Pablo Gonzalez

Un poema de Francisco Fernández Buey sobre Benedetto XVI cuando aún era el temible cardenal Ratzinger


Joan o Juan Rosell, el presidente… de la CEOE, después de insultar a millones de trabajadores, ni se va ni dimite. Arturo Fernández, el vicepresidente, después de estafar a la Seguridad Social como el que pasea una mañana de domingo por el Retiro, sigue tan tranquilo y tan chulo como siempre. 
A él nadie le tose ni le llama la atención. 
El suegrísimo del yernísimo, a pesar de ser fuertemente abucheado por enésima más por una ciudadanía que está hasta las narices y el cuello, ni abdica ni tiene intención. 
Don Mariano sigue en sus trece, dirigiendo (aparentemente) un grupo político que está a punto de cometer una de las mayores tropelías antidemocráticas que se recuerdan impidiendo la tramitación de la IPL sobre la dación de pago, a pesar de que más de medio país apenas le escucha ni confía en nada de lo que dice. 
De Ana Mato mejor no hablar; eso sí su marido ha sido despedido finalmente por el PP (¿Por qué si todo es falso?). Artur Mas, el president neoliberal por excelencia, sigue apoyando a don Oriol Pujol, el hijo del intocable, que por supuesto sigue en su puesto de secretario general del partido gobernante en Catalunya. Duran i Lleida, el “jefe“ del partido que ha aceptado ser una organización corrupta, sigue dando lecciones de democracia y honestidad urbi et orbe. 
Y así siguiendo…

Pero, sorpresas nos da la vida, alguien ha dimitido o cuanto menos lo ha dejado: Benedetto XVI. 
Ya no habemus Papa.

Por cansancio, por enfermedad, por años… o porque tal vez haya algún gato encerrado (y no precisamente el de Schrödinger). 
No se sabe, no sabemos. 
De quién es políticamente hablando el ex Papa, basta saber que es amigo íntimo de nuestro Rouco Varela, una de las encarnaciones más consistentes (y más terribles) de la derecha extrema del fundamentalismo conservador católico, y enemigo declarado de que todo lo que huela o se aproxime a la teología de la liberación o a colectivos de cristianos por el socialismo.

En el día de su jubileo inesperado, acaso valga la pena retomar un poema de un autor que colaboró en numerosas revistas cristianas desde una óptica filosófica alejada pero desde una coincidencia política muy intensa con aquellos que luchaban por un mundo más justo y más humano, reivindicando el pensamiento crítico, “el que construye alternativas para una sociedad más justa y solidaria”, como diría el poeta, profesor, ecologista y maestro Jorge Riechmann. Hablo del autor de Marx (sin ismos ), de Francisco Fernández Buey.

No fue su único poema, escribió algunos más [1]. Uno no es brechtiano como si fuera cualquier cosa. Este que propongo recordar ahora lleva por título “Bienvenido, mister Ratzinger”. 
Abría uno de sus grandes libros [2]. Está fechado en 1993, cuando el Gran Inquisidor no era aún Papa:


Cuando el asunto parecía finalmente liquidado

y era seguro que "aquello" no regresaría

para inquietar atormentadas mentes infantiles,

cuando su crisis había sido diagnosticada como última

y "aquello" era sólo materia para chistes académicos,

cuando podíamos ya airear nuestras miserias

sin las viejas restricciones moralistas,

cuando ya el otro Karl no tenía adversarios

de talla

y el canto al final de las ideologías

bajaba de la Academia a la calle,

cuando ya nada se oponía, amigos,

a que pudiéramos ser tan cínicos

como nuestros enemigos,

cuando empezábamos a identificarnos con la auténtica vida,

esto es, la de los otros,

y el ser de una pieza resultaba de mal gusto,

cuando la divisa del era ya todo vale

y todos estábamos de acuerdo

en que todo está permitido

menos alterar las sabias leyes del mercado,

la bicha volvió.

La desenterró el inquisidor Ratzinger, oh maravilla,

contra los nuevos teólogos.

Y entonces quedó definitivamente demostrado

que el marxismo no era una ciencia,

compañeros.

Para que no haya dudas sobre la óptica política nada sectaria desde la que está escrita el poema, copio las palabras iniciales de una entrevista que le realizó en 2011 su amigo, el historiador, activista y cristiano para el socialismo Jaume Botey, con el que colaboró, junto a Neus Porta, su compañera, en la escuela de alfabetización de alumnos de Can Serra (L’Hospitalet de Llobregat, Barcelona). Dicen así:

“La primera cosa que querría decir es que a mi lo de considerarme marxista o no, siempre me ha parecido una cosa secundaria. Aunque pueda parecer otra cosa desde fuera, no es mi asunto. 
También para Manolo Sacristán lo de ser marxista era tan secundario que en discusiones bastante serias que tuvimos con amigos y colegas Manolo quería considerarse fundamentalmente comunista. 
Yo también. Para mi, el marxismo es una historia de la que han salido muchas cosas. 
Siempre consideré que eso del marxismo había pasado a ser uno de los elementos de la cultura superior y que, para entendernos, había marxistas de derechas y marxistas de izquierdas.
 La línea divisoria de la lucha social y política en nuestro mundo, no pasa por ser marxista o no marxista. 
De estudiante ya me encontraba más a gusto en las batallitas cotidianas con gente que no eran marxistas sino que eran anarquistas, cristianos o socialistas utópicos, que con los marxistas. 
Creo que hay que hacer un esfuerzo por superar confesionalidades de cualquier tipo y caminar hacia una cultura laica tolerante, consciente de las dificultades, de lo que ha sido la cultura laica de izquierdas hasta ahora”.

Sacristán, proseguía su amigo y compañero, tenía muy claro que uno de los problemas principales del marxismo “es que nunca ningún marxista había dicho nada interesante sobre un tema tan clave para las personas como la muerte. 
Nuestras cosmovisiones, que se pretenden globalizadoras, no tienen explicaciones para casi nada de lo profundo, no sólo de la muerte, sino de casi ninguno de los grandes problemas de la persona, por ejemplo de la relación entre mi yo privado y mi yo público”.

Estudiar la vida, la obra, la tragedia de Antonio Gramsci podría ayudarnos a vislumbrar algo en esta línea. Gramsci y Simone Weil fueron los dos pensadores contemporáneos que más interesaron al luchador antifranquista-comunista.

Notas:

[1] Este es casi inédito. No está fechado: “Cuando yo era joven / los jóvenes a quienes trataba/ lo tenían todo claro. /Si uno decía "no sé, no sé"/ le llamaban vacilante y caga dudas./ Ahora que empiezo a ser viejo/ y creía empezar a saber algo de algo,/ los jóvenes a los que trato /me dicen: /"No sé, no sé, el mundo es muy complejo"./ Tal vez por eso / hoy me gustan los jóvenes de ayer / tanto como ayer / me gustaban los jóvenes de hoy.

[2] Abría la edición de Discursos para insumisos discretos . Ed. Libertarias. Madrid, 1993.

Salvador López Arnal es miembro del Frente Cívico Somos Mayoría

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