En una modesta casa de la pequeña villa francesa de Coupvray, nació
el 4 de enero de 1809 un niño que encontró en su hogar todo el amor de
los suyos.
Se llamó Louis Braille, era el menor de cinco hermanos y
tenía un carácter dulce, aunque era introvertido.
A los tres años de edad comenzó a conocer la dureza de la vida que
atañe a un invidente.
Su padre, Simón René, mantenía la tradición
familiar como talabartero.
Siempre estaba acompañado por sus hijos
mientras trabajaba en el taller.
Un día, en un descuido, el joven Louis
se clavó en el ojo derecho una herramienta que había saltado de sus
pequeñas manos.
El golpe del instrumento punzante resultó fatal.
Ahí no terminaba el infortunio: no se conocían los recursos médicos
para extraer un ojo afectado, ni los antibióticos.
Por eso el que le
había quedado sano al niño adquirió una infección severa, y eso provocó
una ceguera absoluta a la altura de los cuatro años de edad.
A pesar de la humildad en medio de la cual Braille desarrollaba su
vida, no le faltó el afecto de vecinos y amigos.
Sus padres siempre se
empeñaron en que el pequeño fuera tratado como los demás.
Lo alentaron
para que aprendiera a leer; le daban total autonomía para que hiciera
visitas en el vecindario.
Y esto último hizo posible que él aprendiera a
orientarse a través de reflejos que ejercitaba con pequeños y rítmicos
golpes provocados con un tiento de madera fabricado por su padre en el
taller.
Fue el padre quien enseñó a leer al hijo ciego a través de tachas o
clavos de tapicero que formaban el contorno de las letras sobre una
madera o sobre un trozo de cuero.
Los dedos de Louis recorrían esas
formas hasta aprender letras y palabras.
No obstante, por más que los
padres se esforzaran, resultaba imposible brindar al pequeño la
formación que necesitaba.
Por eso los Braille enviaron al hijo, cuando tenía nueve años de
edad, a la escuela de la villa.
El maestro, Antoine Bécheret, se
sorprendió con las condiciones intelectuales del niño, cuyo rendimiento
resultó muy bueno a pesar de que su aprendizaje fue totalmente oral.
De estudiante a maestro
Históricamente las personas sordas y ciegas tuvieron como principal
alternativa para subsistir la de pedir limosnas.
En los tiempos de
Braille, Francia transitaba por grandes cambios, de los cuales el más
trascendente fue la Revolución de 1789.
En 1784 había sido fundado el
Instituto Real de Jóvenes Ciegos de París.
El maestro Bécheret tenía noticias del Instituto y pensó que sería
una gran oportunidad para su alumno predilecto.
La familia no tenía
dinero para la beca, pero afortunadamente una aristócrata que vivía
cerca brindó su ayuda.
Esa señora también escribió un aval donde
constaba que Braille era una persona de buenos modales.
El 15 de enero de 1819 el estudiante fue admitido en el Instituto.
Su
ingreso se produjo al mes siguiente.
La solución para el aprendizaje de
la lectura consistía en reproducir las letras en altorrelieve, para así
lograr que los alumnos leyeran al tacto.
Se incluían, además, la
enseñanza de manualidades y de la música.
Las condiciones ambientales y sanitarias del Instituto eran
precarias.
Tal era la situación, que al hablarse del centro y su
alumnado se hacía referencia a la palidez que lucía la mayoría de los
jóvenes.
Fue en este entorno donde posiblemente contrajo una enfermedad
que lo acompañó durante años, hasta causarle la muerte.
Poco a poco Braille se fue adaptando.
Como alumno demostró gran
avidez por aprender y obtuvo diferentes premios por su rendimiento.
Con
el tiempo se convertiría en maestro, condición desde la cual trabajó
intensamente hasta dar forma definitiva a su sistema de lectura y
escritura.
En el Instituto, Braille también aprendió a escribir a lápiz para
comunicarse con los videntes.
En 1823, siendo un joven de 14 años de
edad, le nombraron ayudante del maestro del taller de calcetines.
Ocupó
este cargo hasta 1827, y en 1828 su vida tuvo un nuevo giro: fue
nombrado profesor.
Era un buen docente y muy poco partidario de los
castigos corporales, los cuales eran muy frecuentes en aquellos tiempos.
Enseñó más de una materia y preparó manuales de Historia y Aritmética
para sus alumnos.
Y además de enseñar a los ciegos, enseñó a niños
videntes que matriculaban en el Instituto para recibir instrucción a
cambio de cierta ayuda que prestaban a los jóvenes ciegos.
La idea del nuevo sistema
Había una dificultad en la lectura de las letras en altorrelieve:
resultaba lenta y engorrosa.
Las letras comunes estaban dirigidas en
sentido de la vista y no del tacto, por eso, más que leer, los
invidentes deletreaban.
Era este un incentivo para la búsqueda de un
nuevo sistema.
En abril de 1821 Braille conoció a Charles Barbier de la Serre
(1767-1841), un capitán de artillería, ya retirado, que había
desarrollado un sistema conocido como «escritura nocturna», el cual fue
presentado en el Instituto con la idea de que fuera empleado por los
alumnos.
Al joven Louis se le abrió un mundo de posibilidades.
El capitán había desarrollado su método cuando se encontraba en el
ejército, con el objetivo de poderse comunicar en la oscuridad y burlar
al enemigo.
Pero su aporte tenía inconvenientes: no era un alfabeto,
sino una representación de grupos de sonidos que no contenía signos de
puntuación u otros elementos necesarios para la escritura completa.
Además, su base contaba con 12 puntos, lo que permitía la cifra de 4 096
combinaciones, algo demasiado complejo.
Después de mucho estudio del sistema de Barbier, se creó un sistema
más adecuado para la lectura de los ciegos, el cual tuvo varias
modificaciones que fueron realizadas por Braille, quien sin olvidar los
aportes del inventor precedente y tras mucho esfuerzo, presentó al
mundo, cuando tenía 30 años de edad, el sistema tal como se le conoce
hoy.
Su gran mérito fue lograr un método que psicológica, estructural y
fisiológicamente se adecuara a las características del sentido del
tacto.
El triunfo del sistema se debió, entre otras características, a
que el signo Braille estaba compuesto por un máximo de seis puntos, que
se adaptan perfectamente a la captación táctil.
El sistema presentaba
todas las letras del alfabeto, los números, los signos de puntuación y
los símbolos para la aritmética.
Y eso implicaba la posibilidad de
transcribir cualquier texto con fidelidad y precisión.
Braille murió joven como consecuencia de la tuberculosis.
Tuvo los
primeros síntomas de la enfermedad a la altura de los 26 años.
Cuanto
más se reconocía su talento y el valor de su invención, más se
aproximaba la muerte, que le impidió disfrutar del reconocimiento
merecido.
En 1850 su estado de salud se agravó de tal manera que pidió
ser jubilado.
El 6 de enero de 1852, a las siete y media de la tarde, rodeado de
alumnos y compañeros del Instituto, dejó de existir quien por su
espíritu, creatividad y fe en los demás, nunca dejó de ser el joven
Louis.
Tenía al morir 43 años de edad y sus restos fueron trasladados a
Coupvray, reclamados por su madre.
Un siglo más tarde, el 21 de junio de
1952, fue trasladado al Panteón de hombres ilustres de Francia.
En
Coupvray, en una pequeña y modesta urna, quedaron para siempre sus
manos.
En el Panteón, Braille descansa en el cuerpo número 25. Junto a él,
en el cuerpo 24, descansa otra gloria de Francia, Víctor Hugo.
En el
registro se dice de Louis Braille:
«La Nación lo ha reconocido como
benefactor de la humanidad en el centenario de su muerte».
Habrá que
agradecer siempre su entrega para no dejar abandonados a sus semejantes
en la oscuridad.
Fuentes bibliográficas:
Jiménez J., Olea J., Torres J., et al. Biography of Louis
Braille and invention of the Braille alphabet. Surv Ophthalmol. 2009;
54(1):142-9.
Bullock J.D., Galst J.M. The story of Louis Braille. Arch Ophthalmol. 2009; 127(11):1532-3.