A poco más de 200 años de las primeras grandes revoluciones burguesas
(Revolución Industrial inglesa, Independencia de los Estados Unidos y la
Revolución Francesa), es obvio, que las promesas de libertad, igualdad y fraternidad,
constituían pura ideología para desmontar el orden social feudal,
falsas promesas para movilizar a las masas explotadas contra la nobleza.
Una vez que la burguesía se hizo del poder político, construyó una
nueva forma de dominación y explotación mucho más sofisticada, que si
bien es cierto brindó mejores condiciones de vidas a millones, no liberó
ni igualó a la humanidad, por el contrario, no ha dejado de ensancharse
la brecha entre ricos y pobres, entre naciones metropolitanas y
naciones periféricas.
La promesa del progreso continuo, fue
una forma ideológica para encubrir el fin de impulsar una acumulación
del capital a escala planetaria, con dramáticas consecuencias sociales y
ambientales.
No se construyó una sociedad basada en la razón, sino bajo
la irracional lógica del capital, que coloca en primer término la
satisfacción de necesidades mercantiles de ganancia, sobre la
satisfacción de las necesidades de la población humana presente y
futura.
En este orden de ideas, el investigador español Manuel Martín
Serrano (2008) nos ofrece la siguiente reflexión:
El
capitalismo industrial concluye sin haber cumplido con la utopía que le
dio a las revoluciones burguesas su valor ético y empuje histórico; que
era el empeño de instaurar una y la misma racionalidad para entender y
explotar la naturaleza, para organizar y dirigir a las sociedades.
En
los términos que lo proponía el Iluminismo quedaba por conseguir que la
difusión y aplicación del conocimiento (“las Luces”) sirviesen al tiempo
para liberar de la necesidad, de la opresión y de la infelicidad.
Escribía Marx un siglo después de las Luces que, muy por el contrario,
las victorias de la ciencia se estaban pagando con una pérdida de
humanidad.
Y los autores de la Escuela de Fráncfort, al tiempo
iluministas y marxistas, mostraban que cada vez la razón estaba más
disociada entre una racionalidad instrumental que servía para dominar a
la naturaleza y los hombres y otro raciocinio humanista, que seguía
reclamando esa promesa incumplida de liberación (p. 17).
En este sentido, el capital no es reformable en su esencia, es un sistema económico de destrucción insostenible
que no se puede humanizar, esta enseñanza de la historia ha sido
sufrida por la clase trabajadora y los pueblos del mundo.
El siglo XX
demostró que el capital solo cede ante determinadas correlaciones de
fuerza y para entregar un derecho parcial éste debe conquistarse con
lucha. En esta línea de pensamiento Chomsky (2004) nos explica que:
En
el transcurso de la historia moderna ha habido logros significativos en
los derechos humanos y el control democrático de algunos sectores de la
vida. Estos rara vez han sido obsequio de líderes ilustrados.
Por lo
común han sido impuestos a los Estados y otros centros de poder a través
de la lucha popular (p. 334).
Ha quedado clara una enseñanza
de la teoría revolucionaria: fenómenos como la miseria, el desempleo,
las guerras, la destrucción del medio ambiente, el subdesarrollo
producto de la dependencia, entre otros elementos son consustanciales al
desarrollo capitalista, no son accidentes, no son problemas que al
capital le interesa superar, por el contrario, son parte de la esencia
misma de un sistema que es explotador y opresor hasta la médula.
Esta
afirmación hay que tomarla en cuenta, porque en muchos casos se
pretenden presentar estos fenómenos que sufre la humanidad, como
procesos aislados que tienen que ver con la naturaleza o con el azar,
la burguesía siempre hace esfuerzos para justificar ideológicamente y a
través de sus medios de comunicación estos problemas, propiciando que
se desvíe la atención de los pueblos, para que estos acepten de buena
manera las principales problemáticas que padecen, para que estos no
luchen y subviertan el status quo.
Hoy las contradicciones
sociales fundamentales, son la amenaza de la supervivencia de la vida en
el planeta producto de la naturaleza eco-depredadora del capitalismo, y
por otro lado la misma descrita hace 160 años por Marx y Engels, la
contradicción Capital-Trabajo, que se traduce en la socialización
creciente de la producción de la riqueza frente a la apropiación privada
de la misma, a su vez al interior de esta contradicción se da una más
específica que es la que enfrenta al sistema imperialista mundial contra
los pueblos oprimidos, la contradicción Imperio-Nación.
Esta última se
manifiesta de la siguiente manera; mientras la distribución de la
población indica que en el mal llamado Tercer Mundo o naciones
dependientes vive el 80% de la población mundial y en las naciones
altamente industrializadas vive el 14% de la población humana, en la
escala de distribución de la producción de riqueza esta relación se
invierte, mientras a los países periféricos le corresponde el 20% a las
naciones imperialistas les corresponde el 78% de la distribución de la
riqueza producida (Bauman 1999).
Otras estadísticas (algunas ya
envejecidas) nos revelan la ignominiosa situación que vive nuestro mundo
producto de las desigualdades y las asimetrías: Hoy en día (Boron,
2002; Boron, 2004; Boron, 2010; Giribets, 2011; Millet, Toussaint, 2005;
Ramos 2009; Seibert, 2009; The economic collapse, 2010; Vega Cantor,
2005):
Toda esta realidad es más que
lamentable, trágica y tremendamente injusta, si consideramos que el
comandante Fidel Castro ha expresado que con sólo 10 mil millones de
dólares sería suficiente para reducir a prácticamente cero el
analfabetismo a nivel mundial, considerando esta cifra comparémosla con
el grosero presupuesto militar anual de los EEUU que supera los 600 mil
millones de dólares, es decir, con menos del 2% de ese presupuesto
cerca de mil millones de personas pudiesen aprender a leer y escribir.
A lo largo de su historia, el capitalismo ha demostrado de forma contundente su terrible capacidad destructiva de las dos principales fuentes de riquezas; la naturaleza y la humanidad. La economía moderna es totalitaria… Esgrime una pretensión total sobre el mundo natural y social (Kurz 2002).
Por un lado se encuentra en peligro la supervivencia de los diversos ecosistemas y la vida humana en el planeta producto de la lógica eco-depredadora del Capital, obtención de ganancias aquí y ahora, sin pensar en el futuro.
Algunos incluso consideran que hoy la contradicción principal es Vida-Muerte (Rauber 2006). Ya que para el capitalismo imperialista: La premisa básica es que la hegemonía importa más que la supervivencia (Chomsky 2004, p. 328).
Al respecto el economista argentino Jorge Beinstein (2010) nos explica que:
... el desarrollo de la civilización burguesa durante los dos últimos siglos (con raíces en un pasado occidental mucho más prolongado) ha terminado por engendrar un proceso irreversible de decadencia, la depredación ambiental y la expansión parasitaria, estrechamente interrelacionadas, están en la base del fenómeno.
La dinámica del desarrollo económico del capitalismo marcada por una sucesión de crisis de sobreproducción constituye el motor del proceso depredador-parasitario que conduce inevitablemente a una crisis prolongada de subproducción (el capitalismo obligado a crecer-depredar indefinidamente para no perecer termina por destruir su base material).
Existe una interrelación dialéctica perversa entre la expansión de la masa global de ganancias, su velocidad creciente, la multiplicación de las estructuras burocráticas civiles y militares de control social, la concentración mundial de ingresos, el ascenso de la marea parasitaria y la depredación del ecosistema.
Esto significa que la superación necesaria del capitalismo no aparece como el paso indispensable para proseguir “la marcha del progreso” sino en primer lugar como tentativa de supervivencia humana y de su contexto ambiental.
Por otro lado la humanidad sigue sometida a la más cruel explotación producto de la contradicción Capital-Trabajo; a la opresión sistemática de los Estados gendarmes y policías del Capital; a la opresión patriarcal que condena a las mujeres a una terrible explotación, opresión y subordinación; a la opresión adulto-céntrica que condena a las y los jóvenes a un segundo plano frente a la sociedad adulta; al etnocentrismo occidental que arrolla a las culturas originarias y milenarias de los cinco continentes, por medio de la exportación del pensamiento único, procesos criminales de etnocidio y memoricidio (Báez 2008); y, en fin, a la ignominiosa exclusión que invisibiliza a millones de personas, a las cuales se le expulsa de los derechos humanos básicos como son los servicios sociales fundamentales:, la educación, la salud, la alimentación, la vivienda, entre otros.
Con respecto a este último planteamiento, Vega Cantor (2005) nos explica que:
… el perpetuo no-reconocimiento de derechos por parte del capitalismo de todos aquellos que no son solventes en términos mercantiles conduce a identificar como sujetos de derecho solamente a quienes están en capacidad de participar directa o indirectamente en el proceso de valorización del capital. Y quienes no lo están, pasan a ser desechos, obstáculos colaterales, que no pueden ser considerados como sujetos de derecho (p. 43).
Es decir, para el capitalismo los derechos humanos no son universales como hipócritamente lo sostiene, estos derechos en el mejor de los casos, son exclusivos de un sector de la sociedad que tal vez involucre a un 60 o 70% de la población planetaria, el resto no reúne para la burguesía mundial la dignidad como seres humanos, ya que no existen para el mercado mundial, no son consumidores.
Tan dramática es la situación, que hoy para las potencias imperialistas:
… el aumento de la pauperización, la privación de derechos y la violencia extrema son conscientemente aceptados porque se trata cada vez menos de eliminar en forma planificada el “subdesarrollo”, sino principalmente del control de una población “excedente”, a la cual el sistema mundial ya no tiene que ofrecerle (Seibert 2009, p. 23).
Bibliografía
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A lo largo de su historia, el capitalismo ha demostrado de forma contundente su terrible capacidad destructiva de las dos principales fuentes de riquezas; la naturaleza y la humanidad. La economía moderna es totalitaria… Esgrime una pretensión total sobre el mundo natural y social (Kurz 2002).
Por un lado se encuentra en peligro la supervivencia de los diversos ecosistemas y la vida humana en el planeta producto de la lógica eco-depredadora del Capital, obtención de ganancias aquí y ahora, sin pensar en el futuro.
Algunos incluso consideran que hoy la contradicción principal es Vida-Muerte (Rauber 2006). Ya que para el capitalismo imperialista: La premisa básica es que la hegemonía importa más que la supervivencia (Chomsky 2004, p. 328).
Al respecto el economista argentino Jorge Beinstein (2010) nos explica que:
... el desarrollo de la civilización burguesa durante los dos últimos siglos (con raíces en un pasado occidental mucho más prolongado) ha terminado por engendrar un proceso irreversible de decadencia, la depredación ambiental y la expansión parasitaria, estrechamente interrelacionadas, están en la base del fenómeno.
La dinámica del desarrollo económico del capitalismo marcada por una sucesión de crisis de sobreproducción constituye el motor del proceso depredador-parasitario que conduce inevitablemente a una crisis prolongada de subproducción (el capitalismo obligado a crecer-depredar indefinidamente para no perecer termina por destruir su base material).
Existe una interrelación dialéctica perversa entre la expansión de la masa global de ganancias, su velocidad creciente, la multiplicación de las estructuras burocráticas civiles y militares de control social, la concentración mundial de ingresos, el ascenso de la marea parasitaria y la depredación del ecosistema.
Esto significa que la superación necesaria del capitalismo no aparece como el paso indispensable para proseguir “la marcha del progreso” sino en primer lugar como tentativa de supervivencia humana y de su contexto ambiental.
Por otro lado la humanidad sigue sometida a la más cruel explotación producto de la contradicción Capital-Trabajo; a la opresión sistemática de los Estados gendarmes y policías del Capital; a la opresión patriarcal que condena a las mujeres a una terrible explotación, opresión y subordinación; a la opresión adulto-céntrica que condena a las y los jóvenes a un segundo plano frente a la sociedad adulta; al etnocentrismo occidental que arrolla a las culturas originarias y milenarias de los cinco continentes, por medio de la exportación del pensamiento único, procesos criminales de etnocidio y memoricidio (Báez 2008); y, en fin, a la ignominiosa exclusión que invisibiliza a millones de personas, a las cuales se le expulsa de los derechos humanos básicos como son los servicios sociales fundamentales:, la educación, la salud, la alimentación, la vivienda, entre otros.
Con respecto a este último planteamiento, Vega Cantor (2005) nos explica que:
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Es decir, para el capitalismo los derechos humanos no son universales como hipócritamente lo sostiene, estos derechos en el mejor de los casos, son exclusivos de un sector de la sociedad que tal vez involucre a un 60 o 70% de la población planetaria, el resto no reúne para la burguesía mundial la dignidad como seres humanos, ya que no existen para el mercado mundial, no son consumidores.
Tan dramática es la situación, que hoy para las potencias imperialistas:
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