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Fake News : LA NUEVA GUERRA

Moisés Absalón Pastora.
Yo estoy totalmente convencido que la próxima guerra mundial y cada vez la veo más cerca será contra el internet, sus redes “sociales” y el inhóspito mundo de mentiras que las habita.

Esta que el planeta resiente de Estados Unidos, utilizando a sus perros de pelea de la OTAN y usando como caballo de Troya a Ucrania, contra Rusia, es al final una conflagración para reducir a quien es parte de un nuevo polo de dominio que ha desplazado al imperio norteamericano que ha usado la tecnología del ciber espacio para lanzar sus misiles de odio contra no piensen igual que él o no se sometan a sus dictados de expansionistas. 

La cosa no pinta bien y lógicamente la gran mayoría del mundo que habitamos estamos preocupados porque de todos lados lo que escuchamos son amenazas lanzadas desde cualquier plataforma internáutica en la que por añadidura el factor verdad es lo primero que está en cuestión por parte de quienes desde sus corporaciones mediáticas propagan mentiras verdaderas.

Con mucha desesperación, lo poco o nada que queda del decente mundo occidental que se nos quiso vender como lo más puro de la democracia, trata de desenredarse de la propia maraña que se tejió para decirnos que los Rusos, los Chinos, los Iraníes o cualquiera que no piense como Washington, son los malos de la película y no ellos, que en su cinismo más reciente, solo para no ir muy largo, se atrevieron descaradamente en Hiroshima a poner una corona de flores para las cienes de miles víctimas, muertos y heridos, que dejó la bomba atómica que tres días después se repitió en Nagasaki y quien puso la ofrenda fue el viejo despistado de Joe Biden del que dirán no sabía lo que estaba haciendo y que por supuesto nos representa una ofensa colosal desde todo punto de vista, pero sobre todo un golpe sumamente bajo para la mística cultura e inteligencia japonesa.

Así son los gringos y los yanquis, así de cínico es el imperio quien además de asesinar, va a la vela y llora a su víctima, pues esa es la imagen que nos dio no solo Joe Biden, sino que todo el grupo de los G-7, que en el momento de la hecatombe eran aliados del imperio.

Estos salvajes, los paleros o enterradores del mundo, en tanto no los detengamos, usan diferentes frentes para imponernos su odio como método expedito para limpiar sus inventarios bélicos.

 Los métodos de guerra convencional, el diseño de contiendas fratricidas, los mecanismos, la intervención desde sus órbitas satelitales, la sicología del terror para inducir el miedo, la deslegitimización y la descalificación contra los que consideran sus enemigos son recursos misiles directos que no se disparan ahora desde un cañón o una plataforma de lanzamiento, sino que se hacen con más efectividad, por la masividad de objetivos que encuentra a su paso, desde centros tecnológicos que tienen un enorme poder de fuego y que no necesita más pólvora que un programa digital ni más disparador que la tecla de una computadora.

¿De qué hablo? De la tecnología aplicada desde el adoctrinamiento del poder digital para crear mentiras verdaderas que requieren por supuesto de un entrenamiento básico, aunque metódico, que es capaz de cambiar una percepción real sobre cualquier situación que parezca indudable y convertirla en algo totalmente contrario.

Hablo de las redes sociales que son pérdida de la privacidad, adicción, acoso online, aislamiento de las personas, potenciador de estrés, fake news y parlantes de noticias falsas y al suave al suave, con el cuento del derecho a la información, nos está desinformando, pero también matando a través del odio que generan.

 La tecnología ha ido tan veloz que sus plataformas y entornos evolucionan al mismo ritmo de la vida que llevamos y lo logra en la medida que las hacemos parte de nuestra existencia, y muchas veces, sin darnos cuenta y menos sin calcular, las consecuencias de lo que estamos haciendo porque hemos llegado a ignorar, adrede, la dependencia que tenemos de ellas.

El ritmo de la evolución tecnológica es demasiado veloz de un día para otro y lo más cercano que tenemos para tomar conciencia de ello es cuando solo alcanzamos a realizar que el mundo, nuestro propio mundo, pasa demasiado rápido porque las horas se nos están encogiendo y francamente creo que hay que reflexionar en esta materia porque en la medida que el internet nos atrapa, en esa misma medida perdemos la familia y a los seres queridos porque nos estamos deshumanizando y ese el fin que persigue el imperio.

Las redes sociales han conectado a las personas como nunca antes ningún medio lo había hecho. En Facebook nos hemos reencontrado con viejos amigos, compañeros de estudio o de trabajo. 

Con Twitter hemos conocido gente con nuestros mismos intereses, nos mantenemos al día de la actualidad de una forma dinámica e instantánea, pero en el fondo, como medio que son, desde el alto o bajo de la balanza, ya están resultando ser más negativos que positivos, porque de estas y otras redes se desprende una influencia masiva que está imponiendo por doquier la teoría del caos y la sedición a través de la inoculación de tóxicos anarquistas que amenazan la paz.

Facebook, Twitter, u otras redes son plataformas robóticas o sea maquinas hechas por el hombre, pero necesitamos definir su utilidad y eso está también en las manos del hombre porque el uso que hacemos de ellas nos puede conducir al bien o al mal.

Un elemento fundamental que en nuestra sociedad fue masacrado desde el fracasado golpe de estado de abril de 2018 fue la verdad. 

Esta fue asesinada por la desinformación que algunos generaron desde el disfraz periodístico para finalmente envolverla en la mortaja de la mentira y tirarla como cualquier cosa y en cualquier lugar para tapar el crimen que cometieron contra Nicaragua.

Cuando uno busca una razón que justifique todo lo que hicieron, los muertos que generaron, la economía que destruyeron, el desempleo que dispararon y el daño moral que nos causaron para dividir desde la mentira que proyectaron a la familia nicaragüense, solo se encuentra un diseño perverso y malévolo que tiene su principal base en la desinformación que parieron y siguen pariendo desde las redes sociales desde donde actúan bajo perfiles falsos.

La desinformación es la ausencia de información verdadera, de información veraz. La desinformación es chisme, es cuento, es rumor, es novela y al final un veneno mortal en la mente humana.

 Una persona desinformada es un tóxico ambulante con una lengua desbocada que se mueve repitiendo mentiras, desfigurando realidades y sirviendo de agente, intencional o no, a quienes inventan las mentiras para causar daños que por su propia maldad no son capaces de calcular y de ahí que ahora la moda sea mentir y mentir.

La desinformación puede producirse sin intención cuando la naturaleza de alguien es atrevida y afirma cosas que no son solo porque lo escuchó de otros, igualmente perdido sobre cualquier tema, pero cuando esta se genera desde un medio de comunicación, donde se supone que debe haber un periodista responsable, y además de mentir sobre cada cosa le da una dimensión apocalíptica, ahí las cosas cambian porque hay una intención dolosa y maquiavélica.

La desinformación es un concepto muy cercano a la propaganda y tiene en consecuencia un hermano que se llama manipulación y juntos son capaces de crear situaciones que llevan a una histeria colectiva que genera stress inducido por una perversidad sin límites que crea especulaciones y rumores que en cualquier otro país están son sujetos de cárcel.

La desinformación en cualquier terreno genera estados de pavor y desesperación que te pueden matar, que te pueden dañar irreversiblemente o empezar simplemente una guerra que no tenemos idea cómo puede terminar y que para colmo no hará ganador a nadie, pero sí perdedores a todos y los primeros que saldrán corriendo al dimensionar lo que hicieron a través de sus mentiras serán los desinformadores que ya fuera del país se declararán cínicamente perseguidos políticos, cantata que nos sonará bastante familiar porque eso es lo que repiten todas esos murciélagos que hicieron lo que hicieron a partir del 18 de abril a base de las mismas mentiras que continúan repitiendo, pero claro, ahora hablando “miércoles” desde afuera.

Es tal el daño de la desinformación que ya en Europa, se legisla sobre esta peste. 

Los que viven de la desinformación y reciben importantes presupuestos para lo que hacen, no escuchan agradable que se comience a legislar en el mundo, aquí ya también lo hicimos, sobre la desinformación porque no es necesario ser sabio para estar claro que lo primero que grita el terrorismo es, “violación a la libertad de expresión”, cuento que nadie compra, sobre todo aquellos que conocemos la perversidad que habita en las miserias humanas que lo hacen.

Óigase alto y claro nada tiene que ver la libertad de expresión con la desinformación. 

Aquí en Nicaragua, donde se goza de un gigantesco libertinaje todo el mundo dice cualquier cosa, cualquier bascosidad contra cualquier persona, pero eso no tiene que ver con la libertad de expresión, aunque sí mucho con la calumnia, la injuria y la difamación y todo eso está penado.

Libertad de expresión es decir todo lo que queramos, pero siempre y cuando tengamos certeza de tener soporte de lo que afirmamos y en muchos casos eso no sucede. Hoy las redes sociales y quienes son parte de ella han construido un mundo peligroso a su alrededor y desde ahí se cometen delitos y quienes los hacen o los estimulan se creen intocables. 

Menos mal esos criterios descerebrados ya las tienen claras ante la preocupación compartida de muchísimos gobiernos que están en la línea de la regulación del internet y todo lo que represente.

Legislar contra la desinformación es enfrentar una amenaza que nos puede matar, nos puede enfermar y puede convertir en asesinos a los que por tener una mente dúctil caigan en esas redes tenebrosas.

Las tales redes sociales son el mal de los nuevos tiempos porque quien las mal usa con más recurrencia son “periodistas” que no entiendo, menos que comprenda, cómo puedan ser capaces de llamar a baños de sangre cuando éste apostolado siempre ha ido en el sentido contrario de la muerte.

Por: Moisés Absalón Pastora.

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