
El presidente de EEUU Barak Obama, debe de pensar que Irán es pan comido
para declarar que la nueva estrategia de Defensa en 2012 es contener a
China.
Adicto a la guerra, Washington, que ha borrado la palabra “paz”
de su diplomacia, considera a Pekín un peligro para “sus intereses
nacionales” en el Pacífico y Asia Meridional y para su hegemonía
unilateral planetaria.
Con el 5% de la población mundial el país
occidental tiene un presupuesto militar siete veces mayor que el gigante
amarillo, posee fuera de sus fronteras alrededor de 900 bases
militares, once flotas navales que pasean por todos los océanos y
cientos de miles de soldados esparcidos por el globo, y aun así está
preocupado por una China sin tropas ni instalaciones militares fuera de
su territorio.
Regreso a Asia es el “santo y seña” del Pentágono
para allanar el Extremo Oriente y tomar el Mar de China cuyos fondos
marinos, además, ocultan millones de barriles de petróleo y billones de
pies cúbicos de gas.
El pretexto no le faltará: velar por la seguridad
marítima mermada por las supuestas armas nucleares ocultas de China,
luchar contra el terrorismo islámico y la piratería y ayuda
“humanitaria” en los desastres naturales.
La primera potencia
militar, en su lucha contra la principal potencia económica, pretende
controlar el estratégico Estrecho de Malaca, que une el Mar de China
Oriental (al que Hillary Clinton llama Mar Occidental de Filipinas) con
el océano Indico y Europa. Por sus aguas circula la mitad del tonelaje
mercante mundial y los 20 millones de barriles del petróleo del Golfo
Pérsico con destino Japón, Corea del Sur y China.
Pekín avanza sin
colonizar ni ocupar países. Consigue sus objetivos mediante el sereno y
sutil método de “acupuntura” en vez de “ataques quirúrgicos”. Ha
construido, por ejemplo, el conducto más largo del mundo que lleva el
gas del Caspio desde Turkmenistán a sus tierras, sin pegar un solo tiro,
mientras decenas de miles de soldados de la OTAN llevan una década en
Afganistán sin poder construir el gasoducto transafgano.
Que el
coloso asiático sea, además, el único proveedor de tierras raras –usadas
en microchips y alta tecnología-, aumenta el nerviosismo de EEUU, que
actúa antes de verse superado por Pekín: se apodera de las fuentes de
energía (Irak, Sudan, Libia, y ahora prueba con Irán), estrecha su
alianza con la Asociación de Naciones del Sudeste Asiático (ASEAN), arma
a Taiwán con sistemas antimisiles y en Myanmar apoya a la oposición
presionando al gobierno para que suspenda la construcción de un
importante gasoducto hacia China.
Por otro lado incrementa el número de
70.000 soldados que tiene en Corea del Sur y Japón, fortalece el Comando
Estadounidense del Pacífico, refuerza las bases militares en Corea del
Sur, Tailandia, Taiwán, Indonesia, Filipinas y Australia, e impide la
formación de “Chindia” (China+India). Reducir a Pakistán y un escaño en
el Consejo de Seguridad sería el premio a India a cambio de su
cooperación, que junto con Japón harían de contrapeso al enemigo.
Pekín
ante una situación de desventaja geopolítica en Europa, África y Asia
comienza a reaccionar, sin perturbar sus relaciones con Washington.
Su
armada realizó, en noviembre, unas maniobras militares sin precedentes
cerca de las fronteras de Pakistán, para advertir a EEUU de que no
toleraría una invasión al país centroasiático.
También incrementó, en
2011, su presupuesto militar en un 12%, cayendo en la trampa de la
carrera armamentística, que tiene incluida una Guerra de las Galaxias.
Despunta la nueva Guerra Fría.