Desde los años 60 Cuba es la principal obsesión regional de la Casa Blanca. Ningún presidente estadounidense prescindió del paquete de invasiones, conspiraciones y agresiones contra la isla, que elabora el staff permanente del Departamento de Estado.
Trump acentuó esa andanada obstruyendo los viajes y las remesas de los familiares e incorporó 243 medidas adicionales de hostigamiento.
Biden no modificó la política de asfixia que exige el lobby de la Florida. Mantuvo la tipificación legal de Cuba como estado terrorista, retomó el retiro de acreditaciones a los funcionarios y se negó a cumplir con las cuotas de visas acordadas.
También favoreció un renovado despliegue de la artillería comunicacional, mediante una sofisticada ingeniería para difundir noticias falsas. Luego de excluir al país de la Cumbre de las Américas, intentó expulsarlo de organismos de la ONU e incrementó la inyección de dólares para los organizadores de campañas anticubanas.
El presidente norteamericano sostiene el bloqueo como una estrategia premeditada de ahogo, para tornar insoportable la vida cotidiana de la población.
Ese torniquete fue reforzado en plena pandemia, afectando la provisión de remedios a un país que importa la mitad de los medicamentos básicos.
También el abastecimiento de energía continuó obstruido por la Ley Helms-Burton, que impide transacciones en Estados Unidos de las empresas que comercien con Cuba.
Ese tipo de estrangulamiento triplicó el costo de los fletes marítimos y amplificó el desbalance financiero generado por el bloqueo. Esas pérdidas ya acumulan 147.000 millones de dólares en las últimas seis décadas (Rodríguez, 2021).
Ningún vocero de la Casa Blanca ha logrado justificar un asedio que contradice los ponderados principios del libre comercio. La voltereta semántica de presentarlo como un embargo no modifica la brutalidad del cerco.
El bloqueo busca provocar un desastre humanitario, para forzar la rendición de Cuba y presentar la ulterior intervención extranjera como un acto de socorro. Por eso Biden ha obstruido también las donaciones. Recientemente reestableció los vuelos y modificó los límites a las remesas, tan sólo para regular los flujos de los migrantes.
ADVERSIDADES ECONÓMICAS
El asedio estadounidense agravó las durísimas restricciones que enfrentó el país durante la pandemia. Como el resto de la región careció de recursos suficientes para solventar el encierro de la población, pero debió lidiar con dificultades adicionales de financiamiento externo por la irresolución de pagos pendientes con acreedores foráneos.
El coronavirus tuvo además un impacto demoledor sobre el turismo, que es la principal fuente de divisas y un motor esencial del nivel de actividad. Para sostener el crecimiento del PBI se necesitaba en el 2020 la llegada de 4,5 millones de visitantes y el país recibió apenas 1,3 millones de turistas. La recuperación posterior a 2,2 millones de ingresantes, no permitió restaurar los niveles requeridos para apuntalar el funcionamiento de la economía.
Esa adversidad sobrevino, además, en la dura coyuntura generada por el fracaso de la unificación monetaria. Con esa iniciativa se esperaba gestar el marco comercial y financiero necesario para impulsar una reactivación sostenida.
Ahora se debate si ese ordenamiento monetario estuvo mal diseñado o fue inoportuno, pero por distintos motivos no logró su objetivo. Esa falencia agravó a su vez el nuevo mal de la inflación, la escasez de combustible y la reaparición de los apagones, cuando se ha padecido la peor zafra de los últimos tiempos.
Estas dificultades no expresan solamente los inconvenientes de cualquier vaivén cíclico de la economía. Cuba arrastra un grave problema de estancamiento, que ha impedido lograr el crecimiento esperado con la paulatina introducción de mecanismos mercantiles.
El incremento de 1% o 2% anual del PBI contrasta frontalmente con la augurada expansión del 4.5%. El derrumbe padecido durante la pandemia (8%) fue un acontecimiento excepcional que no difiere del promedio regional. Pero las obstrucciones de mediano plazo afectan a todo el circuito productivo y presentan un perfil muy singular.
El diagnóstico de esos infortunios es conocido. Cuba puede sobrevivir con el turismo, la venta de vacunas y la exportación de servicios médicos.
Pero si no produce arroz, frijoles, carnes o vegetales, la asfixia tenderá a recrearse una y otra vez. Procesos básicos de fabricación de bienes son cada vez más necesarios para lidiar con el ahogo del sector externo.
También aquí las soluciones han sido debatidas, pero su aplicación tiende a posponerse una y otra vez. Las razones de esa demora provienen de las peligrosas consecuencias sociales de los cambios ya avalados. Existe una evidente vacilación en la implementación de transformaciones que podrían agravar la desigualdad social.
Las reformas no sólo implican un aumento de la incidencia el mercado. Suponen la presencia de una corriente de inversores que modificaría el status de la propiedad. Las demoras en esos cambios provienen del potencial desemboque de esas transformaciones en una restauración capitalista. Esa regresión afectaría los grandes logros de la Revolución.
Esa amenaza sobrevuela a todas las iniciativas en curso. La unificación monetaria, por ejemplo, está concebida para facilitar el ingreso de dólares y reducir la agobiante falta de divisas.
Pero esa llegada de fondos ampliaría las brechas sociales, si no se logra establecer una compensación fiscal a la inequidad que genera esa afluencia. Los que reciban dólares quedarían situados en la pirámide superior, frente a los sectores desprovistos de esos recursos.
DILEMAS INSOSLAYABLES
Las disyuntivas que afronta la Revolución han estado presentes desde la formulación del plan de reformas en el 2011. Tuvieron su primer test con la eliminación del viejo esquema de la libreta, que aseguraba los abastecimientos básicos de las familias. Las indefiniciones posteriores han perdurado en un marco de bajo crecimiento.
Ese estancamiento restringió los ingresos que el Estado necesita, para compensar las consecuencias de un mayor protagonismo del sector privado.
La Revolución generó una obra de igualación social que no tiene precedentes, ni equivalentes en el resto de América Latina.
Ningún otro país logró con tan pocos recursos la equiparación conseguida por Cuba en materia de educación, salud, cultura, deporte o asistencia social. Las reformas se han pospuesto por temor a destruir ese acervo, en el nuevo modelo que asigna mayor centralidad al mercado y creciente gravitación a modalidades combinadas de acumulación.
Pero la implementación de los cambios se ha transformado en una exigencia de la propia mutación que afronta el país. La homogeneidad social que sucedió a la Revolución quedó abruptamente modificada por la crisis de los años 90 y desde esa fecha se han consolidado tres circuitos superpuestos de economía estatal, mixta y mercantil.
El primer segmento reúne actividades sostenidas con el presupuesto público, el segundo enlaza la inversión privada con sociedades estatales y el tercero aglutina al amplio sector de trabajo autónomo fragmentado, que genera sus propios ingresos.
Ese tramo ya involucra al 22% de la población ocupada y su estancamiento refleja la obstrucción que afronta la economía cubana. No ha logrado superar el estadio de la reproducción simple, ni convertirse en un motor del despegue comercial (Ortiz, 2022). Se mantiene como un segmento precario, con desenvolvimiento irregular y convive con los otros dos sectores afectados por la misma falta de dinamismo.
El resultado de estas falencias es la ausencia del despegue esperado con las reformas y la consiguiente falta de un curso de acumulación que recomponga el horizonte socialista (Regalado, 2021). En esta carencia radica el contraste con el alto nivel de actividad que lograron los modelos de China o Vietnam (Valdés, 2022a).
Esos esquemas amoldaron la trayectoria precedente al escenario internacional creado por la implosión de la URSS, con estrategias destinadas a evitar la repetición de ese colapso. El crecimiento económico que consiguieron contrapesó ese peligro, pero generó nuevas contradicciones derivadas de la desigualdad social y la tensión del Estado con sectores capitalistas internos. Este amoldamiento se inscribe en la dinámica por forjar sociedades prósperas, en países subdesarrollados que requieren altas tasas de crecimiento.
Lenin fue el primero en reconocer y afrontar ese tipo de disyuntivas, cuando en los años 20 propició la restauración parcial del mercado (NEP), para contrarrestar la adversidad impuesta por el aislamiento internacional de la revolución rusa. Cuba afronta ahora el desafío de encontrar su propio sendero de desenvolvimiento, sabiendo que está integrada a un escenario latinoamericano tan distante del viejo contexto soviético, como del actual marco asiático.
Los dirigentes cubanos han debatido esta encrucijada desde el derrumbe del denominado ¨campo socialista¨ y luego de sostener con admirable heroísmo la epopeya del ¨periodo especial¨. Son conscientes de la inexistencia de soluciones mágicas a la vuelta de la esquina.
La isla es hostigada por la primera potencia y desenvuelve una extraordinaria pulseada contra los millonarios de Miami. La Revolución ha perdurado con el sostén popular, transitando por un sendero muy angosto de privaciones y dificultades. Pero necesita ahora fomentar un arranque económico implementando las demoradas reformas. Ese curso requiere perfeccionar al mismo tiempo el control del estado, para combinar el crecimiento con la conservación de los logros sociales.
EVALUACIÓN DE LAS PROTESTAS
El replanteo económico se ha tornado imperativo luego de las manifestaciones callejeras. Esas movilizaciones tuvieron resonancia en los barrios con mayores problemas sociales y estuvieron precedidas por un malestar visible en las colas para adquirir los productos.
Las protestas tuvieron tres momentos muy diferenciados. Debutaron el 27 de noviembre de 2020 con acciones de los artistas, obtuvieron visibilidad con las marchas del 11 de julio de 2021 y fracasaron en el nuevo llamado a la movilización del 15 de noviembre del mismo año. Los tres episodios fueron muy distintos en su origen y resultado.
La primera convocatoria fue impulsada por una acotada acción de intelectuales, que expusieron su descontento sin proponer canales para la resolución de sus demandas. El segundo movimiento fue significativo por su extensión y por el disgusto social que expresaron sus participantes. No fue mayoritario, pero incluyó a importantes segmentos populares con grandes carencias. El tercer llamado no tuvo ningún eco, porque estuvo comandado por fuerzas derechistas, con el inocultable propósito de desestabilizar al gobierno. Ese tipo de acción fue rechazada por el grueso de la población.
El gobierno mantuvo la cautela conociendo el potencial usufructo derechista del malestar social. Organizó algunas contramarchas para demostrar el sostén efectivo de la Revolución, pero bajó el tono de la confrontación y priorizó la batalla política.
El oficialismo optó por una estrategia dual que soslayó el choque frontal, pero incluyó detenciones selectivas. Desenvolvió una respuesta que estuvo tan lejos de la simple represión como de la ingenua tolerancia. Buscó sincerar la adversidad del contexto para redoblar su apuesta política (La Tizza, 2021).
Con esa orientación logró frustrar el operativo montado por la oposición derechista, para transformar el descontento en un episodio destructivo de la Revolución. Salta a la vista la influencia directa de Washington sobre los líderes (Yunior García Aguilera, Magdiel Jorge Castro) y las organizaciones (Archipiélago, Patria y Vida), que han motorizado ese intento contrarrevolucionario (Veiga, 2022).
Esa frustración de la derecha quedó corroborada durante el año pasado. La logística y el dinero provisto por el Departamento de Estado, no alcanzaron para reproducir movimientos callejeros relevantes. Es probable que el explícito alineamiento de los convocantes con los grupos de Miami haya disuadido esa concurrencia.
El malestar con las penurias que atraviesa la isla, no desembocó en la aceptación de la venganza reaccionaria que propician esos grupos.
Pero los problemas persisten y el rechazo a los derechistas no anula dificultades que salieron a flote en las demandas callejeras. Probablemente el sector que más explicitó su inquietud en las protestas fue el nuevo segmento de los precarios y cuentapropistas. Ellos son los emergentes de un circuito mercantil que no despega y carecen de identidades políticas definidas o subjetividades cohesionadas (Ortiz, 2022).
Los renovados auxilios del Estado han calmado la disconformidad social sin resolverla, mientras se afirma otra significativa tendencia a la emigración. La respuesta económica a estos desafíos transita por combinar las reformas con ajustes en el sistema político.
MUTACIONES EN LA MISMA ESTRUCTURA
La aparición de movilizaciones callejeras distintas a las organizadas tradicionalmente por el oficialismo ilustra la presencia de un escenario político más diversificado. El gobierno demostró que puede disputar con éxito la primacía callejera, pero esa ventaja no modifica el cambio que introduce la creciente heterogeneidad política.
El sistema institucional vigente es flexible y permite incorporar a todos los actores del nuevo contexto, luego de su revitalización con la nueva Constitución. Opera como una estructura anclada en el poder popular, mediante un modelo contrapuesto al constitucionalismo burgués. Funciona en torno a una variedad de mecanismos asamblearios, integrados al rol dirigente del Partido.
Pero ese régimen se forjó bajo la conducción y el arbitraje de Fidel. Ese liderazgo cumplía un rol irremplazable por la autoridad que ejercía sobre toda la sociedad. El mismo sistema desprovisto de ese comando, ya no cuenta con el viejo resguardo y opera con otra dinámica. No sólo Fidel está ausente. Todos los artífices de la Revolución son actualmente sustituidos por una nueva generación, que debe adaptar el modelo político a otros patrones de institucionalidad.
Los correctivos han sido debatidos y suponen una agenda de decisiones colegiadas, para lograr mayor eficiencia de la Administración Pública, descentralización de los municipios y separación de los órganos del partido y del Estado. La nueva Constitución, su ley electoral y su componente plebiscitario facilitan esas transformaciones, pero su real efectivización requiere una adaptación efectiva de los sectores dirigentes (Valdés, 2022b).
La participación ciudadana en los comicios y en la definición de los temas sujetos a referendo, confirma la existencia de una firme base para apuntalar ese amoldamiento. Pero la Revolución necesita mayor participación desde abajo para renovar su legitimidad y sostener su continuidad mediante un nuevo consenso. La rotación de los dirigentes y la asimilación de los jóvenes al sistema político son asignaturas pendientes, que Cuba procesa en la compleja adversidad impuesta por el asedio estadounidense.
Ese cerco de un poder imperial gigantesco impone un estado de alerta defensiva, que obliga a sostener el pesado presupuesto de modernización de las fuerzas armadas, con los reducidos recursos del Estado. Washington no sólo facilita todas las operaciones agresivas que propicia la ultraderecha de Florida. También sostiene la interferencia de la radio y la TV y se niega a discutir la soberanía cubana del bastión militar de Guantánamo. La magnitud de la amenaza imperial salta a la vista, cuando se escucha al alcalde de Miami reclamar una intervención en regla del Pentágono, mediante ataques aéreos semejantes a los perpetrados en Panamá y en la ex Yugoslavia.
El sistema político cubano ha demostrado capacidad para sostener durante décadas a David contra Goliat. Pero la renovación de esa fortaleza exige adaptar la estructura política vigente a un escenario interno de creciente diversidad de opiniones. Esa variedad es compatible con el apuntalamiento común de la soberanía cubana.
La nueva multiplicidad de miradas incluye un amplio espectro de vertientes políticas revolucionarias (fidelistas, guevaristas, socialistas convencionales, pesepistas, críticos, anarquistas), que batallan en común contra las corrientes pro capitalistas (centristas, socialdemócratas, socioliberales, anexionistas) (Valdés, 2022b).
Esas luchas políticas tienden a transparentarse en el modelo vigente de poder popular. Este sistema es más efectivo que el multipartidismo propiciado por el constitucionalismo burgués. La diversidad formal de organizaciones políticas que caracteriza a este último régimen es totalmente ficticia, cuando el poder efectivo de la sociedad es detentado por un puñado de capitalistas. La mascarada republicana de los contrapesos suele encubrir la dominación que ejercen los acaudalados, con sus socios militares, judiciales y mediáticos. La Revolución se asienta en otro modelo, que tiende a amoldarse a las transformaciones que desenvuelve la sociedad.
LOS DEBATES Y BATALLAS EN EL EXTERIOR
Las discusiones internas en Cuba incluyen una compleja variedad de abordajes, para precisar el alcance de las reformas económicas, el perfil de las protestas y la renovación del sistema político. Por el contrario, fuera del país los debates están atravesados por confrontaciones más básicas de impugnación o defensa de la Revolución. En América Latina la principal divisoria separa a los promotores de enterrar el sistema actual (siguiendo el sendero inaugurado con el derrumbe de la Unión Soviética), con los partidarios de sostener y mejorar el modelo vigente.
La confrontación entre ambas posturas se ha intensificado al calor de la creciente influencia lograda por la ultraderecha. Todas las corrientes reaccionarias están obsesionadas con demoler a Cuba y han transformado ese objetivo en el programa rector de muchos periodistas e influencers. Se han especializado en difundir mentiras sobre la isla y en multiplicar las infamias contra la Revolución.
Todos actúan bajo el comando de grupos neofascistas asentados en la Florida, que incitan al odio para renovar el viejo programa de incursiones contra la isla. Ese sector de la burguesía de origen cubano afincada en el Norte, mantiene una gran influencia en el establishment estadounidense y comparte los anhelos imperiales de la primera potencia.
Por la envergadura de esos enemigos, la resistencia de Cuba suscita admiración y acompañamiento entre los sectores progresistas y populares de América Latina. En ese país se logró conservar un proyecto revolucionario, en durísimas condiciones de aislamiento y conspiración externa. Además, durante mucho tiempo sostuvieron mejoras en el plano educativo y sanitario ponderadas por toda la región.
Incluso en el dramático escenario reciente, Cuba concretó sustanciales avances de la vacunas Abdala, Soberana I y Soberana II. Será el primer país latinoamericano en generar una inmunización contra el COVID, reafirmando la capacidad ya desarrollada contra el meningococo. Esos éxitos coronan una larga experiencia de trabajo, en el país con mayor número de médicos por habitante de América Latina.
La solidaridad con Cuba ha sido un principio cohesionador del grueso de la izquierda latinoamericana, que acumula una larga experiencia de acciones para apuntalar la Revolución. En los últimos dos años se desenvolvieron importantes manifestaciones de apoyo en numerosas ciudades latinoamericanas. Esas marchas aportaron un mensaje de aliento a la continuidad de la resistencia que desenvuelven los propios cubanos.
La misma solidaridad se extiende a la denuncia del bloqueo que asfixia la vida diaria en la isla. Cualquier política económica para superar los problemas del país exige erradicar ese acoso externo. No alcanza con repetir las abrumadoras votaciones contra ese cerco en la Asamblea General de la ONU. Se necesita una presión constante y generalizada para doblarle el brazo al imperialismo.
Ese sostén regional a Cuba es también un acto de retribución a una Revolución, que contribuyó a la perdurabilidad de la izquierda latinoamericana. La vitalidad de este espacio en contraposición a lo ocurrido en otras zonas del planeta, obedece en gran medida a la permanencia de un proyecto socialista a 90 millas de Miami. El contraste con lo sucedido en Europa Oriental luego del colapso de la URSS retrata esa gravitación regional de Cuba.
Esa influencia ha incidido incluso en las simpatías de algunos presidentes y muchos funcionarios de la zona. Observan en Cuba la defensa ejemplar de la soberanía, que ha faltado en la mayor parte de la región. Por eso López Obrador proclamó que la isla debería ser declarada «Patrimonio Histórico de la Humanidad» y adoptó nuevas medidas para afianzar la solidaridad.
EL ENGAÑO SOCIALDEMÓCRATA
La firmeza que exhibe la mayor parte la izquierda latinoamericana en torno a Cuba, contrasta con la adaptación al hostigamiento imperial que prevalece en la socialdemocracia. Esa corriente no participa en actos de solidaridad y se suma a todas las críticas que promueve el establishment regional contra la Revolución.
La carta de algunos intelectuales criticando a los organismos que rechazaron respaldar las protestas es un ejemplo de esa sumisión (Carta, 2021). Arremetieron duramente contra un “gobierno autoritario” (Académicos, 2021), omitiendo el brutal acoso que sufre la isla y el consiguiente derecho a la defensa de su soberanía.
Algunos pensadores de la socialdemocracia propician la equidistancia de Miami y La Habana, atribuyendo los problemas de Cuba al fanatismo propagado por los extremistas de ambos bandos. Pero sitúan en un mismo plano a dos alineamientos que no son equiparables. Hay un poderoso agresor imperial estadounidense, que no tolera desafíos a pocos kilómetros de su frontera.
Estas mismas vertientes ponderan también el diálogo entre el gobierno y la oposición, como el principal canal para resolver las dificultades de Cuba. Pero no aclaran la agenda y el marco político de esas conversaciones. En los hechos, promueven la desarticulación de la estructura institucional del país.
Disfrazan ese propósito con una exaltación ritual de la “sociedad civil”, pero propugnan el desarme del sistema que ha permitido resistir al imperialismo. Eluden registrar la brutalidad de los planes derechistas y descalifican el peligro que entrañan sus incursiones, como si faltaran pruebas de las conspiraciones organizadas desde Miami. Además, postulan que el bloqueo es tan sólo un problema entre otros, omitiendo las tremendas consecuencias de ese cerco.
La mirada cool de la socialdemocracia relativiza las graves amenazas imperiales. Desconsidera la importancia del financiamiento externo que reciben los opositores y supone que la intensa lucha por la defensa de Cuba puede desenvolverse en cordiales términos de amabilidad republicana. Desconoce el protagonismo de una nueva ultraderecha y su empeño por demoler la Revolución. Como ese crudo escenario no condice con sus edulcorados mensajes, opta por todo tipo de vaguedades en sus reflexiones sobre la isla.
La mirada socialdemócrata es también reactiva con la trayectoria heroica de la revolución. A veces se burla de la “novela cubana que ha construido la izquierda” y estima que la confrontación con el imperialismo pasó de moda. Esa postura sintoniza con el confortable mundillo de las ONGs, pero ha perdido contacto con la realidad de la región (Kohan, 2021).
ENREDOS Y CONTRASENTIDOS
Otras miradas en la izquierda están guiadas por preceptos dogmáticos, que impiden registrar la responsabilidad primordial del imperialismo en las desventuras de Cuba, Suelen culpabilizar al gobierno de ese país por el malestar social y lo consideran artífice (o cómplice) de un ajuste que apuntala la restauración del capitalismo.
Estiman que esa reintroducción ya fue completada y que las protestas registradas en la isla se asemejan a cualquier otra sublevación popular de América Latina (Sorans, 2001). Algunos declaran su entusiasmo por estas acciones, al observan en su desarrollo el germen potencial de una dinámica socialista. Perciben ese cimiento en el disgusto contra el capitalismo que expresarían los cuestionamientos a las “Tiendas Especiales” (Altamira, 2021)
Pero en ningún momento clarifican cual sería la conexión entre esos sucesos y un devenir anticapitalista. Tampoco aportan antecedentes de procesos de esa naturaleza, en algún país en las últimas décadas. La experiencia de ese período más bien ilustra desemboques opuestos a los imaginados por esos autores. Basta observar lo ocurrido en Rusia o Europa Oriental para valorar con mayor sensatez lo sucedido. Ninguna protesta en esa región desembocó en la renovación del socialismo. Al contrario, todas anticiparon la restauración del capitalismo y el entierro del primer proyecto por un prolongado tiempo.
El peligro de una repetición en Cuba de esas amargas experiencias es evidente y son muy activas las fuerzas que apuntalan ese remake con el auspicio estadounidense. Motorizan el enaltecimiento de la “sociedad civil”, con la misma fraseología de humanitarismo que en esos países anticipó el aluvión neoliberal. De esa oleada emergieron los actuales gobiernos ultraderechistas de Europa Oriental.
Algunas visiones más realistas reconocen este potencial devenir regresivo y convocan a contrarrestarlo, pero sin aportar sugerencias sobre la forma de gestar ese antídoto. Más bien consideran que la primacía de una contrarrevolución es relativamente inevitable, en el actual contexto de adversidad internacional (Sáenz, 2021). Convocan a luchar contra esa influencia, pero sin indicar algún camino efectivo para esa acción. De hecho, sugieren que las masas deberán transitar por la dura experiencia de un comando derechista, para redescubrir posteriormente las ventajas del socialismo.
Revisando lo ocurrido en las últimas décadas, la propuesta de transitar junto a la derecha algún camino común que finalmente desembocará en el socialismo, no tiene ninguna credibilidad. Sus propios propulsores no insisten demasiado en difundirla y en sus crónicas se limitan a describir los hechos, reconociendo el manejo imperialista de la oposición. Pero no aceptan que frente al acoso estadounidense la defensa de Cuba es una prioridad. Ese sostén sólo puede desenvolverse en el propio campo de la Revolución y nunca en el bando opuesto (Katz, 2021).
ALTERNATIVAS Y ESTADOS DE ÁNIMO
Otras vertientes de la izquierda postulan enfoques más equilibrados, pero igualmente críticos hacia el gobierno cubano. Estiman que ha enfrentado con gran heroísmo el bloqueo, evitando la restauración del capitalismo que entienden consumada en el resto del planeta. Consideran que en Cuba ha prevalecido una administración burocrática aún distante del capitalismo (Secretariado Unificado 2021).
Pero esa caracterización contiene un llamativo divorcio entre enunciados y conclusiones. Si en una pequeña localidad del Caribe se ha logrado mantener el proyecto histórico de los socialistas (que abandonaron los desertores de otras latitudes), correspondería tan sólo felicitar a los artífices de esa hazaña. Habrían conseguido resistir la oleada restauradora con insignificantes recursos y en gran soledad internacional. Esa proeza merecería un simple mensaje de admiración. ¿Qué peso puede tener cualquier crítica frente a un acierto tan gigantesco? La solidaridad que impera en la izquierda latinoamericana obedece, en los hechos, a intuiciones de ese tipo.
La visión cautelosamente critica exhibe por el contrario una gran impaciencia, frente a la ausencia de un curso más acelerado de desenvolvimiento socialista. Pero es evidente que ese rumbo involucra una larga travesía que Cuba no podrá atravesar en soledad. Quiénes han resaltado una y otra vez la “imposibilidad de construir el socialismo en un sólo país”, a veces suponen que esa meta podría ser alcanzada en un pequeño rincón del Caribe.
El carácter prolongado y complejo de una transición socialista ha sido muy subrayado en los debates internos del país. El propio uso del término Revolución en mayúscula, apunta señalar esa larga secuencia, en contraposición a la interpretación corriente de ese concepto como un acontecimiento revulsivo, puntual y ceñido al cambio de un régimen social.
Las criticas también apuntan a situar el eje de los problemas cubanos en la ausencia de una verdadera democracia socialista. Se atribuye a esa carencia los graves desmanejos de la economía. Pero objeciones de este tipo han sido muy frecuentes en la propia historia interna de la Revolución, puesto que nadie desconoce las consecuencias negativas de la burocracia, la improductividad y la inoperancia en incontables sectores de vida económica.
Sin embargo, la experiencia también ha demostrado la inexistencia de soluciones repentinas para esas adversidades. La mera extensión o profundización de la democracia no entraña arreglos para las disyuntivas económicas. El modelo de “socialismo con democracia” es una frase vacía, cuando evade propuestas concretas para resolver las dificultades. Esos remedios no están enlazados con la simple expansión de la soberanía popular
Cuba afronta, por ejemplo, una acuciante necesidad de divisas y su obtención genera las desigualdades sociales que acompañan a las remesas, el turismo y la inversión extranjera. ¿Cómo resolvería ese dilema la simple ampliación de la democracia? Los propulsores de esta salida no ofrecen respuestas a este interrogante.
A veces aluden al control obrero de la gestión como el gran correctivo, pero no aclaran de qué forma se desenvolvería ese mecanismo. ¿Cómo funcionaría, por ejemplo, en el sector turístico que provee los dólares? ¿Cada empresa definiría la administración de las divisas que requiere todo el país? ¿Existe algún antecedente internacional para evaluar un esquema de ese tipo?
Un mérito de esta mirada ha sido subrayar la gravitación de las cooperativas. Pero ningún modelo económico, en ningún país se desenvuelve en torno a esas asociaciones. Siempre operan como modalidades complementarias de estructuras más determinantes de la economía y en este segundo plano se procesan las decisiones estratégicas.
Al soslayar la evaluación de modelos nacionales concretos de desenvolvimiento contemporáneo, la mirada tenuemente critica priva de referencias reales a las enmiendas que imagina para Cuba. Con esa omisión todos los debates quedan situados en el universo de la abstracción y las buenas intenciones. Si no hay nada que aprender de algún país (¿China? ¿Bolivia? ¿Vietnam?), resulta imposible imaginar soluciones a las encrucijadas que afronta la isla.
Ciertamente Cuba no logra forjar un modelo que combine el mercado, con la inversión capitalista y la planificación socialista. Pero al menos tantea ese curso, registrando la imposibilidad de superar la crisis actual, con algún otro sendero que mantenga en pie el horizonte de una sociedad igualitaria. Este rumbo es indudablemente problemático, pero aporta al menos una trayectoria a seguir.
Por el contrario, la carencia de respuestas y la falta de alternativas induce al pesimismo y a la desesperanza, Ese desánimo es muy visible en algunas crónicas o vivencias de la isla. Pero la Revolución nunca convalidó la resignación frente a las dificultades. Siempre apuntaló las convicciones y las esperanzas que emparentan a todos los luchadores por el socialismo.
Esa tradición puede enriquecerse con aportes a las alternativas que desenvuelve Cuba, en el convulsivo escenario de América Latina. Como ese contexto sigue condicionado por la política imperial, en el próximo texto analizaremos el lugar de la Doctrina Monroe en esa dominación.
RESUMEN
La destructiva obsesión de Estados Unidos con Cuba persiste al cabo de seis décadas y el bloqueo continúa con la misma intensidad que los complots. Las reformas para revertir el estancamiento de la economía se posponen por temor a socavar los logros sociales de la Revolución. Pero una combinación de mercado y formas combinadas de acumulación con protagonismo estatal es insoslayable para recuperar el crecimiento.
Las protestas reflejaron esas tensiones que el gobierno supo gestionar neutralizando la utilización derechista del malestar social. La renovación del actual sistema político permitiría procesar la mutación económico-social en curso.
La hazaña de sostener la Revolución es reconocida por la gran corriente regional de solidaridad y es desconocida por la socialdemocracia, que convalida con buenos modales el acoso imperial. La experiencia de Europa Oriental refutó la expectativa en un desemboque socialista de acciones auspiciadas por la derecha. Las críticas de izquierda deben ofrecer alternativas viables y basadas en experiencias contemporáneas.
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