilidad internacional y a la amenaza imperialista como partes esenciales y estratégicas de un discurso político-ideológico que en muchos casos no ha logrado ni mínimamente su objetivo, convirtiéndose en un agobiante sistema de dogmas y consignas que han sido reiteradas hasta perder todo sentido.
El resultado inevitable y en parte comprensible de cincuenta y más años de mal gastada retórica antimperialista ha sido claramente el rechazo a todo tipo de diatriba que pueda acercarse a lo que hoy se tacha como “discurso oficial”.
Que sea una crítica abierta al bloqueo, el pedido a que se liberen los Cinco agentes cubanos presos en Estados Unidos, el cese de la injerencia norteamericana en los asuntos internos de Cuba, o el fin de cualquier tipo de hostilidad estadounidense contra la ciudadanía de la Isla; bajo la bandera del inconformismo y de la desesperada voluntad de tomar las debidas distancias de las posiciones gubernamentales y de sus retóricas, los jóvenes cubanos que han llamado mi atención han evidentemente decidido seguir “el esquema del niño” y alejarse de cualquier petición que podría confundirlos con los partidarios del gobierno cubano.
Aunque todos los ejemplos mencionados se refieran a serias problemáticas relacionadas con la soberanía cubana, son aspectos de las relaciones bilaterales entre Cuba y Estados Unidos que con un buen margen de duda podrían reconducirse al personal juicio y a la subjetiva valoración de cada quien.
Por otro lado, hay otros factores de la política norteamericana que sí pierden su susceptibilidad a ser evaluados según distintas perspectivas y merecen ser juzgados tal como son: los más brutales genocidios de la historia.
Es precisamente en este sentido que emerge lo deplorable. He visto algunos cubanos, paladinos de una demagógica moderación y del no tomar partido, que han llegado a renegar o a caricaturizar la expresión imperio, entrecomillándola como si fuera un chiste o una absurda palabra inventada por algún fanático y paranoico comunista radicado en La Habana.
Y he hablado con otros, caracterizados por una indiferencia vergonzosa hacia el real sufrimiento del ser humano, que han decidido relegar estos temas en el rincón más escondido de sus conciencias. Es “el esquema del niño” que se presenta con todo su poder.
Estos jóvenes cubanos son niños que se enfrentan a un “padre todopoderoso y sabelotodo”.
Son ciudadanos que se oponen naturalmente a la autoridad constituida, a aquella autoridad que perciben como la más fastidiosa y omnipresente; aquella que diariamente, de la cuña a la tumba, le recuerda el peligro que alberga a 90 millas de sus casas.
Sin embargo, el más íntimo desarrollo humano, en una forma u otra, nos enseña que tiene que llegar el día en que la persona saca las cuentas con lo más profundo de su interioridad, llega a darse cuenta de que si por un lado en el mundo hay muchas cosas que son susceptibles a varias interpretaciones, como una tendencia política, religiosa, esotérica, sexual o cultural; por el otro hay algunas otras que no admiten interpretaciones, que son así como se presentan, fijas, estáticas e incontrovertibles.
Es objetivo e incontestable afirmar que los gobiernos norteamericanos a lo largo de su pequeña vida como nación han matado más seres humanos que Hitler, Stalin, Pol Pot o cualquier otro fanático asesino omnipresente en las páginas de los libros de historia.
Tal como nadie respetaría a alguien que se declarase abiertamente admirador de la Alemania nazi o de la Camboya comunista, no hay nada que respetarle a quienes defienden o ignoran una política basada en el terror y en la imposición de un modelo por la violencia.
Ningún ser digno, rebelde o inconforme consideraría que el juicio sobre la política imperialista norteamericana es algo que se somete a la humana valoración y por esto merece ser respetado como pensamiento diverso.
Ningún ser digno, rebelde o inconforme entrecomillaría la palabra imperio como si se tratara de una retórica tediosa, tirando literalmente excrementos y basura en la memoria de las decenas de millones de seres humanos que han perecido – y siguen pereciendo – formalmente bajo el nombre de la libertad y sustancialmente bajo una interminable lluvia de bombas que llevan la marca de estrellas y franjas.
No es esto un intento de imponer un visión política. No es una cuestión de colocación ideológica.
En este contexto, considero extremamente irrelevante que un cubano defienda el socialismo o se proclame admirador del libre mercado, de las doctrinas neoliberales o de cualquier otro ismo que la mente humana haya concebido.
Se trata de una reflexión que va mucho más allá de una idea, defendible o criticable que sea. Es pura humanidad.
Es sencilla esperanza y fe en la más íntima bondad del ser humano y de su capacidad de rechazar el horror y la violencia cometida contra sus símiles, donde quiera que esté y bajo cualquier bandera se presente. Son mis esperanzas para los cubanos del mañana.
Espero que un día estos “niños cubanos” crezcan y se conviertan en ciudadanos consecuentes y críticos conscientes del mundo en que viven; que entiendan que decir que un genocida ha cometido múltiples genocidios no los convierte en “comunistas”, “oficialistas” o en gente que vive según los esquemas de una etapa supuestamente pasada; que aprendan a reflexionar en función de su conciencia y no en oposición a algo que no soportan; que lleguen a tener la capacidad de entender que criticar una idea no significa apoyar todo lo que a ésta se opone.
Espero que un día estos “niños cubanos” sean capaces de criticar o de oponerse con la máxima vehemencia y fuerza posible al sistema político de su país sin por esto respaldar, ignorar o quedarse indiferentes frente a los crímenes del más grande asesino de la historia de la humanidad.
http://desdeminsulacuba.com/2014/08/20/inconformes-cubanos-y-el-esquema-del-nino/