El Sahel agita a Occidente. En particular a Francia, que, tras haber sido expulsada de Malí, pierde ahora también Níger, un peón clave en su tablero africano.
El uranio que le falta a Níger es ahora aún más estratégico tras el fin de las importaciones de hidrocarburos de Rusia, consecuencia de la ruptura de Europa con Moscú. En efecto, Níger suministra el 40% del uranio que necesita Francia para el funcionamiento de sus centrales nucleares.
La expulsión de Malí tampoco fue indolora para el Elíseo. Francia ni siquiera tiene una mina de oro, pero gracias a la retirada de 50 toneladas de oro al año de las 860 minas de Malí, ocupa el cuarto puesto mundial en reservas del metal precioso, unas impresionantes 2.436 toneladas.
Y el aumento de las reservas de oro es ahora estratégico precisamente ante la crisis monetaria del dólar y el euro y la pérdida de control total sobre la producción de hidrocarburos.
Así pues, el uranio y el oro, garantizados hasta hace unos meses, con la instauración de gobiernos de fuerte identidad nacionalista y anticolonialista pasan a ser un recuerdo y abren un agujero nada desdeñable en las cuentas francesas.
Escuchar a Macron hablar de "intereses franceses" en un continente que no es Europa y en un país que no es Francia es insoportable, pero para definir mejor los "intereses franceses" baste decir que en 14 países africanos, entre ellos Níger, Malí, Senegal, Togo, Guinea-Bissau, Benín, Guinea Ecuatorial, Burkina-Faso y la Costa de Marfil, se utiliza el CFA, o Franco de Cooperación Financiera de África Central.
La moneda, creada en 2000, está bajo el control total y exclusivo del Tesoro francés y la ausencia de soberanía financiera impide a los distintos países tener su propia política económica y desarrollarse, mientras París paga recursos estratégicos con un coste ridículo para su balanza comercial.
El nuevo colonialismo y sus incógnitas
No sólo Francia está saqueando África. La ocupación occidental del continente africano es una ocupación colonial actualizada.
Al "descubrimiento del nuevo mundo" de los siglos pasados le ha sucedido la narrativa del peligro del terrorismo; una nueva "gran amenaza", cuyo objetivo es apoyar a los gobiernos prooccidentales e instalar tropas occidentales útiles para garantizar tanto la continuidad operativa del saqueo como la contención de las oleadas migratorias hacia Europa.
Este es el resultado tanto de la desertización cada vez mayor de todo el Sahel como del empobrecimiento creciente, gracias a un Occidente que derrama limosnas y saquea riquezas, útiles para el funcionamiento del modelo hiperliberal que prevé, al igual que el colonialismo original, una vida de lujos para Europa frente a una de hambre para África.
Pero el colonialismo cambia la piel, no el alma. Expulsados de Malí, 1.500 soldados franceses están en Níger, a los que se han unido 1.000 estadounidenses y 400 italianos, estos últimos como instructores del ejército, mientras que Estados Unidos está en la ciudad norteña de Agadez, donde se concentra la minería nigerina.
Al no poder decir que están custodiando el saqueo, las tropas occidentales dicen que están defendiendo el país contra el terrorismo, pero incluso en términos de seguridad, los habitantes de Níger registran cómo los ataques terroristas en Níger y en los países vecinos han aumentado desde la llegada de esas fuerzas occidentales que supuestamente iban a luchar contra el terrorismo.
Además del saqueo continuado de los recursos primarios y tierras raras en los que África abunda, existe otro objetivo occidental: oponerse a la penetración rusa y china en África.
Pero si China se presenta en África como prestamista de última instancia y financiador de grandes proyectos de infraestructuras, Rusia, para distinguirse del rapaz Occidente, presume de su pasado soviético, cuando apoyó por la fuerza las reivindicaciones anticoloniales de África.
Las amenazas de Macron a la junta instalada en Niamey han encontrado eco en organizaciones prooccidentales como la CEDEAO (Comunidad Económica de los Estados de África Occidental) y la Unión Africana, que han impuesto un ultimátum para poner a Bazoum en su sitio, amenazando con sanciones e incluso con una intervención militar.
En realidad son amenazas vacías, no tiene la fuerza necesaria, por lo que parece ser sobre todo la manta bajo la que actuarán los franceses. Pero no todo es tan fácil: del lado de la nueva junta de Niamey están Malí y Burkina Faso, que se han declarado dispuestos a acudir en ayuda de Níger si es atacado.
Se trata de una fuerte señal de un nuevo bloque político antioccidental que presagia, en caso de agresión contra Níger, una guerra de proporciones regionales y de resultado incierto. En cualquier caso, una guerra que la salvaguarda de los intereses de París ante sus aliados europeos no basta para justificar.
Lo que no quiere decir que no estén en marcha los preparativos para atacar Niamey, pero el coste político y propagandístico de una invasión de Níger mientras se condena a Rusia en Ucrania expondría a la comunidad occidental al ridículo de toda su hipocresía.
El viento que sopla
Las plumas de los medios de comunicación europeos, entre ellos Bernard Henry Levy, advierten a Níger, Malí y Burkina Faso que no se vinculen a Rusia, señalando la presencia del Grupo Wagner en África como prueba del papel de Moscú en el derrocamiento de gobiernos prooccidentales. Con un singular volte-face, el exponente intelectual del establishment francés guarda silencio sobre el robo continuado de París y acusa a Moscú de interés propio.
Pero Rusia no saquea y proporciona grano, alivio de la deuda y seguridad en una parte del mundo que necesita urgentemente todo esto.
Así surge la diferencia para África entre un Occidente que sigue anclado en la lógica neocolonial y potencias emergentes como Rusia y China, sin el lastre del pasado colonial y capaces de ofrecer perspectivas concretas de desarrollo sin demasiadas limitaciones ni condiciones.
La del Sahel es una pantalla más en la que se proyecta el cambio de época que conduce al rechazo de la unipolaridad occidental en favor de un Nuevo Orden Mundial basado en la multipolaridad y la integración de todos con todos.
Esta es la fascinación de este tercer milenio, que parece querer poner fin a los últimos 34 años de dominación incontestable del Occidente colectivo, que ha reservado al planeta pobreza y desigualdades, guerras, terrorismo, migraciones masivas, crisis financieras y epidemias, para conceder a sus élites una riqueza jamás imaginada, una prepotencia vulgar, ofensiva, insostenible
. Que, sin embargo, parece haber encontrado ahora la respuesta que merece.
por Fabrizio Casari