Un informe fechado el 27 de octubre de 2011 ha confirmado lo que muchos
intuíamos razonablemente desde hace meses, desde la hecatombe nuclear
nipona.
Según informa EFE [1], el Instituto de Investigación de
Seguridad Nuclear de Francia (IRSN), un organismo público del país
vecino, la máxima autoridad en investigación sobre seguridad nuclear de
Francia, ha señalado que el accidente nuclear del pasado mes de marzo
“provocó la mayor contaminación radiactiva marina localizada de la historia” [1 ].
¡La mayor contaminación localizada!, vale la pena resaltarlo.
El
IRSN ha interpretado los resultados de la medición de cesio-137 en el
agua del mar y ha actualizado su estimación de la cantidad total de ese
elemento "vertida directamente en el mar entre el pasado 21 de marzo
[diez días después del accidente] y mediados de julio".
No hay datos
sobre vertidos posteriores, que, sabido es, se han seguido produciendo.
La
conclusión del informe: "Ese desecho radiactivo en el mar representa el
aporte localizado más importante de radioisótopos artificiales [no se
habla aquí de la radiactividad natural] jamás observado en el medio
marino". Jamás es jamás.
La localización de la planta en la cercanía del
mar, por motivos básicamente económicos según señalaron y justificaron
en su día la Unión de Científicos Concernidos, "ha permitido una
dispersión de los radioisótopos excepcional, con una de las corrientes
más importantes del globo que aleja las aguas contaminadas hacia el
océano Pacífico".
Los resultados de medición obtenidos en el agua de mar
en los sedimentos costeros, se afirma en el informe, hacen suponer,
solo suponer, “que las consecuencias del accidente en términos de
'radioprotección' se volverán débiles para las especies pelágicas a
partir del otoño de 2011".
A partir de este momento, de otoño de 2011,
no antes.
Como era previsible, la contaminación más importante se
produjo inmediatamente después del accidente, consecuencia del vertido
de aguas contaminadas que provenían de los cuatro reactores dañados, con
fusión del núcleo en los tres primeros, por el terremoto.
En las
inmediaciones de la central llegaron a registrarse concentraciones de
millares y millares de becquereles (núcleos radiactivos sin
desintegrarse) por litro para el cesio 134 y 137.
La contaminación fue
disminuyendo progresivamente hasta caer hacia mediados de julio por
debajo de los límites de detección de cinco becquereles por litro, los
empleados en mediciones de seguridad nuclear.
No hay que
tranquilizarse sin embargo.
El organismo francés ha señalado también que
una polución significativa del agua de mar sobre el litoral próximo a
la central accidentada “podría persistir en el tiempo a causa del aporte
continuo de sustancias radiactivas transportadas hacia el mar por los
arrastres de las aguas de la superficie a su paso por suelos
contaminados”.
De hecho, los resultados de las recientes
mediciones muestran “la persistencia de una contaminación de especias
marinas, principalmente peces, pescados en las costas de la prefectura
de Fukushima".
Por todo ello, está "justificado que se mantenga la
vigilancia a las especies marinas" y que se tomen muestras de éstas en
las aguas cercanas.
Esta es también una de las “externalidades”
de un industria que, se dijo hasta el cansancio, era segura, fiable,
económica, no contaminante y pacífica.
¡Vaya cuento de cuentistas que
han sacado y sacan enormes beneficios de una apuesta fáustica irracional
y socialmente irresponsable!
Nota:
[1] Público, 28 de octubre de 2011, p. 41
Salvador López Arnal es coautor, junto a Eduard Rodríguez Farré, de Casi todo lo que usted desea saber sobre los efectos de la energía nuclear en la salud y el medio ambiente. El Viejo Topo, Mataró (Barcelona), 2008.