Pablo Gonzalez

Israel: La inmensa crueldad de Ariel Sharon


Si no hubiera sido por un breve encuentro con Ariel Sharon, es posible que nunca me hubiera convertido en un activista en la solidaridad con Palestina.



Fue hacia finales de 2001. Yo era uno de los periodistas que acompañaban a la “misión de paz” de la Unión Europea (UE) para Oriente Medio.
 Un domingo por la tarde, esperábamos a Sharon, entonces primer ministro de Israel, que iba a dar una conferencia de prensa en el hotel Rey David de Jerusalén.

Cuando, finalmente, apareció Sharon, me llamó la atención lo venenoso que fue. 
Desde entonces, mi memoria se ha debilitado un poco, algo bastante natural.
 Pero estoy muy seguro de que había una sonrisa en su rostro mientras hablaba de cómo se autoinmolaban los palestinos en ocasiones.

La esencia de su largo monólogo fue que toda resistencia a la ocupación israelí era “terrorismo”. Parecía disfrutar con el sufrimiento palestino.

Mimado

En aquel tiempo, yo no estaba bien informado sobre cómo Occidente había consentido a Israel.
 En mi ingenuidad, me impresionó que los líderes de la UE no se mostraran intimidados por Sharon.

Había cierta tensión entre Israel y Bélgica, que ejercía su turno en la presidencia de la UE. 
Sharon había sido demandado en Bruselas por su papel en la masacre de Sabra y Chatila, que tuvo lugar en el Líbano en 1982 (cuando él era ministro de defensa).

A las preguntas de los periodistas israelíes, el entonces primer ministro belga, Guy Verhofstadt, insistió en que su país era una democracia y que, por tanto, la justicia era independiente del poder político. 
Al día siguiente —durante un turbulento vuelo en el avión del gobierno belga—, Verhofstadt nos dijo que Sharon le había convocado a una reunión el domingo por la noche. 
Para romper el hielo, Verhofstadt bromeó con Sharon acerca de las mejoras que estaban registrando las condiciones de las cárceles en Bélgica.

Fue solo más tarde cuando me di cuenta de que Verhofstadt era realmente una presa fácil. 
Aunque el fiscal del estado había aceptado el caso contra Sharon, el gobierno de Verhofstadt intervino en 2003 para desbaratar el proceso.

La ley de “jurisdicción universal”, en virtud de la cual se interpuso la denuncia, fue descafeinada a instancias de Israel. ¡Oh, la “democracia” belga!

Farsa

Evidentemente no puedo pretender saber cómo funciona la mente de Sharon por el mero hecho de haber estado una vez en la misma sala con él. 
Pero he estudiado su caso con más profundidad más recientemente. 
Y creo que sé lo suficiente como para afirmar que los artículos que ahora proliferan en los medios sobre Sharon como amante de la paz son una farsa.

En un blog del The Jerusalem Post, Eric Yoffie decía que Sharon fue el “último realista” de los primeros ministros. 
“Con el fin de asegurar el futuro de Israel como un estado judío, él desmanteló los asentamientos judíos y terminó con la ocupación de 1,3 millones de palestinos en la Franja de Gaza”, añadió Yoffie.

Solo la primera parte de la frase es verdad. 
Sharon se esforzó, ciertamente, en preservar Israel como un estado en el que los judíos tuvieran más derechos que todos los demás que vivían en él; el término correcto para ese sistema es apartheid.

Pero la retirada de los colonos israelíes de la Franja de Gaza en 2005 no significaba el fin de la ocupación. Israel ha seguido controlando el espacio aéreo y las fronteras marítimas de Gaza.
 La llamada “desconexión” allanó el camino para el bloqueo y los ataques contra Gaza, que han sido apoyados con entusiasmo por protegidos de Sharon como Tzipi Livni.

Mentiras similares se han repetido en otras partes. Associated Press ha informado de que Sharon “dirigió una retirada unilateral de las tropas y los colonos israelíes de la Franja de Gaza, poniendo fin a 38 años de control militar del territorio”.

En el Guardian, Jonathan Freedland escribe que Sharon “reconoció la verdad que yacía enterrada bajo el suelo”, por medio de su “intrigante hábito” de referirse a los lugares del Israel presente por sus nombres árabes originales.
 Según Freedland, la “misión final” de Sharon pudo haber sido cerrar las heridas abiertas por la Nakba, el desplazamiento forzoso de los palestinos antes de la fundación de Israel en 1948.

 
 “Quiero decirles algo muy claro: No se preocupen por la presión de EEUU sobre Israel. Nosotros, el pueblo judío, controlamos a EEUU y los norteamericanos lo saben”, Ariel Sharon, 3 de octubre de 2001

Sin sentido

Especular sobre lo que Sharon podría haber hecho si un ataque al corazón no hubiera puesto el punto final a su carrera política en 2006 carece, en mi opinión, de sentido. 
Y, además, nadie ha presentado pruebas fiables de que estuviera a punto de hacer justicia a los palestinos.

Lo que sí se puede decir, con certeza, es que mostró una inmensa crueldad como soldado y como político.

Para comprobar lo que digo, recomiendo la lectura del libro Politicidio [hay traducción al español en Foca ediciones, 2004, N. del T.], de Baruch Kimmerling. 
Nos recuerda que cuando Sharon era un general militar, lanzó una brutal operación en Gaza en agosto de 1970.
 Miles de casas fueron demolidas y grandes plantaciones de cítricos fueron destruidas.
 Por si fuera poco, se dieron órdenes de matar —sin juicio— a cualquier palestino sospechoso de ser miembro de la resistencia.

La propensión de Sharon a cometer crímenes de guerra siguió durante su periodo como primer ministro.
 La Operación Escudo Defensivo supuso, en 2002, la destrucción de escuelas, universidades, clínicas, mezquitas e iglesias en la Cisjordania ocupada. 
Alrededor de 4.000 personas perdieron su hogar a causa del bombardeo inclemente del campo de refugiados de Yenín.

Sharon siguió regocijándose con la pérdida de vidas humanas. 
Ocho niños y nueve adultos palestinos fueron asesinados en un bombardeo contra el líder de Hamas Salah Shehadeh en 2002.
 Sharon elogió la operación como “uno de nuestros más grandes éxitos”.

Para aquellos que todavía creen que Sharon estaba preparándose para un compromiso histórico, no tengo más que decir dos palabras: el muro. 
Fue él quien aprobó la construcción de esta monstruosidad que fue explícitamente diseñada para fortalecer el control israelí de Cisjordania.

No creo que haya que alegrarse de las penas o los problemas de salud de otro, ni siquiera cuando la persona en cuestión es un asesino de masas como Ariel Sharon.
 No tengo, pues, planes para celebrar su muerte cuando llegue. 
Como muchos otros, estaré demasiado ocupado en trabajar para destruir el miserable sistema de apartheid que él ayudó a construir.

David Cronin es un periodista y activista irlandés que vive en Bélgica. 
Con anterioridad escribió Europe’s Alliance With Israel: Aiding the Occupation (Pluto Press, 2011).

Traducción: Javier Villate

David Cronin

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