Según el Instituto Nacional Forestal (Inafor), Nicaragua pierde ahora 60 mil hectáreas de bosques por año, diez mil menos que antes, cuyo promedio llegó a las 70 mil hectáreas en las últimas dos décadas.
La cantidad de bosques que se perdía antes en Nicaragua equivalía a dos islas de Ometepe y media. O sea, una Ometepe de cinco volcanes. Ahora se pierden dos islas de Ometepe y poco más.
No es lo deseado, pero al menos es un avance en un país que permaneció casi inmutable ante la acelerada pérdida de bosques sufrida en la segunda mitad del siglo pasado.
Hay que recordar que en los últimos 50 años del siglo XX Nicaragua perdió el 50% de sus bosques de todo el país.
La agricultura primero, y la ganadería después, condenaron a Nicaragua a la desertificación casi desenfrenada.
Afortunadamente la cobertura forestal era tan extensa que Nicaragua todavía posee las dos zonas boscosas más grandes de América Central: Bosawás y Río San Juan.
Lamentablemente la deforestación alacanzó la costa Caribe nicaragüense antes de lo esperado. Se creía que eso ocurriría en 2020, pero en 2008 y era una realidad.
Sin embargo, la Cruzada Nacional de Deforestación, el amor por la naturaleza que tienen algunos dueños de tierras en el país, y el entrenamiento en manejo de fincas, aparentemente están logrando ralentizar esa pérdida.
Las diez mil hectáreas de bosques que ya no se pierden, equivalen a diez mil canchas de futbol.
El camino es largo todavía. Uno ve la isla de Ometepe, imponente en el Gran Lago de Nicaragua, la más gran del mundo en agua dulce. Y aún así es incomprensible imaginar que se pierde el doble de su tamaño en bosques cada año.
Pues hay que evitarlo. Sembrar árboles no está mal para iniciar. Pero tampoco hay que contaminar la atmósfera, la tierra ni el agua.
A fin de cuentas, si los bosques desaparecen, también lo haremos los humanos.
