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***Los resultados de los exitosos programas (diseñados, financiados e implementados desde los centros del poder del capitalismo global) dirigidos al control social a través de la propaganda y el uso de las herramientas de la informática y la neurociencia (frutos del desarrollo tecnocientífico de toda la humanidad durante toda su historia y apropiados abusivamente por el capitalismo corporativo), tienen adormecidas o en un estado cataléptico la conciencia, el libre albedrio e incluso, parecen interferir el instinto de conservación no sólo de las masas populares, sino de la mayoría de los individuos de todos los estratos sociales de la población mundial.
La velocidad con que hoy en día se desarrollan los eventos geopolíticos y geoeconómicos a nivel global, donde los protagonistas son las cuatro potencias políticas y militares del mundo (Estados Unidos, Rusia, China y la Unión Europea), tienen sorprendida, cuando no confundida, a aquella parte de la población -cada vez más pequeña- que aún se interesa por los asuntos verdaderamente relevantes para la existencia y progreso de la sociedad humana.
Dudamos en creer o no en que los actuales sucesos de la política mundial (¡que suceden ante nuestros propios ojos!) son en realidad un cambio de paradigma que deja atrás a medio milenio de historia (desde la realización de los Grandes Descubrimientos Geográficos que posibilitaron el fin sistémico del feudalismo, la aparición de las potencias colonialistas y el inicio del capitalismo europeo), para dar paso a algo nuevo -para bien o para mal- de la sociedad contemporánea.
Tenemos certeza en que asistimos al fin del imperialismo “clásico” yanqui, su hegemonía global y al nacimiento de un nuevo orden social signado por la multipolaridad, que creemos que deberá ser benéfico y que restablecerá la justicia y equidad en las relaciones y el derecho internacional, coadyuvando al desarrollo de las pequeñas naciones y al mantenimiento de la paz mundial; ¿será así?
La verdad es que no hay seguridad en que nuestra generación este en presencia del inicio de un verdadero salto evolutivo del paradigma económico y sociopolítico y, consecuentemente, tampoco hay certidumbre en que habrá multipolaridad y finalmente, en que los resultados de los actuales avatares de la política de los Estados Unidos y Europa (porque ahí es donde actualmente se están dando estos conflictos e interacciones de manera evidente) y que por dramáticos, inéditos e inesperados que nos parezcan, si revisamos atentamente la historia, “descubriremos” que tienen antecedentes; que independientemente de las particularidades coyunturales, los actores y la magnitud y despliegue mediático, ya han sucedido antes con resultados ya conocidos.
Es decir, que los actuales fenómenos políticos potencialmente podrían llegar a ser un cambio paradigmático (con mucho esfuerzo y voluntad de los actores), pero entendiendo la resiliencia del sistema, la oposición de las élites, la naturaleza intrínseca del liberalismo burgués y del capitalismo (e incluso el deseo de una masa mayoritaria consumista y resignada), por amplios y profundos que sean los resultados de este “fin de los tiempos”, al final pueda que sea sólo otra vuelta de tuerca, un acomodamiento consensuado de los grandes poderes en competencia, algo más que un “juego de tronos”, pero cuyas implicaciones y alcances no transmutaran las bases del sistema y cuyos beneficiarios serán, mayoritariamente, aquellos individuos, corporaciones y grupos que hoy detentan el poder real (económico, político y militar) para imponer sus condiciones.
Cuando la guerra en Ucrania concluya (evento que ocurrirá la próxima semana, en unos meses o después de algunos años sin esperar a una resolución definitiva en el campo de batalla) como vemos ahorita, sus temas torales serán discutidos y consensuados solamente entre los gringos y los rusos, pese a quien le pese, trayendo consigo cambios territoriales y “desplazamiento patrimonial” en favor de los Estados Unidos, su industria militar y obviamente de Rusia, como vencedores reales del conflicto.
El mundo será “bonificado” con el aplazamiento del peligro (hasta hace poco inminente) de un conflicto nuclear y sus resultados de suma cero.
Con los acuerdos entre potencias, también se relajarán las tensiones del comercio mundial, activándose un periodo de diálogo y de beneficio en escala de participación y de acuerdo al peso de cada país en la economía global.
Es importante conservar el equilibrio y la racionalidad en nuestras expectativas (sean cuales fueran), pues no habrá cambios ideológicos, ni realineamientos políticos verdaderos, aunque sí disidencias y algunas mudanzas de fidelidad por parte de uno que otro país para con los nuevos hegemones.
Si las naciones pequeñas tienen “padrinos”, les será más fácil vivir en un mundo de nuevos consensos, si no, deberán echar mano de sus propios recursos, optimizar su patrimonio y aferrarse a su orgullo patrio para no sucumbir y conservar su soberanía.
En medio de todo este barullo debemos estar claros de algo: los Estados Unidos, pese al esfuerzo de Trump, dejarán de ser definitivamente el poder unipolar global que hasta ahora han sido, no por voluntad y deseo propio, sino por la dinámica histórica del nacimiento, auge y caída de los imperios que responde a las leyes del desarrollo social y el devenir histórico.
No son la “buena gente” que un día se despertaron y por toque divino o altruismo quieren repartir su riqueza y vivir a tono con la mayoría.
Son los que lograron convertirse -a punta de explotación laboral y de las guerras- en el depredador superior del capitalismo y ahora (aunque no lo declaren) otros también quieren estar ahí, en la cima de la cadena alimenticia.
De lo anterior se desprende que los yanquis tendrán que cuidar lo que todavía tienen y seguramente provocaran otras guerras y conflictos y el mundo y la historia darán otra vuelta de rosca, retornando las vicisitudes hasta que de verdad cambie el paradigma.
El zorro sólo cambia de pelo, pero no de mañas.
Rusia y China tampoco están listos para el cambio de paradigma.
Rusia probo durante treinta años “las mieles” del capitalismo y se quedó a disfrutar el liberalismo burgués y aunque es una potencia global militar, aún le falta mucho para alcanzar el estatus de superpotencia económica.
Además de sus ingentes recursos naturales, su historia, su nacionalismo a toda prueba, su coherencia y grandeza cultural, su tolerancia y capacidad en que sus distintos pueblos convivan en paz y unión lo han mantenido durante mil años (salvo en breves periodos de su historia) en la élite de las grandes civilizaciones; por lo tanto, su liderazgo y su oligarquía empresarial consideran que aún tiene espacio de desarrollo dentro del sistema que les fue impuesto hace más de treinta años y que posibilitó su regreso al redil capitalista ,después de la "interrupción" de setenta y tres años causada por la victoria de la Revolución de Octubre y la creación de la Unión Soviética, un periodo de desencuentros y rivalidades con sus buenos amigos, los Estados Unidos.
Lo de "amigos " no es sarcasmo, pues Rusia, a diferencia de China, siempre ha sido un aliado, cuando no amigo de los EE. UU., salvo en periodos concretos de su historia.
Y esto no es malo, puesto que en las dos grandes guerras mundiales estuvieron en el mismo bando y después de la muerte asistida (por la CIA) de la URSS, los yanquis se sintieron en el Kremlin como en su casa y fueron conduciendo al enorme país a un destino común “brillante y próspero”, hasta que Rusia despertó como lo habría hecho una muchacha drogada por su mejor amigo en una fiesta y entendió el refrán sobre el pelo y las mañas del zorro, emprendiendo -sin tutela- su propio camino dentro del sistema diseñado por Adam Smith, pero siempre con el espíritu amistoso y no confrontativo inherente al pueblo ruso.
Rusia entiende que la guerra desatada por la OTAN (instigada por los anglosfera) en suelo ucraniano, es un asunto que está en la naturaleza del capitalismo.
Cuando el cambio constitucional de gobierno en los EE. UU. dejó instalada en la silla presidencial a la nueva élite del poder yanqui (con D. Trump como cabeza visible) y esta, sin ninguna perdida de tiempo, da un golpe de timón al rumbo económico y político que sus predecesores habían mantenido (proclamando “volver a hacer grande” a su país), es entonces cuando los gobernantes de Rusia, sin rencores, conectan sus prioridades y necesidades y aceptan un diálogo con su contraparte yanqui, que seguramente los llevará a resolver prioridades geopolíticas, cuestiones económicas y de seguridad nacional para ambos y quizá de sus aliados.
Una apuesta de ganar-ganar y si no es así, la opción de seguir el enfrentamiento siempre estará latente.
La gran perdedora (después de Ucrania) es la Unión Europea que, relegada constata de la forma más humillante, que no es ya una potencia global, ni un socio igualitario para los yanquis, tampoco una institución de respeto en el concierto mundial.
Estados Unidos ya no la necesita, por eso su destino le es irrelevante, incluso puede que trate de apoyar su disolución y entenderse en un futuro con países dispersos, aún más débiles y sumisos.
Rusia y los Estados Unidos no son enemigos mortales como lo fueron los yanquis y la Unión Soviética.
No hay contradicciones ideológicas, así que no lucharán hasta que uno caiga, sólo competirán en el mercado, aunque si Rusia se descuida, será estafada nuevamente.
Yanquis y rusos son como un matrimonio que tienen una pelea por la sospecha de algún amante en sus vidas (Europa, por ejemplo), se reconcilian y conviven, aunque la duda es persistente y los pleitos recurrentes. Habrá divorcio, si y solo si Rusia algún día abandona el liberalismo burgués y busca otra alternativa.
China es otro asunto.
Es un país que ha sabido sobrevivir en las circunstancias más duras sin la fuerza arrasadora e invencible de los rusos y su enorme foja de victorias, sino como un pueblo resiliente y testarudo que sobrevive sus derrotas siempre mirando hacia adentro, primero, con la fuerza de sus creencias religiosas y su filosofía orientales, sus códigos morales; más tarde, con su convicción en el comunismo y ahora en una dicotomía existencial expresada en un sistema dual que políticamente es fiel al socialismo y a su partido comunista y una praxis económica donde domina el capitalismo de Estado.
Un equilibrio que tendrá que ser dirimido tarde o temprano, pues parte de su población ya esta inoculada con el germen mortal de la obtención de ganancia…
El gran país euroasiático es como un gigante cuyas enormes piernas, si no se les sostiene con fuerza, pugnan por coger a distintos rumbos: una para la derecha, otra para la izquierda. Hasta ahora su conducción ha sido fuerte y sabia y se prepara concienzudamente para competir a mayor escala en el mercado o para combatir a muerte en la guerra.
Eso son las tres potencias que pugnan por cambiar el juego.
Una partida de tres hábiles jugadores, ante una muchedumbre expectante que no sabe que tal vez ahí se apuesta su propia vida y que piensa que es un juego diferente y definitivo que lo cambiará todo a su favor, aunque en realidad cada uno de los jugadores se ira a casa contento si acaso gana poco o no pierde mucho.
Siendo parte de esos espectadores y sabiendo que rusos y chinos son nuestros amigos (o al menos así los percibimos), debemos de ponerle atención al que sí es nuestro enemigo.
Para la arrogancia gringa los pueblos pequeños de la periferia del capitalismo somos simplemente “polvo en el viento”, o cuanto más, "outsiders" de las grandes líneas de su política global (a Rubio lo enviaron en su primera gira internacional a Centroamérica, nada más que para indicarle que no escupe en la rueda anglosajona de su gobierno racista) que pretende que los Estados Unidos vuelva a recobrar lo (definitivamente) perdido, su hegemonía, sus mercados, su prestigio, su capacidad de asustar a los débiles y chantajear a los fuertes.
Abandona las armas y herramientas de su “poder blando”, porque es muy caro y esta coyuntura es más fácil y efectivo el uso directo de la fuerza con los débiles y la amenaza con los otros, por eso no quiere asociaciones de Estados, acuerdos comerciales colectivos, instituciones políticas o de cualquier índole multilaterales, tratados multinacionales de defensa, etc. Uno a uno es más fácil y más barato.
Intentará destruir todo lo que huela a “progre” o “socialista”, insistirá -sin éxitos- de hacer de EE. UU. un territorio sin minorías y recrear la gran industria yanqui de los años veinte del siglo pasado con chimeneas y mano de obra blanca. No nos quiere en “sus” calles.
Sin embargo, parece que para que sus grandiosos objetivos no descarrilen (separar a Rusia de China, destruir la economía europea sin enemistarse con ellos, acercar a la India a su esfera de influencia, desarmar a Corea del Norte e Irak, conquistar el espacio sideral, torpedear a los BRICS, tener bajo control a Venezuela, Brasil y Colombia, …) está necesitado de acuerdos, sin abrir muchos frentes de batalla.
En resumen, la vida sigue, aun sin cambio de paradigma.
Edelberto Matus.